En 2015 el oficialista Frente
para la Victoria podría coronar su cuarta victoria consecutiva en
presidenciales. Daniel Scioli se instaló como favorito, pero necesita de
Cristina. Entre el Plan Maestro y el deseo de los otros.
El próximo fin de semana, probablemente con un acto
multitudinario en Plaza de Mayo, el kirchnerismo entrará en el proceso
definitorio para consagrar a su candidato electoral en 2015. Interesa
sumergirse en lo que va a ocurrir dentro del oficialismo porque todo
indica que el Frente para la Victoria (FPV), según los sondeos de todas
las tendencias, tiene serias chances de coronar en primera vuelta su
cuarto triunfo consecutivo en comicios presidenciales. El escenario que
parecía imposible hace un año empieza a prefigurarse como el más
previsible. En él sobresalen:
a) un oficialismo controlando resortes clave del poder después de haber soportado restricción externa, corridas cambiarias, extorsiones devaluatorias, hostigamiento buitre y tarascones judiciales por supuestos hechos de corrupción, sin haber perdido la iniciativa ejecutiva y parlamentaria bajo el liderazgo de una presidenta que conserva una alta imagen pública positiva.
b) una mayoría social que se inclina más por la continuidad lisa y llana o con ligeros cambios que por los volantazos radicales.
c) una oposición dividida y atrapada por el "síndrome Sabsay", que tras asumir como propio el discurso entre dogmático y sectario del núcleo duro del empresariado antikirchnerista, desconectó de lo que podría ser una base electoral sustanciosa y determinante.
d) una serie de elecciones en países vecinos (Brasil, Chile, Uruguay) donde la derecha fracasó electoralmente frente a candidatos progresistas, sumiendo en crisis a los analistas que daban por seguro un giro conservador.
e) un Papa argentino que defraudó a los que soñaban verlo convertido en el primer antikirchnerista.
En fin, este panorama, donde se advierten fortalezas oficialistas y
debilidades opositoras ante una sociedad que no quiere vivir demasiados
sobresaltos y una región que no termina de desenamorarse de los
regímenes de promoción social ascendente, desbarata buena parte de los
pronósticos funestos que abrían paso a expresiones electorales
detonadoras del fin de ciclo, como las encabezadas por el cualunquista
Sergio Massa o la inclasificable Elisa Carrió.
Sin embargo, que el oficialismo haya incrementado sus chances no quiere decir que tenga todo resuelto y, mucho menos, que los demás no jueguen a complicarlo. El kirchnerismo tiene proyecto político y liderazgo, cosas esenciales de las que carecen los otros espacios, pero sigue sin definir un candidato que unifique sus potentes fundamentos ideológicos con una oferta electoral que no le vaya en zaga. Esta cuestión atraviesa angustiosamente a su aguerrida militancia, quizá menos a sus devotos silvestres, que harán lo que Cristina Kirchner decida que haya que hacer, sin enredarse en pleitos interminables.
La marca FPV enfrenta el dilema de la escudería Williams en 1981. Sabe que alguno de sus pilotos va a ganar el Gran Premio de Brasil. Están Alan Jones y Carlos Reutemann. El contrato exige que, llegado el caso, si los dos quedan en condiciones de atravesar la línea final, el vencedor sólo puede ser uno: el que decida el dueño de la escudería. En este caso, Jones, el candidato no cuestionado. Por amor propio, o porque la lluvia le impidió ver el cartel que levantaban desde boxes, como después se excusó, el argentino no hizo caso y Jones salió segundo. Tan enojado estaba el piloto australiano, que ni siquiera fue al podio.
La pregunta es quién es Reutemann y quién es Jones dentro de los precandidatos del FPV. Quién es el ganador convenido y quién, el de veras. Durante el acto en Argentinos Juniors, el jefe de La Cámpora, Máximo Kirchner, admitió que su agrupación no expresaba a todo el FPV. Fue todo un gesto, viniendo de la encarnación de la genética kirchnerista más depurada que existe. ¿Hay algo igual de kirchnerista que Cristina? Sí, el hijo de Néstor y Cristina Kirchner actuando en política.
