Arriba: Caricatura de Héctor Magneto, CEO del Grupo Clarín
(multimedios argentino que abarca diarios, televisión, radios, distribuidoras
de tv por cable y banda ancha, editoriales, fábricas de papel de diarios,
productoras de contenidos, agencias de noticias, y muchas cosas más)
[La foto y el pie de la misma es responsabilidad
exclusiva de “Mirando hacia adentro”]
Hace mucho que sabemos como son las cosas, todos estamos
enterados, la mayoría, incluso, ha tomados partidos por uno u otro lado. Nadie
puede decir que no entienda, que no sepa, que no se enteró. Sí pueden decir, y
lo hacen, que no les importa.
Eso no es nuevo tampoco, aunque cada vez son menos los que
eligen no elegir, los que tratan de no involucrarse en la realidad que los
rodea, los atraviesa, y a veces hasta los aplasta.
Sabíamos que el Grupo Clarín, con su largo brazo de
influencias iba a tratar de abrazar a todo aquel que pudiera mantenerle la
cabeza fuera del agua, iba a cobrar muchos favores, iba a apretar todas las
clavijas que hiciera falta y afinar todas las cuerdas necesarias de los
instrumentos que le permitiera tocar la infame melodía de la injusticia, esa
que ellos llaman justicia, la que han llevado en el bolsillo por décadas, la
que sacan como un peine cada vez que el viento de la democracia los despeina un
poco.
En las últimas semanas habíamos visto dar manotazos de
ahogados a su CEO, Héctor Magnetto, desacostumbrado siquiera a pensar que las
cosas pueden no salir como él espera. En su arrebato por la hora que se acerca,
denunció periodistas para que vayan presos por escribir en diferencia a sus
mandatos, denunció funcionarios, lanzó a sus empleados en una cruzada aun más
salvaje de desprestigio al Gobierno que la que ya venían llevando, y en una
desesperada escalada de mentiras que los llevó a publicar tapas de revistas que
se podían desmentir a las horas de haber sido impresas. Pataleó y gritó contra
lo inevitable, como el niño que le grita a las olas del mar, esperando así
frenarlas para que no rompan, inexorables, en la orilla.
Pero este jueves tuvo una alegría, en contra de lo fallado
por la Corte Suprema
de Justicia Argentina, la Cámara Civil y Comercial extendió la medida
cautelar presentada por el Grupo Clarín para evitar adecuarse a ley de medios,
hasta que el juez de primera instancia Horacio Alfonso resuelva la cuestión de
fondo, desconociendo así el criterio de “razonabilidad” planteado por la Corte Suprema, que
fijó el 7 de diciembre para su finalización. El largo brazo de Clarín,
abrazando con fuerza.
Y en torno al fallo de la Corte se había cifrado la esperanza de la
justicia, de que la democracia de todos pudiera más que la infamia de unos
pocos. En torno a esta fecha del 7 de diciembre se había conjugado la
expectativa de que una ley aprobada por amplísima mayoría hace tres años,
finalmente, pudiera ser aplicada. Porque el que piense que sólo se trata de una
Ley de Medios Audiovisuales está viendo el árbol, perdiéndose el inmenso
bosque. Esto es un paso fundamental, no sólo para que más voces puedan ser
oídas, para que la información sea más plural y llegue a todas partes, para que
no sólo un grupo concentrado de medios, un grupo hegemónico, decida por la
mayoría de nosotros qué debemos saber, cómo y de parte de quién. No es sólo
para eso.
La Ley
es para repartir el poder que existe desde hace mucho tiempo en manos de unos
pocos que creen que pueden manejar el país a su gusto y adecuar la justicia a
sus necesidades. Grupos económicos que controlan la información, y que creen
que el cargo de Presidente de la
Nación, es “un puesto menor”, porque estaban malacostumbrados
a sentar hombres en el Sillón de Rivadavia y hacerlos levantar cuando ya no les
sirvieran. Y ahora no se puede hacer eso más, ahora la Ley está para cumplirla,
entonces apelan a lo que mejor saben hacer: desparramar odio, mentir y
manipular. Y seguir haciendo sus negocios, claro.
Esta fecha, el 6 de diciembre, quedará para siempre marcada
en la memoria como el día en que la justicia falló contra la ley. Y cuando se
falla a conciencia a favor de los más poderosos, se falla contra el pueblo.
Pero se sabía, como decíamos al principio. Sabíamos que iban
a hacer todo lo posible para evitar cumplir con esta ley de la democracia. Con
la otra, la de la Dictadura,
estaban cómodos, cobijados y calentitos amparados bajo el techo que les habían
levantado sobre sus cabezas gachas los represores. Y es que eso representan,
los que no se han adecuado a la ley en sus plazos y formas, los que creen que
pueden todo, siempre, como el Grupo Clarín, encarnan y simbolizan el país al
que yo, personalmente, no quiero volver.
Pero no importa, los tropezones no son caídas, y si lo son,
y nos damos fuerte la cara contra el suelo, nos levantaremos con la ayuda del
suelo, porque las luchas sólo se pierden si se abandonan, porque las patadas en
el traste también empujan para adelante.
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