Entrevista de Miradas al Sur a Leopoldo Moreau. Habló sobre los años alfonsinistas, comparando los desafíos que entonces enfrentaba el país con los actuales.
En el 31º aniversario de la recuperación de la democracia, un
ciclo de cine-debate en el Ecunhi sirvió de marco para una charla con
Leopoldo Moreau, donde se revisaron los años alfonsinistas, comparando
los desafíos que entonces enfrentaba el país con los actuales, y se
habló de deudas pendientes de la construcción democrática colectiva.
"Este documental muestra muy bien lo que fue el contexto de aquellos años, más allá de que también sea una bajada de línea, y nos obliga a todos a identificar que hay cosas que ya hemos naturalizado y que son conquistas de la recuperación de la democracia”, dice Moreau. Y continúa, en diálogo con Miradas al Sur, recordando aquellos años: “Estábamos rodeados de dictaduras militares. Casi constituíamos una isla democrática. Acosados por gravísimos problemas económicos pero además teniendo que llevar adelante, porque inevitablemente era el único camino para consolidar definitivamente la democracia, la política de Memoria, Verdad y Justicia, teniendo un condicionamiento adicional: quienes teníamos que juzgar y condenar controlaban los resortes del Estado, no solamente del aparato represivo.
Además, teníamos que ir a buscarlos adentro de las guarniciones. Era un contexto complicado. Tal vez porque entendimos que la situación decisiva que volcó al electorado a favor de Alfonsín fue cuando anunció que iba a revisar el pasado. Luder, en ese entonces, decía que iba a respetar la Ley de Amnistía. A mi juicio, ahí perdió la elección. La importancia de la Conadep y de los juicios a las Juntas excede la condena a los 10 o 14 comandantes, fue la posibilidad de que la gente tomara conciencia acerca de lo que había sucedido. La sociedad argentina hoy no justificaría nunca la tortura. Se consiguió la condena judicial pero fue más importante la condena moral de determinada metodología”.
–El alfonsinismo también tuvo que lidiar con una oposición interna feroz…
–Creo que la virtud del alfonsinismo fue exceder el marco partidario. De hecho, logró una convocatoria que congregó mucha gente que no tenía origen radical, que venía de culturas políticas diferentes, de la izquierda, del peronismo… En 1983, Alfonsín sacó un 52% con infinidad de votos peronistas. Así como en el 54% de Cristina hay infinidad de votos “raulalfonsinistas” y radicales. Alfonsín, en sus discursos, decía “en esta marcha tenemos que sumar a los que siguen a Evita y a Perón”. Como dice Stubrin en la película: la gran virtud de nuestra generación fue que no confundimos ser radicales con ser antiperonistas. Algo que, lamentablemente, hoy no ocurre. Hay radicales adentro del partido, y no afuera, que confunden ser radicales con ser antikirchneristas; y eso te hace perder identidad política. En eso hay mucho parentesco entre lo que fue el alfonsinismo y el kirchnerismo de hoy.
–¿Cómo liga ambos espacios?
–El kirchnerismo excede el marco del Partido Justicialista. Es más, creo que pone en crisis al Partido Justicialista así como nosotros pusimos en crisis al radicalismo. Inclusive, diría que Alfonsín propuso en esa etapa la creación del Tercer Movimiento Histórico (una síntesis de lo que era el alfonsinismo con los sectores más evolucionados del peronismo, básicamente expresados en la renovación peronista) de la misma forma que Kirchner propuso la concertación para congregar a las fuerzas nacionales y populares. Y ambos fracasan allí, lo que no significa que la idea sea incorrecta, sólo que fallaron las instrumentaciones o el momento histórico. La idea sigue siendo la correcta.
–¿Considera que el kirchnerismo recupera muchas cosas del alfonsinismo?
–Estos 30 años de democracia son extraordinariamente importantes porque nos permitieron un aprendizaje fundado en el ejercicio de “acierto y error”, que antes no teníamos: pasábamos de dictaduras militares a terrenos democráticos muy breves y fuertemente condicionados, casi diría parodias de procesos democráticos, y así seguíamos. Por entonces no había posibilidades para que la sociedad, el pueblo, pudiera desarrollar una experiencia sobre la base del ejercicio de acierto-error y visibilizar que los poderes fácticos trataban de condicionar los procesos democráticos. Veo, con mucha nitidez, que los períodos del alfonsinismo y del kirchnerismo tienen parentescos enormes en materia de derechos humanos, cada uno con su momento y contexto históricos. En la primera etapa de Alfonsín tuvimos el juicio a la Junta, la Conadep, la derogación del Código de Justicia Militar, la extradición de López Rega a quien trajimos a la Argentina y murió en la cárcel juzgado por la democracia por su participación en el terrorismo de Estado con las Tres A. Y vinieron con Kirchner los juicios generalizados a los represores, los juicios a los civiles de la dictadura, etc. En materia de derechos civiles, con Alfonsín salen las leyes de divorcio y de Patria Potestad Compartida; mientas que con Kirchner salió el matrimonio igualitario, la ley de identidad de género. Entendemos que sin Patria Potestad Compartida previa no hubieran tenido demasiado sentido las otras leyes. En la política exterior, hay enormes similitudes: con Alfonsín se inicia el proceso de integración regional, por supuesto que dentro de las limitaciones que ofrecía el continente en ese momento. Recordemos que asumimos rodeados de dictaduras militares y, a medida que la democracia se fue extendiendo, pudimos avanzar en ese proceso de integración cada vez más sólido; primero con el Mercosur, ahora con la Unasur, la Celac, que son etapas superiores de integración. Alfonsín, con sus aciertos y errores, garantizó democracia para siempre. Kirchner, con sus aciertos y errores, garantizó una Patria para todos, más amplia.
–¿Cómo fue manejarse con un criterio de vanguardia en áreas que no tenían referencia?
–Hay que tener en claro que, más allá de que sorprendió el triunfo del radicalismo, veníamos con un plan estratégico, un plan que tenía un sólo objetivo: consolidar la democracia. Un plan estratégico con la política de juzgamiento que Alfonsín anunció cinco días después de asumir. Y no es que Alfonsín inventara en esos cinco días la creación de la Conadep, o cómo modificar el Código de Justicia Militar para que los militares fueran sometidos a tribunales civiles. A la luz de lo que habíamos estudiado, pero además vivido de la historia argentina, teníamos muy en claro que los procesos democráticos habían fracasado en la Argentina cuando habían sido hackeados por la coalición de intereses: las oligarquías locales, junto a los Estados Unidos y las fuerzas armadas, eran la herramienta principal que tenían los poderes fácticos. No sólo para condicionar la democracia sino para tumbarla. Sobre esa base desarrollamos nuestra política. Por eso, la política de derechos humanos no sólo generaba credibilidad en la sociedad dando la señal de que ahora la democracia venía en serio, sino que además se utilizaba para golpear la corporación militar y llevarla al rol que debía y debe tener. La consolidación de la paz en la región, que para nosotros estaba asociada a la democracia, tenía como objetivo hacerle perder influencia a los Estados Unidos en el continente, y hacerlo retroceder en lo que había sido la aplicación sistemática de la Doctrina de la Seguridad Nacional, amparo ideológico de los gobiernos dictatoriales. También ahí tuvimos una pelea contra otra corporación preponderante de entonces: la eclesiástica. Librábamos una lucha no sólo contra el autoritarismo en materia de violación de derechos humanos sino también contra el autoritarismo cultural. Había que desarmar toda una herencia cultural autoritaria.