Pero el FPV, según él mismo dijo, "es más grande". Es decir, también incluye a los indiscutibles oficialistas que por distintas razones no están dentro de La Cámpora, a los kirchneristas críticos de Cristina, a los gobernadores peronistas fieles a sí mismos, a los intendentes leales a sí mismos, a los disidentes estéticos que abominan de 678, a los disidentes apologéticos que son fanas de 678, a los poskirchneristas que hacen malabares para seguir siendo lo que ya no son, a los para-oficialistas de la agrupación "hasta el 30 de octubre" y La Ola Naranja.
Todos son, a su modo, el combustible de la llama que aviva esta excepcionalidad política nacional llamada kirchnerismo. Una buena parte supone que el impedimento constitucional que pesa sobre Cristina para volver a candidatearse a presidenta es lo más parecido al abismo. Otro tanto lo ve como oportunidad para hacerle pagar al kirchnerismo más verticalista alguna cosa que imaginan como destrato en los últimos años sin dejar de enunciar su lealtad a "La Jefa". Los hay, también, desesperados por saber a quién reclamarle lugares en las listas, cargos y contratos en los meses que vienen.
Todos componen el FPV, la escudería en condiciones de poner gente arriba del podio. Como Cristina está imposibilitada, todos estudian qué dice el hipotético contrato para casos como estos. Como no existe, dado que la situación es inédita, lo inventan. Algunos esperan a ver qué dice ella, usan el viejo código, les basta la palabra. Otros están más impacientes y miran las encuestas. Los que tienen más plata, las pagan.
El sciolismo cree en eso: en las encuestas. Le muestra a todo el mundo que los vaticinios lo instalan como ganador inevitable. Les ofrece a los que vienen detrás un decoroso segundo puesto si aceptan lo obvio: el ganador es él. Tiene, según sus operadores, lo que le falta al kirchnerismo para ganar: un candidato triunfador. Y encuestas para mostrar, claro, que lo dan primero, con más o menos ventaja.
Esta lotería funciona como coartada de todos los sectores oficiales que no comparten la indefinición de Cristina o saben de antemano que no estarán de acuerdo con lo que decida, y ya trabajan, algunos con más entusiasmo y otros por simple inercia, para el proyecto "Scioli Presidente" dentro del FPV. Entre estos últimos se advierte un umbral bajo de tolerancia hacia la fórmula de retención de poder de Cristina. Ungir un candidato es perder el centro de la escena por anticipado, acción contraindicada para finales de mandato. Por lógica inversa, no haber comprendido esta estrategia, alimentó de modo inconsciente los planes de los que quieren correrla. Este grupo cree que las cosas se deciden por un cartel como el que levantaron desde los boxes de Williams ("Jones primero, Reutemann segundo") que reflejaba, en teoría, el mejor orden para los negocios de la escudería.
Pero Jones comprendió amargamente que para subir al lugar más alto del podio primero hay que ganar la carrera. Scioli no debería ignorar algo que Jones comprobó tarde y con disgusto: el deseo de los otros también influye en el plan maestro. Reutemann podría haberlo dejado pasar, sucumbir con docilidad, resignarse ese día a ocupar el lugar que le decían. Eso no pasó: el santafesino no acató la orden establecida y terminó humillando al australiano, a los ojos de todo el mundo. Perdió Williams, perdió Jones, pero triunfó el que más lo quería y lo merecía.
Como Cristina no es Reutemann sino Cristina, quizá se convenza de que lo mejor para el proyecto político que encabeza es permitir que Scioli, aparente contenedor de un voto oficial gaseoso, la pase en la curva y vea agitar primero la bandera a cuadros en 2015. O tal vez ocurra exactamente lo contrario y decida jugarse por otro candidato que exprese la pureza doctrinaria de un movimiento irreverente que no concilia del todo con la tibieza expresiva del motonauta. En cualquiera de las opciones, lo que va a privilegiar, seguro, es aquello que garantice el carácter irreversible de las políticas públicas que impulsó desde la Casa Rosada. Porque por fuera del narcisismo de Scioli y el puñado de sciolistas que lo acompañan está el deseo político de Cristina, que será determinante. Eso se comenzará a delinear el próximo sábado, cuando hable en la Plaza de Mayo. Es probable que vuelva a decir que la elección del 2015 es entre dos modelos de país. No entre Scioli, Macri o Massa, sino entre un proyecto democrático inclusivo y otro excluyente y corporativo.
