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domingo, 26 de mayo de 2019

ADIÓS A LA GRIETA, por Hernán Brienza (para "Contraeditorial" del 24-05-19)


Imágenes: Cortesía de Horacio Lago

Hagamos un ejercicio poco frecuente en la política argentina: tratemos de empatizar con Cristina Fernández de Kirchner, pongámonos en sus zapatos, pensemos. 
A) Es la persona con mayor capital político individual de la Argentina.
B) En función de su pasado, es la política que ha logrado conseguir una mayoría intensa que ha depositado su confianza en ella.
C) Tiene la experiencia y el cansancio de haber gobernado dos veces consecutivas el país.
D) Está en el centro de la escena política en los últimos 20 años.
E) Tiene firmes convicciones sobre lo que es necesario hacer para el bien de las mayorías.
Ahora bien, la posición estratégica, es decir, la correlación de fuerzas, para la acción futura es la siguiente:
A) Donald Trump, el brutal y desaforado pseudo presidente del mundo ha manifestado su oposición a la presidencia de Cristina.
B) El arlequinesco presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, ha puesto en palabras lo que la derecha continental opina sobre su posible retorno.
C) La guerra judicial continental fue primero por Luiz Inacio Lula Da Silva y ahora va por ella.
D) El apoyo de Rusia y China no es de un compromiso lo suficientemente fuerte como para poder enfrentar comercialmente en la región a Estados Unidos.
E) En el plano interno, si bien pudo perforar el techo de imagen positiva y de intención de votos, un porcentaje alto de la población aún manifiesta su rechazo a ella. Lo que profundiza la polarización de la sociedad y la fragmenta.
F) Las corporaciones están en contra. Los principales grupos económicos que la consideran lo hacen más por espanto a Macri que por amor a ella.
G) Los medios de comunicación están en contra.
H) El gobierno de Mauricio Macri deja instalada una bomba con cuenta regresiva en el corazón del Estado.
I) El peronismo no se encolumna automáticamente detrás de su candidatura.
Teniendo en cuenta ese panorama, Cristina tenía tres alternativas: 1) Retirarse, para minimizar daños, 2) Huir hacia adelante a costos altísimos, es decir, forzar una victoria pírrica en las elecciones con un panorama de mucha conflictividad y gobernabilidad dudosa 3) hacer un pase de magia. Hizo esto último.
El Factor Alberto
Sin dudas, la jugada de Cristina Fernández de Kirchner significa descentralizarse, dejar de ocupar el centro del ring ella, poner el acento en nuevas formas y nuevas estructuras. Dar paso a otros y, al mismo tiempo, mantenerse como garante de ese espacio. No significa “Cámpora al gobierno, Perón al poder” por varias razones: porque los procesos históricos no son repetibles automáticamente; porque Cristina se ubica en la fórmula como aportando su capital político; porque seguramente, Alberto Fernández pondrá una impronta diferente al proceso político que se avecina, es decir, tendrá un alto grado de autonomía política.
Con la candidatura de Fernández a la presidencia se produce un juego de doble entrada: por un lado, ingresa a la centralidad un protagonista de modos públicos más amenos, más moderados, más dialoguista, más apacible –quizás una de los principales críticas del mundo “No-Kirchnerista” eran la densidad, el dramatismo, la interpelación permanente (estética, ideológica y moral) a la sociedad por parte de los militantes y los dirigente kirchneristas-, más articulador hacia el interior del peronismo. El segundo punto es el mensaje hacia el futuro. La elección de Fernández como presidente demuestra varias cosas: qué dos personalidades políticas pueden enfrentarse circunstancialmente y luego la dinámica política puede generar una reconciliación, que si dos personas pueden reconciliarse, las sociedades también, y, por último, que ni Alberto ni Cristina son los mismos después de haber sido bautizados en el Jordán del macrismo.
