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viernes, 28 de septiembre de 2012

La política no se cocina a la cacerola, por Damián Verduga (para “Miradas al Sur” del 23-09-12)



Miradas al Sur. Año 5. Edición número 227. Domingo 23 de septiembre de 2012
Por 
Demián Verduga


La mayoría de los partidos, incluso el PRO, miran con recelo la movida cacerolera por su fuerte dosis antipolítica y porque temen que surjan demandas de alianzas que finalmente fracasen. La reacción del Gobierno y el rol de Clarín.
Esta vez, casi todos los sectores del sistema político argentino coinciden: el cacerolazo del jueves 13 de septiembre no beneficia esencialmente a nadie. Ni siquiera los operadores del PRO, una fuerza que participó y estimuló la protesta, creen que ese tipo de marchas sea una forma de hacer crecer a Mauricio Macri y llevarlo hasta la presidencia. La protesta que tanto le agradó al Grupo Clarín tuvo una dosis innegable de antipolítica. Es lógico entonces que los que apuestan a la construcción partidaria y a ganar elecciones vean con recelo la movida, aunque pidan reserva para hacer esta confesión.
En el caso del kirchnerismo, los medios de comunicación opositores se habían entusiasmado con la idea de que reaccionara con una contramarcha. El diario La Nación reprodujo esta semana declaraciones del secretario de Cultura Jorge Coscia, en las que el funcionario habría dicho: “Sabemos ganar la calle y lo vamos a hacer si es necesario”. Quizás Coscia haya hecho esas declaraciones, quizás lo hayan sacado de contexto. Lo central es que la contramarcha quedó en la nada. En la Casa Rosada, se hicieron varias interpretaciones que terminaron por derribar esta alternativa.
Una de esas lecturas fue que una movilización a favor del oficialismo sería una excusa perfecta para fortalecer el relato que sostiene que el Gobierno no escucha, que no acepta críticas y que se impone por la fuerza. Ese discurso está lleno de fantasía. Se vio en el mismo cacerolazo, donde los manifestantes pudieron marchar con una libertad que sería imposible de encontrar en un país como Chile, por ejemplo. De todos modos, la evaluación del oficialismo fue que mientras menos elementos haya para alimentar el relato de la supuesta arbitrariedad K, mejor.
El otro motivo que impulsó la decisión de descartar la contramarcha es, a criterio del cronista, más profundo. Un gobierno que necesita legitimarse en la calle es porque está debilitado. Llenar las avenidas simpatizantes kirchneristas, (seguramente sería fácil desbordar Plaza de Mayo), también sería una señal de debilidad política. Al respecto, una diputada del oficialismo le dijo a este semanario: “El Gobierno sacó el 54% de los votos hace menos de 12 meses. Fue plebiscitado después de ocho años de gestión. No necesitamos mostrar nuestra legitimidad en la calle”.
El cacerolazo disparó algunos análisis comparativos. ¿Se lo puede equiparar con los cortes de ruta y las marchas que desató la Resolución 125 en el año 2008? Quizás la única coincidencia sea que ambos procesos se produjeron durante el primer año de gestión de Cristina Fernández. En el oficialismo remarcaron que en 2008, a diferencia de lo que sucedió ahora, la disputa de las patronales rurales tuvo un motivo muy concreto, sus ingresos. “No querían aceptar las retenciones móviles.” Los reclamos de la movida cacerolera versión 2012, en cambio, “son muy confusos. Algunos están alejados por completo de la realidad, como el pedido de poder salir de vacaciones, como si en la Argentina se hubieran cerrado las fronteras”.
A la hora de evaluar a qué sector político interpeló la marcha, en el kirchnerismo sostienen que fue una muestra de la debilidad de la oposición. “No han podido canalizar estas expresiones”. La lectura tiene una dosis de verdad, aunque quizás sea demasiado benevolente con el propio oficialismo. Lo cierto es que resulta difícil imaginar una fuerza opositora que pueda representar a los sectores que se manifestaron. Ningún partido podría aceptar que desde sus filas se pida la muerte de la Presidenta. Los partidos inexorablemente ponen una dosis de racionalidad y de organización temática, y eso parece muy alejado de lo que se vio en la calle.
El dilema del PRO. Mauricio Macri hizo una recorrida por varios medios al día siguiente del cacerolazo. En todos repitió lo mismo: “Estoy contento. Cómo no voy a estar contento si hubo una manifestación pacífica y espontánea a favor de la libertad, de que se los respete, de que se los escuche, de que no se los quiera conducir desde el miedo”. Las declaraciones del jefe del PRO responden más a sus intentos de instalarse como líder nacional opositor que a la evaluación que sus propios operadores hicieron sobre la protesta.
En el Ministerio de Gobierno porteño, conducido por Emilio Monzo, se cocina el armado nacional de Macri. Uno de los operadores que trabaja en eso habló con este semanario y sostuvo: “No estamos contentos con la protesta”. Los motivos por los que el hombre hizo esta evaluación son bastante comprensibles. “Cuando aparecen las cacerolas es porque ningún partido político pudo canalizar esas demandas.”
