18.10.2011 | 01.50 |
Eduardo Anguita
Aquel proyecto de Patria Grande es un legado que proviene de los orígenes mismos del nacimiento de la América libre. Más importante que los elementos contextuales resultan la determinación de los líderes de varios países que integran el Mercosur y la Unasur.
Conviene tomar dimensión del contexto internacional en el que se produjo el 17 de Octubre, el hecho colectivo que marcó el siglo XX en la Argentina. El año 1945 fue el del fin de la Segunda Guerra, donde murieron no menos de 40 millones de habitantes del planeta, la mayor cantidad en la historia de la humanidad y, como dato distintivo de las guerras que vendrían, la mayoría de los muertos eran población civil, arrasada por el ejército alemán conquistador o directamente asesinada en campos de exterminio. Los responsables de las matanzas fueron llevados a juicio, en la localidad alemana de Nuremberg, en una histórica decisión que tomaron representantes de Francia, Estados Unidos, el Reino Unido y la Unión Soviética en lo que se llamó la Carta de Londres, el 8 de agosto de 1945. Apenas cinco días antes, el presidente norteamericano Harry Truman había dado, en secreto, la orden de arrojar bombas atómicas contra la población civil japonesa, con la excusa de acelerar la rendición del Ejército Imperial. Así, dos días antes y uno después de la determinación de juzgar a los criminales nazis, Estados Unidos daba una señal de quién mandaba en el mundo –al menos occidental- al atacar Hiroshima y Nagasaki y provocar una masacre sin necesidad de campos de exterminio. Truman, un ilustre desconocido, había asumido como vicepresidente de Franklin D. Roosevelt, quien moría en abril de 1945 en su tercer mandato presidencial sin ver sellada la rendición de Alemania. Así, Truman quedó al frente de Estados Unidos, no sólo para completar el mandato de Roosevelt, sino que fue electo para un nuevo período que culminó en 1953, el año de la muerte de José Stalin, el dictador soviético, responsable del sometimiento del conjunto de naciones soviéticas que eran controladas desde Moscú. En esos años, Mao Tse-Tung logró vencer a los nacionalistas chinos en el poder e instauraba el segundo país llamado socialista. Mao, al menos en público, rendía honores, no sólo a Marx y Lenin, sino también a Stalin. El mundo parecía dividido entre comunistas y anticomunistas. El clima de Guerra Fría, cada tanto, amenazaba con salirse de madre. Uno de los casos más graves lo constituyó la Guerra de Corea (1950-53), que terminó con la división –artificial– de Corea del Norte y del Sur. Pese a que Corea era una nación pequeña y pobre, Estados Unidos obligaba a sus aliados a enviar batallones para mostrar que no alcanzaba con aceptar el liderazgo norteamericano. También era preciso derramar sangre a favor de ese liderazgo. En esos años, la supremacía industrial, tecnológica y comercial de Estados Unidos fue acompañada de la creación de la CIA y le dio al Departamento de Estado el rol de ayudar o castigar a los gobernantes de aquellas naciones que debían estar bajo el predominio norteamericano después de la partición del mundo establecida entre Harry Truman, Winston Churchill y José Stalin en los tratados de Yalta y Postdam en 1945.
PERÓN Y LATINOAMÉRICA.
Este breve repaso puede ayudar a dimensionar el significado de que fuera el embajador norteamericano Spruille Braden quien se convirtiera en la figura convocante de la oposición cerrada a Perón en 1945. El diario La Vanguardia, fundado por los socialistas argentinos y de gran tirada, el 16 de octubre, un día antes de la gran manifestación y mientras Perón estaba preso, calificaba a Braden como “un eminente demócrata”, “extraordinario embajador” y “benemérito amigo de la Argentina”.
Para entender la percepción de Perón en ese día 17, con tanta presión de cipayos, conviene reparar en cuál fue su razonamiento, a las once de la noche, después de un día interminable. Cuando el general Edelmiro Farrell le dijo que hablara a las multitudes desde el balcón de la Casa Rosada, Perón –según relató muchos años después– vio el panorama y “para ganar tiempo” los instó a cantar el Himno Nacional. Lo de ganar tiempo puede ser una picardía para que esa decisión quede como una anécdota popular. Lo cierto es que los trabajadores allí reunidos –muchos de ellos inmigrantes extranjeros o con pocos años en Buenos Aires llegados desde distintas provincias– cantaron a viva voz el Himno. Hasta entonces, parecía imprescindible pensar a la clase obrera desde cánones internacionalistas. Perón mostró que el sentimiento nacional era una prenda de unidad y que los obreros no perdían su sentimiento de clase por ampararse en lo nacional. Pero, además, vale la pena resaltar que Perón tenía una visión de lo nacional que no iba con los límites de la República sino que tenía el cometido de ir por la Patria Grande.
