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jueves, 20 de septiembre de 2012

ESTABAN TODOS LOS QUE SON, por Roberto Caballero (para “Tiempo Argentino” del 16-09-12)





La Argentina que nunca quiso a CFK ahora dice detestarla como toda novedad. La emergencia opositora que no expresa al 46% y los desafíos del oficialismo en esta etapa.



No hay que subestimar ni magnificar lo ocurrido el jueves. Ningún proceso de transformación se hace con el ciento por ciento de la gente a favor, ni siquiera el que encabeza el kirchnerismo desde 2003. Muchos de los movilizados con su cacerola no se hicieron anti-K o contreras hace media hora. Ya existían. Del universo electoral posible, en octubre votó a Cristina el 54 por ciento. El resto, aunque perdedor, también respira. Esta vez, además, recordando lo sucedido con la 125, salió a manifestarse a la calle. Las consignas convocantes, en su mayoría, fueron lugares comunes que previamente habían sido títulos de Clarín y La Nación, luego zócalos en TN y Telenoche y finalmente circularon por las "redes sociales" desde las que, según pretende instalar la prensa destituyente como relato, se organizó "espontáneamente" el caceroleo. No hay motivos para sorprenderse por su masividad: las mismas decisiones gubernamentales que generan consenso y apoyo en más de la mitad de la población tienen el efecto de la respiración del amoníaco en ayunas para otros. La excusa puede ser el dólar, la cadena nacional, la inseguridad, la dictadura K, la ausencia de conferencias de prensa, el drama de Baby Etchecopar o la re-re de Cristina. Algunos de estos opositores gritan las consignas y otros son gritados por ellas, pero a todos los reúne la misma desesperación: no tienen ninguna contención ni referencia ni opción electoral a mano para cambiar lo que quieren cambiar. Viven una emergencia política y existencial. Cuando golpean la olla están haciendo catarsis. Debería la oposición hacer autocrítica sobre este punto. La sensación es que el rechazo a Cristina de esta gente está amasado más en la decepción que le genera la ausencia de alternativas (que ellos deberían producir y no el gobierno) que en las arengas de Julio De Vido a intendentes y gobernadores. Que surja alguna figura convocante para tanta queja desbordada no será sencillo. Los dirigentes opositores tienen alguna facilidad de memoria para replicar ante cámaras lo que escribe Héctor Magnetto, el último florentino de la élite empresaria, pero una cosa es construir política en el mundo televisado y otra en la vida real. Si el partido de la olla existiera como tal, sería un invertebrado enardecido con esloganes de derecha dura, muy del tipo del qualunquismo antipolítico de mediados de la Europa del siglo XX. ¿Quién podría ser su líder natural? ¿Macri? Quizá. ¿Binner? ¿Pino Solanas? Es más raro. ¿El radicalismo? Mmmm. ¿Lilita? Suena más creíble ¿Y todo eso puede juntarse? Por ahora, sólo en las plazas y en las páginas de los diarios conservadores. Y, así y todo, después tendrían que ganarle en las urnas al kirchnerismo, que expresa a una mayoría política cohesionada. O sea, fácil no la tienen, pero tampoco pueden eludir la responsabilidad histórica que les cabe. ¿O el oficialismo cristinista también tiene que fabricar una oposición que mantenga a este invertebrado reclamante dentro del sistema democrático?
Hay más preguntas, claro, sobre la noche del jueves. ¿Acaso el kirchnerismo perdió la calle? "Néstor no lo hubiera permitido", decían dos viejos militantes en un bar, mientras observaban por TV cómo la Diagonal Norte se convertía en un río de cabezas humanas que convergían en la Plaza de Mayo sin pisar los canteros. Es cierto que cuando arreciaba el conflicto con las patronales agrarias, el kirchnerismo se plantó con Luis D'Elía y otras organizaciones territoriales y no los dejó entrar al mismo lugar, pero estos tiempos parecen no ser aquellos: el gobierno no está débil como entonces. Tampoco Cristina es particularmente afecta a moverse por temperamento o instinto territorial. Lo más probable es que, una vez que baje la espuma, retome la cadena nacional y vuelva a desafiar con palabras el ruido de las cacerolas. Les querrá ganar por cansancio. De Néstor a Cristina, el kirchnerismo no es el mismo, sin cambiar en sustancia. Mutó de estilo –ahora es más institucionalista, sin dudas– y cambió algunos aliados: camioneros de Hugo Moyano, espontáneos o no, esta vez tocaron bocinas y agitaron banderas argentinas al paso de los manifestantes anti-K. En 2008, ocurrió lo inverso. ¿Se quedó el oficialismo sin CGT para dar peleas como esta? Hay otras expresiones gremiales que ocupan el sitial que antes ocupaba el moyanismo en la consideración K, pero –salvo la CTA de Hugo Yasky– no se mueven en la calle con la misma decisión que el camionero. Algunos de ellos serán más controlables políticamente, pero también más cautos. O más gordos. De todos modos, desde el acto en Vélez, el oficialismo demostró que puesto a movilizar, lo hace con fuerza. Podría juntar cientos de miles de personas con intendentes y organizaciones propias, sin pedirles a los gremios ningún favor. Queda menos claro si a Cristina le interesa eso. Lo del jueves no fue para alarmarse y tampoco para hacer la plancha. El kirchnerismo encabeza un proceso político, social y cultural que no es indiferente a nadie. Por eso mismo, genera adhesiones y resistencias. Y así como propone a la sociedad cambios desde la cima del Estado, a veces es propuesto por sectores sociales como canal para reconquistar o consolidar derechos. Es una relación que se da de arriba hacia abajo y de abajo hacia arriba, y quizá sea la más rica entre Estado y sociedad civil desde la recuperación democrática del '83. De esa relación puede esperarse mucho, pero Cristina difícilmente llame a movilizarse si no se lo piden o se lo ofrecen. Ella reclama unidad y organización. Es evidente que está pensando más lejos que en la crisis psíquica de una parte de la sociedad que ahora dice detestarla cuando jamás la quiso.
Por lo demás, sobre la masividad de la protesta, es legítimo preguntarse si se trata del piso o del techo en la capacidad de movilización callejera del arco anti-K. Aunque nada está escrito, la impresión a vuelo de pájaro es que estaban todos los que son.

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