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sábado, 22 de septiembre de 2012

Las huellas de Néstor Kirchner en Venezuela, por Eduardo Anguita (para “Miradas al Sur” del 16-09-12)



Miradas al Sur. Año 5. Edición número 226. Domingo 16 de septiembre de 2012
Por 
Eduardo Anguita



El 31 de diciembre de 2007, Néstor Kirchner cumplía tres semanas de haber dejado la Presidencia de la Nación. Ese último día del año, por la tarde, vestía sus clásicos mocasines negros y vestía una camisa verde clara con bolsillos y charreteras que hacía juego con unos pantalones livianos. Muy para la ocasión de lo que había sido su primera misión internacional por su propia voluntad. Se trataba del Operativo Emmanuel, tal como el venezolano Hugo Chávez había bautizado el intento de que las Farc liberaran una cantidad de secuestrados colombianos, entre los que se encontraba un niño, Emmanuel, hijo de Clara Rojas y uno de los guerrilleros del movimiento armado más antiguo de América latina que todavía estaba en pie. Chávez contaba con la mediación de una senadora colombiana, Piedad Córdoba, y de la mayoría de los familiares de los colombianos –militares y dirigentes políticos– que estaban en manos de las Farc. Pero el astuto presidente colombiano Álvaro Uribe no veía peligrar su frente interno siquiera con un intento pacifista y humanitario como el del Operativo Emmanuel. Uribe recibía desde hacía muchos años los fondos del Comando Sur norteamericano destinados a la llamada guerra de las drogas y estaba al frente de un Estado militarizado que combinaba un fuerte respaldo electoral con prácticas de tierra arrasada y aniquilamiento de adversarios políticos. La guerra verbal entre Chávez y Uribe no bajó los decibeles ni siquiera en ese fin de año en el que, además de Kirchner, llegaban enviados de la Cruz Roja Internacional, y el asesor del presidente Lula para asuntos internacionales Marco Aurelio García.
Después de varios días de intrigas, con la presencia de todos los medios del mundo, ni el mismísimo Chávez podía dar crédito sobre si las Farc liberarían o no a sus prisioneros; en el mediodía tórrido del último día del año, Uribe anunciaba que el niño Emmanuel no estaba en manos de la guerrilla. Fue en una base militar, flanqueado por su entonces ministro de Defensa Juan Manuel Santos y sus jefes militares. Caía la tarde y los aviones de las delegaciones que participaban de ese intento de abrir una cuota de distensión en la militarizada Colombia partían con la frente marchita. Uribe había ganado la partida: sus datos de inteligencia le habían permitido confirmar que Emmanuel estaba en un orfanato en las afueras de Bogotá. Esperó hasta que todos estuvieran en su propio territorio y se sentía el gato que jugaba con los ratones. Por esos días, los drones norteamericanos zumbaban por los hoteles donde estaban Kirchner, Marco Aurelio y otros tantos.
Kirchner, acostumbrado a remar y remar, no perdía el buen humor. Dos años atrás, en Mar del Plata, se había dado el gusto de encabezar lo que fue considerado el fin del Alca. Se lo había transmitido a pocos centímetros al presidente norteamericano George Bush, quien tuvo que volver con la frente marchita a Washington. Ahora, el ex presidente argentino, aprovechando sus cuatro años de vínculos fructíferos con los presidentes democráticos y populares de la región, se proponía incursionar en la relación con el hueso más duro de roer: Colombia. Pero parecía que no era esa la oportunidad y se aprestaba a subir al Tango 01 mientras el piloto calentaba motores. Sin embargo, unos uniformados colombianos se acercaron directamente a Kirchner y le dijeron: “Presidente, el presidente Uribe quiere hablar con usted”. Al cabo de unos minutos, el argentino volvía al Tango y partía para Buenos Aires. Uribe había ido al grano: “Quiero que me ayude a mejorar el vínculo con Chávez”. A partir de allí se tejió una historia que tiene muchísimo que ver con el presente de comicios que se llevarán a cabo el próximo 7 de octubre en Venezuela.
