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martes, 29 de mayo de 2012

¿QUIEN LE TEME A LA PALABRA “POLÍTICA”?, por Andrea Verónica García (para “Facebook” y “Mirando hacia adentro”)

de Andrea Verónica García, el Martes, 29 de mayo de 2012

Parafraseando el título del libro, película y también ensayo feminista “Quien le teme a Virginia Woolf?”, surge el titulo de este articulo cuyo primer propósito radica en reflexionar para comprender un poco el proceso de desprestigio y demonización que se la endosado al vocablo política y todas aquellas actividades relacionadas que la involucran de manera directa o indirectamente tanto en el consciente como en el inconsciente colectivo de los ciudadanos argentinos. El concepto de política tiene origen en la “polis” griega. Aristóteles decía que todo ser humano es un animal político ya que para él la política es una actividad intrínseca a la naturaleza del hombre. Si bien el vocablo política cuenta con diversas acepciones, la más utilizada es la que la describe como aquella ciencia que trata del gobierno, de la dirección de los estados, colectividades o ciudades en general. Asimismo, se denomina política a toda actividad humana concerniente a la toma de decisiones que conducirán al accionar y la consecución de los objetivos de la sociedad.

Indudablemente, como resultado de marchas y contramarchas, aciertos y reveses de los distintos procesos políticos históricos que han tenido lugar en nuestro país, la palabra política ha sido dotada de diferentes interpretaciones y juicios de valores. En nuestra Argentina y desde algunos sectores, tanto las concepciones de política como de Estado han sido demonizadas, bastardeadas, reducidas a su mínima expresión con el objetivo de que los ciudadanos desistan de “hacer política” ejerciendo sus legítimos derechos democráticos y ciudadanos y así oprimirnos, doblegarnos, manipularnos y hasta diezmarnos. Ciertamente, esta demonización de la política ha tenido su punto más alto durante las dictaduras militares, especialmente aquel ultimo terrorismo de Estado comprendido entre 1976 y 1982 donde el ejercicio ciudadano como ser el informarse, la participación activa, la toma de consciencia y decisiones, la protesta ante la injusticia social, la libertad de prensa y expresión y todo tipo de acción democrática han sido sistemáticamente erradicados ya que las Juntas militares entendían perfectamente que la organización y participación política son herramientas fundamentales para una transformación efectiva de la realidad. Política pasó a ser sinónimo de subversión, rebeldía, mala fama, corrupción y muchos otros vocablos de cualidades absolutamente negativas.

Sin embargo, la mala fama del hacer política no se circunscribe solamente a épocas de dictadura. En plena democracia, ciertas gestiones y medidas llevadas a cabo han propiciado que los ciudadanos, especialmente los jóvenes, se hayan vuelto descreídos, apáticos a la política, se han convertido en analfabetos políticos según define magistralmente Bertolt Bretch, dejando que los gobernantes hagan y deshagan a sus antojos frente a la pasividad, la miseria, la impotencia, la desesperanza y los sueños difuntos. Tenemos suficientes ejemplos de hechos y conductas impropias que se producen en el seno del poder político por quienes abusan de la confianza depositada en ellos, algunos sucesos todavía duelen, todavía no han cicatrizado y nunca se olvidarán. Entonces, son ellos, los apátridas, los golpistas, los mezquinos y los corruptos los que le temen a la política. Algunos no terminan de aprender, y otros interesadamente no quieren hacerlo, que en nombre de esa demonización se han vivido las peores tragedias como país. Muchos otros, afortunadamente, hemos resurgido impulsados por la innegable necesidad que sentimos de tener voz y voto y la convicción de que es fundamental que volvamos a ser actores políticos porque las decisiones que se tomen ahora, van a afectar profundamente nuestro futuro. Ya no queremos que nadie decida por nosotros sin oírnos, sin siquiera considerarnos, hemos decidido apropiarnos de tan valiosa herramienta de cambio y transformación que poco a poco y a fuerza de mucho hacer más que decir, una profunda generosidad y solidaridad, un inmenso amor por nosotros y por la patria, va gozando de cada vez mejor reputación. Ya no le tememos a la palabra política, aceptamos el desafío y la hemos recuperado, es nuestra, está presente y se siente.

Por Andrea Verónica García

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