El significado del triunfo de Cristina en una provincia casi siempre adversa al kirchnerismo. El papel de la juventud y la memoria de la militancia. El escenario que viene: el enigma de Juez, la resistencia de la UCR en la Capital y el estrecho margen de un De la Sota que archivó el cordobesismo.
El arrasador triunfo del Frente para la Victoria en el país tuvo su correlato en la Córdoba reacia al kirchnerismo. Cristina ganó con el 38% en toda la provincia. Marcó la diferencia en las ciudades grandes y medianas. En la zona sojera, en la zona industrial y en la zona turística. Es decir, ningún sector le dio la espalda.
El domingo pasado, la "Cristina de los cordobeses" recogió más votos que en las elecciones primarias, donde la estructura del Partido Justicialista de Córdoba, fiel a su posición confrontativa con el proyecto kirchnerista, quiso medir fuerzas. Un renovado y electo gobernador, José Manuel de la Sota, aprovechó su envión electoral para empujar una lista de candidatos a diputados nacionales -made in casa- levantando el estandarte separatista del “cordobesismo”. De esa manera, el hoy gobernador electo sacudía el polvo del archivo a su eterna puja con los Kirchner, que viene de vieja data. Pero al obtener el pasado 14 de agosto un escaso 6% de los votos, obligó al PJ a agazaparse, desensillar y formalmente encolumnarse detrás de Cristina. Aunque otros candidatos peronistas lograron respetables caudales de votos en la provincia, como Eduardo Duhalde y Alberto Rodríguez Saa.
De todos modos, el triunfo de Cristina en Córdoba se construyó superando derrotas, traiciones, menosprecios e invisibilización. Después de aquel 25 de marzo del 2003, cuando un humilde e ignoto candidato presidencial, apodado Lupín, pisó Córdoba buscando que le crean, y pidiendo apoyo a sus compañeros, siguieron las derrotas del 2007 y del 2009. Siguieron las traiciones y los errores que siempre lo postergaron en la preferencia de los votos de la provincia mediterránea. Hasta que llegaron las primarias, y luego el domingo pasado. Claro, en todo este tiempo, corrió mucha agua bajo el puente. Por eso, en este festivo "post 23" es necesario acudir a la memoria, no al rencor.
Cuando las columnas de jóvenes de las diferentes agrupaciones como la Jauretche, la Kapiango, la Cámpora, la Bisagra, la Kolina, los descamisados, el Movimiento Evita, entre otras, marchaban por diferentes calles al ritmo del baile de Cristina para converger en la mítica esquina de las avenidas Colón y General Paz, la noche dominguera lucía los colores de la esperanza. Los cánticos de la liturgia de las tripas y el corazón traían los recuerdos de quienes pelearon para que tengamos el privilegio de ver, de ser testigos, de ser protagonistas de un tiempo donde la mística popular, las ideas, los sueños, la libertad, y todo lo nuestro, flameaban en esas banderas que portaba la mayoría de la juventud cordobesa. La alegría popular había desplazado a la "Córdoba de las campanas", a la "Córdoba de la criminal Revolución Libertadora", a la "Córdoba doctoral", a la "Córdoba de las familias sagradas", a la "Córdoba colonial y patricia". Y esa alegría, y ese entusiasmo popular visible y palpable, resucitaban a los compañeros de la fábrica IME, a los compañeros de la fábrica de Aviones, desde donde salían nuestros rastrojeros, nuestras motocicletas Puma, nuestros aviones Pulqui. Esa alegría y entusiasmo que promovieron Néstor y Cristina resucitaron a los compañeros del Cordobazo, del Viborazo, Atilio López, Agustín Tosco, Obregón Cano, y tantos y tantos. Y por qué no, a la Córdoba de la Reforma Universitaria, y a tantos que ya no entraban en las calles, esa noche de cánticos de tripas y corazón. Y entonces, los barrios empezaron a leudar otra masa para un pan que se cocina en un horno distinto.
