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martes, 8 de mayo de 2012

Evita, la primera gran mujer del movimiento, por Jorge Coscia (para “Miradas al Sur” del 06-05-12)


Miradas al Sur. Año 5. Edición número 207. Domingo 6 de mayo de 2012

Por

Jorge Coscia Secretario de Cultura de la Nación

contacto@miradasalsur.com

Cuando pensamos en Evita, generalmente traemos a la memoria a la mujer de la estampa, como también nos ocurre con esas imágenes míticas del Che Guevara. Recordamos a esa mujer combatiente, aguerrida, con sus discursos y su fuerza; esa mujer que entregó su vida por los humildes; esa mujer esencial en el proceso de transformación que encabezó junto con Perón. La característica más verdadera de los héroes es que son seres humanos. A veces, se intenta transformarlos en bronces, en remeras o, en el mejor de los casos, en cuadros, murales, películas, obras de teatro. Pero sus vidas y sus obras son mucho más: congelarlos en bronce o en tela no debe hacernos olvidar su naturaleza, su carnadura humana. Eva es una heroína, pero, además, es un mito argentino y universal, un ícono que expresa a una mujer argentina que luchó por la justicia social, la independencia económica y la soberanía política, en particular, de las mujeres. En esta materia fue una pionera, no sólo en la Argentina, sino también globalmente. Esta característica de Eva fue recogida y reconocida de distintas maneras, tanto buenas como malas. Por eso, cuando escribía la novela Juan y Eva pensaba en esta dimensión profundamente humana que debía resaltar sobre el resto. De ahí el título: dos nombres propios, tan comunes, dos personas, en definitiva, de carne y hueso. La vida de Eva fue breve –nació en 1919 y murió en 1952–, pero su paso como protagonista de la Historia fue aún más corto. Entró en escena en 1944, y murió siete años y medio después. Siete años y medio que le bastaron para partir en dos al siglo XX. Es curioso, porque cuando uno analiza la vida de San Martín, tampoco estuvo demasiado tiempo en la Argentina, lo que me lleva a pensar que, a veces, no se trata de tiempo, sino de intensidad (a Néstor, por esas curiosidades de la historia, también le tomó siete años y medio quedar en los corazones del pueblo para siempre). No debemos creer que existe una raza de hombres y otra de héroes: son los mismos hombres, la misma raza, que, bajo el destino, la voluntad y las causas misteriosas de la historia, terminan transformándose en algo que no imaginaron ser. Por eso, en este aniversario, no creo que esté de más relatar una serie de anécdotas para acercarnos a la humanidad de Evita.
En esa metamorfosis, la encontramos en el año 1944 trabajando en la radio, no como actriz novata que buscaba triunfar, sino que ya había sido partícipe central de la organización de un gremio: la Asociación Radial Argentina. Por aquel entonces, existían unas seis emisoras importantes, y la radio ocupaba un lugar fundamental en los hogares. En ese momento, Eva, una joven de 24 años de edad, conducía un radioteatro en Radio Belgrano. Al revisar la grilla de 1944 se encuentra que, a las once de la noche, se emitía su programa, identificado como Compañía Eva Duarte. Ya era una estrella: la llamaban “la señorita radio”. Eva había llegado allí por distintas circunstancias. Con una enorme vocación artística, había viajado a Buenos Aires cuando era jovencísima, transitando un camino de hambre y padecimiento, acompañada por su familia. Tenía talento, su voz era potente, poderosa. Había participado, con papeles de reparto, en algunas películas, pero ninguna de real importancia; también, en obras de teatro, hasta que se encontró con la radio. El terremoto de San Juan generó un primer movimiento del destino. Por entonces, Perón era secretario de Trabajo y Previsión, además del hombre fuerte del golpe militar de 1943 y líder del GOU. El presidente argentino era Ramírez, pero Perón “movía los hilos”. Por lo tanto, se hizo cargo de la emergencia que provocó el terremoto y convocó al conjunto de la sociedad a movilizarse. Más adelante, Perón la visitó en Radio Belgrano. Actores y actrices se pusieron a disposición, y Evita, con su iniciativa, se hizo ver. Algunos testigos sostienen que Perón no le quitaba los ojos de encima. Volvieron a encontrarse en el Luna Park. Evita quería acercarse a él, pero tuvo que esperar a que se cantara el Himno y se retirase el presidente Ramírez. Entonces, se sentó junto a él, y dicen que, desde ese momento, nunca más se separaron. A partir de ese episodio, comenzó lo que en mi libro llamé “el amor”, una etapa misteriosa, privada, íntima. De esa época se cuentan algunas travesuras; por ejemplo, que Perón llevaba a Eva a Campo de Mayo, donde estaba su casa, ya que había sido nombrado ministro de Guerra. Para que no lo vieran entrar con ella –estaba mal visto que un viudo saliera con una mujer mucho menor y, en este caso, actriz–, Eva se escondía en el asiento trasero. Como cualquier militar activo de aquella época, Perón se reunía con sus compañeros. El país estaba en ebullición, de modo que, en esas reuniones, mientras fumaban o tomaban, discutían. Lo que ocurrió allí es algo sumamente curioso y atípico: Perón dejaba que Evita se quedara en esas discusiones. En general, los hombres mandaban a la mujer al dormitorio, de compras, a la cocina, o a cualquier lado que no fuera el lugar donde ellos debatían sobre política. ¿Qué ocurrió para que el hombre que se propuso cambiar la Argentina se enamorara de “la señorita radio”? No es posible separar el amor de Perón y Eva del proceso revolucionario que se construyó en paralelo. A tal punto, que podría pensarse que fue necesario hacer una revolución para que ese amor fuera posible, invirtiendo la lógica del cientificismo histórico. Porque hasta los aliados de Perón sentían intriga al ver a ese hombre serio, un dirigente de la revolución, con una actriz, una señorita de “vida libre”. Muchos de estos comentarios malintencionados provenían de las indignadas esposas de los militares (así como hoy, muchas mujeres se enojan ante las virtudes de la Presidenta).Es notable cómo el punto nodal del conflicto reúne la historia de grandes fuerzas sociales con las cuestiones humanas que expresan. Perón se negó a renunciar a Eva frente a los propios militares conservadores que le pedían su cabeza. Muy por el contrario, la escuchó y la integró a su vida cotidiana, y entonces, llegó el golpe. Fue depuesto de sus cargos de vicepresidente, ministro de Guerra y secretario de Trabajo y Previsión, y al poco tiempo, fue llevado detenido a la Isla Martín García. Bastante se ha discutido acerca de cuánta importancia tuvo Evita en el 17 de octubre. En mi opinión, mucha, porque el 17 de octubre no se gestó de un día a otro, sino que fue construyéndose en ese recorrido de 1944 a 1945. La preocupación de Evita era recuperar a Perón con vida. Entonces, se comunicó con los sindicatos, habló con los militares y con los amigos de Perón, lo que generó un gran mecanismo. No hay una Evita golpeando puertas de fábricas, pero sí hay una Evita activa, desesperada. Evita se reencontró con Perón, finalmente, la noche del 17 de octubre, y a partir de entonces, pusieron en marcha los diez años de mayor justicia conocida hasta ese momento. Esa misma justicia que, en estos años, buscamos recuperar.

Publicado en :

http://sur.infonews.com/notas/evita-la-primera-gran-mujer-del-movimiento

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