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Publicado en TIEMPO ARGENTINO el 15 de Octubre de 2011
Por Alberto Dearriba
Periodista
¿Cómo evaluarán los progresistas antiperonistas rioplatenses que mientras el presidente argentino surgido de un movimiento al cual ubican a la derecha enfrentaba la política regional de los Estados Unidos, el mandatario socialista uruguayo le pedía ayuda bélica?
La campaña electoral discurre con tanta apatía que la absurda revelación del ex presidente uruguayo, Tabaré Vázquez, quien dijo haber considerado una hipótesis bélica con la Argentina por la instalación de las papeleras en Fray Bentos, resultó el tema mediático de la semana, pese a haberse producido en el último tramo de una elección presidencial. Tras la ola de rechazos y el estridente silencio oficial en ambas márgenes del Plata, el ex presidente que quebrara por izquierda la hegemonía de blancos y colorados, anunció también inesperadamente que abandonaba definitivamente la política pública, pese a que muchos lo consideraban el frenteamplista mejor posicionado para intentar suceder a Pepe Mujica en 2014. Nadie sabe si midió mal el impacto de las revelaciones que realizó ante un auditorio de baja exposición y menos aun si busca ahora que lo vayan a buscar después de su portazo. Pero en cualquier caso, sus revelaciones –a las cuales consideró luego “inoportunas”– revalorizaron la tarea de Mujica que, tras el conflicto, logró que se abriera el paso del puente internacional que une Fray Bentos con Gualeguaychú, acordó un monitoreo conjunto del río Uruguay con la Argentina e inauguró el tren de los Pueblos Libres, que une ambas naciones.
El ex presidente uruguayo Tabaré Vázquez parece ser cultor de ese extendido prejuicio antiperonista entre los sectores progresistas del país hermano que le adjudican costados fascitoides al mayor movimiento de masas de la historia argentina. Tal vez haya sido ese prejuicio gorila el que lo llevó a formularse la descabellada hipótesis de una guerra con la Argentina cuando se peleaba con Néstor Kirchner por las pasteras.
El prejuicio gorila de los socialistas no es muy distinto en ambas costas del Plata. Si bien algunos dirigentes de ese partido se incorporaron al movimiento fundado por Perón en 1945, la fuerza como tal apoyó a la llamada Revolución Libertadora y le dio embajadores a la dictadura. Un prestigioso dirigente del socialismo argentino, muy querido por Cristina Fernández, solía recordar que celebró con champagne el golpe de Estado de 1955 que derrocó a Perón. Un sector de ese partido acompaña hoy al kirchnerismo, pero la mayoría de los socialistas rioplatenses conservan la impronta “gorila”.
Ni siquiera pesó en Tabaré el antecedente histórico de que el propio Juan Domingo Perón puso fin en Montevideo en 1973 a un siglo de tironeos con el Tratado de límites del Río de la Plata, pese a que las posiciones argentinas más duras negaban al Uruguay toda jurisdicción sobre el estuario.
Pero lo peor no fue la hipótesis bélica que no existía ni remotamente en esta costa, sino su consecuencia: Tabaré reveló que para defender a su país pidió y consiguió ayuda de George Bush. Para enfrentar a un país hermano, convocó a una potencia que sembró cizaña en la región y acudió a un hombre que demostró no tener demasiados pruritos en desatar una guerra. Obviamente la promesa de protección tuvo su costo: Uruguay coqueteó con la posibilidad de sumarse a un acuerdo de libre comercio con los Estados Unidos, por lo que la Argentina y el Brasil debieron advertir que para ello debería abandonar el Mercosur.
Kirchner se aferró en cambio con uñas y dientes al Mercosur primero y a la Unasur después. Junto a Lula y a Chávez sepultó al ALCA en la cumbre americana de 2005 en Mar del Plata, ciudad de la cual Bush se marchó derrotado.