Regreso con gloria. El mismísimo Oliver Stone, ex soldado norteamericano en Vietnam y reconocido amigo de Chávez, estaba allí el 31 de diciembre de 2007 y no podía creer en la historia de que Emmanuel estuviera en manos de Uribe. El presidente colombiano –según confió a este cronista un veterano diplomático argentino que estaba en Colombia en ese momento– no quería perder el dinero que Estados Unidos le mandaba por ser un gendarme en la región, pero mucho menos quería dejar de lado la posibilidad de lograr acuerdos comerciales con su vecino, al frente de una de las potencias petroleras más grandes del mundo. Uribe tenía la pretensión de modificar la Constitución y presentarse para un tercer mandato presidencial. Pero no fructificó. Aquel ministro de Defensa, que además pertenece a una familia tradicional del poder colombiano, terminó siendo su delfín. Pero Juan Manuel Santos tenía juego propio y no bien ganó las elecciones empezó a mostrarse más prudente que su predecesor. Uribe, antes de dejar el gobierno, entró en una escalada verbal con Chávez que terminó, en julio de 2010, en la ruptura de relaciones entre ambas naciones y algunos movimientos de tropas en las fronteras. Tratándose de Uribe, podía esperarse cualquier cosa, ya lo había demostrado con el llamado Operativo Fénix, cuando tropas de elite colombianas habían ingresado a territorio ecuatoriano y habían matado a 22 personas –entre guerrilleros de las Farc y personas que nada tenían que ver– en marzo de 2008. Era la consolidación en el plano militar de la victoria diplomática del 31 de diciembre anterior. Pero en 2010 las cosas eran distintas. Y Kirchner logró consolidar algo que pacientemente querían todos los líderes latinoamericanos, en primer lugar el mismo Chávez: sumar a Colombia al elenco de naciones que vieran al potencial económico y comercial del continente fuera de los regímenes autoritarios y dictatoriales funcionales a las políticas de los halcones del Departamento de Estado norteamericano. Kirchner fue parte sustantiva de ese proceso de entendimiento y dos meses después moría.
Baste como muestra de los avances de integración de Colombia a la región la decisión de Santos de sumarse a Unasur y poner al frente del organismo, durante 2011, a María Emma Mejía.
A las cosas. Chávez y Santos se juntaron varias veces frente a las cámaras de televisión y en presencia de sus gabinetes de ministros para avanzar en la integración de ambos países. Amén del corredor bioceánico, de los planes energéticos y del comercio de productos de consumo, el creciente entendimiento entre ambos presidentes se ve en que, esta vez, el desarme de las Farc está en camino. Con la presencia de Cuba, país que respaldó al comandante Tirofijo durante años y que fuera abatido por las fuerzas militares poco después del intento fallido del Operativo Emmanuel. Con un diálogo que puede ir sumando al resto de los países de Unasur para que se inscriba en el fin de los zarpazos dictatoriales en la región siempre tutelados por el Departamento de Estado norteamericano. Así como en este intento Santos contó con el apoyo de Chávez, recibió el ataque de Uribe, quien se siente arrinconado. No es casual que la derecha argentina encarnada por Mauricio Macri esté alineada con Uribe en Colombia y preste su simpatía a Henrique Capriles, el candidato antichavista para los comicios del 7 de octubre en Venezuela. El líder bolivariano preside el país desde principios de 1999. A poco de asumir llamó a un plebiscito y avanzó en una reforma constitucional tras la cual se presentó a elecciones y ganó para continuar en el Palacio de Miraflores hasta 2007. Luego volvió a ganar por un nuevo mandato que expira a principios de 2013.
Cabe recordar que a mediados de 2011, Chávez hizo pública la enfermedad que lo aqueja. En efecto, tras ser tratado con quimioterapia y operado en dos oportunidades, en esta campaña electoral luce saludable y de buen ánimo.
