Publicado en TIEMPO ARGENTINO el 9 de Octubre de 2011
Por Adrián Murano
Periodista.
La operación es antigua y simple. Consiste en diseminar la idea de que algo va pasar hasta que, por efecto de esa inseminación intelectual, el pronóstico se materializa. Se lo conoce como “profecía autocumplida”, aunque, en realidad, de vaticinio tiene poco y nada. En economía, las profecías autocumplidas son un lucrativo negocio. Un servicio que los economistas del establishment les prestan a sus clientes con la interesada colaboración del esquema tradicional de medios sedientos de catástrofes.
En estos días de volatilidad financiera y artificios preelectorales la operación busca instalar la idea de una inminente y necesaria devaluación. El mecanismo no es novedoso. Los economistas –los hay atildados o cancheros, a gusto del espectador– trajinan los programas de radio y tevé blandiendo “la necesidad de corregir el tipo de cambio porque se está perdiendo competitividad y así no se puede seguir”. Y si alguno le pide alguna precisión, los oráculos sueltan los clichés de moda: que Brasil devaluó un 15% en tres meses, que la soja cayó y habrá menos liquidación de divisas, que la fuga de capitales amenaza la solvencia monetaria, que la suba de salarios fue desmesurada. No dirán, claro, que la devaluación que el real acumuló en los últimos tres meses es ínfima al lado de la sobrevaluación que tuvo esa moneda desde 2003 –casi el 107%, según un informe del Banco Central–, lo que mantiene al peso argentino en buenos niveles de competitividad frente a la moneda brasileña. Tampoco dirán que la montaña rusa sojera se mueve por encima de niveles récord, garantizando amplios márgenes de rentabilidad. Pero sobre todo, esos economistas agoreros jamás confesarán que la fuga de capitales está propiciada por sus propios pronósticos, y que es protagonizada por sus clientes –un puñado de especuladores, grandes empresas o ahorristas premium– con la remanida estrategia de hacerse de dólares para presionar al peso, forzar una devaluación que multiplique sus “ahorros” fugados, licue salarios y deprima la demanda.
Aunque todos conocen el truco, los economistas buitres cuentan con un aliado crucial: la sensible memoria emotiva de los pequeños ahorristas, campo fértil donde se derrama el goteo aterrador de la prensa canalla que estimula la dolarización y la fuga informando sobre, precisamente, el incremento de la dolarización y la fuga. No se trata, claro, de no informar. Sino de hacerlo con la verdad.
Bastaría con que el gobierno difundiera el listado de los “ahorristas” que fugaron miles de millones de dólares en lo que va del año –la cifra exacta es difícil de establecer con seriedad– para que la sociedad corrobore que, lejos de lo que sugieren esos medios, la fuga no es un fenómeno masivo sino una actividad restringida a un puñado de especuladores. Hay antecedentes. Luego del cataclismo de 2001, el Congreso creó una comisión que investigó la fuga de divisas que vació el sistema financiero y derivó en el “corralito”, el “corralón” y después.
Esa comisión observó operaciones de salida de divisas por un total de 29.913 millones de dólares, decantados los montos destinados a comercio exterior. Entre los principales resultados de la investigación se destacaba la altísima concentración de esas operaciones: del total de divisas que “emigraron” del país en 2001, 26.128 millones de dólares (el 87%) correspondieron a empresas, mientras que los 3785 millones restantes (el 13%) a personas físicas. Y aun más: sólo 100 ahorristas individuales concentraron el 22% del total de divisas fugadas por individuos, mientras que apenas 100 empresas explicaron el 70% del total de la fuga empresaria. No fue, como se dijo, un mecanismo defensivo del establishment frente al inminente crack de la Convertibilidad. Fue un modo eficaz de propiciar ese crack una vez que los “ahorros” de los sectores privilegiados estuvieron a buen resguardo.
El persistente esquema de concentración de ingresos permite suponer que los giros al exterior, como ocurrió en 2001, siguen estando en pocas manos. Como entonces, son esos operadores y sus voceros mediáticos quienes alientan una medida de alto impacto social, como una devaluación exagerada, que beneficia a pocos en perjuicio de las mayorías.
El país cuenta hoy con recursos suficientes para aventar cualquier ataque especulativo contra la moneda y el gobierno demostró que está dispuesto a sostener un tipo de cambio competitivo, aunque controlado. Pero eso no intimida a los profetas del caos. Todo daño suma. El truco es conocido. Lo saludable es que se le empiezan a ver los hilos.
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