Por estos días las corporaciones, presas de la incertidumbre y fuertemente cuestionadas, en un irracional arrebato de ansiedad y a tres años y medio vista, proclamaron su candidato a presidente.
Desde el domingo próximo pasado, en que hicieron un obsceno despliegue de poder mediático, Daniel Scioli ha sido proclamado candidato a presidente en el 2015 por los grupos Clarín, La Nación y Perfil.
Daniel Scioli aparece en escena planteando una disyuntiva falsa, con un fuerte tono extorsivo: sintéticamente expresa que si Cristina no consiguiera la re-reelección él sería candidato a presidente en 2015.
Difícilmente podamos ver a Cristina Fernández de Kirchner manoseando el texto constitucional en beneficio personal. Todos debemos trabajar para que Cristina pueda elegir su sucesor con la misma serenidad y espacio que tuvo para elegir a su actual compañero de fórmula.
Scioli fue primer diputado nacional de Menem por la ciudad de Buenos Aires, “amigo” de andanzas de Duhalde, Cavallo y Dromi, que junto con la complicidad de la Alianza delarruísta fueron los responsables de sumir al país en una de las tragedias más grandes de nuestra historia. A ese Scioli, que llegó a ser compañero de fórmula de Néstor Kirchner por decisión de Eduardo Duhalde, los compañeros de la resistencia popular de los ’90 podemos comprenderlo en términos históricos, igual que a otros que vienen mezclados en el lodo que siempre corre en la historia de los pueblos.
Los comprendemos en tanto y en cuanto sean capaces de sumarse a un proyecto que articula la democracia, la inclusión, la soberanía, la lucha contra la impunidad, la integración latinoamericana y el avance de los derechos civiles. Y reconocemos profundamente a aquellos compañeros que en la década del ’90 subsistieron en las líneas internas del PJ en aras de un tiempo mejor que finalmente llegó desde las entrañas de esa misma estructura de la mano de Néstor y Cristina, y al calor de una resistencia que pagó con su sangre y su libertad una década de oprobio.
En la torpe presentación de su candidatura, prohijada por las corporaciones, acérrimas enemigas de nuestro gobierno, queda demostrado que su proyecto, el de Scioli, es transformarse en el ariete de la restauración conservadora que va a obturar por derecha doce años de acumulación y avance de los trabajadores y del pueblo en la Argentina.
El domingo próximo pasado por la noche Mariano Grondona pedía a gritos un indulto a todos los genocidas del proceso. No tengo dudas que de ser Daniel Scioli presidente de la República, en nombre de la “reconciliación”, una de las primeras medidas que va a dictar es la amnistía que tanto desean los genocidas y sus jefes civiles. Scioli, un hombre de las corporaciones, rápidamente derogaría la Ley de Medios por pedido de sus amigos del grupo Clarín, y la Ley de Matrimonio Igualitario y cualquier otra que cuestione el dogma católico, a pedido de la corporación eclesial y particularmente de su amigo Héctor Aguer.
El “presidente” Scioli, como buen neoliberal conservador en materia económica, seguramente anularía las retenciones de la patria “agrogarca” y restauraría la presencia del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional en estos pagos. Es mucho mejor en la visión sciolista endeudar a todos que ejercer presión fiscal sobre los poderosos.
El “presidente” Scioli, rápidamente se alinearía con EE.UU., Gran Bretaña e Israel, y tomaría distancia del MERCOSUR, del UNASUR y de la CELAC. Sus únicos amigos en el continente serían Colombia y Chile. Si esto es “ciencia-ficción”, que Scioli jure por la sagrada memoria de Néstor Kirchner y delante de todo el pueblo que jamás va a tomar estas medidas.
Desde el espacio Vélez, que cuenta con la enorme vitalidad de una juventud que abraza la causa del pueblo y de la patria, haciéndonos cargo de la espectacular consigna de ese día, unidos y organizados, continuemos contestando estas provocaciones del poder oligárquico con audacia política, creatividad y convicción ideológica.
