Cuando se formula la pregunta de si vivimos una época de cambios o un cambio de época no alcanza con medir el entusiasmo que genera poder romper barreras de injusticia o de dominación de intereses externos. Se trata, también y sobre todo, de tomar conciencia de que se necesita una sociedad de la cual surjan cuadros técnicos y científicos capaces de desempeñarse en las áreas críticas del conocimiento.
Por:
Eduardo Anguita
Hace pocos días, un encumbrado académico de la Escuela de Negocios de la Universidad de Columbia le contaba sus tribulaciones a este cronista de lo que son las clases en un seminario de posgrado centrado en Estrategias de Alta Tecnología. Columbia, ubicada en Nueva York, en el mundo académico, es primerísima línea. El profesor da una clase semanal de tres horas y lleva un dispositivo multimediático donde bombardea a sus 60 alumnos con videos, filminas, fragmentos de audios para poder acompañar sus lecciones. Cabe aclarar que el hemiciclo donde se desarrolla la clase está preparado como un set de televisión como para que no se filtre ni un ruido externo que pueda perturbar al estudiante y que el aula está diseñada para que todos los alumnos puedan tener una perspectiva perfecta, tanto del profesor como de las pantallas y parlantes de los que este se vale.
Sin embargo, el profesor, con dos décadas de enseñanza y las mejores notas en el Instituto Tecnológico de Massachusetts, no deja de sentir una profunda frustración. La frase que, en medio de la clase, cada tanto tiene que proferir es: ¿Ustedes saben que sus padres invierten 50 mil dólares por año para que ustedes estudien? Y no se trata de un exceso de celo del profesor. Con sus años de oficio, el profesor pudo determinar que aproximadamente las tres cuartas partes de los presentes en esa aula perfecta estaban conectados con sus computadoras portátiles a sus páginas de Facebook. Después de prohibir que las portátiles estuvieran prendidas, pudo constatar que la mayoría de los ojitos de los alumnos en cambio de mirarlo a él se distraen en sus teléfonos celulares. Mientras la prestigiosa Universidad de Columbia les brinda la oportunidad de gastar su plata –o la de sus padres– en Estrategias Corporativas de HighTech, ellos prefieren chatear y mirar videos. Algunos de los alumnos argumentan que prestan atención al mismo tiempo que se distraen, lo cual agrava el nivel de desconocimiento profundo de lo que es el factor concentración en los procesos de aprendizaje.
Lo primero que comenta el profesor es que le resulta muy poco estimulante y lo segundo es que muchos otros académicos enfrentan problemas de ese tipo; es decir, estudiantes avanzados, que recibieron buena formación, que están prestos a ocupar posiciones de responsabilidad profesional y que están completamente dispersos en el aula y cuyos exámenes ponen en evidencia el poco aprovechamiento de las clases dictadas por los profesores. A partir de esas dos constataciones, el académico tiene sólo una serie de interrogantes sin respuestas, pero resulta interesante mencionar.
LA ERA TECNOTRÓNICA. Hubo un campo de batalla durante la Guerra Fría en el que los norteamericanos, finalmente, sacaron muchas ventajas sobre los soviéticos: la ciencia y la tecnología. De aquellas voluminosas computadoras rusas quedan los memorables partidos con Anatoly Karpov, mientras que el Microsoft de Bill Gates, creado en Seattle hace más de un cuarto de siglo, está presente en las portátiles de los rusos.
Uno de los que se ocupó de la sociedad post industrial de modo temprano fue Zbigniew Brzezinki, un polaco nacionalizado norteamericano que publicó, en 1975, La era tecnotrónica. Allí difundió su visión de la sociedad futura en el mundo bipolar de entonces.
Cofundador de la Comisión Trilateral presidida por David Rockefeller y convertido en el principal asesor en Seguridad del presidente James Carter hacia 1977, Brzezinski era un anticomunista radical y un hábil político que anticipó la caída del Muro a partir de la pérdida de iniciativa de la URSS en la carrera científico-técnica.
A su criterio, el modelo soviético tenía muchos puntos débiles. Resultaba extremadamente centralizado y burocrático, dependía de una planificación que impedía avanzar de acuerdo a los resultados de los propios investigadores. En cambio, a su juicio, tanto las universidades como las empresas norteamericanas tenían el desafío de someter a la decisión del mercado cualquier novedad que quisieran lanzar. Es más, una sociedad consumista estimulaba a un constante cambio de diseños o de nuevos productos.
Con los años, no cabe duda que su obra tuvo algo de anticipatorio. Sobre todo, si se leen algunas de las características de lo que sería la atmósfera venidera. “La Era Tecnotrónica va diseñando paulatinamente una sociedad cada vez más controlada. Esa sociedad será dominada por una élite de personas libres de valores tradicionales, que no dudarán en realizar sus objetivos mediante técnicas depuradas con las que influirán en el comportamiento del pueblo, y controlarán y vigilarán con todo detalle a la sociedad, hasta el punto de que llegará a ser posible establecer una vigilancia casi permanente sobre cada uno de los ciudadanos del planeta.”