–Tanto que habría que recordar las aberraciones que se dijeron en la marcha que había organizado Monseñor Aramburu para el día anterior a la votación de la ley de divorcio.
–Ahí fue el episodio de Monseñor Emilio Ogñenovich, obispo de Mercedes, uno de los más reaccionarios de la cúpula de aquella época, que para convocar gente en Plaza de Mayo contra la Ley de divorcio –y en definitiva contra el gobierno de Alfonsín– sacó la Virgen de Luján de la Catedral por primera vez en la historia, rompiendo incluso una tradición de la Iglesia que dice que precisamente la Virgen de Lujan está ahí porque los bueyes se detuvieron para que no se moviera de ese lugar. Por supuesto que no pudimos librar todas las batallas a la vez, y que muchas las perdimos, como perdimos las batallas contra las corporaciones económicas y terminamos siendo víctimas de un golpe de Estado económico en 1989, aunque muchos lo vivieron como el fracaso de una política económica. Pero más allá de los vaivenes de la política económica del gobierno de Alfonsín, hubo algunas líneas directrices fundamentales. Una de ellas fue no ceder a la presión privatizadora, que era muy fuerte. Los bancos privados ya en aquella época tenían en su poder la deuda externa, más allá de que hubo momentos en que tenían preponderancia organismos internacionales como el Fondo Monetario o el Banco Mundial, un drama que nos había dejado Domingo Cavallo con la estatización de la deuda privada de muchas empresas.
–Y donde muchas empresas, advertidas de que se estatizarían las deudas privadas, se endeudaron mucho más…
–Exacto. Había un elemento de presión enorme con los famosos bonos Brady en favor de los procesos de privatización. Pero Alfonsín no aflojó. Y con el golpe de Estado económico, lograron con Menem inmediatamente lo que habían planeado, enajenado todo el patrimonio social de la Argentina.
–¿Cómo ubica esos lazos que identifica del alfonsinismo y del kirchnerismo en su relación con la oposición en un contexto eleccionario?
–En contextos históricos bien diferentes, creo que el kirchnerismo está enfrentado a un desafío bastante parecido al que tuvimos nosotros en 1989. Por entonces, los candidatos con posibilidades de llegar al gobierno eran Menem y Angeloz, que expresaban a su manera las políticas ajustistas. ¿Recuerdan la campaña de Angeloz con el famoso lápiz rojo? Hoy, de alguna manera, se vuelve a reproducir ese dilema. En nuestro caso, como todos los gobiernos de transición, sufrimos un desgaste muy grande porque la gente tenía la ilusión de que con un pequeño envión atravesábamos el río. Pero cuando está muy tormentoso, tal vez llegás a la mitad del río, no más. Y eso hace caer las expectativas y las esperanzas. Lo que no significa un fracaso, porque el gobierno de Alfonsín terminó mal pero aseguró la democracia. Tuvimos una derrota cultural. Ya la teníamos cuando no podíamos tener candidato propio. Hoy, al kirchnerismo le pasa lo mismo: avanzó enormemente, en otro contexto, enfrentando a otras corporaciones, predominantemente a las económicas y a las mediáticas. Y, ahora, también llegó un punto que lo enfrenta al dilema de no tener candidato propio, más el impedimento constitucional de que no pueda ir Cristina nuevamente como candidata a presidente. Pero lo más grave no es eso, sino el riesgo de una nueva derrota cultural, porque donde pretenden llevarnos es ahí. Después de la derrota cultural nuestra se abrieron 14 años de neoliberalismo salvaje, no fue gratis. Nuestro envión era que la gente se había hartado del autoritarismo y nos dio espacio para fundar la democracia. El kirchnerismo tuvo la ventaja de que se hartaron de las políticas neoliberales y eso abrió espacio para fundar el concepto de un país autónomo y de un gobierno independiente de los grupos corporativos. Pero esos enviones iniciales no están para siempre, los tenés que ir recreando.
–Hablando de derrota cultural, ¿no hay una visión acotada del concepto estratégico de democracia al pensarlo sólo desde lo político e institucional y desligarlo de las condiciones económicas que lo sustentan? ¿No es una visión demasiado liberal e institucional dejar de lado cómo se consagran y se efectivizan los derechos económicos, sociales y perder de vista el poder con que concentraron los grupos económicos?
–No es que nosotros no teníamos una mirada integral sobre el proceso democrático. Lo teníamos y muy en claro. Tanto como que en esa etapa histórica nos tocaba consolidar el proceso democrático precisamente para que esos espacios de participación a su vez generaran condiciones para ir bloqueando las pretensiones de los grupos económicos concentrados. Pero si no desarmábamos las herramientas que esos grupos económicos concentrados utilizaban para desgastar o para tumbar la democracia, iba a ser imposible. Además, como en el kirchnerismo, hay contexto histórico condicionante. Probablemente también sea cierto que no teníamos condiciones y capacidad para enfrentar todo. Cuando el kirchnerismo llegó al gobierno, había un país en default. Eso hizo más fácil renegociar la deuda. A nosotros nos era imposible renegociar la deuda: no estábamos en default y toda América latina estaba agobiada por la deuda externa y la falta de alianzas. Renegociar la deuda en un continente integrado, con el Unasur, no es lo mismo que hacerlo desde la soledad de un continente lleno de dictaduras militares. Recordemos que con Bernardo Grinspun quisimos armar un club de deudores. Nos dijimos “juntemos a todos los países de América latina, juntemos masa crítica y vamos a sentarnos para, de igual a igual, ver cómo los asustamos diciéndoles que este club de deudores no puede pagar”. Pero cuando quisimos empezar, Grinspun llamaba por teléfono al ministro de Economía de Brasil, que tenía un gobierno militar, y el tipo cortaba y llamaba inmediatamente a los Estados Unidos para decir “acá hay un loco que quiere constituir un club de deudores”. Lo intentamos. Hicimos una reunión en Cartagena y fracasamos rotundamente. No era que no tuviéramos claro el problema. Lo que no teníamos eran las mismas herramientas, ni las objetivas ni las subjetivas, ninguna de las dos.
–Pero, así como se pudo armar la Conadep, ¿no se tendría que haber hecho lo mismo en términos de analizar también la deuda externa que habían contraído el gobierno militar que pasó de 7.000 a 45.000 millones de dólares facilitado la concentración económica de estos grupos?
