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sábado, 15 de octubre de 2011

“Militancia”, adelanto del libro “Kirchnerismo para armar”, por Federico Montero (para “Iniciativa” 14-10-11)


14 Octubre, 2011 Iniciativa

Por Federico Montero*

Politólogo – UBA

Iniciativa invita a leer el artículo “Militancia”, adelanto que forma parte del libro “Kirchnerismo para armar”, recientemente publicado por Ediciones Continente. Fue compilado por M. Castañeda, E. Gallegos y A. Gurbanov; y participan del mismo periodistas, intelectuales, militantes, sindicalistas, y diversos actores del kirchnerismo como: Mariano Hamilton, Iván Heyn, Hernán Brienza, Facundo Moyano, Julia Mengolini, entre otros. “Kirchnerismo para armar” es el resultado del trabajo de un grupo diverso de personas convocadas para unir sentimientos sobre un kirchnerismo que pasó —para no olvidar lo bueno que la dinámica del minuto a minuto político nos oculta—, pero también para forjar una serie de ideas sobre la Argentina de los próximos años, ante la posibilidad de una Cristina reelecta. En este capítulo llamado “Militancia”, Federico Montero analiza el “quehacer” militante como factor decisivo para estabilizar el proceso político iniciado en 2003 a partir de su profundización.

Militancia

La invitación a pensar el kirchnerismo en los próximos años tiene algo de temeraria, por el vértigo y la especial imprevisibilidad que el propio fenómeno le ha impreso a la política nacional y que tanto preocupa a los nostálgicos de una prolija institucionalidad que nunca existió pero que siempre se invoca para disciplinar la dinámica social y política. Vértigo y capacidad de generar nuevos escenarios políticos donde lo impensado irrumpe y tematiza cuestiones que se creían cerradas, impugna intereses que se pensaban intocables, y retoma demandas históricas de nuestro pueblo que habían sido clausuradas para las grandes mayorías por la hegemonía de un pensamiento (neo) liberal instalado como presente continuo y futuro inexorable. Contra todos los pronósticos, fue posible, aunque la historia inmediata se empeñara en decir lo contrario, llegar a la Casa de Gobierno, no dejar los ideales en la puerta y servir a los intereses del pueblo.

Toda proyección supone un diagnóstico. Podríamos decir con justeza que lo primero que uno espera, condición para que podamos referirnos a la continuidad de este proceso, es el sostenimiento de esta voluntad política y su capacidad instituyente. El permanente trastrocamiento del posibilismo por el “sí, se puede” que inauguraron Néstor Kirchner y Cristina Fernández, reconstruyó la autoridad democrática y fue condición para desplegar una agenda de medidas que transformaron la matriz de políticas de Estado. No por conocida, la enumeración debiera atenuar nuestra capacidad de asombro. Desde la política de derechos humanos, hasta la asignación universal por hijo en materia de Justicia Social; desde el rechazo al ALCA, a la ley de servicios audiovisuales contribuyendo a la Soberanía Política; del mayor desendeudamiento del que se tenga registro, hasta la recuperación de los fondos de los trabajadores para el Estado en materia de Independencia Económica, es largo el camino recorrido.

En esta línea, la pregunta por los próximos años del kirchnerismo, podría centrarse en “lo que falta”, llevarnos a hipotetizar sobre la continuación de esta agenda en términos de políticas públicas pendientes: reforma impositiva, nacionalización de los recursos naturales, regulación del comercio exterior, erradicación definitiva de la pobreza, alcanzar el famoso “fifty-fifty”, despenalización del aborto y muchas “propuestas” más, que podríamos encontrar incluso en la propaganda de agrupaciones que se oponen al Gobierno porque no realizó sus expectativas.

Pero a nuestro entender, el énfasis en el balance centrado en “las políticas” esconde “la” política, es decir, la disputa por el poder. A partir de 2003, comienza un período de excepcionalidad política, aparición de la anomalía ―como lo han llamado algunos―, etapa de transición ―como hemos dicho otros―, que propone y convoca a ciertas reformas cuya relevancia no está tanto en las medidas de gobierno (en sí mismas, perfectibles y superables) sino en la reconfiguración de las relaciones de poder que hacen posible esas reformas. Y entonces, la invitación a pensar el kirchnerismo a futuro se transforma en una invitación a pensar comprometidamente la ecuación del poder en la Argentina.

