El asesinato de Kaddafy no ha sido un crimen de lesa humanidad tal como -con un exceso de entusiasmo retórico- se dijo hace poco por ahí.[1] Pero fue un crimen miserable perpetrado por los Estados Unidos en el marco de estos “ensayos generales” de cambio de régimen que se halla intentando en las zonas calientes del planeta, entre las cuales América latina figura como prioritaria, aun cunado muchos analistas no lo adviertan o, si lo advierten, hacen como si no lo advirtieran, es decir, juegan para el enemigo con ropas cortadas a la usanza progre.
Cambio de régimen significa, ahora, pasar de las dictaduras que ayer eran apoyadas fervorosamente, a “democracias” al estilo occidental y esto ocurre en esta etapa histórica, básicamente en el mundo árabe, tanto en el que tiene petróleo y gas como en el que no cuenta con esos recursos pero ofrece dividendos políticos vinculados a la existencia del Estado de Israel.
Siria era un caso de Estado dinástico y corrupto apoyado por los EE.UU. durante mucho tiempo por cuanto su existencia era crucial para su política proisraelí. Parece haber dejado de serlo y los Al Assad están viendo próximo su final.
Libia, por su parte, encontraba su importancia estratégica para el imperialismo norteamericano en varios hechos: petróleo de altísima calidad; tercer o cuarto productor mundial; territorio sobre el mediterráneo y cabeza de playa en tierra africana al mismo tiempo, lo que lo torna muy apto para basar allí el “Africom”, establecimiento bélico pensado para custodiar el saqueo de los recursos minerales del continente africano, recursos cuya existencia en el mundo es escasa y rara y que los EE.UU. necesitan como insumo imprescindible para llevar la guerra a cualquier punto del globo y al espacio exterior.
El ensayo en Libia ha sido, a lo que parece, exitoso, si bien hay que esperar el paso del tiempo para calibrar eventuales resistencias populares y guerrilleras que, de concretarse, podrían opacar el triunfo de estas horas. Y si el ensayo libio ha sido exitoso, Venezuela y Bolivia deben estar preparados.
En Paraguay, por caso, la inteligencia norteamericana ya ha implantado un engendro denominado EPP (Ejército del Pueblo Paraguayo) que “lucha” contra el gobierno de Lugo porque éste no es suficientemente izquierdista y es corrupto, así lo dicen. Al parecer, se trata de otro ensayo, esta vez no general sino parcial, por la vía del método de aproximaciones sucesivas, para ver cómo funciona el intento y luego aplicarlo en los otros referidos lugares de nuestro continente.
Una paradoja mencionada recurrentemente es que el país que opera en el mundo en términos militares violando soberanías nacionales y asesinando civiles padece una crisis económica descomunal y su presidente cuenta con un índice de aprobación en su gestión sumamente bajo en comparación con sus antecesores. Sólo el “músculo militar” de los EE.UU. sustenta estas aventuras criminales pero a tal músculo militar hay que insuflarle energía proveniente de una economía que no sólo no despega sino que languidece en el estancamiento.
Nada de ello ha obstado para que Obama haya declarado, recientemente, que la partida de las tropas estadounidenses de Irak después de nueve años y el asesinato de Kaddafy ratifican la condición de su país de “líder mundial”.
La invasión estadounidense de Irak comenzó en marzo de 2003 bajo la presidencia de George W. Bush. De acuerdo con estimaciones actuales, Estados Unidos gastó hasta ahora más de un billón de dólares (719.000 millones de euros) en esta guerra. No hay estimaciones ciertas, todavía acerca de cifras respecto de lo actuado en Libia pero allí el esfuerzo fue “compartido” con Alemania y Francia.
Allí, EE.UU. aportó sólo aviones y dejó que el campo de batalla fuera “caminado” por tropas francesas y alemanas que concurrieron, así, al frente, a hacer el trabajo más sucio y el que mayor visibilidad mundial reporta a sus actores. Los EE.UU., entre tanto, en la retaguardia. Y la masa de carne humana que el “premio nobel” tira al barro de la interna con los republicanos es, básicamente, el cadáver el Bin Laden, el de Kaddafy y, previamente, el del imán yemení Anuar al-Aulaqi, el mes pasado. Los beneficios de esta política son de nosotros –podría muy bien decir Obama-; las bajas son ajenas.
En el plano de la crisis económica en la Eurozona se impone el criterio de Christine Lagarde, presidenta del FMI y del presidente de la comisión Europea, Durao Barroso, quienes hace mucho vienen batiendo el parche de que la solución de la crisis es la solución del problema de liquidez de los bancos. La UE acaba de disponer una inyección de cien mil millones de euros para blindar a las principales entidades financieras ante la crisis griega que no da signos de amainar.
En la actual cumbre de la Unión Europea celebrada en Bruselas las diferencias entre Alemania y Francia se han hecho ostensibles. Giran en torno de cómo salvar el euro ya que su crisis equivaldría a la desaparición de la UE. Un estallido europeo sacudiría a todo el mundo y el asunto de fondo no ha variado: o los gobiernos trabajan para los bancos o lo hacen para los ciudadanos, esto es, para el mercado interno y para disponer de mecanismos que posibiliten decisiones soberanas de política económica. Y mientras Merkel y Sarkozy discuten el tema., EE.UU. y China urgen soluciones porque el tiempo se acaba.