–Y sí, con el diario del lunes es más fácil. Pero ahí también entramos en un terreno un poco más controvertido. Porque para hacer eso hubiéramos necesitado también otra oposición. Era muy difícil para nosotros llevar adelante una lucha de esa naturaleza cuando la CGT nos hacía 14 paros generales y en los años 1986 y 1987 se sentaba en el grupo de los 20 con la Sociedad Rural, la Asociación Empresarial Argentina. Nos reclamaban aumento del salario y, al mismo tiempo, avalaban a los empresarios que nos pedían reducción de impuestos. Era bastante complejo. Y no es que traslado al peronismo esa responsabilidad, no tengo una mirada antiperonista, porque también ahora el radicalismo está fallando como oposición. El problema, y la democracia nos dejó una enseñanza ahí, es que los movimientos populares están conducidos por sus sectores más progresistas, más nacionales, pero también es al revés y también del seno de esos movimientos populares salieron Menem y De la Rúa. En 1988 quisimos sancionar la Ley de Radiodifusión, o la ley de medios, como se la llama ahora. Y era más restrictiva que la que presentó Cristina. También es cierto que no existían los grupos monopólicos que existen ahora. Hicimos un acuerdo con Cafiero para avanzar, pero tuvimos la desgracia de que Cafiero perdió la interna con Menem, el bloque justicialista se alineó con quien iba a hacer lo que pedía Magnetto: la derogación del artículo 45, que impedía que los que tenían medios gráficos pudieran tener radios y canales de televisión. Lo primero que hizo Menem al asumir fue bloquear la Ley de Radiodifusión derogando el artículo 45. La primera privatización menemista no fue ni Entel ni Gas del Estado ni YPF, fue canal 13. Se lo dio al grupo Clarín que además, cabalgando sobre la convertibilidad y su capacidad de financiamiento, se quedó con 240 cables en la Argentina. Al gobierno de Alfonsín hay que mirarlo con cierta benevolencia. Es cierto que hubo situaciones que no pudo resolver o grupos que no pudo derrotar, pero no es menos cierto que hubo grupos que no pudieron derrotarlo. A nosotros no nos sacaron las privatizaciones ni la derogación de un artículo. Con nosotros no hubo concentración de medios.
–A veces se habla de la política desde la superestructura, negando la elección del pueblo, como si fueran llevados de las narices. ¿Podría ser que la crisis de representación de la UCR actual tenga que ver con que el pueblo radical encuentra que se están cumpliendo muchos de los objetivos del alfonsinismo y del yrigoyenismo a manos del kirchnerismo, y que haya quedado dentro de la cúpula partidaria la derecha más reaccionaria?
–Sí. Sin lugar a dudas es así. Siempre digo que hay muchos más raulalfonsinistas afuera del partido que adentro del partido radical. Una de las razones de la crisis de identidad del radicalismo hoy es el ejercicio del oposicionismo ciego que lo fue desbarrancando y llevando hacia posiciones de centroderecha que son contranatura respecto a lo que fue el nacimiento del radicalismo y su propio desenvolvimiento histórico, más allá de los errores. Pero hay una cultura esencial que hoy el radicalismo está perdiendo por el ejercicio de ese oposicionismo ciego que hace que no haya debate político. Al no haber debate no hay política, los grupos concentrados se le imponen, sobre todo los grupos mediáticos. Eso está favorecido por un sistema político que se está rediseñando, donde el PJ nunca volverá a ser lo que fue y la UCR tampoco. Por eso decía que en el 54% de 2011 hay infinidad de votos radicales, como no había en 1983 un 52% de voto sólo radical por Alfonsín.
–¿Y cómo ve la participación de algunas agrupaciones nuevas como Los Irrompibles y su relación con el kirchnerismo?
–Con una gran alegría. Mi relación con el kirchnerismo se basa en que no critico sus aciertos. Cuando, en general, la oposición critica específicamente esos aciertos. Por eso me tratan de protokirchnerista. Por ejemplo, en materia educativa, más allá del crecimiento del presupuesto y del significado de darle el 6 y pico% del PBI, creo que hay un déficit enorme, precisamente porque se le está destinando muchos recursos pero la educación pública se fue deteriorando en términos de calidad, no tal vez de inclusión. De inclusión, seguramente que no, porque además hay una educación no formal como los planes FinEs, que son interesantes e importantes. Además, creo que hay que restituir a los trabajadores un ingreso no monetario. Todavía es alto el porcentaje de trabajadores que está en la informalidad. Si a eso le agregamos que esos trabajadores tienen que sacar de sus ingresos recursos para mandar a sus hijos a la escuela privada, se genera un deterioro mayor en los ingresos. Porque en el pasado, la educación y la salud pública que se logró con Carrillo (en el gobierno peronista) y con Oñativia (en el gobierno de Illia) constituían para los trabajadores de menores recursos, ingresos no monetarios, porque no había que pagar por esos servicios. Creo que ahí hay un problema.
–¿Cree que es un error por acción o por omisión?
–Yo no sé si es una cuestión ideológica. Me da la impresión de que no forma parte de las prioridades visibles. Después, me parece que, durante mucho tiempo, no se atendieron las necesidades del desarrollo de infraestructura, particularmente el régimen de ferrocarriles. Más allá de lo que se está haciendo ahora en los trenes suburbanos, no se le dio mucho significado a la necesidad de mejorar el sistema ferroviario, sobre todo en materia de transporte de carga. Creo que se convivió muy cómodamente con el sistema de rutas y no solamente por razones vinculadas al peso que podía tener Moyano en las relaciones con el Gobierno, sino porque no requería una gran inversión, como sí requiere renovar el transporte ferroviario, particularmente en materia de transporte de producción, que además le podría dar a la Argentina un rol muy importante como puente entre el Atlántico y el Pacífico. Ahora, Cristina retomó al Belgrano Cargas para ver si se puede reactivar y avanzar en el Plan Maipú con el gobierno de Chile en la construcción de los pasos andinos. Esto le daría a la Argentina un papel muy importante en el traslado de la producción, no sólo propia, sino del Mercosur hacia el Pacífico, tomando en cuenta que además nosotros hoy estamos adquiriendo mayor preponderancia en nuestro comercio exterior con países de Asia. Pero bueno, los gobiernos tienen prioridades, agendas. Siempre pongo como ejemplo, cuando alguno me apura con las vacilaciones o contradicciones del gobierno de Alfonsín, aquello que dijo Kirchner en 6 7 8, cuando le preguntaron por qué lo tuvo tanto tiempo a Redrado de presidente del Banco Central. Y Kirchner respondió –con inteligencia y bastante razonabilidad– que “en ese momento estábamos en default, yo tenía un lío bárbaro con la deuda externa, no lo podía nombrar a Kunkel”. Pero esos son los temas del liderazgo, eso es lo que los líderes en términos del proyecto estratégico deben manejar tácticamente en cada coyuntura. Por ahí tenía razón o no Kirchner, pero era razonable lo que contestó.
–El año que viene, ya sin el peso de la cláusula RUFO, ¿cree que debería hacerse una consulta popular por el pago a los fondos buitre?
