"Este libro ya está terminado, aunque usted no haya llegado a la última página. Ya escribí todo el resto, menos esta parte que es sobre la Presidenta.
Por algo postergué tanto escribir sobre ella. De entrada nomás porque la Presidenta no es solamente una presidenta, es Cristina, es la compañera de Néstor, es la líder del gobierno, es la que va timoneando este barco que se sabe atravesó y espera tormenta tras tormenta, pero sobre todo es la que nos inspira a todos los que creemos en este gobierno. Es raro que una líder sea también una musa inspiradora, pero en el kirchnerismo muchas cosas son raras. Y Cristina es la rareza más grande con la que contamos. Porque la sentimos cerca del corazón –porque a Cristina se la quiere mucho-, y al mismo tiempo la sentimos lejana en su ingenio y capacidades. Cristina es más inteligente, más audaz y más fuerte que los que la seguimos. De esa manera encarna una especie de amor imposible : la mina que es tan pulenta que nunca nos daría bola.
Cristina es muchas cosas, por eso me cuesta escribir sobre ella.
En principio Cristina fue aquella senadora atractiva que mirábamos extrañados de tan inteligente, linda, discutidora y buena argumentadora que en medio de tanta mediocridad. La que se asqueó del menemismo y desde su banca solitaria se dedicó a criticar y a denunciar las brutalidades de sus políticas de mercachifles. Después Cristina fue la mujer del candidato que nos recordaba a Tristán, todavía mojados por la ola del desencanto y el ‘que se vayan todos’. Y ahí Cristina, que ya tenía fama de carácter fuerte, era la que iba a manejar al tonto de Tristán que miraba y hablaba torcido. Por aquellos tiempos el primer enigma sobre la pareja presidencial fue como había hecho ese pingüino feo y medio tonto para enganchar a semejante mina. Pero rápidamente, apara los medios que hoy juran que no son dominantes de nada, ella también dejó de ser la dominante en esa pareja para ser una morocha con alma de rubia tarada, interesada sólo en comprarse carteras y zapatos. Era más útil, se ve, volver tonta a Cristina para poder dedicarse de lleno a Néstor, que pasó de ser un bobo a ser un zorro astuto.
Y vino Cristina presidenta. Néstor contó que cuando le fue a decir a Magneto que la candidata iba a ser ella, Magneto se la bochó. No la querían. Y ahí fue que empezaron los problemas con Clarín. El poder y la política tuvieron todo que ver. Pero mi amigo Berlanga sospecha que por el carácter de Néstor, le debe haber dado por las pelotas que le tocaran a su chica. No sé cuanto de cierto habrá en esta hipótesis, pero me gusta pensar que el amor también tiene que ver en los vaivenes de la historia.
Asumió Cristina y apareció la discusión sobre su cargo : si era Presidenta o Presidente. Con esa polémica ya aparecieron las primeras consideraciones lingüisticas, institucionales y gorilas. Los peronistas eran tan brutos que desconocían que los adverbios no tienen artículo- Porque no se le dice ‘pacienta’ a la mujer que va al médico, ni se llama ‘disidenta’ a la señora que disiente con uno. En aquella discusión yo estaba con los que preferían Presidente, por respeto al idioma y respeto por esa falsa neutralidad del castellano para el cual lo universal siempre es masculino. Sólo cambié de parecer cuando alguien me advirtió que las ‘sirvientas’ si están nominadas en su género. En ese momento me dí cuenta de que Cristina venía a hacer cosas importantes y a decirnos cosas importantes. Como esa : que si las mujeres que limpian casas son sirvientas, las que presiden el país son Presidentas. Porque con Cristina siempre fue más que claro que el poder lo ejercía una mina y no una mujer, que de alguna manera es una forma de decir no-hombre. Una mina es una entidad acabada en sí misma, hecha y derecha, una mina se para frente al mundo de los varones para disputarles sus derechos adquiridos por simple machismo. Por eso Cristina se hace fuerte en sus palabras, en sus gestos, en sus decisiones políticas, pero también en su maquillaje , en su pelo largo, su rouge y sus tacos altos y puntiagudos. Y no usa pantalones. Tengo la sospecha de que tendría ganas de ponerse unos lindos pantalones y andar cómoda y abrigada cuando le toca ir a un acto al aire libre en pleno invierno. Pero no, descarta los pantalones para decirnos que con una pollera y tacos se puede tener fuerza y coraje y aguante. Cristina, como diciendo ‘si los varones usan pantalones, problema de ellos. No hay que ponerse los pantalones para mandar y tomar decisiones difíciles y arriesgadas’.
