Miradas al Sur. Año 5. Edición número 228. Domingo 30 de
septiembre de 2012
Por
Miguel Russo
Entre el siglo XVI y el siglo XVIII, la multiplicidad en la
circulación de lo escrito modificó las formas –siempre precarias, pero formas
al fin– de sociabilidad. Sociabilidad que autorizaba nuevas maneras de pensar
al mismo tiempo que cambiaba la relación con el poder. La lectura mediaba entre
el hecho y los individuos constructores de una representación de ellos mismos
en tanto individuos particulares y sociales y de una interpretación con el
mundo natural. Una prueba irrefutable de esa apropiación fue el caso del molinero
del Friuli Domenico Scandella –llamado Menocchio–, quien en el siglo XVI fue
apresado, torturado y muerto en la hoguera del Santo Oficio por haber asimilado
la realidad a través de lo que había leído. Era la representación en su máximo
exponente.
Hoy, esa representación muestra haber entrado en una crisis importantísima en todo el mundo. En la Argentina, el periodismo es su prueba palmaria. Mientras los medios jugaban todas sus cartas a operar en los costados menos problemáticos y más de estados de ánimo de la sociedad (Boca/River-River/Boca, el mundo del espectáculo y sus dimes y diretes, enjundias varias de poca profundidad y una larga lista de etcéteras no demasiado comprometidas), la sociedad consumía la información de sus páginas sin mucho encono. Pero cuando esos mismos medios pusieron sobre la mesa sus verdaderas intenciones políticas, la dicotomía fue inevitable. Cuando se patentizó que la actualidad referida en esos medios no era lo que ocurría sino lo que se creaba, el flujo de lectores decreció de manera notable. Dato concreto: suena alarmante que en la última encuesta relacionada con medios y lectores, llevada a cabo por la Universidad de Tres de Febrero, sólo el 16 por ciento de aquellos que leen los diarios se detienen en las páginas de política nacional. Es decir: cuando el periodismo dejó de representar un suceso para mostrarse a sí mismo como noticia, la sociedad comenzó a descreer. Primero, sin efusiones. Pero ahora, cuando cierto periodismo reclamante de las respuestas que quieren escuchar esconden sus preguntas para que las formulen alumnos de una universidad que siempre se encargaron de levantar como “lo máximo del pensamiento”, la crisis de representación comienza a hacerse cada segundo más visible. Tanto como planteaban aquellas graciosas leyes Dunlap-Murphy sobre la física: 1) Un hecho es una opinión consolidada. 2) Los hechos pueden debilitarse en condiciones extremas de calor y presión. 3) La verdad es elástica. Lo único que no es elástico, diría una cuarta ley, aún no formulada, es la crisis. Represente lo que represente, siempre termina.
Hoy, esa representación muestra haber entrado en una crisis importantísima en todo el mundo. En la Argentina, el periodismo es su prueba palmaria. Mientras los medios jugaban todas sus cartas a operar en los costados menos problemáticos y más de estados de ánimo de la sociedad (Boca/River-River/Boca, el mundo del espectáculo y sus dimes y diretes, enjundias varias de poca profundidad y una larga lista de etcéteras no demasiado comprometidas), la sociedad consumía la información de sus páginas sin mucho encono. Pero cuando esos mismos medios pusieron sobre la mesa sus verdaderas intenciones políticas, la dicotomía fue inevitable. Cuando se patentizó que la actualidad referida en esos medios no era lo que ocurría sino lo que se creaba, el flujo de lectores decreció de manera notable. Dato concreto: suena alarmante que en la última encuesta relacionada con medios y lectores, llevada a cabo por la Universidad de Tres de Febrero, sólo el 16 por ciento de aquellos que leen los diarios se detienen en las páginas de política nacional. Es decir: cuando el periodismo dejó de representar un suceso para mostrarse a sí mismo como noticia, la sociedad comenzó a descreer. Primero, sin efusiones. Pero ahora, cuando cierto periodismo reclamante de las respuestas que quieren escuchar esconden sus preguntas para que las formulen alumnos de una universidad que siempre se encargaron de levantar como “lo máximo del pensamiento”, la crisis de representación comienza a hacerse cada segundo más visible. Tanto como planteaban aquellas graciosas leyes Dunlap-Murphy sobre la física: 1) Un hecho es una opinión consolidada. 2) Los hechos pueden debilitarse en condiciones extremas de calor y presión. 3) La verdad es elástica. Lo único que no es elástico, diría una cuarta ley, aún no formulada, es la crisis. Represente lo que represente, siempre termina.
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