Domingo Felipe Cavallo acaba de anunciar su intención de regresar a la política. No se privó de fustigar al kirchnerismo y de reconocer que Axel Kicillof aparenta estar en condiciones para pensar. Cuando parecía que jamás volvería a abrir la boca desde su exilio dorado en la república imperial, reapareció como un zombi para hacernos recordar que no se olvidó de nosotros.
Domingo Felipe Cavallo le hizo un daño inconmensurable a la Argentina. Educado en la prestigiosa universidad de Harvard, estuvo desde entonces al servicio de Estados Unidos. Comenzó su tarea de destrucción en 1982, cuando la dictadura militar se derrumbaba sin remedio. Al frente del Banco Central decidió, con el apoyo del régimen, estatizar la deuda privada. En otros términos: la deuda de los grupos económicos concentrados fue pagada por el pueblo argentino. Ya en democracia, Cavallo fue diputado nacional por el justicialismo cordobés. En los últimos tumultuosos meses de la presidencia de Raúl Alfonsín, no titubeó en esmerilar desde el exterior la figura del presidente argentino. En 1989 regresó a las grandes ligas de la mano de Carlos Saúl Menem. El metafísico de Anillaco lo nombró canciller. Aplaudió con entusiasmo “la economía popular de mercado” y el alineamiento incondicional con los Estados Unidos. Pero fue a comienzos de 1991 cuando tocó el cielo con las manos. La economía marchaba a los tumbos. El por entonces ministro de Economía, Antonio Erman González, cuyo mejor antecedente para ocupar ese cargo había sido la amistad con Menem, se mostraba impotente para controlar la hiperinflación que nuevamente se había desatado sobre el país. Consciente de que una estampida incontrolable de los precios acabaría con su presidencia, Menem puso a Cavallo al frente del ministerio de Economía. Éste, con el apoyo incondicional del metafísico de Anillaco, impuso la creación de su vida: la convertibilidad, es decir, la ilusión de la equiparación del peso con el dólar. A partir de entonces, la emisión monetaria fue considerada un acto de traición a la patria, al igual que el gasto público. La desaparición del peligro hiperinflacionario hipnotizó a gruesos sectores del pueblo. Muchos creyeron que el peso argentino equivalía al dólar estadounidense, que formábamos parte del selecto grupo de países del primer mundo. Cavallo se creyó el salvador de la Patria. Qué duda cabe que las victorias que obtuvo el menemismo en 1991, 1993 y 1995 (reelección incluida) se debieron a la estabilidad monetaria alcanzada gracias a la convertibilidad. Pero su egolatría chocaba con la de Menem. Y el metafísico de Anillaco podía tolerar cualquier cosa, menos que un ministro se creyera más importante que él. Este duelo de titanes culminó en 1996 con la eyección de Cavallo del gobierno.
Al poco tiempo Domingo Felipe Cavallo regresó a la política como líder de “Acción para la República”, una fuerza política de centroderecha que en 2000 disputó la jefatura de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Acompañado por Gustavo Béliz, Cavallo compitió con Aníbal Ibarra. Afortunadamente, perdió. Pero quien creyó que le había llegado la hora del retiro definitivo de la política, se equivocó groseramente. En marzo de 2001, Fernando de la Rúa echó a José Luis Machinea del ministerio de Economía, incapaz de hacer frente a la crisis económica que se abatía sobre el país. Lo reemplazó por Ricardo López Murphy, quien al asumir anunció un recorte en Educación. Tuvo que renunciar inmediatamente. Acorralado, De la Rúa puso al frente del ministerio a su antiguo amigo Domingo Felipe Cavallo. Una vez más, el hijo pródigo del poder económico transnacional regresaba a la arena política. Transformado en un virtual súper ministro, detentó facultades extraordinarias para hacerle frente a la tormenta económica. Desesperado por controlar el déficit del Estado, no titubeó en recortar en un 13% las jubilaciones y los sueldos de los empleados públicos. A fines de diciembre de aquel fatídico año, el Fondo Monetario Internacional le bajó el pulgar al agonizante gobierno. Mientras tanto, miles y miles de millones de dólares es esfumaban del sistema bancario. Angustiado por una situación que no lograba controlar, Cavallo decidió confiscar los ahorros de millones de argentinos. Muchos de ellos, atrapados sin salida, salieron a las calles al ritmo de las cacerolas, tal como lo había hecho la clase pudiente chilena para protestar contra Salvador Allende. El 19 de diciembre De la Rúa no tuvo mejor idea que decretar el estado de sitio, con lo cual no hizo otra cosa que echar más leña al fuego. En la madrugada del 20, el presidente echó a Cavallo, quien se había atrincherado en su departamento. Horas más tarde, De la Rúa se escaparía de la Casa Rosada en helicóptero.
Cada vez que tomó decisiones, Domingo Felipe Cavallo atentó contra el bienestar del pueblo. En 1982, lo obligó a hacerse cargo de las deudas que habían contraído los grandes grupos económicos. Durante el reinado del metafísico de Anillaco, sembró el territorio argentino con las semillas de la desocupación. Su gran creación, la convertibilidad, condenó a millones de compatriotas a la muerte civil. Finalmente, durante la desastrosa presidencia de De la Rúa, castigó sin piedad a muchos abuelos y abuelas, destruyéndoles los ahorros de toda una vida. Soberbio, megalómano, niño mimado del establishment vernáculo e internacional, Domingo Felipe Cavallo siempre hizo bien los deberes. Jamás se equivocó ya que sus medidas económicas tuvieron como único objetivo salvaguardar los intereses del poder económico concentrado. Pero Domingo Felipe Cavallo no actuó solo. Para desarrollar su deletéreo accionar como funcionario contó con el apoyo cómplice de gobiernos militares, peronistas y radicales. Hizo lo que hizo porque la dictadura militar, el menemismo y la Alianza se lo permitieron, porque hubo gobernantes que, en última instancia, gobernaron para la república imperial. Domingo Felipe Cavallo no fue el ministro de Economía del menemismo y de la Alianza, sino un empleado del Fondo Monetario Internacional incrustado en el ministerio de Economía para ejecutar sus órdenes con el beneplácito de Menem y De la Rúa.
¡Cómo no va a estar molesto, por ende, Domingo Felipe Cavallo con el cristinismo! ¡Cómo no va a estar molesto con una presidenta que está en las antípodas de su prédica! ¡Cómo no va a estar molesto con un gobierno que reestatizó las AFJP y Aerolíneas Argentinas, que sancionó la ley de Medios y nacionalizó YPF! ¡Cómo va a tolerar a un gobierno que se independizó del imperio económico, que decidió lo que hasta 2003 parecía imposible: cambiar de paradigma! ¡Cómo va a tolerar a una presidenta que, a diferencia de Menem y De la Rúa, no se bajó los pantalones delante de los poderosos del mundo!
Rosario
hkruse@fibertel.com.ar
Publicado en :
http://www.redaccionpopular.com/articulo/el-enojo-de-un-servidor-del-imperio
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