Como un solo hombre, la derecha cavernaria retoma sus argumentos tintos en sangre. “El puente intergeneracional estaba roto y no eran los nuevos los que lo habían levantado.”
Elsa Drucaroff: Los prisioneros de la torre. Política, relatos y jóvenes en la postdictadura.
"Nos pasamos años explicando que Perón no era Hitler, y ahora tenemos que explicar que no es Fidel Castro."
Jorge Abelardo Ramos, 1968.
Hace mil años, en el París del '68, los mayores de 30 debían probar que no eran fascistas. Para esa mirada el arribismo empezaba a los seis años, al ingresar al sistema educativo formal; la estrella de la boina del Che iluminaba las hilachas conservadoras que el poder incrustaba en los integrantes de la sociedad carnívora. Entonces, ser joven y ser revolucionario eran una misma cosa. O más bien, para que la juventud no terminara siendo un puro hecho biológico, para ejercerla, estaban la revolución sexual, la revolución estética, y por cierto la revolución social. "Revolution" de los Beatles inició (aunque con su modo crítico y polémico) el diálogo político de John Lennon, y la época mostraba que Herbert Marcuse no había escrito en vano su profético "hombre unidimensional".
En las barricadas del Cordobazo, mayo del '69, los jóvenes argentinos dieron su versión del flamante huracán. Obreros y estudiantes, beneficiarios y victimas de la "muerte climatizada" que el capitalismo ofrecía, marcharon contra la dictadura del general Juan Carlos Onganía; y los adultos del paquetísimo barrio Las Rosas, mientras la policía gaseaba, abrieron sus recoletas puertas para darles cobijo. El asombro nos recorrió a todos: ni la policía, ni los obreros, ni siquiera los estudiantes esperábamos semejante solidaridad. Entonces, la juventud era maravillosa, y otro general aggiornó las tres banderas de su movimiento para sumar jóvenes iracundos. Con el "socialismo nacional", la Revolución Cubana y la figura del Che se terminaron por abrir paso, ante la atónita mirada de los mayores de 30 años.
Me dijo entonces mientras sonreía socarronamente Jorge Abelardo Ramos: "Nos pasamos años explicando que Perón no era Hitler, y ahora tenemos que explicar que no es Fidel Castro." Así de abrupto resultó el viraje. La primavera camporista, ese brevísimo interregno sellado por el 20 de junio del '73, expresó el revulsivo compuesto donde la "juventud maravillosa" alcanzó su clímax. No bien quedó claro que marchaba por su propio camino, que el General Perón sólo era el jefe si la música revolucionaria era acompañada por una letra adecuada, una enorme tensión recorrió la sociedad argentina. Una cosa era enfrentar la debacle de Onganía, Levingston y Lanusse, y otra encolumnarse con la nueva izquierda pensada por John William Cooke y Régis Debray.
El 1 de mayo de 1974, en la plaza donde Perón rompe con Montoneros, la juventud deja de ser definitivamente maravillosa. Y con el Operativo Independencia, María Estela Martínez de Perón imparte la orden ilegal del gobierno legal ("aniquilar" a la guerrilla); esa terrible sentencia terminaría incluyendo a toda la militancia joven y plebeya. Entonces, la dura democracia de los militantes setentistas terminó derrapando, con el restablecimiento en el '83 del Congreso, en la alfonsinista democracia de la derrota; con ciudadanos, pero cada vez más sin militantes, para ser rematada por la descomposición menemista de los funcionarios que roban pero hacen. Y en esa larga lista no sólo están las "privatizaciones", y la Constitución del '94, sino un nuevo universo de valores compartidos. Universo que suprime la posibilidad misma de ser joven (¿qué lugar puede tener la indignación moral en una sociedad donde nada es más importante que mi propio culo, y donde la política es la continuación de los negocios por otros medios?), universo que condena a los jóvenes que hacen política a la cínica sospecha que tiñe la actividad: camino rápido para hacer plata. Un joven menemizado es un oxímoron; por eso, como dice Drucaroff, los 30 mil fueron condenados a jóvenes eternos; único inigualable modelo de jóvenes primaverales, porque en esa nueva Argentina nadie más debía serlo.