Los elementos para dirimir esta ecuación son centralmente tres: bloque histórico, entramado institucional y hegemonía cultural. Es esperable que en los próximos años el gobierno profundice en calidad y amplitud las líneas que ha desarrollado en estos tres aspectos.

La quiebra del modelo de valorización financiera implicó un resquebrajamiento del bloque social dominante y la posibilidad de que las tensiones de la etapa de transición pudieran compensarse desde el Estado Nacional, que adquirió grados de autonomía creciente y pudo expresar, a través de las políticas de gobierno, las demandas de los sectores populares. Globalmente, no existe un nuevo modelo económico acabado, sino más bien políticas económicas que alientan la reconstrucción de pisos de dignidad para el conjunto de los trabajadores, fortalecen la alianza del Gobierno con los sectores sindicalizados y elevan el consumo de los sectores medios y populares. Todo esto mediante mecanismos de “derrame inducido”, a través de los instrumentos que tiene el Estado para incidir en una economía fuertemente concentrada, con un peso aún determinante del capital trasnacionalizado capaz de actuar en bloque cuando los mecanismos del “derrame inducido” afectan potencialmente el nivel de ganancias, como se registró en el conflicto con la oligarquía agropecuaria. Este conflicto, verdadera partición de aguas, delineó a la vez el contorno de un bloque social alternativo, capaz de conducirnos de nuevo a los noventa, así como los límites de la correlación de fuerzas del espacio que conduce el Gobierno nacional. Sin embargo, la nacionalización de los fondos de las AFJP y la conducción política del Banco Central mostraron la voluntad del Gobierno de profundizar el rumbo, golpeando los eslabones débiles del entramado neoliberal.

En el contexto de un entramado político institucional propio de la democracia liberal, el kirchnerismo ha sentado los pilares de una fuerza política capaz de estabilizar el proceso a partir de su profundización. Sus principales bases de sustentación son la estructura política del peronismo en la provincia de Buenos Aires, la alianza con los gobernadores, el apoyo de los trabajadores sindicalizados, un sector de la pequeña burguesía urbana y los movimientos sociales. A ello se suman nuevas e inorgánicas formas de activación política lideradas por los jóvenes organizados, que se han expresado ganando el espacio público y ampliando el apoyo popular al Gobierno. Como contrapartida, en estos años, el poder económico local ha sido más exitoso en condicionar al Gobierno que en construir alternativas políticas viables, todas ellas dependientes de la hegemonía discursiva liberal y prisioneras del formato de la política mediatizada.

En todos los casos, la acumulación política ha sido el resultado de una dialéctica ascendente de identificación popular, victorias electorales y encuadramiento a través de las estructuras estatales, lo que permitió revertir la fragmentación del campo popular iniciado con el terrorismo de Estado y continuada con las políticas de ajuste de los noventa.

A partir de estos elementos, y profundizando la metodología de acumulación política, es posible plantearse la posibilidad de reconstruir, bajo las nuevas condiciones de nuestro tiempo, el formato del movimiento nacional, herramienta de liberación de los sectores populares en los países bajo el dominio del capital trasnacional.

Esta tarea supone, por su parte, continuar la disputa por la ideología de nuestro pueblo ―la llamada “batalla cultural”― que se ha esbozado a partir del enfrentamiento con la corporación agromediática. Esta disputa no resuelve la crisis de las identidades políticas tradicionales, ni la de las formas de sociabilidad devenidas de las transformaciones en el mundo del trabajo, ni la necesidad de encontrar respuestas a las políticas y a los modos de inclusión del Estado después del quiebre del Estado neoliberal. Pero sí habilita nuevos horizontes para plantearse respuestas a ese tipo de problemas, sobre todo a partir del cuestionamiento del formato hegemónico en la etapa del capital financiero: la política mediatizada, su apelación al individualismo liberal y a la neutralización del conflicto. Después de la crisis del 2001, y a contramano de los intentos de restauración corporativo-autoritaria del duhaldismo, el kirchnerismo ha esbozado, con sus idas y vueltas, los contornos de la discusión pública sobre el poder en la Argentina.