Y ahí Scioli tiene un problema. La continuidad con cambios que gran parte de la sociedad podría apoyar, ¿cuánto tiene de continuidad y cuánto de cambio? Hay un voto duro kirchnerista que quiere continuidad. Scioli, según la encuestología dominante, podría ser el que canalice algo de esa continuidad y algo del cambio, sin llegar a amenazar lo que Massa o Macri aseguran querer derogar de la mano de Héctor Magnetto y el Foro de la Convergencia Empresarial.
¿Cuál es el problema de Scioli? Que necesita el apoyo de Cristina para despegarse del resto. Un escalón más abajo en la instalación, a Randazzo le pasa lo mismo. Igual a Uribarri, en otro nivel. A todos. ¿Ocurre lo mismo al revés? ¿Necesita Cristina, particularmente, de alguno para amurallar las conquistas de su gobierno?
Sí. Del que ella elija. Si lo hace por Scioli, el kirchnerismo podría sobrevivir con un acuerdo que le asegure ministerios y fuerza propia en el Congreso, mientras el bonaerense, se presume que austero en su ambición de poder autónomo, congela la foto política del país durante dos años. Puede ser. Suena idílico, no improbable. Tiene racionalidad, exagerada. Uno nunca sabe.
Algunos gestos operacionales del sciolismo, con apoyatura mediática clarinesca, abonan ese escenario presunto: dejaron trascender que en enero se le podría ofrecer un ministerio del futuro gobierno, quizá el más importante, a un kirchnerista de cepa indiscutible. El reclutamiento de otros oficialistas como Rafael Follonier, que le aportan el álbum del precandidato con posibilidades de fotografías junto a Tabaré Vázquez y Bachellet, hace otro tanto. Es decir, el sciolismo va a pretender seducir al voto kirchnerista, con o sin el aval de Cristina. Lo necesita para confirmar que el plan maestro no sufre alteraciones y él es el ganador predestinado.
¿Será la venganza de Alan Jones?
En cualquier caso, convendría que Scioli no olvide dos cosas: los otros también corren y que, a veces, el deseo traiciona a la lógica.
Publicado en:
http://www.infonews.com/2014/12/07/politica-175881-la-venganza-de-alan-jones.php
a) un oficialismo controlando resortes clave del poder después de haber soportado restricción externa, corridas cambiarias, extorsiones devaluatorias, hostigamiento buitre y tarascones judiciales por supuestos hechos de corrupción, sin haber perdido la iniciativa ejecutiva y parlamentaria bajo el liderazgo de una presidenta que conserva una alta imagen pública positiva.
b) una mayoría social que se inclina más por la continuidad lisa y llana o con ligeros cambios que por los volantazos radicales.
c) una oposición dividida y atrapada por el "síndrome Sabsay", que tras asumir como propio el discurso entre dogmático y sectario del núcleo duro del empresariado antikirchnerista, desconectó de lo que podría ser una base electoral sustanciosa y determinante.
d) una serie de elecciones en países vecinos (Brasil, Chile, Uruguay) donde la derecha fracasó electoralmente frente a candidatos progresistas, sumiendo en crisis a los analistas que daban por seguro un giro conservador.
e) un Papa argentino que defraudó a los que soñaban verlo convertido en el primer antikirchnerista.
El sciolismo cree en eso: en las encuestas. Le muestra a todo el mundo que los vaticinios lo instalan como ganador inevitable.