La contracara de esta visión se puede ver nítidamente en el título de La Vanguardia del 18 de octubre: “La clase obrera, la ciudadanía libre y las mujeres están con la democracia y contra el continuismo militar.” Ni nacional ni internacionalista, apenas colonizada. Pero es preciso entender que así como había socialistas antiperonistas también los hubo peronistas. Tal el caso de Ángel Borlenghi, secretario general del Sindicato de Empleados de Comercio y uno de los organizadores de la lucha por la libertad de Perón en los días previos al 17 de Octubre. Las fracturas de todas las fuerzas políticas en aquellas jornadas tenía un correlato no sólo con la lucha por los derechos de los trabajadores argentinos sino también por la franca adhesión de Perón a la causa de la Patria Grande latinoamericana y a su valiente posición de prescindencia del alineamiento automático tras los Estados Unidos, tal como lo demostró cuando, en febrero de ese 1945, siendo secretario de Trabajo y Previsión, ministro de Guerra y vicepresidente, impulsó la negativa a firmar el Acta de Chapultepec en una reunión donde prácticamente todos los gobiernos americanos decidieron aceptar el reparto del mundo que se trataba en Yalta y quedar bajo la tutela norteamericana.
Pasados los años, y cuando terminaba su primer mandato de gobierno, Perón dio claras muestras de que sostenía con fuerza su ideario latinoamericano. Retomó una idea planteada por un eminente diplomático brasileño, el Barón de Río Branco, cuando terminaba la Primera Guerra y las naciones del sur de América podían coordinar sus políticas para ganar terreno en la arena internacional. El Barón llamó ABC a su proyecto (por Argentina, Brasil y Chile) y llegaron a firmarse algunos protocolos que luego fueron dejados de lado por instrucciones de la diplomacia británica.
En un artículo publicado en el diario La Democracia el 20 de diciembre de 1951, bajo el seudónimo de Descartes pero sin ocultar su autoría, Perón lanzó su propuesta del Nuevo ABC al Brasil presidido por el líder popular Getulio Vargas y al Chile gobernado por Gabriel González Iglesias. El convite de alianza regional en formato de artículo periodístico tenía conceptos fundamentales, tales como: “Varios estudiosos del siglo XIX ya habían predicho que al siglo de la formación de las nacionalidades, como se llamó a este, debía seguir el de las Confederaciones Continentales.” Advirtiendo el riesgo de quedar bajo la órbita de Estados Unidos, Perón afirmaba: “América del Sur, moderno continente latino, está y estará cada día más en peligro. Sin embargo, no ha pronunciado aún su palabra de orden para unirse.” Con respecto al potencial económico de la región, Perón decía: “El futuro mediato e inmediato, en un mundo altamente influido por el factor económico, impone la contemplación preferencial de este factor. Ninguna nación o grupo de naciones puede enfrentar la tarea que un tal destino impone sin unidad económica.”
Este tema está muy bien abordado por el libro De Moreno a Perón, de Mario Oporto, recientemente publicado. Allí se analiza la conferencia de Perón en la Escuela Superior de Guerra del 11 de noviembre de 1953, en la que el entonces presidente se explayó sobre esta propuesta esbozada dos años antes. Oporto relata cómo Perón había formulado la idea de un mercado común en 1948. El Nuevo ABC fue recibido de modo muy distinto en Chile que en Brasil. Cabe consignar que en Chile, a fines de 1952, asume –elecciones mediante– el general Carlos Ibáñez, con quien Perón tenía buen vínculo. Ibáñez apoyó rápidamente, “es que los generales nos decidimos más rápido que los políticos” (dijo Perón nada menos que en la Escuela Superior de Guerra), en cambio el veterano líder brasileño Vargas no se sumó a esa iniciativa. Hay que tener presente que el peso relativo de Brasil por entonces no era, ni por asomo, el de ahora. Inversamente, el papel de la Argentina era fuerte. Es difícil entender cuáles motivos llevaron a Vargas a desestimar esa iniciativa. Por otra parte, ese análisis excede el conocimiento de este cronista. Sin embargo, hay que ponderar la contundencia de las palabras del intelectual uruguayo Alberto Methol Ferré al respecto: “El Nuevo ABC fue destruido por la oposición que llevó a Getulio Vargas a su trágico fin.” El hombre que ocupaba la presidencia de Brasil por cuarta vez, meses después, en agosto de 1954, se quitó la vida de un disparo al corazón en su propia oficina de gobierno. El clima que vivía América se había recalentado. Terminada la reconstrucción europea, Estados Unidos miraba con recelo lo que pasaba al sur del Río Bravo. El general Dwight Eisenshower con Richard Nixon como presidente había asumido a fines de 1952 en la Casa Blanca. John Foster Dulles se hacía cargo de la CIA y buscaba enemigos por todos lados. Como prueba ejemplar, la CIA organizó el golpe que desplazó al presidente de Guatemala, Jacobo Arbenz y lo remplazaba por unos militares alineados con la Casa Blanca.
Se cerraba un ciclo del cual no fue ajeno el bombardeo a la Plaza de Mayo en junio de 1955 y el posterior golpe de Estado que desalojaba a Perón de la presidencia. Aquel proyecto de Patria Grande es un legado que proviene de los orígenes mismos del nacimiento de la América libre. Desde ya, el contexto internacional es más favorable que el de 1953, cuando Perón formuló ese discurso en la Escuela Superior de Guerra. Más importante que los elementos contextuales resultan la determinación de los líderes de varios países que integran el Mercosur y la Unasur. Quizá, una mención imprescindible es la de Néstor Kirchner y Lula, dos líderes que retomaron con firmeza ese legado. La otra mención, esperanzadora, es la de dos mujeres, Cristina Fernández de Kirchner y Dilma Rousseff, que están consustanciadas con la historia del sueño y los proyectos de la Patria Grande.
Publicado en :
http://www.elargentino.com/nota-162712-La-Patria-Grande-y-el-17-de-Octubre.html
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