Una conducta que ha pasado a ser usual en el análisis económico convencional es la de crear la propia crítica. Desde hace un par de semanas se insiste diariamente con que la economía argentina no está blindada a la crisis internacional, como estaría difundiendo el Gobierno. No hay registro de semejante arrogancia, incluso el término “blindaje” fue rechazado con la calificación “horroroso” por el ministro Amado Boudou. Resulta evidente que una desaceleración de la economía mundial afectará el nivel de actividad doméstica, del mismo modo que una recuperación también tiene su impacto. Es un debate soso que la corriente conservadora replica con una pasión que se confunde con el deseo de que finalmente estalle la crisis interna tantas veces anunciada y no confirmada en los hechos. En la práctica, el estancamiento de la economía estadounidense y europea se está arrastrando desde 2008 con un leve respiro el año pasado. En éste se ha agravado y las economías latinoamericanas lo han estado transitando mostrando inéditas resistencias, destacándose la argentina por su elevada tasa de crecimiento. Se presenta más desafiante precisar entonces cuáles son las condiciones de la economía local para amortiguar los costos ineludibles de una eventual recesión en Estados Unidos y Europa. Detectarlas sería más provechoso que alertar sobre variables que, si bien son las más populares (dólar y soja), son las principales fortalezas de la administración kirchnerista para navegar en aguas tormentosas.
La fuerte oscilación de las cotizaciones de acciones y bonos en la plaza bursátil de Buenos Aires no tiene mucha relevancia para evaluar potenciales dificultades. El mercado local es insignificante en volumen y en fuente de financiamiento a las empresas. A la vez, la marginación de Argentina del circuito voluntario de crédito internacional, debido al default de 2001 y las dos renegociaciones con quita de capital, disminución de tasas de interés y extensión de plazos (2005 y 2010), redujo la importancia del negocio de títulos públicos como factor condicionante para obtener financiamiento de los vencimientos de deuda. Si se le agrega la política de desendeudamiento y que casi la mitad de los bonos está en manos de diferentes dependencias públicas (Banco Central, Anses, Banco Nación), ese frente no presenta complicaciones sustanciales. Para gran parte de los compromisos 2012 ya se proyectó la tercera versión del Fondo de Desendeudamiento.
En esa instancia emerge la discusión sobre el nivel de reservas, en especial las denominadas “de libre disponibilidad”. Este concepto es un resabio del esquema de convertibilidad que establecía una relación de equivalencia entre base monetaria y reservas. Es un debate interesante puesto que existe una idea extendida en el espacio público de que la utilización de reservas se asemeja a un pecado económico. Tanto si es para abastecer de dólares la demanda de agentes económico o para pagar deuda. Esa acumulación de fondos es para utilizarlos en determinadas circunstancias. Es difícil pensar en términos económicos la naturaleza “sagrada” que les ofrendan a las reservas los economistas del establishment. Más importante es evaluar el nivel de reservas como signo de fortaleza en un contexto internacional turbulento. El actual monto que contabiliza el Banco Central es de unos 48.500 millones de dólares, incluyendo líneas a bajo costo del Banco de Basilea.
Ese dique defensivo, cuya efectividad se está demostrando frente a la intensa corrida de este año, se mantiene pese a la constante fuga de capitales y a los desembolsos realizados para cancelar deuda. En total fueron 14 mil millones de dólares los destinados a los pagos de 2010 y 2011. Pese a semejante esfuerzo y a la fuga de capitales, el Banco Central sigue teniendo más reservas que las anotadas a comienzos de 2009, cuando registraba 46.408 millones de dólares. Ese fue el año de la fase recesiva del ciclo económico debido a la crisis externa que provocó una caída del 10 por ciento del comercio internacional, el mayor retroceso anual desde el crac del ’29.
Con un frente financiero bajo tensión pero controlado, el canal comercial es el que ofrece márgenes de vulnerabilidad. Uno de los factores determinantes es el precio de las materias primas de exportación, en particular el de la soja. En septiembre se encendieron luces de alerta por el descenso del 20 por ciento, al retroceder del pico de 535 dólares en la última jornada hábil de agosto hasta un piso de 432 dólares. La caída de 100 dólares provocó pronósticos de alarma. Para que el impacto sea significativo los precios deberían retroceder aún más pues. Pese a esa fuerte caída, la actual cotización de la soja sigue siendo mejor que la vigente en el mismo período de 2010, cuando no era motivo de preocupación. En octubre del año pasado se ubicaba en 417 dólares la tonelada y en septiembre de 2009, en 349 dólares. El último Informe de Inflación del Banco Central brinda el contexto del mercado de las materias primas que sirve para analizarlo más allá de la volatilidad de corto plazo. Se menciona que diversos factores estructurales a nivel global seguirán interviniendo para mantener con firmeza las cotizaciones de los productos agropecuarios. Detalla la creciente población y urbanización mundial y los mayores ingresos generados por los países emergentes que “contribuirán al incremento de consumo de alimentos”. También indica que “la demanda de granos continuará presionada por la mayor producción de biocombustibles”, a la vez que advierte que “factores menos estables pero de gran relevancia, como la llamada financiarización de las commodities o la devaluación global del dólar, seguirán aportando volatilidad a la cotización de estos productos en el corto plazo”.
Ante un escenario de recesión en las potencias, más que el monto de reservas o la evolución de la cotización de la soja, el factor perturbador del nivel de actividad doméstica se encuentra en la marcha de la economía brasileña. La estrategia ortodoxa de Metas de Inflación derivó en una fuerte apreciación del real, con tasas de interés muy altas que incentivaron el ingreso de capitales. La economía padece el debilitamiento de su industria con tendencia a la reprimarización. El gobierno de Dilma Rousseff comenzó una reversión de esa política, bajando medio punto la tasa (del 12,5 al 12 por ciento anual) para debilitar su moneda, pero en un contexto de mayores presiones inflacionarias. Para enfrentarlas se anunció un ajuste fiscal. Ese combo de política económica, en un marco internacional recesivo, orienta a un estancamiento de la actividad doméstica.
El rubro más dinámico del sector industrial argentino es el automotor y sufrirá si la economía brasileña desacelera su ritmo porque disminuiría la demanda de autos. Una señal en ese sentido fue en septiembre, cuando las ventas internas en el mercado brasileño bajaron 4,8 por ciento respecto del mes anterior. A esa plaza se destina el 81,2 por ciento de las exportaciones de autos. A comienzos de año ya hubo un intento por frenar los ingresos de autos argentinos a partir de la aplicación de licencias no automáticas y la crisis internacional podría llevar a que se incremente ese tipo de trabas. En conjunto, las exportaciones representan el 55,5 por ciento de la producción nacional. La eventual evolución de Brasil es el elemento más inquietante para la economía argentina.
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