–En primer lugar, me parece que todo instrumento de democracia participativa es bueno, siempre y cuando se lo use con seriedad y en el marco de un proyecto. Creo que podría ser. A nosotros nos resultó muy importante esa consulta popular por el Beagle; primero porque veníamos a consolidar la democracia y darle por primera vez la oportunidad al pueblo argentino de que pudiera pronunciarse sobre una cuestión de Estado, pero también reforzaba la idea de la democracia ya no formal sino participativa. Y, en ese sentido, no me parecería mal. En Uruguay se usa mucho. Y también ahí se dan contradicciones. Hace poco, Mujica usó el referéndum para determinar si bajaban o no la edad de imputabilidad. Y decidieron bien. Decidieron no bajarla. Pero también van dos veces que en un plebiscito proponen revisar el pasado y derogar la ley de caducidad penal y las dos veces ratificaron mantenerla. Por eso, prácticamente en Uruguay no se avanzó –más allá del juicio por la verdad– en el castigo de los que fueron responsables de la represión. Así todo, eso no invalida la herramienta de participación popular; el pueblo se pronuncia como cree que debe pronunciarse, no hay que convocar solamente para que se pronuncie como uno cree que corresponde.
–¿Cuáles cree que serán los próximos desafíos?
–La clave para salir de este entuerto es que hay que hacer la elección parlamentaria del Mercosur. Algo que vendría muy bien para poner en agenda el tema de la ciudadanía latinoamericana, de los ataques especulativos que sufrieron los gobiernos populares de América latina, el tema Unasur, el tema Celac, el significado de integración. Ahora seguimos muy de cerca y con pasión e interés las elecciones de Brasil o de Uruguay. Hace 40 años, no nos ocupábamos como ahora de las elecciones en los otros países de Latinoamérica. Pero hoy hay una ciudadanía latinoamericana en construcción. También influye que haya un Papa latinoamericano y que los procesos de integración se vayan consolidando. Hay similitudes, dentro de la pluralidad, entre los gobiernos de América latina, así como también la tienen los ataques especulativos. El intento de llevar adelante restauraciones conservadoras que estuvieron a punto de lograr en Brasil nos habría afectado a todos.
–De aquel país que habían imaginado en 1983, ¿qué deudas le parece que quedaron de la democracia?
–Quedaron muchísimas cosas pendientes. Algunas tienen que ver con las batallas que se están viviendo ahora, como el tema de la corporación judicial, de las corporaciones mediáticas. Pero tengo una mirada tal vez excesivamente optimista, o egoísta, porque, en realidad, mi generación nunca imaginó que íbamos a llegar donde estamos. Pensemos en este mismo reportaje, realizado aquí en la ex ESMA. Es una de las grandes revanchas de la vida, estamos en este lugar donde se torturó y asesinó, hablando de los 31 años de democracia, de derechos humanos, de política. Para mi generación, esto era impensable. Tal vez para las nuevas ya esté naturalizado. Pero lo que sí tenemos muy en claro es que el proceso democrático tiene una gran virtud y es que la democracia se perfecciona a sí misma. Por eso es central cuidar la democracia. Cuando Cristina dice “los radicales nos enseñaron a nosotros el valor de la democracia”, es un reconocimiento que, viniendo del peronismo, tiene un valor extraordinario. Y es algo que desgraciadamente los radicales no hicimos en reversa. El peronismo no le daba tal valor, y era razonable, porque estaba proscripto y era perseguido: no podía tener un concepto loable de la democracia. Pero nosotros deberíamos reconocer que el peronismo nos enseñó sobre justicia social y patria independiente; aunque eso también lo compartíamos con Hipólito Yrigoyen.
Noticias sobre un radical
Leopoldo Moreau fue, alternativamente, diputado, senador y nuevamente diputado nacional entre 1983 y 2005. Se desempeñó como presidente de la Comisión de Comunicaciones, vicepresidente del Bloque de la Unión Cívica Radical y, en 1989, presidente de la Cámara de Diputados. Hasta 1983, aparte de su militancia, fue periodista. Entre otros medios, integró el plantel del diario La Opinión, que dirigía Jacobo Timerman, y el del diario Noticias, donde trabajó junto a Paco Urondo, el Negro Suárez, Horacio Verbitsky y Miguel Bonasso. Vivió el periodismo en tiempos en que la Triple A ametrallaba los frentes de las redacciones. “Después de la muerte de Perón –observa Moreau– el gobierno de Isabel-López Rega clausuró muchos medios: Noticias; el diario La calle, que tenía el auspicio del alfonsinismo, del PC y del PI; Crónica; la revista Militancia; el diario El mundo, que era el diario del ERP. Eran tiempos bravos”.
Moreau ingresó en la militancia a los 14 años, al mismo tiempo que comenzaba el secundario y se disputaba “laica o libre”. “Los laicos –recuerda– reivindicábamos la Ley 1.420, rechazábamos la enseñanza de la religión en los colegios, estábamos en contra de la habilitación de universidades privadas, convencidos de que eso debía ser monopolio estatal.” De ahí a la defensa de los intereses nacionales contra los contratos petroleros de Frondizi (con Álvaro Alsogaray de ministro de Economía) o la pelea por la aplicación del plan Larkin que levantaba cientos de kilómetros de vías férreas, fue un abrir y cerrar de ojos. “En una de esas marchas caí preso por primera vez. Tenía 14 o 15 años”, dice. Habían aplicado el plan Conintes a los trabajadores ferroviarios acusándolos de “conmoción interna”, y los obligaban a manejar los trenes bajo custodia de personal militar. “Me llevaron preso a la comisaría 5ª pero, como era menor de edad, y todavía en aquella época se respetaban algunas normas jurídicas, me dejaron llamar por teléfono a mi padre para que me viniera a buscar. Lo llamé, y mi viejo estaba tan lejano a mi militancia que cuando le dije ‘papá estoy en la quinta’, me preguntó ‘¿de quién?’. Se me hizo difícil explicarle todo”.
Después, vendría la formación de la Junta Coordinadora Nacional durante la dictadura de Onganía donde –según sus propias palabras– se aportó una mirada “más científica” en términos ideológicos. Con el documento “La contradicción fundamental” planteaban desafíos como los que hoy discute la sociedad argentina como democracia versus corporaciones o políticas de distribución del ingreso. También se identificaba qué era el antipueblo e incorporaban la metodología de desarrollar frentes de trabajo como el frente secundario, los frentes barriales, involucrarse con las universidades nacionales, con espacios gremiales dentro de la CGT de los Argentinos, particularmente cercanos a Agustín Tosco y a Raimundo Ongaro. “Avanzamos con una estructura que empezó a transformar el radicalismo. Allí nació el movimiento Renovación y el liderazgo de Raúl Alfonsín”. Desde ahí se fueron fogueando en las luchas antidictatoriales. “Utilizando terminología del peronismo –revisa Moreau– diría que el trasvasamiento generacional que se produjo fue tan grande que la mayoría de los que aterrizamos en la cámara de diputados de 1983, éramos absolutamente desconocidos, todos muchachos jóvenes”.
