Tecnópolis y Expo América ’92
Publicado en TIEMPO ARGENTINO el 13 de Octubre de 2011
Por Juan Emilio Sala
Biólogo y becario doctoral del CONICET.
Tecnópolis nos deja mucho más que una incubadora de vocaciones potencialmente importantes para nuestro país. Básicamente nos deja un mensaje: qué modelo de país queremos ser, hacia dónde queremos ir.
En pocos días, a fines de noviembre del 2011, la primera edición de Tecnópolis cerrará sus puertas. ¿Y qué nos habrá dejado? Sin duda, mucho. Nos deja mucho más que la inmensa alegría y el infinito orgullo de haber podido compartir con nuestro pueblo todos los logros en materia de ciencia y tecnología de los primeros 200 años de historia como país soberano. Nos va a dejar mucho más que un montón de pibes felices de haber podido jugar a ser científicos por un día, desenterrar fósiles, o por haber jugado al metegol con robots. Aun cuando muchos de esos chicos, el día de mañana, pasen a engrosar las filas de científicos que trabajen como investigadores del Estado, Tecnópolis nos deja mucho más que una incubadora de vocaciones potencialmente importantes para nuestro país. Básicamente nos deja un mensaje: qué modelo de país queremos ser, hacia dónde queremos ir.
Allá por el 12 de octubre de 1992, y con motivo del aniversario número 500 del día en que un navegante genovés se topara, por error, con el continente al que luego llamarían América; el ex presidente Menem decidió montar lo que sería la primera megaexposición de la Argentina. La llamó Expo América ’92, y fue ubicada en la zona de los silos del viejo Puerto Madero. Contaba con atracciones bien diversas, como ser un parque de diversiones, un fragmento del Muro de Berlín –derribado tan sólo tres años antes–, una estatua de Salvador Dalí, y hasta un pabellón de ciencia y técnica traído desde el parque parisino de La Villette, Francia. Al enorme predio podía accederse a través de un puente construido especialmente frente a la Casa Rosada, pero no sin antes abonar los $ 9 que, si bien no sé decir exactamente cuánto sería en valores actuales, recuerdo que era carísimo. Simbolizaba el país de la no-inclusión, por lo que muy pocos podrían finalmente acceder al parque de diversiones de la “Pizza con Champán”.
Recuerdo también que el 12 de octubre del ’92 no todo fueron festejos. Mientras Carlos Menem pronunciaba el discurso de apertura de la exposición, más de 4000 pobladores originarios marcharon por las calles céntricas de la Capital Federal. Acto reivindicacionista que alcanzó el apoyo de unas 20 mil personas. En el interior del país la situación fue similar. Por un lado los actos oficiales, y por el otro la resistencia indígena. Pese a esto, en época de “relaciones carnales” con los Estados Unidos, y del pliego total al Consenso de Washington, el mensaje del caudillo riojano, y de todo su gobierno, era claro. Había que festejar el V Centenario del comienzo de la colonización territorial y cultural de los Pueblos Americanos. Había que mirar a Europa y, por transición, a América del Norte, calcando su sistema económico, político y social, y siguiendo ese orden de importancia a la hora de hacerlo. Un peso, un dólar. Es en este contexto en el que cuadraba perfectamente bien mandar a traer, por ejemplo, un fragmento del Muro de Berlín, una estatua del genio de Dalí, o por qué no, una muestra de ciencia made in France. Haciéndonos creer a los argentinos que éramos muy afortunados por haber sido “descubiertos” –y conquistados– por los países de Europa; y que todo eso merecía el pago de una entrada carísima a la exposición de los logros e intereses foráneos.
