Arriba: Conservado en formol...
La intensidad informativa de la semana pasada –una de las
más convulsionantes del año– no debe medirse como ardor en sí, sino por la
generación de sensaciones y juicios muy contradictorios. Pero al cabo de eso,
tal vez se descubra que hay un punto donde no rige contradicción alguna.
El fallo que absolvió a todos los acusados por el secuestro
y desaparición de Marita Verón despertó una repugnancia espontánea, unánime,
extendida a varios puntos del país como quizá no se vio nunca. Por si no
hubiera bastado, la increíble (o todo lo contrario) sentencia de los jueces
tucumanos quedó empalmada con la de Cámara que, en tiempo súbitamente relámpago
y a contrapelo de lo indicado por la
Corte, había concedido a El Grupo la extensión de uno de sus
ardides. La indignación social, total o parcial, forjada por los dos fallos,
tuvo el alimento de sus repercusiones políticas e institucionales. La Presidenta habló de la Justicia como un poder
estatal que responde a sus intereses de clase. El titular de la Corte la retrucó, pero en
simultáneo se vio obligado a desmentir que tenga aspiraciones presidenciales.
Antes de eso, unas fracciones de ese universo judicial, sea corpo o no, se
manifestaron contra supuestas presiones del Poder Ejecutivo en términos de
dureza y pretensiones inéditas. De inmediato, otro segmento del mismo cosmos
tribunalicio les salió al cruce con retórica de dureza parecida. Llegó el fallo
del caso Verón y casi todos se pusieron de acuerdo en presentar un
estremecimiento vomitivo, que en cierto aspecto parecía darle razón global a
los señalamientos de Cristina. Y en eso estábamos cuando el viernes salió el
dictamen de primera instancia que establece la plena constitucionalidad de la
ley de medios. Los medios de El Grupo tardaron alrededor de una hora en dar a
conocer la noticia con rango de “último momento”; y demoraron más todavía en
exponer a sus voceros para afirmar que falta un largo trecho hasta que esto
pueda considerarse sentencia definitiva. Entre una cosa y otra, mechados y favorecidos
por la masacre en la escuela yanqui, anduvieron presentando cronistas que
perseguían tormentas en auto; y a una china que escribe a dos manos, en dos
idiomas a la vez. Fue una foto impactante en torno de que El Grupo no esperaba
ni de cerca que el juez Alfonso fallara en estos días. Sí en su contra, pero no
ya. Y si lo esperaban, no son precisamente un canto a la capacidad de reacción.
Alguna gente del Gobierno y muchísima actividad en las redes sociales
reaparecieron para decirle chau a Clarín. Es comprensible, después de tanto
apriete y victorias corporativas coyunturales. Sin embargo, hacia el fondo de
la cuestión (la de visión política abarcativa), vale advertir que no se trata
de andar cambiando de opinión sobre el sistema integral de Justicia, según sea
que un fallo gusta o no gusta. Dictamen de Cámara a favor de cautelar de
Clarín, más fallo Verón, pensemos para acá. Veredicto Alfonso en contra de
Clarín, cambiemos para allá. Eso es una simplificación sí contradictoria,
emocional, arrebatada, que extravía lo que es el nodo principal: la Justicia acaba de
sumarse, explícitamente, a la lista de poderes que también entran en revulsión.
En crítica abierta. Se cae otra vaca sagrada, o al menos se le acaba la
impunidad absoluta y las críticas parten también desde sus entrañas. La
impresionante respuesta de jueces y funcionarios judiciales que recibió la Asociación de
Magistrados es un testimonio inédito e inapelable de esa constatación.
Hay algo que, de buena leche, no podría discutir ni el
antikirchnerista fanático más obcecado. Desde 2003 en adelante, prácticamente
todas las áreas y sectores de la vida política, institucional, corporativa, son
susceptibles de ser sometidos a controversia y enfrentamiento. En general, los
choques tienen el impulso original del Gobierno. De ahí en más, sucede una de
tres cosas: a) las colisiones adquieren vida propia porque partes variadas de
la sociedad toman el envión como bandera, a favor o en contra; b) el
oficialismo se mantiene como protagonista casi excluyente; c) una combinación
de las dos anteriores. Siguiendo ese orden, la ley de medios fue promovida por
el kirchnerismo; pero la alarma de Clarín&Cía por un lado, y por otro la
multiplicación de foros de debate en todo el país a más de la toma de posición de
profesionales, intelectuales y organizaciones sociales, hicieron que la energía
tomara dimensión por las suyas y así continúa. El Gobierno lanzó la 125; la
comunicó en forma horrorosa; no previó que debía partirles el frente a los
involucrados; los potenció; se lo llevaron por delante y, en términos de
fijación de agenda e imaginario y ocupación de la calle, las perdió, quedó
solo, con el traste tocado por Cobos y la derrota electoral del 2009, hasta su
inesperadísima recuperación de iniciativa. También fue el Gobierno quien
impulsó la inmensa mayoría de las acciones y leyes que amparan los derechos de
las minorías, como el matrimonio igualitario y la identidad de género; pero
después siguió más bien acompañando, confiado en que como sucedió esas minorías
movilizadas, y ocupando espacios comunicacionales, serían un poder de fuego
suficiente para terminar de torcerles el brazo a los dinosaurios de toda
especie (hoy, medido en cantidad de instrumentos faltantes respecto de
resguardar derechos de esa naturaleza, si es por impacto masivo sólo restaría
la despenalización del aborto aunque, antes que nada, ése es un problemón de
acceso de clase, no de tribunales). Dicho esto, surgen dos opciones segura o
probablemente irreconciliables que, en definitiva y con los agregados que se
quieran, son las que se expresaron a través del 13S, el 8N, el 9D y las
alternativas alfanuméricas pasadas y por venir.