La jugada resulta más que interesante por la siguiente razón: es una promesa de limar los contornos de una polarización innecesaria a esta altura en la sociedad argentina. Porque en algunos sectores la “grieta” –termino inventado por el macrismo y asimilado ingenuamente por el kirchnerismo de base- no tiene sentido por varias razones: separa individuos del mismo estrato social con intereses económicos similares, por momentos es puramente estética y su único sentido elemento serio es cultural: el desprecio social descendente, existen dos modelos económicos y políticos diferentes, sí, es cierto, pero ese no es el nudo de conflictos intrafamiliares, las peleas no se dan entre estancieros y pequeños industriales, sino entre mozos de un mismo bar, comerciantes y clientes del barrio de Flores, tíos y sobrinos de Longchams. La grieta es ficticia y fue construida para “gastar” la energía de los argentinos y disminuir su auto estima. 
El macrismo la fomentó, la aumentó, la profundizó y así logró sacar excelente réditos financieros con la especulación de títulos, las obras públicas realizadas por sus propias empresas, y la recaudación girada al exterior vía vaciamiento del Estado. Y con todo el aparato mediático-judicial logró enfrentar a gran parte de la sociedad con un gobierno que había defendido los intereses de las mayorías. La apuesta del macrismo es la grieta, la división, porque rompe los lazos sociales, políticos y de identidad. La respuesta de Cristina fue original. Porque si un adversario político propone grieta, y es más fuerte, es necesario pensar en términos de Judo, es decir, utilizar la violencia del otro para vencerlo y eso significa “dejarlo pagando”. Correrse de la escena, dejarlo pasar como un toro bravo. Un hombre no podría haber hecho esa jugada, un hombre habría ido por más, habría contestado a la violencia con una violencia mayor, por esa lógica de la competencia fálica que tiene el varón. En cambio, Cristina comprendió que había que correrse, que la violencia del otro había que convertirla en un poder propio, y ese poder propio significó: nosotros proponemos negociación, futuro, moderación, amplitud, contrato social, frente nacional. 
Por esa razón, el gobierno ni los medios oficialistas no supieron qué hacer ni cómo responder a la decisión tomada por Cristina. Lo único que pudieron hacer es seguir “enganchados” en reproducir la lógica discursiva de la grieta. Y eso quedó viejo. De la misma manera que quedó antigua la foto de Cristina (radiante) en la parafernalia montada en Comodoro Py. 
La candidatura de Alberto es como el relevo de los mandos militares: vuelve obsoleto todos los discursos pasados. La grieta en términos discursivos –no me refiero a la diferencia histórica entre el modelo agro-exportador o el mercado-internista- sino a la micro pelea social alentada por los medios de comunicación oficialistas. El mensaje obligado para el propio candidato peronista es el de la unidad de todos los argentinos y argentinas. Y es el único legitimado para hacerlo, porque el gobierno ha incumplido durante tres años su promesa de reconciliación.
La figura de Alberto Fernández también obliga a mover las piezas de los contrincantes: el Peronismo Federal sintió el sacudón al ver cómo todos los gobernadores se alineaban detrás de la nueva fórmula. Sergio Massa especuló. Juan Schiaretti, el único jugador importante de esa formación, intentó recuperar el centro de la escena pero las desinteligencias con Roberto Lavanga deflacionaron el espacio. Juan Manuel Urtubey quedó muy debilitado y sólo. Mauricio Macri quedó desorientado. Al cierre de esta edición ya sonaba muy fuerte la candidatura de María Eugenia Vidal-Martín Lousteau en reemplazo de Mauricio Macri. Sin dudas, en el espacio macrista la nueva fórmula le daría más competitividad ante el sector moderado de la sociedad, pero presenta dos problemas insalvables: cómo presentarse como la “continuidad discontinuada” de Macri y con qué tapar el agujero generado por la ausencia de Vidal en la provincia de Buenos Aires. Y ya se sabe. Sólo en 1999 un candidato a presidente pudo alcanzar el Ejecutivo nacional sin vencer en la provincia de Buenos Aires.