Pero hoy la cosa es bien distinta. Por primera vez en la historia de América Latina comienza a gestarse una promisoria hermandad entre los Pueblos. Gesta que empieza a plasmarse, entre otras cosas, con la creación de la Unasur, y sobre todo con el rechazo absoluto del ALCA, intento infructuoso de imposición neoliberal y neocolonialista del hemisferio norte por sobre los pueblos del sur. En ambas medidas, la participación activa –y creativa– de los gobiernos de Néstor Kirchner y de Cristina Fernández de Kirchner fue fundamental. Es en esta nueva coyuntura social, política y económica –y siguiendo ese nuevo orden de prioridades– donde surge la concepción de Tecnópolis. Pensada como broche de oro de los Festejos del Bicentenario para fines de 2010, tuvo que posponerse luego de que el jefe de gobierno, Mauricio Macri, no autorizara su realización alegando molestias en la vía pública. Es que sí, hay que decirlo, al neoliberalismo Tecnópolis le molesta. Porque, entre otros simbolismos, Tecnópolis es gratis. A esta exposición –ubicada hoy en Villa Martelli–, se puede acceder por medios de transporte público, que el gobierno dispuso, también, de forma gratuita. Pero más visceralmente les molesta porque allí los más de 3 millones de argentinos, de todo el territorio nacional, se han podido encontrar con lo que fuimos capaces, con lo que somos capaces, y con lo que seremos capaces de hacer. Eso nos devuelve la autoestima como país. Y un país con autoestima es una Nación soberana. Difícil de manejar por las leyes del mercado. Tecnópolis nos muestra de manera llana, amena, divertida, y con un profundo sentido estético y rigurosidad científica, los desarrollos pasados, presentes y futuros de nuestra ciencia y tecnología. Nos exige una mirada hacia adentro, hacia nuestra propia esencia de país, para buscar allí qué queremos ser, y es por ello que nos invita a darnos una vuelta por el futuro.
Mientras en la década menemista, el ministro de Economía Domingo Cavallo mandó a todos los científicos del CONICET a “lavar los platos”, hoy hay un gobierno al que la ciencia y la tecnología le importan y mucho. ¿Y cómo demuestra un gobierno interés en algo, sin caer en la mera retórica discursiva? Asignando recursos. El cambio de paradigma se manifiesta en la trascendental reversión actual de la ecuación más significativa que tuvo este país en su historia. Lograr cambiar la lógica perversa implícita en destinar el 5% del PBI al pago de la Deuda Externa y sólo el 2% a la Educación –que existía hasta el 2003–, por un 2% para el pago de deuda y un 6,47% para la Educación. Período en el que, además, el presupuesto destinado a Ciencia y Tecnología pasó de 1000 millones de pesos en 2003 a 5500 millones de pesos en la actualidad. El número de becarios –como yo– ha aumentado en un 400% desde 2003 a la fecha, y los fondos destinados a la financiación de proyectos de investigación han crecido hasta un 1000% en ese mismo período. Ventana temporal en la que además se creó –por primera vez en la historia de la Argentina– el Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva, y se acaba de inaugurar el Polo Científico Tecnológico en las ex bodegas Giol, con 45 mil m2 de infraestructura –y equipamiento– de excelencia y avanzada, único en Latinoamérica.
Es por todo esto que al neoliberalismo, a sus corporaciones, y a los políticos de turno que defienden esos mismos intereses, Tecnópolis les duele. Sí, les duele. Porque Tecnópolis es en sí misma un mensaje, un símbolo, y una idea-fuerza. Representa la punta de lanza de una verdadera “revolución cultural” que se está gestando en el país. La de la sociedad del conocimiento. La que mucha gente viene percibiendo, pero sobre todo y más que nadie, ellos.
Se aproxima raudamente el 23 de octubre, día en que los argentinos tendremos la importante decisión de elegir quién gobernará el país durante los próximos cuatro años. Momento en el que la pregunta en torno a los modelos se hace más fuerte, más tensa. ¿Qué país elegiremos? Aquel que mira hacia afuera, y que pretende volver a adoptar las viejas recetas que impone el FMI. Medidas que están llevando al cataclismo a las economías de Europa y América del Norte, y multiplicando de a cientos de miles el número de “indignados” en todo el mundo. Esas mismas recetas que en nuestro país desembocaron en el 19 y 20 de diciembre de 2001, que han culminado con 37 argentinos muertos, y hundieron en la desocupación a un cuarto de nuestra población. O elegiremos, en cambio, por un país donde uno de sus símbolos potentes sea Tecnópolis. Muestra que representa el abandono definitivo de las políticas cortoplacistas que dominaron hasta ahora la escena nacional. Una apuesta al desarrollo basado en ciencia, a la industrialización, al crecimiento tecnológico, medidas que ofrecen más oportunidades colectivas y promueven la inclusión. Está en nosotros elegir el rumbo entre estos dos modelos que, aunque perfectibles ambos, apuntan en sentidos opuestos, incompatiblemente antagónicos.
Publicado en :
http://tiempo.elargentino.com/notas/confrontando-modelos
No hay comentarios:
Publicar un comentario