Publicado en TIEMPO ARGENTINO el 1 de Octubre de 2011
Por Alberto Dearriba
Periodista.
De la candidatura presidencial hacia abajo, parece haberse inaugurado en la oposición un sálvese quién pueda en el cual no existen solidaridades partidarias, alianzas o coincidencias ideológicas que valgan.
La presidenta Cristina Fernández dejó en claro en los últimos días que su estrategia de campaña no es andar diciendo lo que va a hacer cuando la reelijan, sino poner a la gestión en medio de la escena e inaugurar al menos una obra por día. Sus ideas políticas, el modelo de gestión y su programa económico, están a la vista. Muy lejos en el favor popular, Eduardo Duhalde y Ricardo Alfonsín buscan la manera de eludir un papelón, con un lejano segundo puesto que las encuestas insten en indicar que podría corresponder al socialista Hermes Binner. La elección nacional ha perdido el encanto de los interrogantes a tal punto que los actores políticos y económicos no hacen más que reubicarse frente al próximo turno cristinista.
De la candidatura presidencial hacia abajo, parece haberse inaugurado en la oposición un sálvese quién pueda en el cual no existen solidaridades partidarias, alianzas o coincidencias ideológicas que valgan. El ejemplo más claro de transfuguismo sigue siendo el de Francisco de Narváez, que ahora le hace guiños a sus votantes para que corten la boleta de Ricardo Alfonsín y pongan en cambio en el sobre la de Alberto Rodriguez Saá. El puntano se quedó sin candidato a gobernador bonaerense porque la justicia inhabilitó a “El Adolfo”, mientras el “Colorado” se quedó sin postulante presidencial por el fracaso de Alfonsín. “El Alberto” aspira a capturar votos peronistas que en la interna abierta fueron a parar al hijo del ex presidente y el “Colorado” pretende captar el 5% que juntó el efímero presidente en las primarias y quedó huérfano para las generales. Cambio casa por motor, dice el aviso.
Nadie sabe empero cómo se hace para hacer una permuta que incluya a miles de voluntades ciudadanas mediante una decisión superestructural, como si los votos fueran propiedad de alguien. En la provincia de Buenos Aires hay 135 intendentes radicales que apoyaron a De Narváez y a Alfonsín. ¿Cómo se comportarán ahora que el empresario les pide que borren al hijo de un prócer radical y que voten a un peronista?
En Mendoza, los correligionarios de Ricardito también le piden impúdicamente a los suyos que arrojen al cesto la boleta del pretendiente radical. Entre los candidatos a intendentes, existen centenares que les dicen a sus vecinos que si quieren votar a la presidenta lo hagan sin remordimiento alguno, pero que por favor metan las de ellos en las urnas. La alquimia política es una técnica compleja que puede llegar incluso a ser castigada. Algunas veces, el intento de sumar contra natura dispara un tiro por la culata. Por caso, la alianza de un representante de la derecha peronista con un boina blanca radical no dio resultados en el principal distrito nacional.
El escenario de catástrofe descripto por las primarias, habilitó un desbande que se profundiza y extiende a medida que se conocen nuevas encuestas. El último sondeo realizado en la provincia de Buenos Aires por la consultora OPSM, indica que Cristina Fernández cuenta con una intención de voto superior al 62%, lo cual estiraría aún más la enorme distancia que la separó del segundo en las internas. La misma encuesta vuelve a señalar que el segundo podría ser Binner, que el apoyo a Rodríguez no sube ni baja, y que se despeñan en cambio Duhalde y Alfonsín.
La segura reelección de Cristina Fernández inauguró las especulaciones acerca del desempeño político y económico en próximo mandato. Agotados los vaticinios sobre una elección que perdió el encanto de la incógnita, los observadores profesionales y amateurs miran más allá de diciembre.
Sin la mala leche de los gurúes ortodoxos de la city, algunos economistas miran con inquietud al sector externo. Los clientes de la Argentina serán más pobres por efecto de la crisis internacional, con lo cual declinará la demanda, al tiempo que la paridad cambiaria parece haber llegado a un punto en el que la pérdida de competitividad también puede presionar a la baja el saldo favorable del balance comercial. Dicho de otro modo, ven un futuro con menos ingresos de divisas y menos reservas.
En términos políticos, en cambio, la situación es más atípica: todos intentan adivinar qué hará el próximo gobierno de Cristina que aún no fue siquiera elegido. La derecha tendrá por fin un líder capaz de disciplinarla, Mauricio Macri, siempre y cuando no agote a sus propios votantes con aumentos de tributos exagerados y otras maravillas a punto de estallar dentro de las fronteras de su feudo, la casquivana Buenos Aires. Pero en el radicalismo no aparece por ahora la punta de una posible recomposición y sólo el Frente Progresista puede aportar alguna innovación al escenario político de los próximos cuatro años. Si Macri no se convierte en un adversario de fuste, sin amenazas externas, la batalla por la sucesión se dará con fuerza dentro del justicialismo.
Algunos peronistas disidentes iniciaron en los últimos días el operativo retorno, para reubicarse de manera amigable con el kirchnerismo ante la porfía sucesoria. El caso más estentóreo es Felipe Solá, pero Rodríguez Saá también parece haber entendido que el rechazo cerril a un gobierno exitoso no le abre perspectivas hacia el futuro.
Más allá de las migraciones, está claro que Daniel Scioli espera su turno, en tanto Amado Boudou aparece como un posible delfín del cristinismo. Seguramente aspiran a ese lugar otros gobernadores como Juan Manuel Urtubey, Jorge Capitanich y José Luis Gioja, pero la cercanía geográfica y política del candidato a vicepresidente le da a Boudou ventajas sobre sus competidores. Después de los dolores de cabeza que le trajo el vicepresidente que le serruchó el piso durante casi todo su mandato, Cristina debe haber pensado muy bien en quién confiar para ese cargo. La decisión de ubicar a Boudou en remplazo de Julio Cobos, implica un aval de confianza que va más allá de tocar la campanita en el Senado.
También llamó la atención que Raúl Eugenio Zaffaroni dijera públicamente que, tras ocho años de desempeño, desea marcharse de la Corte Suprema de Justicia. En realidad, si no renunció hasta ahora, es para no aparecer vencido por el escándalo que le montaron con sus departamentos en los cuales se ejercía la prostitución.
Zaffaroni es un jurista reconocido internacionalmente que desde hace tiempo viene planteando su cuestionamiento al sistema presidencialista y su simpatía por las fórmulas parlamentaristas. Cree de verdad en ese diseño, pero parece haber encontrado eco político. Para declarar la necesidad de una reforma constitucional, hacen falta consensos políticos que se plasmen en los dos tercios de las cámaras. Este escenario no existe hoy, pero Zaffaroni anunció que le gustaría promover ese enorme debate. Cualquiera puede imaginar que para un hombre de derecho como él, semejante transformación institucional sería como ponerle el moño a su carrera de abogado, juez, legislador y convencional constituyente. Sin embargo, semejante cruzada no se emprende sin un poderoso liderazgo político que la impulse.
Sea como fuere, ya nadie tiene interrogantes trascendentes sobre la elección de octubre. Todos creen que Cristina seguirá en la Rosada y Scioli en La Plata, que el oficialismo no llegará al quórum propio en la Cámara Baja y que tendrá una aritmética favorable en el Senado. De allí para abajo, todos los opositores quieren salvar su futuro a como dé lugar, con el único objetivo de no convertirse en cadáveres políticos. Las miradas están puestas más allá de diciembre.
Publicado en :
http://tiempo.elargentino.com/notas/con-mirada-diciembre
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