Publicado en:
http://www.infonews.com/2014/12/07/politica-175875-el-oposicionismo-ciego-desbarranco-a-la-ucr.php
"Este documental muestra muy bien lo que fue el contexto de aquellos años, más allá de que también sea una bajada de línea, y nos obliga a todos a identificar que hay cosas que ya hemos naturalizado y que son conquistas de la recuperación de la democracia”, dice Moreau. Y continúa, en diálogo con Miradas al Sur, recordando aquellos años: “Estábamos rodeados de dictaduras militares. Casi constituíamos una isla democrática. Acosados por gravísimos problemas económicos pero además teniendo que llevar adelante, porque inevitablemente era el único camino para consolidar definitivamente la democracia, la política de Memoria, Verdad y Justicia, teniendo un condicionamiento adicional: quienes teníamos que juzgar y condenar controlaban los resortes del Estado, no solamente del aparato represivo.
"Librábamos una lucha no sólo contra el autoritarismo en materia de violación de derechos humanos sino también contra el autoritarismo cultural. Había que desarmar toda una herencia cultural autoritaria".
Además, teníamos que ir a buscarlos adentro de las guarniciones. Era un contexto complicado. Tal vez porque entendimos que la situación decisiva que volcó al electorado a favor de Alfonsín fue cuando anunció que iba a revisar el pasado. Luder, en ese entonces, decía que iba a respetar la Ley de Amnistía. A mi juicio, ahí perdió la elección. La importancia de la Conadep y de los juicios a las Juntas excede la condena a los 10 o 14 comandantes, fue la posibilidad de que la gente tomara conciencia acerca de lo que había sucedido. La sociedad argentina hoy no justificaría nunca la tortura. Se consiguió la condena judicial pero fue más importante la condena moral de determinada metodología”.
–El alfonsinismo también tuvo que lidiar con una oposición interna feroz…
–Creo que la virtud del alfonsinismo fue exceder el marco partidario. De hecho, logró una convocatoria que congregó mucha gente que no tenía origen radical, que venía de culturas políticas diferentes, de la izquierda, del peronismo… En 1983, Alfonsín sacó un 52% con infinidad de votos peronistas. Así como en el 54% de Cristina hay infinidad de votos “raulalfonsinistas” y radicales. Alfonsín, en sus discursos, decía “en esta marcha tenemos que sumar a los que siguen a Evita y a Perón”. Como dice Stubrin en la película: la gran virtud de nuestra generación fue que no confundimos ser radicales con ser antiperonistas. Algo que, lamentablemente, hoy no ocurre. Hay radicales adentro del partido, y no afuera, que confunden ser radicales con ser antikirchneristas; y eso te hace perder identidad política. En eso hay mucho parentesco entre lo que fue el alfonsinismo y el kirchnerismo de hoy.
–¿Cómo liga ambos espacios?
–El kirchnerismo excede el marco del Partido Justicialista. Es más, creo que pone en crisis al Partido Justicialista así como nosotros pusimos en crisis al radicalismo. Inclusive, diría que Alfonsín propuso en esa etapa la creación del Tercer Movimiento Histórico (una síntesis de lo que era el alfonsinismo con los sectores más evolucionados del peronismo, básicamente expresados en la renovación peronista) de la misma forma que Kirchner propuso la concertación para congregar a las fuerzas nacionales y populares. Y ambos fracasan allí, lo que no significa que la idea sea incorrecta, sólo que fallaron las instrumentaciones o el momento histórico. La idea sigue siendo la correcta.
–¿Considera que el kirchnerismo recupera muchas cosas del alfonsinismo?
–Estos 30 años de democracia son extraordinariamente importantes porque nos permitieron un aprendizaje fundado en el ejercicio de “acierto y error”, que antes no teníamos: pasábamos de dictaduras militares a terrenos democráticos muy breves y fuertemente condicionados, casi diría parodias de procesos democráticos, y así seguíamos. Por entonces no había posibilidades para que la sociedad, el pueblo, pudiera desarrollar una experiencia sobre la base del ejercicio de acierto-error y visibilizar que los poderes fácticos trataban de condicionar los procesos democráticos. Veo, con mucha nitidez, que los períodos del alfonsinismo y del kirchnerismo tienen parentescos enormes en materia de derechos humanos, cada uno con su momento y contexto históricos. En la primera etapa de Alfonsín tuvimos el juicio a la Junta, la Conadep, la derogación del Código de Justicia Militar, la extradición de López Rega a quien trajimos a la Argentina y murió en la cárcel juzgado por la democracia por su participación en el terrorismo de Estado con las Tres A. Y vinieron con Kirchner los juicios generalizados a los represores, los juicios a los civiles de la dictadura, etc. En materia de derechos civiles, con Alfonsín salen las leyes de divorcio y de Patria Potestad Compartida; mientas que con Kirchner salió el matrimonio igualitario, la ley de identidad de género. Entendemos que sin Patria Potestad Compartida previa no hubieran tenido demasiado sentido las otras leyes. En la política exterior, hay enormes similitudes: con Alfonsín se inicia el proceso de integración regional, por supuesto que dentro de las limitaciones que ofrecía el continente en ese momento. Recordemos que asumimos rodeados de dictaduras militares y, a medida que la democracia se fue extendiendo, pudimos avanzar en ese proceso de integración cada vez más sólido; primero con el Mercosur, ahora con la Unasur, la Celac, que son etapas superiores de integración. Alfonsín, con sus aciertos y errores, garantizó democracia para siempre. Kirchner, con sus aciertos y errores, garantizó una Patria para todos, más amplia.
–¿Cómo fue manejarse con un criterio de vanguardia en áreas que no tenían referencia?
–Hay que tener en claro que, más allá de que sorprendió el triunfo del radicalismo, veníamos con un plan estratégico, un plan que tenía un sólo objetivo: consolidar la democracia. Un plan estratégico con la política de juzgamiento que Alfonsín anunció cinco días después de asumir. Y no es que Alfonsín inventara en esos cinco días la creación de la Conadep, o cómo modificar el Código de Justicia Militar para que los militares fueran sometidos a tribunales civiles. A la luz de lo que habíamos estudiado, pero además vivido de la historia argentina, teníamos muy en claro que los procesos democráticos habían fracasado en la Argentina cuando habían sido hackeados por la coalición de intereses: las oligarquías locales, junto a los Estados Unidos y las fuerzas armadas, eran la herramienta principal que tenían los poderes fácticos. No sólo para condicionar la democracia sino para tumbarla. Sobre esa base desarrollamos nuestra política. Por eso, la política de derechos humanos no sólo generaba credibilidad en la sociedad dando la señal de que ahora la democracia venía en serio, sino que además se utilizaba para golpear la corporación militar y llevarla al rol que debía y debe tener. La consolidación de la paz en la región, que para nosotros estaba asociada a la democracia, tenía como objetivo hacerle perder influencia a los Estados Unidos en el continente, y hacerlo retroceder en lo que había sido la aplicación sistemática de la Doctrina de la Seguridad Nacional, amparo ideológico de los gobiernos dictatoriales. También ahí tuvimos una pelea contra otra corporación preponderante de entonces: la eclesiástica. Librábamos una lucha no sólo contra el autoritarismo en materia de violación de derechos humanos sino también contra el autoritarismo cultural. Había que desarmar toda una herencia cultural autoritaria.