Sin embargo, que el oficialismo haya incrementado sus chances no quiere decir que tenga todo resuelto y, mucho menos, que los demás no jueguen a complicarlo. El kirchnerismo tiene proyecto político y liderazgo, cosas esenciales de las que carecen los otros espacios, pero sigue sin definir un candidato que unifique sus potentes fundamentos ideológicos con una oferta electoral que no le vaya en zaga. Esta cuestión atraviesa angustiosamente a su aguerrida militancia, quizá menos a sus devotos silvestres, que harán lo que Cristina Kirchner decida que haya que hacer, sin enredarse en pleitos interminables.
La marca FPV enfrenta el dilema de la escudería Williams en 1981. Sabe que alguno de sus pilotos va a ganar el Gran Premio de Brasil. Están Alan Jones y Carlos Reutemann. El contrato exige que, llegado el caso, si los dos quedan en condiciones de atravesar la línea final, el vencedor sólo puede ser uno: el que decida el dueño de la escudería. En este caso, Jones, el candidato no cuestionado. Por amor propio, o porque la lluvia le impidió ver el cartel que levantaban desde boxes, como después se excusó, el argentino no hizo caso y Jones salió segundo. Tan enojado estaba el piloto australiano, que ni siquiera fue al podio.
La pregunta es quién es Reutemann y quién es Jones dentro de los precandidatos del FPV. Quién es el ganador convenido y quién, el de veras. Durante el acto en Argentinos Juniors, el jefe de La Cámpora, Máximo Kirchner, admitió que su agrupación no expresaba a todo el FPV. Fue todo un gesto, viniendo de la encarnación de la genética kirchnerista más depurada que existe. ¿Hay algo igual de kirchnerista que Cristina? Sí, el hijo de Néstor y Cristina Kirchner actuando en política.
Pero el FPV, según él mismo dijo, "es más grande". Es decir, también incluye a los indiscutibles oficialistas que por distintas razones no están dentro de La Cámpora, a los kirchneristas críticos de Cristina, a los gobernadores peronistas fieles a sí mismos, a los intendentes leales a sí mismos, a los disidentes estéticos que abominan de 678, a los disidentes apologéticos que son fanas de 678, a los poskirchneristas que hacen malabares para seguir siendo lo que ya no son, a los para-oficialistas de la agrupación "hasta el 30 de octubre" y La Ola Naranja.
Todos son, a su modo, el combustible de la llama que aviva esta excepcionalidad política nacional llamada kirchnerismo. Una buena parte supone que el impedimento constitucional que pesa sobre Cristina para volver a candidatearse a presidenta es lo más parecido al abismo. Otro tanto lo ve como oportunidad para hacerle pagar al kirchnerismo más verticalista alguna cosa que imaginan como destrato en los últimos años sin dejar de enunciar su lealtad a "La Jefa". Los hay, también, desesperados por saber a quién reclamarle lugares en las listas, cargos y contratos en los meses que vienen.
Todos componen el FPV, la escudería en condiciones de poner gente arriba del podio. Como Cristina está imposibilitada, todos estudian qué dice el hipotético contrato para casos como estos. Como no existe, dado que la situación es inédita, lo inventan. Algunos esperan a ver qué dice ella, usan el viejo código, les basta la palabra. Otros están más impacientes y miran las encuestas. Los que tienen más plata, las pagan.
El sciolismo cree en eso: en las encuestas. Le muestra a todo el mundo que los vaticinios lo instalan como ganador inevitable. Les ofrece a los que vienen detrás un decoroso segundo puesto si aceptan lo obvio: el ganador es él. Tiene, según sus operadores, lo que le falta al kirchnerismo para ganar: un candidato triunfador. Y encuestas para mostrar, claro, que lo dan primero, con más o menos ventaja.
Esta lotería funciona como coartada de todos los sectores oficiales que no comparten la indefinición de Cristina o saben de antemano que no estarán de acuerdo con lo que decida, y ya trabajan, algunos con más entusiasmo y otros por simple inercia, para el proyecto "Scioli Presidente" dentro del FPV. Entre estos últimos se advierte un umbral bajo de tolerancia hacia la fórmula de retención de poder de Cristina. Ungir un candidato es perder el centro de la escena por anticipado, acción contraindicada para finales de mandato. Por lógica inversa, no haber comprendido esta estrategia, alimentó de modo inconsciente los planes de los que quieren correrla. Este grupo cree que las cosas se deciden por un cartel como el que levantaron desde los boxes de Williams ("Jones primero, Reutemann segundo") que reflejaba, en teoría, el mejor orden para los negocios de la escudería.