Otra cuestión que el equipo de Monzó pone sobre la mesa es que, a pesar de que el enojo que se vio en las calles estaba dirigido al Gobierno Nacional, tenía una gran dosis de antipolítica. Eso implica que la misma manifestación, mañana, puede caminar una cuadra más por Avenida de Mayo y luego instalarse frente a la jefatura porteña. “Nosotros no queremos antipolítica. Necesitamos más afiliados y más referentes que quieran trabajar en todos los distritos del país”, explicó el hombre de Monzo. Este razonamiento es lógico en una fuerza como el PRO, que ni siquiera tiene referentes en todas las provincias. Los armadores de Macri sostuvieron que su jefe político “intentará canalizar las demandas, pero no liderar marchas con cacerolazos”.
Hay otro elemento para destacar del análisis que hace el macrismo sobre la protesta. Un dato que muestra hasta qué punto empujar posiciones extremas, algo para lo que trabajan todos los días los medios de comunicación conservadores, perjudica a la pata política de la oposición, porque empuja demandas sociales imposibles. “Muchos de los que fueron a esa marcha, por el nivel de enojo que tenían, mañana nos pueden empezar a pedir que hagamos un gran frente opositor contra Cristina –remarcó el operador del PRO–. La realidad política es que no podemos juntarnos con Hermes Binner y Claudio Lozano. No tenemos nada que ver.”
El dilema radical. Para variar, en el espacio radical surgieron visiones muy disímiles. Los pocos dirigentes que hicieron declaraciones, como Ricardo Gil Lavedra, fueron prudentes. Las diferentes posiciones que hay dentro de la UCR frente al cacerolazo las encarnan sectores que están enfrentados en varias cuestiones.
Una porción importante del radicalismo de la provincia de Buenos Aires se opone por completo a los caceroleros. Esta es la posición que tienen dirigentes como el diputado provincial Ricardo Jano, jefe del bloque en la legislatura bonaerense, y hombre de Leopoldo Moreau. La lectura que hace este sector es que fue una manifestación de la derecha dura de la Argentina, de los que en otras épocas hubiesen votado a Álvaro Alsogaray.
Los que tienen una visión menos tajante, más allá de que todos señalaron temor por la dosis de antipolítica de la protesta, son los radicales que responden a Oscar Agüad, Ernesto Sanz y Jesús Rodríguez, entre otros. Para que sea claro, la visión de estos dirigentes y sus operadores no es que la movida cacerolera sea la panacea, pero apuestan a capitalizarla. Esta lectura está incluida en un proyecto político más amplio que estos referentes tienen por delante, relanzar el liderazgo nacional de Sanz. Los niveles de aprobación y conocimiento del senador mendocino son bajos. Sin embargo, los que sueñan con la posibilidad de ponerlo de nuevo en el centro del escenario, sostuvieron que Sanz puede ser la síntesis de un gran frente opositor que haga eje en la UCR. Remarcaron que el senador es el único que puede tender puentes con el macrismo y el Frente Amplio al mismo tiempo. Para que ese articulador sea necesario, debe surgir la necesidad de un gran frente anti K y allí es donde el descontento juega su rol.
Los radicales que trabajan con esta idea reconocieron que en el cacerolazo hubo una vertiente fuerte de derecha. “Pero también había mucha vieja clientela radical, la que perdimos luego del fracaso de la Alianza.”
La mirada del Frente. En el Frente Amplio Progresista (FAP), al igual que en el PRO y en el radicalismo, no festejaron demasiado el cacerolazo. Señalaron que no sólo les parecía preocupante la dosis antipolítica de la manifestación sino que “son expresiones que ayudan a crear un clima de blanco-negro que no nos gusta”. Esta reflexión que hacen en el entorno de Hermes Binner tiene su lógica. El FAP, y Binner en particular, hasta por una cuestión de estilo personal, son una apuesta a la “moderación”. Por lo menos aspiran a que de ese modo los perciba la sociedad. Se trata de un frente y un líder que de hecho han respaldado varias de las políticas centrales del Gobierno Nacional. Un escenario de polarización fanatizada, puede dejar a Binner fuera de escena.
Los defensores mediáticos de la manifestación sostienen que tuvo carácter democrático porque las personas se movilizaron en paz, cantaron sus consignas, y volvieron a sus casas. Todo eso es cierto. Pero la protesta también mostró un costado autoritario: el pedido de que se eyecte a un Gobierno elegido por el voto popular. Quizás haya sectores que aún no incorporan dos condiciones básicas de la vida democrática: aceptar la derrota electoral y prepararse para la próxima elección. Los partidos políticos deben aceptar estas reglas y no tienen atajos para evitarlas. No pueden acompañar la premura de algunas cacerolas, por suerte para la democracia.

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