–Tanto que habría que recordar las aberraciones que se dijeron en la marcha que había organizado Monseñor Aramburu para el día anterior a la votación de la ley de divorcio.
–Ahí fue el episodio de Monseñor Emilio Ogñenovich, obispo de Mercedes, uno de los más reaccionarios de la cúpula de aquella época, que para convocar gente en Plaza de Mayo contra la Ley de divorcio –y en definitiva contra el gobierno de Alfonsín– sacó la Virgen de Luján de la Catedral por primera vez en la historia, rompiendo incluso una tradición de la Iglesia que dice que precisamente la Virgen de Lujan está ahí porque los bueyes se detuvieron para que no se moviera de ese lugar. Por supuesto que no pudimos librar todas las batallas a la vez, y que muchas las perdimos, como perdimos las batallas contra las corporaciones económicas y terminamos siendo víctimas de un golpe de Estado económico en 1989, aunque muchos lo vivieron como el fracaso de una política económica. Pero más allá de los vaivenes de la política económica del gobierno de Alfonsín, hubo algunas líneas directrices fundamentales. Una de ellas fue no ceder a la presión privatizadora, que era muy fuerte. Los bancos privados ya en aquella época tenían en su poder la deuda externa, más allá de que hubo momentos en que tenían preponderancia organismos internacionales como el Fondo Monetario o el Banco Mundial, un drama que nos había dejado Domingo Cavallo con la estatización de la deuda privada de muchas empresas.
–Y donde muchas empresas, advertidas de que se estatizarían las deudas privadas, se endeudaron mucho más…
–Exacto. Había un elemento de presión enorme con los famosos bonos Brady en favor de los procesos de privatización. Pero Alfonsín no aflojó. Y con el golpe de Estado económico, lograron con Menem inmediatamente lo que habían planeado, enajenado todo el patrimonio social de la Argentina.
–¿Cómo ubica esos lazos que identifica del alfonsinismo y del kirchnerismo en su relación con la oposición en un contexto eleccionario?
–En contextos históricos bien diferentes, creo que el kirchnerismo está enfrentado a un desafío bastante parecido al que tuvimos nosotros en 1989. Por entonces, los candidatos con posibilidades de llegar al gobierno eran Menem y Angeloz, que expresaban a su manera las políticas ajustistas. ¿Recuerdan la campaña de Angeloz con el famoso lápiz rojo? Hoy, de alguna manera, se vuelve a reproducir ese dilema. En nuestro caso, como todos los gobiernos de transición, sufrimos un desgaste muy grande porque la gente tenía la ilusión de que con un pequeño envión atravesábamos el río. Pero cuando está muy tormentoso, tal vez llegás a la mitad del río, no más. Y eso hace caer las expectativas y las esperanzas. Lo que no significa un fracaso, porque el gobierno de Alfonsín terminó mal pero aseguró la democracia. Tuvimos una derrota cultural. Ya la teníamos cuando no podíamos tener candidato propio. Hoy, al kirchnerismo le pasa lo mismo: avanzó enormemente, en otro contexto, enfrentando a otras corporaciones, predominantemente a las económicas y a las mediáticas. Y, ahora, también llegó un punto que lo enfrenta al dilema de no tener candidato propio, más el impedimento constitucional de que no pueda ir Cristina nuevamente como candidata a presidente. Pero lo más grave no es eso, sino el riesgo de una nueva derrota cultural, porque donde pretenden llevarnos es ahí. Después de la derrota cultural nuestra se abrieron 14 años de neoliberalismo salvaje, no fue gratis. Nuestro envión era que la gente se había hartado del autoritarismo y nos dio espacio para fundar la democracia. El kirchnerismo tuvo la ventaja de que se hartaron de las políticas neoliberales y eso abrió espacio para fundar el concepto de un país autónomo y de un gobierno independiente de los grupos corporativos. Pero esos enviones iniciales no están para siempre, los tenés que ir recreando.
–Hablando de derrota cultural, ¿no hay una visión acotada del concepto estratégico de democracia al pensarlo sólo desde lo político e institucional y desligarlo de las condiciones económicas que lo sustentan? ¿No es una visión demasiado liberal e institucional dejar de lado cómo se consagran y se efectivizan los derechos económicos, sociales y perder de vista el poder con que concentraron los grupos económicos?
–No es que nosotros no teníamos una mirada integral sobre el proceso democrático. Lo teníamos y muy en claro. Tanto como que en esa etapa histórica nos tocaba consolidar el proceso democrático precisamente para que esos espacios de participación a su vez generaran condiciones para ir bloqueando las pretensiones de los grupos económicos concentrados. Pero si no desarmábamos las herramientas que esos grupos económicos concentrados utilizaban para desgastar o para tumbar la democracia, iba a ser imposible. Además, como en el kirchnerismo, hay contexto histórico condicionante. Probablemente también sea cierto que no teníamos condiciones y capacidad para enfrentar todo. Cuando el kirchnerismo llegó al gobierno, había un país en default. Eso hizo más fácil renegociar la deuda. A nosotros nos era imposible renegociar la deuda: no estábamos en default y toda América latina estaba agobiada por la deuda externa y la falta de alianzas. Renegociar la deuda en un continente integrado, con el Unasur, no es lo mismo que hacerlo desde la soledad de un continente lleno de dictaduras militares. Recordemos que con Bernardo Grinspun quisimos armar un club de deudores. Nos dijimos “juntemos a todos los países de América latina, juntemos masa crítica y vamos a sentarnos para, de igual a igual, ver cómo los asustamos diciéndoles que este club de deudores no puede pagar”. Pero cuando quisimos empezar, Grinspun llamaba por teléfono al ministro de Economía de Brasil, que tenía un gobierno militar, y el tipo cortaba y llamaba inmediatamente a los Estados Unidos para decir “acá hay un loco que quiere constituir un club de deudores”. Lo intentamos. Hicimos una reunión en Cartagena y fracasamos rotundamente. No era que no tuviéramos claro el problema. Lo que no teníamos eran las mismas herramientas, ni las objetivas ni las subjetivas, ninguna de las dos.
–Pero, así como se pudo armar la Conadep, ¿no se tendría que haber hecho lo mismo en términos de analizar también la deuda externa que habían contraído el gobierno militar que pasó de 7.000 a 45.000 millones de dólares facilitado la concentración económica de estos grupos?