Definidos así, medio “de prepo”, tres términos de la ecuación del poder en la Argentina, ¿cuáles son los puntos concretos sobre los que la militancia con vocación transformadora debe avanzar en los próximos cuatro años? Para ser simétricos, es momento de arriesgar una respuesta a partir de tres ideas-fuerza: institucionalización, unidad de la clase obrera y trascendencia histórica del proyecto nacional.

Lejos de las concepciones republicanas liberales, la institucionalización del proceso político supone para nosotros profundizar la construcción de poder popular a partir del fortalecimiento de las organizaciones y su representatividad en el conflicto y en el territorio. En este sentido, debemos realizar un esfuerzo en la formación de los sectores juveniles politizados para intervenir en los frentes sociales. Esa tensión necesaria que surge con la incorporación de este nuevo actor en el escenario y el resurgir de la militancia, lejos de desplazar a los trabajadores y sus organizaciones políticas y sociales, como ha planteado la prensa hegemónica, claramente los fortalece.

El problema de la unidad de la clase obrera excede largamente las posibilidades y horizontes limitados de un acuerdo de cúpulas sindicales e incluso la fusión de sus estructuras. En el plano gremial, los trabajadores siempre han estado fragmentados en la historia argentina: los momentos de unidad han sido eminentemente políticos y ese es el camino a recorrer. Para ello, hace falta construir una agenda social ―que incluya seguramente el cuidado y mejoramiento del empleo, la participación en discusiones paritarias salariales, el acceso y movilidad de jubilaciones y pensiones, la distribución de ganancias, la representación en cargos gubernamentales, etc.―, y una metodología: la unidad en la acción. Agenda y metodología, son condiciones para construir un puente entre los trabajadores sindicalizados en la CGT, aquellos que militan en la CTA, los agrupados en los movimientos sociales y la inmensa mayoría que aún no se encuadra orgánicamente. En otras palabras: herramientas que devuelvan la política a sus verdaderos protagonistas.

Por otra parte, la ampliación de la base de sustentación de la coalición de gobierno no se agota en la unidad de la clase obrera, supone también la compleja articulación de los sectores medios urbanos. En esta tarea, hace falta construir dispositivos de interpelación y organización flexibles para revertir la diferenciación socioeconómica producto del aumento de sus ingresos, los valores políticos del liberalismo democrático y la influencia del campo de comunicación política mediatizado.

A modo de líneas finales para la dimensión estrictamente ideológica de la trascendencia histórica del proyecto nacional: el “quehacer” militante de los próximos años, encarnado en hombres y mujeres tan diferentes como hermanados en su vocación de transformación de la realidad, debe poder anclar su práctica a partir de la mística de un proyecto capaz de trascender las contradicciones secundarias. A diferencia de las fantasías ultraizquierdistas o de los ensoñamientos disolventes de cierto autonomismo individualista, la perspectiva del proyecto nacional debe hundir sus raíces en la historia de la lucha de nuestro pueblo, hacer pie en la acción de un gobierno a partir de sus políticas concretas y proyectarse al futuro a partir de la voluntad colectiva organizada. Esa simple cualidad llevada al seno de las organizaciones populares permite el desarrollo individual y social de la militancia.

En definitiva, la militancia está en condiciones de ser un factor decisivo para estabilizar el proceso a partir de su profundización, esto es: avanzar en la institucionalización, ampliar la base de sustento contribuyendo a la unidad de la clase obrera, y darle trascendencia histórica al proyecto nacional. Porque es a partir del proyecto que también trascendemos y a la vez realizamos nuestra individualidad. Quizás, de eso se traten los próximos años.

www.kparaarmar.com.ar

www.edicontinente.com.ar

Publicado en :

http://espacioiniciativa.com.ar/?p=4867

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