La contracara de la sociedad del control es la sociedad de la desmotivación. Estados Unidos sigue siendo la primera potencia militar (su presupuesto es igual al que tienen, sumados, los diez países que más invierten en productos de guerra) y también la nación que más invierte en Investigación y Desarrollo (alrededor del 40% de la inversión global) y todavía es la primera economía del mundo. Sin embargo, los actores del BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) muestran, no sólo un crecimiento acelerado que dejará a Estados Unidos detrás de China en pocos años, sino que también tienen un sistema de formación de cuadros científicos de tanta o más calidad que los de Estados Unidos. La cooperación entre muchas universidades y laboratorios de excelencia norteamericanos les permite a los indios y los chinos sacar provecho de modelos de conocimiento con una gran diferencia. Estados Unidos vive el clima de fin del imperio, sumido en una crisis financiera y un déficit estatal explosivos, y parece haberse terminado el estímulo de que había trabajo y posibilidades de consumo para todos. Se trata, en la actualidad, de una sociedad con un grupo de supermillonarios y una cantidad alarmante de pobres que consumen bastante poco y no pudieron pagar las hipotecas de sus casas. Sin embargo, aquellos sectores que pueden pagar su privadísima formación de maestrías y doctorados no tiene el mismo estímulo que los alumnos chinos o indios que no vienen de tercera generación de universitarios, sino que en la mayoría de los casos son hijos de campesinos humildes con estudios primarios. Estados Unidos es el principal productor y también consumidor de la industria del entretenimiento, es el principal consumidor de drogas y también se convirtió en el principal productor de marihuana (en eso son pioneros los productores familiares y domiciliarios). A 20 años del fin de la Guerra Fría, que había sido vivida con pasión por “el americano medio”, el clima de época muestra, no sólo países donde el salario es más bajo y donde se crean productos de alta tecnología, sino también con cuadros científicos y de conducción empresarial que tomaron todas las ventajas de los norteamericanos y les agregan el coeficiente motivacional.
EDUCACIÓN PÚBLICA. Visto esto desde la Argentina, lo primero que surge es que el acceso a la vida universitaria actúa en estos años como un gran nivelador social. Decenas de universidades nacionales públicas y gratuitas incorporan a miles y miles de hijos de excluidos y desplazados de las sucesivas olas neoliberales. Y en estos últimos años, la mayoría de esas casas de estudios empiezan a mejorar los coeficientes de inversión en los laboratorios. Muchos de los investigadores reciben becas para poder avanzar con sus trabajos. En muchos casos, participan junto a los laboratorios públicos como el INTA o el INTI) y también con laboratorios públicos o privados de otras naciones. El caso más destacado probablemente sea el de la cooperación de la Sociedad Max Planck de Alemania con el Ministerio de Ciencia y Técnica y con laboratorios del INTA y de varias universidades.
Uno de los grandes problemas es que en la Argentina la inversión privada en Investigación y Desarrollo es muy baja. Son muy pocas las empresas que ponen recursos en esos departamentos de conocimiento aplicado. Un caso lo muestra Repsol YPF. La gestión privada invertía el 0,1% de su facturación en I más D, mientras que el promedio de las empresas petroleras está en el orden del 0,4 por ciento. Petrobras duplica el promedio; es decir, está en el orden del 0,8 por ciento. La reciente nacionalización del 51% de las acciones de YPF y la designación del ingeniero Miguel Galuccio pone el desafío de crear una empresa de gestión mixta, con alto contenido nacional y que sea de excelencia. Se trata de un camino imprescindible para poder hacer cierta la soberanía. Cuando se formula la pregunta de si vivimos una época de cambios o un cambio de época no alcanza con medir el entusiasmo que genera poder romper barreras de injusticia o de dominación de intereses externos. Se trata, también y sobre todo, de tomar conciencia de que se necesita una sociedad de la cual surjan cuadros técnicos y científicos capaces de desempeñarse en las áreas críticas del conocimiento. El clima de logros de la Argentina de los últimos nueve años puede medirse en cantidad de puestos de trabajo estables y en la recuperación de cierto espíritu emprendedor, sobre todo en las pequeñas y medianas empresas. Sin embargo, el grado de concentración y extranjerización de la economía sigue siendo altísimo y no se trata de empresas que reinviertan sus ganancias en el país y mucho menos que lo hagan en las áreas críticas de I más D. En ese sentido, cada aula de una maestría, cada beca del CONICET, cada laboratorio universitario o cada aporte del INTA y del INTI son un escenario real de lucha por una nación que necesita hacer cierta la diversidad de la matriz productiva.
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