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sábado, 15 de diciembre de 2012

Doble D, por Luis Bruschtein (para “Página 12” del 15-12-12)





Hubo quien festejó el 7 de diciembre y, por supuesto, también cuando en la impresionante concentración del domingo siguiente el Estado nacional no había podido aplicar la ley antimonopolio en el ámbito de los medios. No es nada nuevo. Siempre hubo gente a favor de los monopolios. Finalmente, una semana después, el juez Horacio Alfonso le puso punto final a un capítulo de esta historia: declaró constitucional la ley y dio por vencidos todos los plazos. El Grupo Clarín ya anunció que apelará este fallo, pero habiendo una decisión de primera instancia, la secuela judicial futura no parece tan favorable a sus intereses. Hace tan sólo unos días, el Grupo Clarín alegaba que con la recusación de jueces del fuero Civil y Comercial, el Gobierno estaba demorando el fallo sobre la cuestión de fondo y ello configuraba “denegación de justicia”. Antes porque era lento, ahora porque es muy rápido, sus abogados se están quejando porque el tema es “muy complejo” para que el juez lo haya resuelto con tanta velocidad. Pero el fallo está y seguramente quedará como un fallo histórico en el que las instituciones primaron sobre una gran corporación económico-mediática.
Sin embargo, el hecho de que una ley antimonopolio, que fue aprobada en forma impecable por el Congreso, fuera detenida por más de tres años por chicanas y cautelares, con jueces que tomaban decisiones que favorecían a la empresa y tras cartón se jubilaban, dañó la imagen pública de la Justicia. El concurso 258 por el que se debía designar a los jueces naturales de este pleito sigue frenado en el Consejo de la Magistratura por cinco consejeros, entre ellos el diputado radical Oscar Aguad y el juez Ricardo Recondo, ex presidente de la Asociación de Magistrados y ex secretario de Justicia de Raúl Alfonsín. Pero su acción en esa función no se destacó por la realización de los juicios, sino después cuando las presiones de la corporación militar hicieron retroceder lo que se había avanzado. El juez es también miembro de la polémica Cámara en lo Civil y Comercial que dictaminó a favor de la megaempresa. Recondo también fue apercibido por la Corte, porque luego de frenar el concurso 258 usó su lugar en la Cámara para designar en forma manual a los jueces subrogantes de la causa. Recién después de ese apercibimiento, el juez Alfonso fue designado por la vía institucional reglamentaria.
Mientras la derecha radical y otros sectores conservadores se empeñaban en estas operaciones judiciales que frenaban una ley que había sido aprobada en el Congreso, desde el Grupo Clarín se escribían editoriales para demonizar a otros radicales, como Leopoldo Moreau, que habían expresado la necesidad de que esa ley se aplicara. La derecha peronista se sumó a la defensa del monopolio y hasta Hugo Moyano fue presionado para hablar contra la ley de medios. En esa larga pulseada de más de tres años del Grupo Clarín en defensa de su predominio comercial, contra el Estado nacional, hubo muchos sinceramientos a nivel de la Justicia, de los medios y el periodismo y de la dirigencia política. La fuerte tensión que puso sobre la sociedad esta confrontación –quizá una de las mayores en varias décadas– puso en evidencia a jueces, periodistas y más de un dirigente que posaron alguna vez de republicanos o izquierdistas.
De todos modos, esos retrasos con cautelares y chicanas judiciales lograron que el Gobierno no pudiera festejar que había logrado hacer aplicar la ley ante la multitud que se reunió en la Plaza de Mayo el domingo pasado, una concentración que mostró que, después de diez años, el Gobierno se ha fortalecido y ha comenzado a consolidar un crecimiento aunque todavía no está del todo afirmado.
La forma de conmemorar los 29 años de democracia fue una demostración de que el tiempo no pasó de la misma manera para unos y otros. El Gobierno arriesgó una convocatoria de la que muchos kirchneristas desconfiaban. La oposición hizo una celebración en local cerrado el lunes. La convocatoria oficialista tuvo una respuesta muy masiva, solamente comparable con los festejos del Bicentenario. La oposición no se arriesgó a convocar y prefirió usar la mención a las marchas previas de los caceroleros y del moyanismo. Pero la inmensa concentración oficialista superó ampliamente a la suma de ambas.
Para el Gobierno, la masividad del festejo realizado en la Plaza de Mayo y en otras treinta ciudades del país fue un alivio. El cacerolazo había sido una demostración importante numéricamente, aunque sin dirección. Los caceroleros cuentan siempre con la letanía de los grandes medios a su favor, casi podría decirse que en parte también ellos son un producto de esa letanía. En cambio, la convocatoria del kirchnerismo fue a contrapelo de esa campaña, de la que siempre es difícil medir el grado de penetración en la sociedad. Las cientos de miles de personas que se concentraron fueron una demostración de que hay una parte considerable que ya es impermeable a ese sonsonete.
Las características de esa concentración dieron señales de que el kirchnerismo entraba en una etapa diferente. Un dato significativo fue el crecimiento de los movimientos sociales, que exhibieron una extendida presencia territorial, muy superior a la de actos anteriores. También fue muy importante la columna del PJ que encabezaron los intendentes del conurbano. Esa relación a veces ríspida, a veces coexistente, entre los movimientos sociales kirchneristas y los intendentes del PJ, parece ya cristalizada con reglas de juego para la convivencia en una fuerza común.
La multitud que llegó sin encuadramiento no se quedó en silencio ni se expresó como si solamente hubiera sido atraída por el festival de música. A diferencia del Bicentenario, donde la expresión política fue menor y mucho más discreta, en este caso la gente se sumó a las consignas y siguió con mucha atención las definiciones políticas durante el discurso de la Presidenta. En general, el nivel de politización expresado en los silencios para escuchar el discurso o en el tipo de consignas reveló un salto cualitativo. No fue un acto de “acarreados” por el choripán. Podría decirse que en general, y grosso modo, expresaba un grado de cultura cívica muy superior al del cacerolazo: nadie quería matar a nadie, no hubo agresiones a periodistas, no hubo consignas mezquinas, ni rechazo de la política como herramienta democrática y se tenía claro que se festejaban la democracia y los derechos humanos.
El acto mostró una fuerza muy desarrollada y en fase de consolidación, tanto dentro del PJ como por fuera de él. Daría la impresión de que su destino no será como el del menemismo, que prácticamente se esfumó y sus restos han ido derivando o mimetizándose en el duhaldismo, el denarvaísmo o el macrismo. El kirchnerismo mostró raíces más profundas en la juventud y en sectores humildes y de clase media baja y media. Y la acción de gobierno le provee una plataforma ideológica de más actualidad que la de cualquier otra corriente política. El problema que representa ese desarrollo es que el alto grado de politización es bueno para generar una identidad política, pero al mismo tiempo puede ir en detrimento de la proyección electoral más masiva y menos politizada que se requiere para llegar al gobierno.
En el acto del domingo, el kirchnerismo dio la impresión de que llegó para quedarse como jugador importante en la disputa política ya sea en el gobierno como en el llano. Tras un 7D frustrado, si el domingo la sensación respecto de la ley de medios era de incertidumbre, esa frustración, y el fallo del juez Alfonso finalmente generaron un doble D de festejo para el kirchnerismo: el del domingo y el de ayer.


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