–Y sí, con el diario del lunes es más fácil. Pero ahí también entramos en un terreno un poco más controvertido. Porque para hacer eso hubiéramos necesitado también otra oposición. Era muy difícil para nosotros llevar adelante una lucha de esa naturaleza cuando la CGT nos hacía 14 paros generales y en los años 1986 y 1987 se sentaba en el grupo de los 20 con la Sociedad Rural, la Asociación Empresarial Argentina. Nos reclamaban aumento del salario y, al mismo tiempo, avalaban a los empresarios que nos pedían reducción de impuestos. Era bastante complejo. Y no es que traslado al peronismo esa responsabilidad, no tengo una mirada antiperonista, porque también ahora el radicalismo está fallando como oposición. El problema, y la democracia nos dejó una enseñanza ahí, es que los movimientos populares están conducidos por sus sectores más progresistas, más nacionales, pero también es al revés y también del seno de esos movimientos populares salieron Menem y De la Rúa. En 1988 quisimos sancionar la Ley de Radiodifusión, o la ley de medios, como se la llama ahora. Y era más restrictiva que la que presentó Cristina. También es cierto que no existían los grupos monopólicos que existen ahora. Hicimos un acuerdo con Cafiero para avanzar, pero tuvimos la desgracia de que Cafiero perdió la interna con Menem, el bloque justicialista se alineó con quien iba a hacer lo que pedía Magnetto: la derogación del artículo 45, que impedía que los que tenían medios gráficos pudieran tener radios y canales de televisión. Lo primero que hizo Menem al asumir fue bloquear la Ley de Radiodifusión derogando el artículo 45. La primera privatización menemista no fue ni Entel ni Gas del Estado ni YPF, fue canal 13. Se lo dio al grupo Clarín que además, cabalgando sobre la convertibilidad y su capacidad de financiamiento, se quedó con 240 cables en la Argentina. Al gobierno de Alfonsín hay que mirarlo con cierta benevolencia. Es cierto que hubo situaciones que no pudo resolver o grupos que no pudo derrotar, pero no es menos cierto que hubo grupos que no pudieron derrotarlo. A nosotros no nos sacaron las privatizaciones ni la derogación de un artículo. Con nosotros no hubo concentración de medios.
–A veces se habla de la política desde la superestructura, negando la elección del pueblo, como si fueran llevados de las narices. ¿Podría ser que la crisis de representación de la UCR actual tenga que ver con que el pueblo radical encuentra que se están cumpliendo muchos de los objetivos del alfonsinismo y del yrigoyenismo a manos del kirchnerismo, y que haya quedado dentro de la cúpula partidaria la derecha más reaccionaria?
–Sí. Sin lugar a dudas es así. Siempre digo que hay muchos más raulalfonsinistas afuera del partido que adentro del partido radical. Una de las razones de la crisis de identidad del radicalismo hoy es el ejercicio del oposicionismo ciego que lo fue desbarrancando y llevando hacia posiciones de centroderecha que son contranatura respecto a lo que fue el nacimiento del radicalismo y su propio desenvolvimiento histórico, más allá de los errores. Pero hay una cultura esencial que hoy el radicalismo está perdiendo por el ejercicio de ese oposicionismo ciego que hace que no haya debate político. Al no haber debate no hay política, los grupos concentrados se le imponen, sobre todo los grupos mediáticos. Eso está favorecido por un sistema político que se está rediseñando, donde el PJ nunca volverá a ser lo que fue y la UCR tampoco. Por eso decía que en el 54% de 2011 hay infinidad de votos radicales, como no había en 1983 un 52% de voto sólo radical por Alfonsín.
–¿Y cómo ve la participación de algunas agrupaciones nuevas como Los Irrompibles y su relación con el kirchnerismo?
–Con una gran alegría. Mi relación con el kirchnerismo se basa en que no critico sus aciertos. Cuando, en general, la oposición critica específicamente esos aciertos. Por eso me tratan de protokirchnerista. Por ejemplo, en materia educativa, más allá del crecimiento del presupuesto y del significado de darle el 6 y pico% del PBI, creo que hay un déficit enorme, precisamente porque se le está destinando muchos recursos pero la educación pública se fue deteriorando en términos de calidad, no tal vez de inclusión. De inclusión, seguramente que no, porque además hay una educación no formal como los planes FinEs, que son interesantes e importantes. Además, creo que hay que restituir a los trabajadores un ingreso no monetario. Todavía es alto el porcentaje de trabajadores que está en la informalidad. Si a eso le agregamos que esos trabajadores tienen que sacar de sus ingresos recursos para mandar a sus hijos a la escuela privada, se genera un deterioro mayor en los ingresos. Porque en el pasado, la educación y la salud pública que se logró con Carrillo (en el gobierno peronista) y con Oñativia (en el gobierno de Illia) constituían para los trabajadores de menores recursos, ingresos no monetarios, porque no había que pagar por esos servicios. Creo que ahí hay un problema.
–¿Cree que es un error por acción o por omisión?
–Yo no sé si es una cuestión ideológica. Me da la impresión de que no forma parte de las prioridades visibles. Después, me parece que, durante mucho tiempo, no se atendieron las necesidades del desarrollo de infraestructura, particularmente el régimen de ferrocarriles. Más allá de lo que se está haciendo ahora en los trenes suburbanos, no se le dio mucho significado a la necesidad de mejorar el sistema ferroviario, sobre todo en materia de transporte de carga. Creo que se convivió muy cómodamente con el sistema de rutas y no solamente por razones vinculadas al peso que podía tener Moyano en las relaciones con el Gobierno, sino porque no requería una gran inversión, como sí requiere renovar el transporte ferroviario, particularmente en materia de transporte de producción, que además le podría dar a la Argentina un rol muy importante como puente entre el Atlántico y el Pacífico. Ahora, Cristina retomó al Belgrano Cargas para ver si se puede reactivar y avanzar en el Plan Maipú con el gobierno de Chile en la construcción de los pasos andinos. Esto le daría a la Argentina un papel muy importante en el traslado de la producción, no sólo propia, sino del Mercosur hacia el Pacífico, tomando en cuenta que además nosotros hoy estamos adquiriendo mayor preponderancia en nuestro comercio exterior con países de Asia. Pero bueno, los gobiernos tienen prioridades, agendas. Siempre pongo como ejemplo, cuando alguno me apura con las vacilaciones o contradicciones del gobierno de Alfonsín, aquello que dijo Kirchner en 6 7 8, cuando le preguntaron por qué lo tuvo tanto tiempo a Redrado de presidente del Banco Central. Y Kirchner respondió –con inteligencia y bastante razonabilidad– que “en ese momento estábamos en default, yo tenía un lío bárbaro con la deuda externa, no lo podía nombrar a Kunkel”. Pero esos son los temas del liderazgo, eso es lo que los líderes en términos del proyecto estratégico deben manejar tácticamente en cada coyuntura. Por ahí tenía razón o no Kirchner, pero era razonable lo que contestó.
–El año que viene, ya sin el peso de la cláusula RUFO, ¿cree que debería hacerse una consulta popular por el pago a los fondos buitre?