Sea como sea, hay algo claro, lo escribimos en Contraeditorial a fines del año pasado: Macri estaba terminado y era necesario pensar el post-macrismo. En eso estamos los argentinos ahora.
Lo que vendrá
Es necesario comprender que la candidatura a la presidencia de Alberto Fernández significa un cambio de página hacia el interior del Kirchnerismo. Ya nada volverá a ser como antes. Ni Cristina, ni los mismos actores, ni los mismos discursos ni los mismos comunicadores. Y tampoco tendrá, por obvias razones, la misma impronta. ¿Pero cuáles serán sus formas? Teniendo en cuenta la edad del candidato, la experiencia política, su suceder, no sería imposible suponer que su accionar político y discursivo intentara suturar las heridas del imaginario de la Renovación Peronista de los 80, generar una “melange” de modernización y tradicionalismo hacia el interior del Peronismo, sazonado, claro está, por las experiencias kirchneristas de las cuáles él mismo formó parte. No es poco para la etapa que se viene. Otros hombres y mujeres, otras voces, sin dudas. 
Pero también el Panorama político y económico es diferente. En términos geopolíticos. La brutalidad de Trump se parece al arribo de Henry Kissinger a la Cancillería de Estados Unidos en los años setenta. La crisis económica es muy novedosas: incluye una crisis social como en el 2001 pero también están reducidos los márgenes de maniobra por presión de la deuda como en los años ochenta, con un proceso inflacionario ascendente y peligroso. Es decir, el nuevo gobierno debe emprender no solo la reconstrucción sino también enfrentar la crisis de frente, como si estuviéramos a principios de 1989 o a fines de 2001. Tal es la gravedad del asunto. Para eso es necesario el acuerdo de todos los sectores económicos, políticos y sociales, un nuevo Pacto Social. 
Pero también es una gran oportunidad. Porque el fracaso del macrismo es también el de una Argentina vieja que todavía insiste en creer que es posible volver al país del modelo agro-exportador clásico, a la Argentina de principios de siglo XX. Esa Argentina está muerta. Sin embargo, todavía tiene fuerza económica. Integrarla a un modelo de desarrollo capitalista moderno, con mercado interno es el gran desafío. No ya enfrentarla, sino volverla complementaria. Ese es el signo de los tiempos: la integración, la complementariedad, la interdisciplinariedad. De qué manera se articulan las dos Argentinas es el desafío del futuro.
Y por supuesto también hay que pensar qué tipo de Estado queremos los argentinos. Ya no el mínimo, brutal y estúpido Estado de los neoliberalismos de los últimos 50 años, sino un Estado profesionalizado pero que sea un Estado “amigo” para los ciudadanos, es decir, que los sostenga, que los apoye, que les permita crecer y desarrollarse, desde el empresario más rico al desocupado más pobre. 
El futuro llegó. El macrismo ha terminado. Seguramente, muchos que han depositado su fe en Cristina sentirán una dulce melancolía cuando se piensen los tiempos por venir. Ya nada será cómo fue. No es ni bueno ni malo. Los regresos siempre son complejos. Jorge Luis Borges decía que las segundas partes estaban condenadas a fracasar porque o traicionaban el original o no generaban sorpresa respecto de la primera parte. Quizás esa sea buena buena razón para creer que este nuevo proceso que se inicia no es un regreso sino un nuevo ciclo con algunos puntos en común respecto del pasado. Lograr ese equilibrio será una obra de arte política. Una última cosa más: tras la deslegitimación del proceso macrista, el movimiento nacional tiene la oportunidad de establecer una nueva hegemonía en un ciclo largo. Es fundamental no desaprovecharlo. Las esperanzas truncadas demuelen a los pueblos. Ahí está 1973 como muestra agitada irresponsablemente por el macrismo fanático. Pero hay algo que sí es trascendente: es imprescindible no traicionar las expectativas de las mayorías. Si eso se cumple, Argentina será futuro por varias décadas.

por Hernán Brienza en "CONTRAEDITORIAL" Año 2, nro.39, pags.4, 5 y 6 del 24-05-19

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