Cristina también es madre, es la vieja de Máximo y Florencia. Y eso siempre lo tengo en cuenta, sobre todo cuando aparece en las miserables y mentirosas tapas de la revista Noticias. Cristina bipolar, Cristina sin maquillaje, Cristina loca, depresiva, gorda o flaca, fea, chorra, falsa abogada. El colmo fue una tapa donde apareció un tobillo. Si : un tobillo de la Presidenta de la Nación. Porque Cristina no tiene los tobillos elegantes, gráciles y delgados como los de Fontevecchia. Entonces pienso en lo poco hombre que hay que ser para disponer de esos recursos para hablar mal de una mina en tu medio. Y pienso en su hijo varón –lo pienso desde la lógica del barrio, la de un hijo con su madre- y las ganas que le deben dar a Máximo de mandar bien a la mierda a los que ofenden así a su vieja. Pero la política tiene estas desventajas, cuando uno es funcionario público no hay códigos ni buen gusto que limiten las cosas. Menos cuando las ‘embestidas contra la libertad de prensa’ empezaron quitando la posibilidad a los políticos de hacer juicios por calumnias e injurias a los periodistas, que venden sus productos gracias a las injurias y a las calumnias.
Cristina también es los setentas. Es esa chica fumando un Jockey Club en La Plata, otra linda militante de la JP encarnando a toda una generación que hoy nos cuenta la historia sin pedirle permiso a los que venían quedándose con su historia como mejor les convenía. Esa chica que se rajó para el sur con su marido y compañero (dos pendejos) escapando de lo que tantos escapaban por aquellos años Ñ: de la tortura y de la muerte. Esa chica que algunas décadas después pudo decirles en la cara a los dueños del mundo, y desde la capital misma de los dueños del mundo, que su sistema era una trampa para los pueblos que merecen ser dignos y libres. Esa chica que vino a decirnos que vivimos en un país que puede sentir orgullo, y que merece sentir orgullo. Que podemos levantar la voz y decir con tranquilidad de espíritu que el FMI es una estafa, que el sistema financiero se afana todo lo que puede, y que ya no somos un bochorno mundial, indignos y serviles dispuestos a pagar y lavar la mugre de las fiestas que organiza el dinero del poder.
Cristina también es la mujer de Néstor que murió. Es la que veló a su hombre y compañero de toda la vida en medio de las muchedumbres que le daban pero que a la vez le exigían fuerza. En aquellos días yo pensaba que no hubiera sido criticable si Cristina dejaba todo y se volvía a su casa de Río Gallegos. Hubiera sido un desastre político, pero me parecía una desproporción pedirle que siguiera adelante cuando los buitres político-editorialistas no esperaban ni un minuto para lanzársele en picada. Ella que a pesar de su evidente pudor de militante y funcionaria no podía esconder las miradas de enamorada para con el flaco feo de su marido. Las miradas en la asunción de Néstor, los abrazos en los actos … bueno, los gestos de la gente que se quiere.
Pero Cristina ni siquiera se tomó quince días para reponerse. Terminó los trámites helados de la muerte y continuó como un empleado cualquiera. Un empleado no deja su laburo cuando queda viudo. La chica de los setenta se asumió como una empleada del Estado –y del pueblo de su país- y siguió empujando el carro en medio de los palazos. Ahora estaba sola, el supuesto doble comando estaba terminado, Néstor que era ‘el poder real’ ya no estaba. Ella sola no iba a poder. Los adversarios externos afilaban los cuchillos y advertían –propiciaban- la destrucción desde adentro, la bolsa de gatos, la pelea por ‘los lugares’, el desorden de la tropa, la rienda para bestias que ya nadie sujetaba, los sindicatos desbocados, y sobre todo la debilidad de una mujer viuda. De nuevo Isabelita. Sí, en el frenesí de la rapiña compararon con Isabelita a la chica del pelo sobre los ojos.
Cristina todavía no se quitó el negro de su ropa. Ese color coloca a Néstor presente aunque ya no esté, y lo coloca como ideólogo de esta gestión y como el marido que falta. Y ella lo llora frente a las multitudes que le siguen dando los ‘Fuerza Cristina’ y le exigen fuerza. Mientras también se escuchan los ‘te queremos, Cristina’ que ella devuelve con sus ‘yo también los quiero mucho’. Un diálogo que tiene poco de crispación y de odio.
