Hubo quien festejó el 7 de diciembre y, por supuesto,
también cuando en la impresionante concentración del domingo siguiente el
Estado nacional no había podido aplicar la ley antimonopolio en el ámbito de
los medios. No es nada nuevo. Siempre hubo gente a favor de los monopolios.
Finalmente, una semana después, el juez Horacio Alfonso le puso punto final a
un capítulo de esta historia: declaró constitucional la ley y dio por vencidos
todos los plazos. El Grupo Clarín ya anunció que apelará este fallo, pero
habiendo una decisión de primera instancia, la secuela judicial futura no
parece tan favorable a sus intereses. Hace tan sólo unos días, el Grupo Clarín
alegaba que con la recusación de jueces del fuero Civil y Comercial, el
Gobierno estaba demorando el fallo sobre la cuestión de fondo y ello
configuraba “denegación de justicia”. Antes porque era lento, ahora porque es
muy rápido, sus abogados se están quejando porque el tema es “muy complejo”
para que el juez lo haya resuelto con tanta velocidad. Pero el fallo está y
seguramente quedará como un fallo histórico en el que las instituciones
primaron sobre una gran corporación económico-mediática.
Sin embargo, el hecho de que una ley antimonopolio, que fue
aprobada en forma impecable por el Congreso, fuera detenida por más de tres
años por chicanas y cautelares, con jueces que tomaban decisiones que
favorecían a la empresa y tras cartón se jubilaban, dañó la imagen pública de la Justicia. El concurso
258 por el que se debía designar a los jueces naturales de este pleito sigue
frenado en el Consejo de la
Magistratura por cinco consejeros, entre ellos el diputado
radical Oscar Aguad y el juez Ricardo Recondo, ex presidente de la Asociación de
Magistrados y ex secretario de Justicia de Raúl Alfonsín. Pero su acción en esa
función no se destacó por la realización de los juicios, sino después cuando
las presiones de la corporación militar hicieron retroceder lo que se había
avanzado. El juez es también miembro de la polémica Cámara en lo Civil y Comercial
que dictaminó a favor de la megaempresa. Recondo también fue apercibido por la Corte, porque luego de
frenar el concurso 258 usó su lugar en la Cámara para designar en forma manual a los jueces
subrogantes de la causa. Recién después de ese apercibimiento, el juez Alfonso
fue designado por la vía institucional reglamentaria.
Mientras la derecha radical y otros sectores conservadores
se empeñaban en estas operaciones judiciales que frenaban una ley que había
sido aprobada en el Congreso, desde el Grupo Clarín se escribían editoriales
para demonizar a otros radicales, como Leopoldo Moreau, que habían expresado la
necesidad de que esa ley se aplicara. La derecha peronista se sumó a la defensa
del monopolio y hasta Hugo Moyano fue presionado para hablar contra la ley de
medios. En esa larga pulseada de más de tres años del Grupo Clarín en defensa
de su predominio comercial, contra el Estado nacional, hubo muchos
sinceramientos a nivel de la
Justicia, de los medios y el periodismo y de la dirigencia
política. La fuerte tensión que puso sobre la sociedad esta confrontación
–quizá una de las mayores en varias décadas– puso en evidencia a jueces,
periodistas y más de un dirigente que posaron alguna vez de republicanos o
izquierdistas.
De todos modos, esos retrasos con cautelares y chicanas
judiciales lograron que el Gobierno no pudiera festejar que había logrado hacer
aplicar la ley ante la multitud que se reunió en la Plaza de Mayo el domingo
pasado, una concentración que mostró que, después de diez años, el Gobierno se
ha fortalecido y ha comenzado a consolidar un crecimiento aunque todavía no
está del todo afirmado.
La forma de conmemorar los 29 años de democracia fue una
demostración de que el tiempo no pasó de la misma manera para unos y otros. El
Gobierno arriesgó una convocatoria de la que muchos kirchneristas desconfiaban.
La oposición hizo una celebración en local cerrado el lunes. La convocatoria
oficialista tuvo una respuesta muy masiva, solamente comparable con los
festejos del Bicentenario. La oposición no se arriesgó a convocar y prefirió
usar la mención a las marchas previas de los caceroleros y del moyanismo. Pero
la inmensa concentración oficialista superó ampliamente a la suma de ambas.
Para el Gobierno, la masividad del festejo realizado en la Plaza de Mayo y en otras
treinta ciudades del país fue un alivio. El cacerolazo había sido una
demostración importante numéricamente, aunque sin dirección. Los caceroleros
cuentan siempre con la letanía de los grandes medios a su favor, casi podría
decirse que en parte también ellos son un producto de esa letanía. En cambio,
la convocatoria del kirchnerismo fue a contrapelo de esa campaña, de la que
siempre es difícil medir el grado de penetración en la sociedad. Las cientos de
miles de personas que se concentraron fueron una demostración de que hay una
parte considerable que ya es impermeable a ese sonsonete.
Las características de esa concentración dieron señales de
que el kirchnerismo entraba en una etapa diferente. Un dato significativo fue
el crecimiento de los movimientos sociales, que exhibieron una extendida
presencia territorial, muy superior a la de actos anteriores. También fue muy
importante la columna del PJ que encabezaron los intendentes del conurbano. Esa
relación a veces ríspida, a veces coexistente, entre los movimientos sociales
kirchneristas y los intendentes del PJ, parece ya cristalizada con reglas de
juego para la convivencia en una fuerza común.
La multitud que llegó sin encuadramiento no se quedó en
silencio ni se expresó como si solamente hubiera sido atraída por el festival
de música. A diferencia del Bicentenario, donde la expresión política fue menor
y mucho más discreta, en este caso la gente se sumó a las consignas y siguió
con mucha atención las definiciones políticas durante el discurso de la Presidenta. En
general, el nivel de politización expresado en los silencios para escuchar el
discurso o en el tipo de consignas reveló un salto cualitativo. No fue un acto
de “acarreados” por el choripán. Podría decirse que en general, y grosso modo,
expresaba un grado de cultura cívica muy superior al del cacerolazo: nadie
quería matar a nadie, no hubo agresiones a periodistas, no hubo consignas
mezquinas, ni rechazo de la política como herramienta democrática y se tenía
claro que se festejaban la democracia y los derechos humanos.
El acto mostró una fuerza muy desarrollada y en fase de
consolidación, tanto dentro del PJ como por fuera de él. Daría la impresión de
que su destino no será como el del menemismo, que prácticamente se esfumó y sus
restos han ido derivando o mimetizándose en el duhaldismo, el denarvaísmo o el
macrismo. El kirchnerismo mostró raíces más profundas en la juventud y en
sectores humildes y de clase media baja y media. Y la acción de gobierno le provee
una plataforma ideológica de más actualidad que la de cualquier otra corriente
política. El problema que representa ese desarrollo es que el alto grado de
politización es bueno para generar una identidad política, pero al mismo tiempo
puede ir en detrimento de la proyección electoral más masiva y menos politizada
que se requiere para llegar al gobierno.
En el acto del domingo, el kirchnerismo dio la impresión de
que llegó para quedarse como jugador importante en la disputa política ya sea
en el gobierno como en el llano. Tras un 7D frustrado, si el domingo la
sensación respecto de la ley de medios era de incertidumbre, esa frustración, y
el fallo del juez Alfonso finalmente generaron un doble D de festejo para el
kirchnerismo: el del domingo y el de ayer.
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