LA TEMIBLE NOVEDAD.
¿Qué propone hoy la sociedad argentina a sus jóvenes? ¿Que voten a los 16 años, o que llamen a un 0800 para denunciar posibles "delitos políticos"? Esos son los dos polos. En uno, se los invita a participar de una sociedad con ciudadanía plena. Esto es, sin la gravosa distinción entre ciudadanos activos (los que eligen y pueden ser elegidos) y ciudadanos pasivos (los que sólo eligen). En el otro, la política no dejó de ser delito y por tanto su proximidad con la juventud debe ser evitada, denunciada, clausurada.
Un fragmento del dialogo entre el ministro de Educación porteño y la jueza Elena Liberatori, reproducido en Tiempo Argentino y Página 12 del domingo 2 de septiembre, permite entender.
Explica Esteban Bullrich: "A partir de la publicidad de los talleres, dos directivos de la Escuela Urquiza y de la Escuela Provincia de Corrientes expresan su preocupación respecto de que La Cámpora se había acercado a ofrecer el taller. Se planteó el 0800 para informar sobre este delito."
Replica Liberatori: –¿Me puede aclarar la palabra "delito"?
B: –La utilización de fondos públicos para acciones partidarias está penada por la ley.
L: –Pero cuando hablamos de un "delito" es porque hay cosa juzgada. Si no, no hay delito.
B: –Perdón. La posibilidad de un delito.
L: –Si yo mato a mi vecino, nadie habilita una línea telefónica. Lo correcto es que intervenga la justicia penal.
B: –Está el 911.
L: –El 911 es una línea de la policía. Usted es el ministro de Educación. No se encarga de los delitos.
B: –Si se comete en una escuela, es un área de mi responsabilidad.
L: – ¿Tiene un dictamen de la Procuración que le diga que se está cometiendo un delito "in fraganti"?
B: –Ante esta posibilidad de delito que existía...
L: –Veo que utiliza de nuevo el rótulo de "delito". No estamos en una conversación social o familiar. Así que le pregunto: ¿Acudió a la Procuración General?
B: –Acudí a la Dirección Legal del Ministerio. No hay un dictamen de Procuración.
Ni hay dictamen de la Procuración, como admite a regañadientes Bullrich, ni existe tipificación alguna (artículo del Código Penal violado) como aclara el abogado que presentó la denuncia, Roberto Boico, y como nadie ignora sin tipificación la posibilidad misma de delito desaparece. Sin embargo, Bullrich no se detiene, ya que forma parte de sus presuposiciones ideológicas compartidas: jóvenes haciendo política no puede no ser delito. Y esa es la figura que acuñó la dictadura burguesa terrorista: joven que hace política, delincuente subversivo. Y a un delincuente subversivo, ya lo explicó el general Acdel Vilas, no se lo combate con un Código de Procedimientos.
En el mismo sentido actúa la Iglesia Católica por boca de monseñor Aguer; señala monseñor que La Cámpora también ofreció un taller para una escuela católica. La misma Iglesia que no condenó al curita Christian von Wernich por su participación en la "represión clandestina", y no tiene la menor intención de hacerlo, tiene el tupé de volver a impartir lecciones de moral y civismo.
La demonización de La Cámpora tiene un objetivo preciso. Ante la restauración del diálogo intergeneracional, desde el momento en que ser joven primaveral vuelve a ser posible, es preciso reajustar el discurso: o se los compara con las juventudes hitlerianas o con "delincuentes subversivos". No bien hay clima político para que veamos florecer una nueva generación, no bien la justicia sienta en el banquillo de los acusados a los responsables del asesinato de un joven militante del Partido Obrero, Mariano Ferreyra, como un solo hombre la derecha cavernaria retoma sus argumentos tintos en sangre. Por eso vale la pena recordar, ladran Sancho, señal que estamos vivos.
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