Por toda esa historia, el triunfo de Cristina tiene en la provincia mediterránea más significados de los que pretenden imponer los medios de prensa hegemónicos que sólo hablan de coyunturas, especulaciones y cálculos. Que ganó porque los cordobeses votaron con el bolsillo, que ganó porque la oposición no se movió, qué ganó porque Luis Juez está deprimido, qué ganó porque José Manuel de la Sota claudicó ante la billetera kirchnerista. Y lo cierto es que no vieron cómo la juventud inundó la ciudad de alegría, de esperanza, de futuro.
El viejo militante de los 70, Pedro Gaetán, que alguna vez, dijo frente a los estrados judiciales cordobeses "la militancia se termina con la muerte", marchaba cantando el domingo portando una bandera de Evita, y en un momento, con lágrimas en los ojos, emocionado, reflexionó: "Lo que pasa es que nosotros en los 70, veníamos a las marchas con bronca, violentos, con mucho arrojo. Queríamos recuperar lo saqueado. Hoy los pibes, las mujeres, las familias vienen a cuidar el futuro”. De pronto, su hija de 19 años, lo encontró. Se saludaron. María Eva llevaba un trapo que decía: "En Córdoba no estoy indignada, estoy feliz."
Los pibes bailaron cuarteto hasta que salió el sol de Cristina en el cielo cordobés.
Otro escenario
Con Cristina como electora excluyente ya nada será igual en la política cordobesa. El radicalismo, que desde hace varios años viene en picada, logró dos bancas en el Congreso Nacional, que serán ocupadas por Mario Negri y Patricia de Ferrari. Pero, además, gobernará el municipio más grande de la provincia, y desde allí podrá remontar o, al menos, frenar la caída.
En tanto, el sector emergente de los últimos años, que lidera Luis Juez, tiene por delante el desafío de rearmarse para no desaparecer como fuerza política generadora de expectativas. El fantasma de lo que pasó con la Coalición Cívica ronda por la cabeza de Juez, pese a lograr bancas en Diputados donde irán dos hombres muy cercanos a él como son Eduardo Martínez y Valinotto. Pero el juecismo fue derrotado duramente en las elecciones provinciales pasadas y a nivel nacional también sintió el rigor de la derrota como integrante del Frente Amplio Progresista, al que aportó a Norma Morandini como vice de Hermes Binner.
En el PJ nadie duda que habrá un reacomodamiento. Ya lo adelantó José Manuel de la Sota, que visualiza que nada podrá hacer fuera del esquema kirchnerista, muy a pesar suyo. Él volvió al ruedo con un triunfo más amplio de lo esperado para la gobernación. Aquel 7 de agosto, no llamó a Córdoba “Corazón de mi país”, ni entregó el triunfo a su ambición. Durante la noche de ese domingo, había decretado “el cordobesismo”. Parecía que no quería volar tan rápido al puerto. Parece que quiere esperar. Hacer buena letra. Pretende que el puerto lo llame, no quiere llevar la “mediterraneidad” a golpear las puertas de los caciques bonaerenses. Y claro, aprendió, y después de las primarias, la escena lo sorprendió.
Aquella noche del 7 de agosto estuvo cauto. Nunca antes De la Sota había leído un discurso como el que leyó minutos después de que Luis Juez lo declarara legítimo ganador. Nada más alejado de las interpretaciones periodísticas. De la Sota dio un discurso consensuado con el único despacho con luz que había ese domingo de agosto en Balcarce 50. Agradeció las felicitaciones de Cristina Kirchner y dijo que puede “contar con Córdoba pero para unir…”. Un mensaje tan ambiguo como que el PJ de Córdoba decidió votar a Cristina, pero él votaría a quien ayude más a Córdoba ¿Quién puede ayudar más a Córdoba? Pero sumado a este entramado de mensajes y paramensajes, lo cierto fue que la campaña electoral de Unión por Córdoba, alianza que contiene al PJ de Córdoba, fue financiada con dinero del kirchnerismo. La caja estaba bajo la celosa custodia de Jorge “el zurdo” Montoya, un dirigente del riñón delasotista e interlocutor K. Por otro lado, De la Sota, que ve bajo el agua en política, sabe e intuye que su sueño de volver a ser presidenciable sólo puede tener algún viso de realidad si se suma al éxito del gobierno central. Es decir, juegan bien o no hay futuro para nadie, parece decir el oráculo justicialista nacional donde De la Sota pretende y quiere estar.
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