Por Mariano Osuna.
Los procesos políticos latinoamericanos de este siglo XXI han conformado el marco conceptual de debates profundos sobre disputas simbólicas, permitiendo la ruptura de modelos culturales impuestos por el eurocentrismo materializados a través de la Iglesia Católica y de las potencias políticas-militares.
La batalla simbólica nos plantea el desafío a largo plazo más importante en la tarea de construir nuestro futuro desde nuestra visión, nuestras raíces, nuestras costumbres y nuestra identidad.
Respecto a nuestro país, la voluntad política del Kirchnerismo desde el Estado nos ha permitido plantear la discusión sobre ejes específicos en la dimensión simbólica-cultural. De manera analítica podemos describir cuatro escenarios (trincheras) donde hemos interpelado supuestas visiones “objetivas y naturales”: la visión hegemónica de la historia oficial mitrista, la construcción del “cuarto poder” y su agenda mediática, la idea de roles familiares asumidos, y la opresión naturalizada a las minorías en relación al reconocimientos de ser sujetos de derechos.
La historia oficial Mitrista: La entrega del patrimonio.
“Mi opinión es que el comercio sabe mejor que el gobierno lo que a él le conviene; la verdadera política consiste, pues, en dejarle la más amplia voluntad” Julio Argentino Roca.
Históricamente se nos impuso la cosmovisión de que la apertura a los productos de importación, el endeudamiento externo, la entrega de nuestros recursos naturales y los tratados neocoloniales con las potencias de turno eran en beneficio de nuestra patria; es decir, se nos ha naturalizado la idea de que las relaciones de dependencia con las potencias extranjeras eran un signo civilizatorio para nuestra nación.
Scalabrini Ortiz afirma que “endeudar a un país a favor de otro, hasta las cercanías de su capacidad productiva, es encadenarlo a la rueda sin fin del interés compuesto (…) Tarde o temprano el acreedor absorbe al deudor. Primero al débil y pequeño. Luego al más poderoso y resistente. Forzosamente y muchas veces contra su propia voluntad, el capital centraliza y concentra”.
La oligarquía argentina ligada a los intereses extranjeros, no pudo pese a la sangre derramada y a la opresión de los pueblos hacer olvidar a los profetas de la liberación: las culturas de nuestros pueblos originarios, el plan de operaciones de San Martín y Moreno, la reforma agraria de Artigas, la protección de la producción y el mercado interno (Ferré y Rosas), el gobierno popular de Yrigoyen, la industrialización con justicia social de Perón, la lucha de Cooke, el desarrollo intelectual y militante de F.O.R.J.A., la resistencia del 55, los 30000 compañeros detenidos-desaparecidos, el reclamo organizado por la Democracia, los pañuelos blancos, y tantas otras muestras de lucha por realizar nuestra revolución inconclusa.
En este recorrido por la segunda década del siglo XXI podemos afirmar que con Memoria, Verdad y Justicia hemos interpelado esa visión hegemónica que de manera innata se nos ha impuesto en nuestra conciencia, fomentando el debate sobre la construcción del relato, y revalorizando nuestra identidad desde nuestras raíces.
La agenda mediática del cuarto poder: subjetividad vs supuesta objetividad.
Tal vez el rol del periodismo y de los medios masivos de comunicación audiovisuales y gráficos sea una de las grandes rupturas logradas en nuestro país. Una profesora alguna vez me dijo que los gobiernos pasaban y Clarín seguía estando. En ese momento no entendía el mensaje entre líneas que escondía esa frase.
El 2008 y la disputa con los sectores agromediáticos puso en discusión a las principales corporaciones oligopólicas de nuestro país y a quienes en su voz eran voceros de los principales intereses del gran empresariado nacional e internacional.
Esa legitimidad casi dogmática que tenían los principales cómplices civiles de los procesos más antipopulares de nuestra historia no sólo se ha puesto en discusión, sino que además nos posiciona en una nueva forma de pensar el derecho a la información, la libertad prensa y la relación entre los medios de comunicación y los procesos políticos democráticos.
La nueva ley de servicios de comunicación audiovisual (su reglamentación está trabada por la burocracia judicial en el artículo que lucha contra los monopolios y oligopolios mediáticos) deriva la insólita ley de radiodifusión de la Dictadura más siniestra, sangrienta y masiva de nuestra historia. Esta patriada por la democratización de la información, y el cambio de paradigma (pensando la comunicación como un derecho y no como un servicio comercial) nos desafía en seguir profundizando la reglamentación de la ley aprobada y en promover cada vez una mayor subjetividad sustentada en la honestidad intelectual de los comunicadores (derivando los mitos de la supuesta neutralidad valorativa y de la objetividad periodística).
La familia: los roles asumidos y los roles construidos.
La aprobación de la ley de matrimonio igualitario, el reconocimiento de derechos a las personas LGBT (Lesbianas, gays, bisexuales, trans), los proyectos con estado parlamentario de la legalización del aborto y de la fertilización asistida, la rediscusión sobre la ley de adopción, la interpelación al ridículo concepto de “crimen pasional” y la consecuente incorporación del feminicidio, el reconocimiento de los derechos de las mujeres (en una sociedad tan patriarcal y machista) son algunos ejemplos de situaciones de la vida cotidiana que influyeron en la visión conservadora
tradicional (ligada a conceptos religiosos) de la Familia.
Una de las consecuencias de estos debates ha sido la ruptura de pensar la relación madre o padre–hijo como un vínculo que se construye de manera natural. Los roles paternos y maternos se construyen y de ninguna manera son roles que de manera innata aparecen. Esto deriva la tradicional visión de la familia constituida por hijos y sus progenitores. Por el contrario, por primera vez la ley estática intenta plasmar en su normativa situaciones que ocurren en la realidad. Muchas veces podemos observar que una persona tiene el rol construido de hijo con su abuelo, un tío u otra persona; esto se explica por la construcción de ese rol y no por su naturalidad.
La opresión a las minorías: Derechos humanos.
Tal vez una de las batallas simbólicas más representativa de este proceso político (con continuidades y rupturas) sea la no represión de las protestas sociales. El reconocimiento de reivindicaciones históricas respecto a la comunicación, la educación, la salud, a los delitos de lesa humanidad, a los derechos de los pueblos originarios, al derecho a la tierra, a la soberanía real sobre los recursos naturales, al reconocimiento de derechos a personas LGBT, al cambio de paradigma respecto a los derechos de las mujeres en plena igualdad sustantiva con los hombres nos desafía, a largo plazo, a seguir profundizando en todas las configuraciones de lo social la batalla cultural-simbólica.
El desafío: la utopía posible.
Seguir interpelando una sociedad patriarcal y machista impuesta desde los supuestos modelos civilizatorios, continuar con el verdadero reconocimiento de las personas como sujetos de derechos, consolidar las conquistas logradas y profundizar nuestras luchas para lograr su reivindicación desde el Estado como único garante de los derechos (esa tal vez sea la gran paradoja del Estado liberal: es quien viola y es quien garantiza los derechos humanos) son en términos generales nuestros mayores desafíos.
Es menester comprender como dice Hebe de Bonafini que si perdemos esta batalla cultural la culpa será de nosotros, porque como dice el gordo Cooke “cuando culmine el proceso revolucionario argentino se iluminará el aporte de cada episodio y ningún esfuerzo será en vano, ningún sacrificio será estéril y el éxito final redimirá todas las frustraciones”.
Fuente: Universidad Popular de Madres de Plaza de Mayo.
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