16 de octubre de 1945
“La mano viene dura”, caviló Eduardo Héctor Olmos esa mañana del 16 de octubre de 1945. El “Negro” se sabía en la encrucijada más trascendente de su vida de dirigente sindical. A los 32 años, fundador dos años atrás y primer secretario general del Sindicato de Industrias Químicas de la República Argentina, intuía la impronta histórica desde los rostros decididos y preocupados de sus compañeros, tras sucesivas asambleas. Sin el acompañamiento rector del coronel Perón sabían que su suerte estaba echada. Ya los personeros patronales les habían advertido que “sin papito Perón se les iba a acabar la joda”.
La noticia del confinamiento de Perón en el Hospital Militar Central ya se había colado y en café “Crisol” de Avellaneda su par del Sindicato del Vidrio, el “Flaco” Eusebio Rodríguez, le había adelantado que los “grandes” vacilaban en declarar la huelga general y que las negociaciones con el general Eduardo Avalos, -artífice de la destitución de Perón y ahora hombre fuerte del gobierno de facto, respaldado por los mandos de Campo de Mayo-, estaban en sus prolegómenos.
Autodidacta en las artes plásticas y la lectura, el “Negro” recorrió sus tiempos de peón arisco y reclamador del “Frigorífico Anglo” y la Ford durante la “década infame”, de donde fue echado sin contemplaciones, su militancia socialista encandilado por la oratoria de Justo, Repetto y Palacios y su recalada en la Química Argentina de Bunge y Born, donde se convirtió en el vocero nato de sus compañeros de trabajo. La aparición de ese extraño coronel de discurso fluido y fácil comprensión en la Oficina de Trabajo le caló hondo y las leyes reivindicativas logradas lo tornaron admirador y adepto del luego vicepresidente del gobierno del “Mono” Farrell.
No dudó en tomar el tranvía con Rodríguez y otros tres secretarios generales rumbo a Casa de Gobierno.
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“Ustedes son unos crujiros, unos desleales, unos vendidos. Las bases se los van a comer crudos”, espetó Olmos al grupo de “grandes” en la explanada de la Casa Rosada. “No vamos a arriesgar las conquistas por un solo hombre. Ávalos se comprometió a respetarlas”. La discusión, que por poco termina a los puñetes, concluyó cuando los cinco secretarios de los gremios chicos, con Rodríguez y Olmos a la cabeza, entraron a la Rosada pidiendo ver a Ávalos. El diálogo con éste, tenso y áspero, se centró en el destino de Perón. El jefe militar negó que estuviera arrestado y los gremialistas exigieron hablar con él. El general, no sin antes tratar de convencerlos que Perón estaba enfermo y seguro y no detenido, los derivó a un oficial superior, que ordenó poner a disposición de los cinco un auto que los lleve al hospital, extendiendo un permiso para visitar a Perón en su habitación. “Que Dios los acompañe –los despidió el teniente coronel Flores- y a mi también por lo que acabo de hacer”
Enfundado en un pijama azul, Juan Domingo Perón los recibió con complacencia, estrechando la mano de cada uno y agradeciendo la visita de los “compañeros”, recalcando a cada instante el término. Les habló con fluidez de la situación política, de la necesidad de que hubiera elecciones e insistentemente, los instó a defender las conquistas sociales logradas.
Llegó la pregunta clave. “Coronel -indagó el “Negro”- ¿usted está aquí en calidad de detenido?” Perón lo miró fijo por unos segundos y sonriendo respondió: “Vean, compañeros, en realidad no lo sé. Me dicen que no, pero no me dejan salir. Yo me siento bien y también consideran que estoy enfermo. Esta gente me tiene confundido”.
No necesitaron más para entender y sin ambages, expusieron entro todos el estado de alerta de delegados y bases. “Esperan la voz de “aura” para declarar la huelga general y marchar desde la provincia a Buenos Aires”, aseguró Eusebio Rodríguez. Otro le aseguró que en la movilización estarían inclusive los delegados y bases de los gremios cuyos dirigentes “traidores” habían negociado con Ávalos. “Ellos dicen que se les aseguró que se mantendrán las conquistas, pero nuestra única garantía es usted”
Perón, con gesto serio, dijo: “Agradezco su concepto y su lealtad, pero tengan en cuenta que si esto sale mal me tendré que ir en avión, bien lejos”
Con cierta irreverencia, Olmos respondió “Y nosotros volver a Avellaneda en tranvía, coronel”
Casi anocheciendo, retornaron los cinco a Avellaneda, en tranvía, por supuesto.
No durmieron ni volvieron a sus casas. Las asambleas se sucedieron, la huelga estaba declarada, dirigentes titubeantes tomaron el camino de ponerse frente a sus bases y como enjambres incontenibles y por todos los medios, miles de trabajadores marcharon a Plaza de Mayo desde la madrugada, muchos con sanguches de mortadela o queso y dulce preparados por sus mujeres. Las fábricas se vaciaban en tanto el pitido de sus sirenas predecían una jornada excepcional, con horas extra fuera de los establecimientos y sin paga.
Una mujer, Isabel Hirsch, vinculada a un coronel de apellido Russo, adicto a Perón, hacia de enlace y correo entre militares y dirigentes obreros. Por ella se supo que la policía, conducida por el coronel Filomeno Velasco, no reprimiría.
El resto es historia por todos conocida.
El “Negro” Eduardo Héctor Olmos explicó el 18 de octubre de 1946 en un multitudinario acto en la Plaza Alsina de Avellaneda los hechos del 17, tal lo refleja “La Prensa” del día siguiente.
Hasta 1948 Olmos condujo su gremio y fue diputado provincial por dos periodos: 1946-1948 y 1948-1952, participando y elaborando proyectos de hondo corte social. En 1949 fue elegido constituyente provincial.
Falleció pobre el 23 de diciembre de 1975, dejando como legado una historia repleta de avatares como su destacada actuación en la resistencia peronista desde la clandestinidad después de 1955, conociendo en tres oportunidades la prisión y los malos tratos de los libertadores
Legó una importante obra pictórica halagada por los entendidos, utilizando sus pinceles en imágenes que tenían que ver con el trabajo. Pintó, leyó y opinó hasta el último día de su vida.
LEON GUINSBURG
Publicado en :
http://redaccionpopular.com./articulo/la-pasion-y-la-vispera
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