Desde hace tiempo que Paul Krugman, premio Nobel de Economía, elogia la capacidad de Argentina de haber sabido salir de la ciénaga en la que quedó sumergida en diciembre de 2001, cuando el modelo de la convertibilidad estalló por los aires. Hace unos días, el prestigioso economista sostuvo que la de nuestro país es “una extraordinaria historia de éxito”, y consideró que le fue tan bien como a Brasil pero que, lamentablemente, los medios de comunicación, tanto locales como internacionales, se niegan a admitirlo porque quedaría en evidencia lo equivocado de “los reportes económicos”.
La reflexión de Krugman obliga a los argentinos a tener memoria. En diciembre de 2001 el país estuvo muy cerca de la guerra civil. En diez días renunciaron dos presidentes, se atentó contra el edificio del Parlamento, hubo dos asambleas legislativas y, luego de la huida de Rodríguez Saá, el país estuvo acéfalo durante varias horas hasta que el presidente de la Cámara de Diputados se hizo cargo del Ejecutivo. El default había sido aclamado en el Congreso tal como aconteció hace horas con la reestatización de YPF. La pesificación de la economía y la devaluación impuestas por Eduardo Duhalde no hicieron más que decretar la muerte formal de la convertibilidad, ese engendro elucubrado por Domingo Cavallo que contó con el respaldo mayoritario del pueblo durante varios años. Nadie creía en nadie ni en nada. Las asambleas barriales se habían puesto de moda mientras los bancos se habían transformado en guarniciones militares. Los ahorristas estaban desesperados y muchos políticos no podían salir a la calle por temor a ser agredidos. Los poderes Judicial y Legislativo estaban severamente cuestionados y los partidos políticos sufrían una fragmentación sin precedentes. Para colmo, el FMI le demostraba a Duhalde que no gozaba de su confianza. 2002 fue, qué duda cabe, uno de los años más difíciles de nuestra historia contemporánea. Todo podía estallar por los aires en cualquier momento. Desesperado por congraciarse con el establishment político y financiero, nacional y transnacional, el presidente interino hizo lo imposible por garantizar una sucesión presidencial que apaciguara el nerviosismo de “los mercados”. Carlos Reutemann se transformó en un “tesoro político”. Desesperado por evitar el retorno a la presidencia del metafísico de Anillaco, el “hombre fuerte” del conurbano bonaerense utilizó todos los recursos a su disposición para “convencer” al ex corredor de la Fórmula 1 Internacional de que aceptara ser su delfín. Por razones que hasta el momento se desconocen, Reutemann se negó terminantemente a ser candidato presidencial.
Finalmente, Eduardo Duhalde encontró a su delfín: el poco conocido (a nivel nacional) gobernador de Santa Cruz, Néstor Kirchner. Al asumir, tenía delante de él una disyuntiva de hierro: gobernar para el pueblo o para “los mercados”. Claudio Escribano le había advertido en un artículo publicado por La Nación que si no gobernaba para “los mercados”, su gobierno duraría lo que un suspiro. Kirchner aún no se había sentado en el sillón de Rivadavia que el mitrismo le lanzó un ultimátum. En una clara demostración de fortaleza espiritual, Néstor Kirchner decidió gobernar para el pueblo. Toda su presidencia puede resumirse como el descomunal esfuerzo del patagónico por subordinar las corporaciones al poder político, por lograr que sea la Casa Rosada y no la Sociedad Rural el epicentro del poder político; por no ser un empleado a sueldo del poder económico concentrado, en suma. De haber estado Reutemann en lugar de Kirchner, ¿se hubiera producido en el país el histórico cambio de paradigma que tanto escozor provoca al orden conservador? De haber asumido la presidencia de la Nación, el ex corredor de la Fórmula 1 Internacional hubiera obedecido todas y cada una de las “recomendaciones” del Fondo Monetario Internacional, recibiendo como premio los saludos y las palmadas de quienes se consideran “los genuinos representantes de la Argentina opulenta”.
De a poco, “paso a paso”, primero Néstor Kirchner y después Cristina Fernández, fueron removiendo los escombros de la Argentina neoliberal para comenzar a edificar los cimientos de la Argentina progresista, inclusiva e igualitaria. Los juicios por la verdad histórica, la ruptura de los lazos con el FMI, la Cumbre de las Américas en Mar del Plata, la reestatización de las AFJP, la Ley de Medios y la reestatización de YPF, fueron batallas que el kirchnerismo dio para ir inclinando lenta pero inexorablemente la balanza a su favor. Es ése, precisamente, el cambio al que hace mención el Nobel de Economía. El matrimonio presidencial debió batallar duramente para sembrar el territorio argentino con las semillas de la inclusión social, la justicia social y el desarrollo con equidad. Tuvo que soportar, fundamentalmente Cristina, la reacción grosera y antidemocrática de un régimen que no tolera que el gobernante de turno se inmiscuya en “aquello que no le corresponde”. Clarín, La Nación y Perfil fueron los abanderados de esa reacción antidemocrática. A partir del conflicto desatado entre el gobierno nacional y “el campo” por la resolución 125, esos matutinos comenzaron con una ininterrumpida campaña de esmerilización de la presidenta de la Nación. A través de sus editoriales y de la pluma de sus principales empleados de opinión, la oposición mediática se ha opuesto sistemáticamente a cualquier iniciativa presidencial, aunque la mayoría de las fuerzas de oposición con representación parlamentaria estén de su lado, como aconteció en las últimas horas con la nacionalización de YPF. En una actitud rayana en la irracionalidad, el monopolio mediático opositor le declaró la guerra a un gobierno que cometió “el peor de los pecados”: intervenir en los negocios del orden conservador. Y en otra actitud rayana en el suicido político, los partidos políticos opositores aprovecharon el conflicto por la 125 para encolumnarse incondicionalmente detrás de los grandes diarios opositores.
A partir de entonces, cada desliz cometido por Cristina, cada denuncia contra sus funcionarios por supuestos actos de corrupción, fue presentado por los grandes medios opositores como tragedias que colocaban al país al borde de la disolución nacional. En su desesperación por imponerle a Cristina la agenda política y económica, los grandes medios opositores pusieron en práctica su histórico periodismo militante en favor de los intereses de los grupos económicos concentrados. Con su filosa pluma, Paul Krugman acaba de criticar sagazmente al poder mediático concentrado en Argentina, empeñado obsesivamente en destruir un gobierno que no le rinde pleitesía. Con su filosa pluma, el Nobel de Economía acaba de poner en evidencia que la Argentina no está tan sola en el mundo y que su recuperación económica es una palpable realidad, mal que les pese a quienes no soportan que un gobierno progresista, nacional y popular, sea exitoso.
Hernán Andrés Kruse
Rosario
Publicado en :
http://www.redaccionpopular.com/node/5281
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