Yo espero el día en que Cristina aparezca con ropa de colores, porque quiero creer que el dolor la va a ir abandonando. Y espero que algún día –lo escribo pensando que debería omitirlo- en que encuentre un hombre que la acompañe y la haga feliz. Porque si ella puede darnos esperanzas y alegría, no se merece menos que eso.
Cristina es la que dijo hace un tiempo atrás que no se moría por ser presidenta de nuevo, que ya había cumplido con creces los sueños de cualquier militante político. En ese discurso donde parecía dudar de presentarse para un nuevo mandato. Antes de que todos lo entendiéramos como un mensaje hacia adentro que decía ‘pórtense bien porque yo no voy a ponerme al frente de un gobierno donde todo sea un desmadre’. En ese discurso en que dijo ‘estoy cansada’ y todos nos quedamos pasmados, Cristina cansada, la incansable, la corajuda, la que aguanta todo está cansada y qué va a ser de nosotros. Ese discurso que una oyente de Radio Nacional –una mujer, claro- supo decodificar inmediatamente mejor que nadie. El mensaje de la oyente fue ‘Cristina dice que está cansada, pero ojo. Porque cuando yo en casa digo que estoy cansada, quiero decir que se terminó, que estoy enojada’.
Cristina fue la soberbia y la crispación, ‘el tonito de maestra ciruela’ como les gustaba detestar a los que la sufrían en la presidencia. Un tono que nunca me molestó (de Cristina nunca me molestó nada, debo confesar como dijo alguna vez Diego Gvirtz ‘Cristina es perfecta’ asumiendo ese pecado que muchos callamos).Pero es verdad que ella cambió su manera de hablar, porque quizá sin darse cuenta al principio intentaba tener una autoridad masculina que no necesitaba, quizá porque estaba más nerviosa, quizá porque creía que era mejor esconder a la Cristina más tierna o sensible. Y qué mala suerte tuvieron cuando eligieron el concepto de crispación para nombrar a eso que ella provocaba. Cris-pasión lo tradujeron inmediatamente, una pasión que terminé de descubrir hace poco, cuando fui a la inauguración del Museo del Bicentenario. Ahí pude ver por primera vez a Cristina dando un discurso. Llegó sobre sus tacos que parecen tener una prefijada línea de puntos exactos donde pisar. No estaba cerca, unos quince metros que fueron suficientes para ver que los ojos negros le brillan de una manera rara y encendida, como en el tango. Y entonces entendí –experiencia inédita y crítica para un recién llegado a eso de las pasiones políticas- lo que genera un líder en quienes lo siguen. Esa tarde fría y lluviosa si Cristina hubiese dicho ‘y ahora todos al río que los voy a llevar nadando hasta Colonia’ no lo hubiera dudado.
Pero lo mejor de Cristina es que no lleva a nadie a nadar en un río helado. Ella nos sacó de un naufragio y nos trajo hasta la playa.
¿Tengo que buscar la ecuanimidad y decir qué cosas faltan, qué cosas están mal, que cosas quedan por hacer? ¿Qué de todo esto es responsabilidad de Cristina?
El problema acá es que el gobierno podría hacer las cosas mucho mejor, y he aquí su gran defecto : que Cristina es perfecta en un país imperfecto.
Y releo para corregir este último texto que escribí para el libro y entonces me doy cuenta de que ponerle ‘Soy la mierda oficialista’ le hace justicia. El kirchnerismo, una movida que nace con el entusiasmo de la rebeldía, el amor, la muerte y la juventud no tiene a la mesura ni a la moderación como valores interesantes. Al fin y al cabo ‘moderado’ es un premio que la hipocresía le da a quien le conviene. La moderación como una prolija filosofía de vida que surge del discurso mediático más salvaje y módico, el que actúa una falsa mesura para esconder sus odios, intereses, resentimientos y libidos nada moderados. Tan inmoderados que deben ocultarlos.
Abandonar la competencia por ver quién es el más moderado de todos fue una gran victoria. En estos años también aprendimos que existen premios que es mejor no ganarse nunca.”
por Carlos Barragán (Extracto de “Soy la Mierda Oficialista”, Ed.Norma, Bs.As., 2011, p.79 a 86)
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