Entrevista. Atilio Boron. Politólogo, sociólogo
Investigador Superior del Conicet y director del PLED/Centro Cultural de
la Cooperación Floreal Gorini, Atilio Boron es una de las personas que
más sabe sobre la acuciante actualidad mexicana. Por eso, ante la
tragedia de Ayotzinapa, no duda: “Se trata de un hecho atroz por donde
se lo mire, de una crueldad incalificable y que revela lo avanzado del
proceso de putrefacción de un orden estatal carcomido hasta sus
entrañas. Pero no hay que dejarse engañar y pensar que una aberración
como la que segó la vida de esos 43 jóvenes es una excrecencia
circunstancial de un cuerpo político saludable. Todo lo contrario: es la
violenta irrupción a la luz pública de una forma de dominación y de
hacer política que se ha venido practicando en los últimos años en
México y cuyas víctimas suman decenas de miles. A causa de la
“narcoguerra” desatada durante el sexenio de Felipe Calderón (2006-2012)
las víctimas de esta criminal y suicida política -que además sólo
sirvió para profundizar el control del narco sobre la vida política,
económica y social de México- superan las 121.000, un promedio de una
persona cada 30 minutos, según un informe presentado por la Procuraduría
General de la República. Hay que hablar de los feminicidios: entre 1985
y 2010 fueron asesinadas 36.606 mujeres, y la tendencia no ha sido
revertida. Un informe oficial revela que solamente durante el sexenio de
Calderón desaparecieron 26.121 personas. Eufemismos aparte, esto es
'terrorismo de Estado', practicado en un marco presuntamente
‘democrático’”.
–¿Se puede parar esta tragedia?
–No es imposible pero sí muy difícil. La creciente amalgama entre
narcotráfico y política tiene como rasgo distintivo la utilización a
mansalva y con total impunidad de la violencia. La frontera común con
los Estados Unidos, país donde año a año se baten récords en materia de
venta libre de armas de fuego, agrega un ingrediente imposible de
controlar. Mientras la trata de personas, el tráfico de drogas y órganos
humanos, y la venta de toda clase de armas sean organizadas por
empresas binacionales del crimen, en donde los malechores cuentan con la
complicidad o, al menos, la displicencia de las autoridades de ambos
lados de la frontera será muy difícil detener esta espiral de la
violencia. No quisiera caer en exageraciones, pero pareciera que sin una
profunda revolución política y social, a ambos lados de la frontera, la
narcopolítica con sus atroces secuelas seguirá causando estragos.
–¿Y la guerra contra el narcotráfico impulsada por la Casa Blanca?
–Los Estados Unidos no están interesados en eso, y México no puede
librar en solitario una batalla contra ese flagelo cuando su vecino es
un verdadero santuario para dichas actividades. Los Estados Unidos
aprendieron la lección del Reino Unido, que con dos guerras libradas a
mediados del siglo XIX impuso el tráfico de opio y derrumbó a la China
imperial. Lo que quiere es “regular” al narcotráfico, no combatirlo,
porque sabe que es una poderosa arma de dominación imperial y de
sometimiento de los pueblos. La Casa Blanca puso en práctica esas
enseñanzas primero en Colombia, con los resultados de sobras conocidos;
luego pasó a México, en donde a favor de la vecindad geográfica el
impacto de su iniciativa adquirió dimensiones gigantescas, y ahora
endereza sus pasos hacia el sur. La Argentina, Perú y Brasil están en la
mira. Del narcotráfico a la narcopolítica y al “terrorismo de Estado”
hay apenas un paso, y en el medio se apilarán los cadáveres de miles y
miles de víctimas que regarán con su sangre uno de los negocios más
rentables del capitalismo contemporáneo. ¿Cuáles son los dos países en
donde hay miles de desaparecidos, centenares de miles de muertos por la
violencia, millones de campesinos desplazados, abundan las fosas comunes
y las atrocidades y las matanzas están a la orden del día? Colombia y
México, en donde los vínculos entre el narco, los políticos y los
gobernantes han sido probados en sede judicial. Y esos dos países son
los aliados preferenciales de los Estados Unidos y puntales de la
malhadada “Alianza del Pacífico”. Nada de esto es casual.
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