Los esfuerzos de Capriles por mostrarse como un candidato capaz de representar a toda la oposición venezolana no le permitieron tener una intención de voto que pueda inquietar al chavismo. Todas las encuestas, aun las más antichavistas, no le dan a Capriles más de un 32% de apoyo electoral. Por el contrario, Chávez fluctúa, de acuerdo a quien lo mida, entre el 45 y el 57%. A tres semanas, la brecha parece insalvable. El escenario del caos está despejado, entre otros factores de peso porque se invirtió la relación con Colombia: de ser el país que daba soporte a las conspiraciones o intentos de asesinato a Chávez, pasó a ser la Nación que intenta el diálogo con las Farc apoyada en el mismo gobierno bolivariano. Este giro que dejó girando en falso a Uribe también descolocó a la ultraderecha venezolana. Santos, más allá de profundas diferencias ideológicas, tomó la decisión de ser parte del proceso de consolidación económica de América latina como una región con grandes ventajas comparativas.
Los senderos que se bifurcan. Tal como indica el crecimiento de la integración comercial entre Argentina y Venezuela, proyecto político y desarrollo económico van juntos; son solidarios si quienes tienen el comando, piensan la Patria Grande no sólo como un tributo a la historia, sino como un aprovechamiento de las potencialidades de esta región del globo. El petróleo en manos de Pdvsa fue el factor clave de sostenimiento del proyecto de Chávez. Con las regalías petroleras se fondean los planes sociales, la educación, la infraestructura y la vivienda. También, con muchas dificultades, algunos proyectos industriales. Pero el sentido de la relación entre ambas naciones es su proyección a toda la región. Por eso Mercosur ampliado, por eso Unasur, por eso el Banco del Sur, por eso el comercio en monedas locales, por eso infraestructura para integrar el continente suramericano. Sin embargo, muchos de estos ítems quedaron más en la formulación que en la ejecución. El buen clima político entre gobiernos no puede confundirse con soberanía económica regional. El caso más patente lo constituye Colombia. Porque por un lado no quiere quedar fuera de la integración pero, al mismo tiempo, es una locomotora de los planes norteamericanos en materia de tratados de libre comercio. La Colombia de Santos que busca la paz con las Farc es la misma que firmó un tratado de libre comercio con Estados Unidos y que se puso en vigencia en mayo pasado. Ya no se trata de acuerdos que involucren en conjunto a las naciones, como era la pretensión de George Bush en Mar del Plata en noviembre de 2004. Los pactos que rigen entre Estados Unidos y varias naciones suramericanas desprotegen productos industrializados al quitarles algunas barreras arancelarias. Y tienen un agregado sutil: las empresas de países que –como Argentina– no suscriben esos pactos pueden instalar filiales en los países que sí pactan y entrar en el juego. De este modo, por caso, una gran empresa alimentaria argentina tiene una filial en Colombia a través de la cual entran en los mercados de las naciones que desprotegen sus industrias o que, sencillamente, tienen suficientes ventajas competitivas para no poner algunas barreras proteccionistas.
Estos buenos momentos del continente, como todo indica, ayudan a consolidar el triunfo de Chávez. Sin duda, la distensión de Colombia favorecerá a Chávez. Por la sencilla razón de que esa parte de la clase media venezolana que no se ve seducida por el chavismo reconoce al menos que el presidente venezolano actuó con grandeza para mejorar la relación con el país vecino. Como se decía al principio de esta nota, la visión estratégica de Néstor Kirchner jugó un papel concreto en acercar posiciones. Lo que no puede olvidarse es que América latina es, todavía, una región colonizada por las grandes multinacionales y que la mayoría de ellas tiene más razones para cobijarse en las políticas neoliberales y en las fuerzas políticas autoritarias y de derecha que para sentirse a gusto negociando con líderes populares. En ese sentido, si estos líderes no avanzan en la agenda concreta de financiar la soberanía, en algún momento el reloj va a poner límites. Esos tratados de libre comercio no son un cuco, como tampoco lo son las bases del Comando Sur de Estados Unidos ni la presencia de la gran banca internacional en la región. Sin modificar –en serio– o dar paso a otras instituciones regionales como la Organización de Estados Americanos o el Banco Interamericano de Desarrollo, por poner dos temas claves, lo que se haga corre el riesgo de quedar como un conjunto de gestos y conductas muy valorables, pero sin capacidad para salir de la órbita del poderío norteamericano.

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