Pero Jones comprendió amargamente que para subir al lugar más alto del podio primero hay que ganar la carrera. Scioli no debería ignorar algo que Jones comprobó tarde y con disgusto: el deseo de los otros también influye en el plan maestro. Reutemann podría haberlo dejado pasar, sucumbir con docilidad, resignarse ese día a ocupar el lugar que le decían. Eso no pasó: el santafesino no acató la orden establecida y terminó humillando al australiano, a los ojos de todo el mundo. Perdió Williams, perdió Jones, pero triunfó el que más lo quería y lo merecía.
Como Cristina no es Reutemann sino Cristina, quizá se convenza de que lo mejor para el proyecto político que encabeza es permitir que Scioli, aparente contenedor de un voto oficial gaseoso, la pase en la curva y vea agitar primero la bandera a cuadros en 2015. O tal vez ocurra exactamente lo contrario y decida jugarse por otro candidato que exprese la pureza doctrinaria de un movimiento irreverente que no concilia del todo con la tibieza expresiva del motonauta. En cualquiera de las opciones, lo que va a privilegiar, seguro, es aquello que garantice el carácter irreversible de las políticas públicas que impulsó desde la Casa Rosada. Porque por fuera del narcisismo de Scioli y el puñado de sciolistas que lo acompañan está el deseo político de Cristina, que será determinante. Eso se comenzará a delinear el próximo sábado, cuando hable en la Plaza de Mayo. Es probable que vuelva a decir que la elección del 2015 es entre dos modelos de país. No entre Scioli, Macri o Massa, sino entre un proyecto democrático inclusivo y otro excluyente y corporativo.
Y ahí Scioli tiene un problema. La continuidad con cambios que gran parte de la sociedad podría apoyar, ¿cuánto tiene de continuidad y cuánto de cambio? Hay un voto duro kirchnerista que quiere continuidad. Scioli, según la encuestología dominante, podría ser el que canalice algo de esa continuidad y algo del cambio, sin llegar a amenazar lo que Massa o Macri aseguran querer derogar de la mano de Héctor Magnetto y el Foro de la Convergencia Empresarial.
¿Cuál es el problema de Scioli? Que necesita el apoyo de Cristina para despegarse del resto. Un escalón más abajo en la instalación, a Randazzo le pasa lo mismo. Igual a Uribarri, en otro nivel. A todos. ¿Ocurre lo mismo al revés? ¿Necesita Cristina, particularmente, de alguno para amurallar las conquistas de su gobierno?
Sí. Del que ella elija. Si lo hace por Scioli, el kirchnerismo podría sobrevivir con un acuerdo que le asegure ministerios y fuerza propia en el Congreso, mientras el bonaerense, se presume que austero en su ambición de poder autónomo, congela la foto política del país durante dos años. Puede ser. Suena idílico, no improbable. Tiene racionalidad, exagerada. Uno nunca sabe.
Algunos gestos operacionales del sciolismo, con apoyatura mediática clarinesca, abonan ese escenario presunto: dejaron trascender que en enero se le podría ofrecer un ministerio del futuro gobierno, quizá el más importante, a un kirchnerista de cepa indiscutible. El reclutamiento de otros oficialistas como Rafael Follonier, que le aportan el álbum del precandidato con posibilidades de fotografías junto a Tabaré Vázquez y Bachellet, hace otro tanto. Es decir, el sciolismo va a pretender seducir al voto kirchnerista, con o sin el aval de Cristina. Lo necesita para confirmar que el plan maestro no sufre alteraciones y él es el ganador predestinado.
¿Será la venganza de Alan Jones?
En cualquier caso, convendría que Scioli no olvide dos cosas: los otros también corren y que, a veces, el deseo traiciona a la lógica.
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