Aunque con idas y vueltas, el kirchnerismo tendió desde su nacimiento puentes hacia sectores progresistas no peronistas con la idea de un movimiento popular, plural y centroizquierdista. La política económica aplicada desde 2003 rebate además las ideas del Consenso de Washington y enfrenta los mandatos de ajustes del FMI, mientras líderes socialistas europeos como el español José Luis Zapatero y el griego Georgios Papandreu aplican crueles ajustes sobre sus pueblos.
¿Cómo evaluarán los progresistas antiperonistas rioplatenses que mientras el presidente argentino surgido de un movimiento al cual ubican a la derecha enfrentaba la política regional de los Estados Unidos, el mandatario socialista uruguayo le pedía ayuda bélica? ¿Qué pensarán al observar que Uruguay y Brasil están gobernados por ex guerrileros de organizaciones marxistas que no mostraron la decidida voluntad para juzgar a los responsables del genocidio que exhibió un presidente argentino surgido del denostado peronismo? ¿Tan amenazado se sintió Tabaré que ni siquiera recordó el apoyo inicial del kirchnerismo a su gobierno? ¿Se entendió mejor con Washington que con Buenos Aires pese a intereses encontrados?
Vázquez estuvo días atrás en la Argentina con el candidato Hermes Binner para apoyar al Frente Amplio Progresista en la campaña electoral. Después del resbalón, algunos socialistas temieron que el respaldo se transformara en un salvavidas de plomo. Binner hace equilibrio para convertirse en el principal opositor a un gobierno de extracción peronista, sin mostrar la hilacha “gorila” de algunos de sus compañeros, que obviamente tiene réditos electorales limitados. No le va mal, ya que las encuestas coinciden en que está segundo, aunque muy lejos de la presidenta.
Lula parece tener otra consideración que la de Tabaré sobre el kirchnerismo. Aunque se abstuvo de hacer campaña in situ, dijo que si pudiera votaría a Cristina. El ex presidente brasileño construyó una afectuosa relación personal con el matrimonio Kirchner que resultó políticamente estratégica. Su origen izquierdista no fue escollo para relacionarse con un socio surgido de un movimiento nacional y popular, por el contrario.
Kirchner compartía con Lula el sentimiento latinoamericanista en el cual no caben hipótesis bélicas con vecinos, sino un mayor grado de integración económica y cultural. La actuación de Kirchner en la Unasur –cuya presidencia alcanzó luego que Mujica levantara el veto uruguayo– permitió superar el conflicto entre dos naciones hermanas como Colombia y Venezuela, lo cual fue reconocido tanto por el revolucionario Hugo Chávez como por el conservador Juan Manuel Santos.
Lo de Tabaré no es una ofensa como la del ex presidente Jorge Batlle, quien llegó a decir que los argentinos “son todos una manga de chorros”. Ni siquiera un exabrupto como el de Mujica, quien consideró que “la Argentina es un pueblo de tarados” porque con la disputa por la 125 estaba desperdiciando la oportunidad histórica que ofrece la soja. Cualquiera de las dos afirmaciones –aunque sin razón– podrían haber sido realizadas alegremente por un argentino. Pero ninguno en su sano juicio imagina de este lado del Plata una agresión militar a la otra banda. Muchos argentinos consideran al pueblo uruguayo como educado, amable, sin estridencias, digno en sus carencias, con un profundo sentido democrático y un destino común al argentino. Kirchner cultivaba esas simpatías y penaba por el conflicto de las papeleras, aunque eligió apoyar el reclamo popular ambientalista de los entrerrianos.
Pese a Tabaré, la amistad con los uruguayos sólo se enfría cuando alguien pone una pelota de fútbol en el medio. Y hasta por ahí, nomás. En la Argentina se celebran los goles de la celeste cuando la albiceleste no está involucrada. El sentimiento de la mayoría de los argentinos por el pueblo que habita la otra costa del Plata, se parece en verdad a un amor no correspondido.
Publicado en :
http://tiempo.elargentino.com/notas/amor-no-correspondido
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