Es necesario advertir que el Estado neoliberal conservador que nos impuso el Consenso de Washington en los ’90, y su brazo ejecutor -el Pacto de Olivos-, ha entrado en su crisis terminal: la tragedia de Once y el tornado que azotó el Conurbano bonaerense y la Capital Federal son una muestra palmaria de la obsolescencia de esas estructuras.
Esa Constitución y ese Estado fueron creados cuando se proclamaba la muerte de las ideologías y de los estados-nación; y de cuando Neustadt le planteaba a doña Rosa que vengan gerentes japoneses o alemanes a remplazar a la estúpida clase dirigente argentina.
Hoy es bueno preguntarse si la arquitectura institucional de la Argentina del siglo XXI podría ser otra, una que surja del constitucionalismo popular, que ponga en debate a toda la nación, desde Ushuaia a La Quiaca, a lo Eduardo Galeano, en un saludable y revolucionario “patas para arriba”.
¿Ustedes creen que se puede profundizar el modelo nacional, popular y democrático con la Constitución impuesta por el imperio en los ’90?
¿Qué es más importante, ver quién gobierna los próximos ocho años o cómo rompemos el péndulo histórico con la oligarquía procolonial, que ya lleva 200 años?
Estamos en el cenit más alto de la disputa corporaciones o democracia. Seamos capaces de transformar el espacio Vélez en un movimiento nacional por una nueva Constitución y un nuevo Estado, que permita que Cristina elija a su delfín, que consolide la jefatura de la compañera presidenta para los tiempos, que deje abierta la posibilidad de su regreso, si ella lo quisiera, y que proyecte aún más su liderazgo continental.
Imaginariamente sentémonos en un pico de los Andes como si fuera el umbral más alto de nuestra historia y preguntémonos si no es hora de que la causa del pueblo, que es la causa nacional, popular y democrática, quede instaurada para todos los tiempos en nuestra patria.
Van a aparecer negacionistas de todo tipo. A esos habría que decirles que cada generación tiene derecho a pactar sus propias pautas de convivencia; o sea, a tener su texto constitucional adaptado a los tiempos que les toca vivir.
México reformó cien veces su Constitución; Brasil, sesenta; Alemania, cuarenta; y al decir de algunos expertos, los únicos tres países que hicieron enmiendas pero que nunca cambiaron su texto constitucional son EE.UU., Suiza y Argentina.
Unidos y organizados, con la conducción de una presidenta de la República que ha demostrado un enorme coraje político a la hora de enfrentar las corporaciones de adentro y de afuera, hemos logrado la AUH, la estatización de los fondos de pensión, de Aerolíneas Argentinas, de YPF, la reforma de la carta orgánica del Banco Central, la Ley de Matrimonio Igualitario, la Ley de Tierras, la unificación y modificación de los códigos Civil, Comercial y Penal, la integración latinoamericana y nuevos derechos comunitarios. Como dice nuestra jefa, vayamos por todo: pongamos en debate el país que queremos, el país de nuestros trabajadores, de nuestros jóvenes, de nuestras mujeres, de nuestros campesinos, de nuestros aborígenes, de las minorías siempre silenciadas; única manera de ponerle freno a los candidatos de Clarín y de las corporaciones, que no advierten que hemos vuelto con toda la fuerza de nuestras convicciones, liderados por el poder inmenso de la juventud, que ha visto en Néstor y Cristina el símbolo más alto de la lucha y de la entrega por construir una patria para todos. Nunca más ocho millones de desocupados, treinta mil desaparecidos y ciento ochenta y cinco mil fábricas cerradas.
Escrito para Tiempo Argentino por Luis D'Elía
Publicado en :
http://www.luisdelia.org/2012/05/nueva-constitucion-y-nuevo-estado-o-un.html
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