Una opción es tomar nota de que este modelo, experimento,
proyecto, intentona, circunstancia histórica, etapa refundacional del
peronismo, ensayo de izquierdizarlo, remake del evitismo o como quiera
llamárselo, pronto cumplirá diez años de lograr que estén con muchos pelos de
punta la Iglesia
Católica; terratenientes y socios forrescos que alguna vez
anidaron en El Grito de Alcorta; oligopolios de prensa; fondos buitre;
capitales imperiales; españoles que se nos cagaban de risa; comunicadores que
con la rata estaban a sus anchas para vestirse de progres; consultores de
grandes empresas que militan en la equivocación; eternos pronosticadores de fin
de ciclo; caceroludos sacados porque no hay conferencias de prensa
presidenciales, entre otros detalles de sumo interés; periodistas símiles de
esos empleados fieles que terminan con una patada en el trasero y un reloj
trucho de reconocimiento. A esa nómina de otrora incuestionados, se suma el
Poder Judicial.
La otra opción es pensar que lo antedicho simboliza,
precisamente, el modo en que este engendro llamado kirchnerismo dividió al
pueblo hasta la exasperación. Justo a este pueblo, que siempre estuvo tan
unido. Razonar que está afectada la división de poderes constitucionales; la
distribución de la pauta publicitaria oficial; la moral pública porque Cristina
se aloja en hoteles de lujo y no en pocilgas de mala muerte; la igualdad distributiva
porque en NEA y NOA hay asentamientos de miseria africana que las meretrices
periodísticas acaban de descubrir, pero guay de revelarlas en los territorios
donde su patronal estimula sus candidatos al postCristina. Inferir que hay una
cacería de periodistas opositores, a falta de dirigentes políticos opositores
que al menos den un indicio, uno solo, de que son peligrosos, activos,
avasallantes. Tuvieron su oportunidad tras la victoria gauchócrata y no
supieron aprovecharla, ni en el Congreso ni en ningún lado. La hipótesis podría
ser que no pudieron porque, sencillamente, carecen de creatividad y algunos
elementos que se sitúan en el bajo vientre, digamos para exponer que son
capaces de formular un capitalismo mejor que éste. Y la pulsión por la pulsión
misma, el oponerse por oponerse, termina en la foto de “la piba” Bullrich
contigua a Moyano, el otro día, por poner un ejemplo más de cómo se rifan
convicciones que no fueron ni son tales. Paradigmas de los conventillos falsos.
De la invalidez para interpretar por dónde pasa el tren de la historia. La Bullrich, como ministra
de Trabajo del inolvidable gobierno de la Alianza, fue cabeza mediática para justificar el
ajuste contra los haberes jubilatorios. Moyano, entonces emblema de uno de los
peronismos de aparato que en los ’90 supo no confundir al enemigo, le saltó a
la yugular y la escarneció, con razón, en cuanto foro le prestaran los medios
que hoy vuelve a usar para pregonar la revolución del mínimo no imponible.
Ahora, La Piba y
Moyano se fotografían juntos, desprejuiciados, en imagen análoga a la del hijo
de Alfonsín con Macri, la de Macri con Buzzi, la de Buzzi con el primer capanga
que brote y así de corrido hasta, de veras, perder la capacidad de asombro o
algo parecido.
Obviamente, el periodista se cuenta en el grupo de la
primera opción. La de agendar que están nerviosos aquellos que son las
antípodas de un modelo tan imperfecto como bien orientado. Eso da o daría la
pauta de que, a tales conservadores furiosos, se corresponde acentuar que el
contrincante está genéricamente acertado. Todo entró en revulsión, agregada
ahora la Justicia. Y
eso es producto de un trazado gubernamental que lo habilita.
Los conservadores deberían tener la valentía de decir qué es
lo que quieren conservar.
No lo dicen porque se dan vergüenza ajena.
Publicado
en:
No hay comentarios:
Publicar un comentario