Una serie de cumbres tendrán lugar en las próximas semanas en Europa. Aumentar o no el flujo de dinero a Grecia. Ese es el punto urgente. Pero, luego, viene el tema de la recesión económica. Técnicamente, Europa ya está en recesión: su PBI lleva tres meses sin crecer. Y aquí las cosas son claras: o salen ellos solos o nadie –ni EE.UU. ni China- vendrá en su ayuda. Es que nadie puede. Y nadie puede porque cuando la rueda capitalista se atasca es demasiado complicado ponerla a andar de nuevo. Las consecuencias políticas se vienen bajo la forma de la “indignación”. Lo curioso y auspicioso es que ya no se indigna sólo la periferia sino el corazón mismo de los países capitalistas desarrollados. Pero con la bronca no alcanza. La picada que parece comenzar a abrirse en medio de la selva debería llevar a la organización, a la permanencia en el tiempo de esa organización y a un programa que contemple un poco más las necesidades de los ciudadanos y menos las del capital financiero.
Y no se trata sólo de solvencia de bancos sino de solvencia de países. No es deuda privada lo que está en juego sino “deuda soberana”. Hace poco la deuda de EE.UU. perdió su calificación de AAA. Ahora se está discutiendo en los marcos académicos y en el seno de los gobiernos si dentro de cinco años la zona euro existirá o no. No es poca cosa. Son indicadores de que estamos frente a la crisis de mayor gravedad que el sistema mundo capitalista experimenta desde la segunda posguerra. Sólo le falta la inflación galopante a las economías del mundo desarrollado capitalista para que la debacle sea completa, pura y dura.
En suma, cierto número de países, si toman medidas adecuadas y que privilegien el interés nacional sobre la especulación privada, podrán sortear la crisis. Es el caso de América latina. Pero esta crisis es endémica. Afecta al núcleo capitalista mundial. Persistirá. Y se agravará. Ello dinamizará tendencias belicistas y soluciones guerreristas en todo el mundo y el único actor social con estatura estratégica para encarar esas soluciones es el complejo militar-industrial-financiero que dicta las políticas, a Obama en este caso.
Para los EE.UU., lo ocurrido en Libia es un nuevo modelo de intervención. América latina está en la mira. En el marco de bases militares que los EE.UU. poseen en todo nuestro continente y con la IV Flota circunnavegándonos permanentemente, se implantan en nuestros países actividades de desestabilización y operaciones encubiertas las que, inmediatamente, los medios de prensa adictos a los EE.UU y enemigos de las transformaciones sociales y que se autodenominan “prensa independiente”, pasan a denominar “surgimiento de un movimiento nacional y democrático”.
En el último debate general del 66º período de sesiones ordinarias de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), el canciller cubano, Bruno Rodríguez, alertó sobre el punto en estos términos: “...Este nuevo modelo de operaciones de «cambio de régimen» demuestra que las actuales doctrinas militares de Estados Unidos y de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) son aun más agresivas que las precedentes; y que la llamada “periferia euroatlántica” abarca al resto del planeta…” (Prensa Latina). Es decir, nos incluyen, a futuro, en sus planes criminales.
Con los tratados de Osnabrück y Münster de 1648 (Paz de Westfalia) aparecieron los nuevos actores de la política internacional: los Estados nacionales. Y aparecieron como extensiones geográficas dotadas de imperium sobre sus propios ciudadanos (fronteras adentro) y de soberanía (fronteras afuera). La soberanía equivalía -equivale- a que la voluntad estatal no puede ser desconocida por ningún otro actor o Estado nacional, por poderoso que éste sea en lo militar o en lo político. La igualdad jurídica entre los Estados es, asimismo, principio fundante de la Paz de Westfalia.
Desde la implosión de la Unión Soviética y con el consiguiente fin de la bipolaridad mundial, los conceptos de Estados nacionales y soberanía vienen constituyendo un obstáculo para la apropiación del mundo a escala global que pretenden implementar los EE.UU. debido a su necesidad vital de proveerse de recursos naturales que ellos no poseen y a causa de que la extensión de las relaciones capitalistas de producción a todo el orbe es la condición para la captación de nuevos mercados y, por ende, para la constante realización de la renta capitalista bajo la forma de tasa de ganancia.
No es novedad que en el Council on Foreign Relations y en otros aquelarres de similar catadura ideológica que proveen a los gobiernos estadounidenses de “ideas” para gobernar el mundo, se ha llegado a la conclusión de que le etapa “westfaliana” ha concluido y que la globalización capitalista debe regirse por otro principio, más realista por cierto y que calza mejor a las recién señaladas necesidades del imperialismo: es mío porque lo necesito. Esto es derrumbar las soberanías nacionales. Esto es la globalización capitalista.
Juan Chaneton
[1] El asesinato de Kaddafi parece encuadrar, hasta donde sabemos hoy, más bien en la figura de “magnicidio” que en la de crimen de lesa humanidad. No hay que llamar de este modo a todo crimen que perpetren los EE.UU. por cuanto, así, pierden significación precisa las palabras, se debilitan nuestros propios conceptos y se enerva nuestra propia argumentación. Técnicamente, el crimen de lesa humanidad está definido en el Estatuto de Roma de la Corte Penal Internacional del 17 de julio de 1998. En todo caso, el crimen de lesa humanidad perpetrado en Libia por la OTAN y los EE.UU. es el asesinato generalizado de población civil.
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