–En primer lugar, me parece que todo instrumento de democracia participativa es bueno, siempre y cuando se lo use con seriedad y en el marco de un proyecto. Creo que podría ser. A nosotros nos resultó muy importante esa consulta popular por el Beagle; primero porque veníamos a consolidar la democracia y darle por primera vez la oportunidad al pueblo argentino de que pudiera pronunciarse sobre una cuestión de Estado, pero también reforzaba la idea de la democracia ya no formal sino participativa. Y, en ese sentido, no me parecería mal. En Uruguay se usa mucho. Y también ahí se dan contradicciones. Hace poco, Mujica usó el referéndum para determinar si bajaban o no la edad de imputabilidad. Y decidieron bien. Decidieron no bajarla. Pero también van dos veces que en un plebiscito proponen revisar el pasado y derogar la ley de caducidad penal y las dos veces ratificaron mantenerla. Por eso, prácticamente en Uruguay no se avanzó –más allá del juicio por la verdad– en el castigo de los que fueron responsables de la represión. Así todo, eso no invalida la herramienta de participación popular; el pueblo se pronuncia como cree que debe pronunciarse, no hay que convocar solamente para que se pronuncie como uno cree que corresponde.
–¿Cuáles cree que serán los próximos desafíos?
–La clave para salir de este entuerto es que hay que hacer la elección parlamentaria del Mercosur. Algo que vendría muy bien para poner en agenda el tema de la ciudadanía latinoamericana, de los ataques especulativos que sufrieron los gobiernos populares de América latina, el tema Unasur, el tema Celac, el significado de integración. Ahora seguimos muy de cerca y con pasión e interés las elecciones de Brasil o de Uruguay. Hace 40 años, no nos ocupábamos como ahora de las elecciones en los otros países de Latinoamérica. Pero hoy hay una ciudadanía latinoamericana en construcción. También influye que haya un Papa latinoamericano y que los procesos de integración se vayan consolidando. Hay similitudes, dentro de la pluralidad, entre los gobiernos de América latina, así como también la tienen los ataques especulativos. El intento de llevar adelante restauraciones conservadoras que estuvieron a punto de lograr en Brasil nos habría afectado a todos.
–De aquel país que habían imaginado en 1983, ¿qué deudas le parece que quedaron de la democracia?
–Quedaron muchísimas cosas pendientes. Algunas tienen que ver con las batallas que se están viviendo ahora, como el tema de la corporación judicial, de las corporaciones mediáticas. Pero tengo una mirada tal vez excesivamente optimista, o egoísta, porque, en realidad, mi generación nunca imaginó que íbamos a llegar donde estamos. Pensemos en este mismo reportaje, realizado aquí en la ex ESMA. Es una de las grandes revanchas de la vida, estamos en este lugar donde se torturó y asesinó, hablando de los 31 años de democracia, de derechos humanos, de política. Para mi generación, esto era impensable. Tal vez para las nuevas ya esté naturalizado. Pero lo que sí tenemos muy en claro es que el proceso democrático tiene una gran virtud y es que la democracia se perfecciona a sí misma. Por eso es central cuidar la democracia. Cuando Cristina dice “los radicales nos enseñaron a nosotros el valor de la democracia”, es un reconocimiento que, viniendo del peronismo, tiene un valor extraordinario. Y es algo que desgraciadamente los radicales no hicimos en reversa. El peronismo no le daba tal valor, y era razonable, porque estaba proscripto y era perseguido: no podía tener un concepto loable de la democracia. Pero nosotros deberíamos reconocer que el peronismo nos enseñó sobre justicia social y patria independiente; aunque eso también lo compartíamos con Hipólito Yrigoyen.
Noticias sobre un radical
Leopoldo Moreau fue, alternativamente, diputado, senador y nuevamente diputado nacional entre 1983 y 2005. Se desempeñó como presidente de la Comisión de Comunicaciones, vicepresidente del Bloque de la Unión Cívica Radical y, en 1989, presidente de la Cámara de Diputados. Hasta 1983, aparte de su militancia, fue periodista. Entre otros medios, integró el plantel del diario La Opinión, que dirigía Jacobo Timerman, y el del diario Noticias, donde trabajó junto a Paco Urondo, el Negro Suárez, Horacio Verbitsky y Miguel Bonasso. Vivió el periodismo en tiempos en que la Triple A ametrallaba los frentes de las redacciones. “Después de la muerte de Perón –observa Moreau– el gobierno de Isabel-López Rega clausuró muchos medios: Noticias; el diario La calle, que tenía el auspicio del alfonsinismo, del PC y del PI; Crónica; la revista Militancia; el diario El mundo, que era el diario del ERP. Eran tiempos bravos”.
Moreau ingresó en la militancia a los 14 años, al mismo tiempo que comenzaba el secundario y se disputaba “laica o libre”. “Los laicos –recuerda– reivindicábamos la Ley 1.420, rechazábamos la enseñanza de la religión en los colegios, estábamos en contra de la habilitación de universidades privadas, convencidos de que eso debía ser monopolio estatal.” De ahí a la defensa de los intereses nacionales contra los contratos petroleros de Frondizi (con Álvaro Alsogaray de ministro de Economía) o la pelea por la aplicación del plan Larkin que levantaba cientos de kilómetros de vías férreas, fue un abrir y cerrar de ojos. “En una de esas marchas caí preso por primera vez. Tenía 14 o 15 años”, dice. Habían aplicado el plan Conintes a los trabajadores ferroviarios acusándolos de “conmoción interna”, y los obligaban a manejar los trenes bajo custodia de personal militar. “Me llevaron preso a la comisaría 5ª pero, como era menor de edad, y todavía en aquella época se respetaban algunas normas jurídicas, me dejaron llamar por teléfono a mi padre para que me viniera a buscar. Lo llamé, y mi viejo estaba tan lejano a mi militancia que cuando le dije ‘papá estoy en la quinta’, me preguntó ‘¿de quién?’. Se me hizo difícil explicarle todo”.
Después, vendría la formación de la Junta Coordinadora Nacional durante la dictadura de Onganía donde –según sus propias palabras– se aportó una mirada “más científica” en términos ideológicos. Con el documento “La contradicción fundamental” planteaban desafíos como los que hoy discute la sociedad argentina como democracia versus corporaciones o políticas de distribución del ingreso. También se identificaba qué era el antipueblo e incorporaban la metodología de desarrollar frentes de trabajo como el frente secundario, los frentes barriales, involucrarse con las universidades nacionales, con espacios gremiales dentro de la CGT de los Argentinos, particularmente cercanos a Agustín Tosco y a Raimundo Ongaro. “Avanzamos con una estructura que empezó a transformar el radicalismo. Allí nació el movimiento Renovación y el liderazgo de Raúl Alfonsín”. Desde ahí se fueron fogueando en las luchas antidictatoriales. “Utilizando terminología del peronismo –revisa Moreau– diría que el trasvasamiento generacional que se produjo fue tan grande que la mayoría de los que aterrizamos en la cámara de diputados de 1983, éramos absolutamente desconocidos, todos muchachos jóvenes”.
Publicado en:
http://www.infonews.com/2014/12/07/politica-175875-el-oposicionismo-ciego-desbarranco-a-la-ucr.php
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