Con el fallo de la Corte por la Ley de Medios, todo el sistema político antikirchnerista quedó a la derecha. El cambio de época y la anacronía del país conservador.
Un cambio de época es la transformación radical de los paradigmas
existentes. Hay un orden que entra en crisis, una manera de entender el
mundo que es suplantada por otra y una realidad diferente a la conocida
que comienza a vislumbrarse como sistema triunfante. El avance no es
lineal, es oscilante. El sentido de lo que ocurre no es plano, tiene
bajorrelieves. La velocidad no es continua, hay aceleraciones y frenadas
bruscas. Pero algunos advierten por olfato, por lectura, por señales,
que el proceso es indetenible.
Los lectores de este diario lo saben mejor que nadie. Tiempo
Argentino acertó en apoyar desde el vamos la Ley de Servicios de
Comunicación Audiovisual. Visualizó la importancia del Bicentenario.
Destacó la soberanía nacional y popular como un valor recuperado.
También se animó a investigar la trama oculta de la apropiación de Papel
Prensa silenciada durante 27 años. ¿Por qué este diario pudo hacerlo y
otros no? Porque al presente hay que verlo desde el futuro. Eso hicimos.
En la misma perspectiva, hay que decir que el demorado fallo de la
Corte Suprema de Justicia que declaró constitucional la LSCA es una
verdadera bisagra en la historia nacional. Un grupo económico poderoso,
que acumuló en los últimos 35 años fortunas siderales para sus
accionistas, capturó mercado de manera abusiva, ganó influencia política
y administró los bienes simbólicos de toda una época, finalmente debe
acatar una ley de la democracia para abandonar la concentración ilegal y
dividirse en seis unidades productivas diferentes. (A propósito, una
reflexión extra: era tan grande su posición oligopólica, que hacen falta
seis empresas al límite de las posibilidades que la ley permite en
igualdad de condiciones a todos los grupos, para que pueda adecuarse al
régimen antimonopólico previsto en la norma).
Pero la Corte también reivindicó el rol del Estado como garante del
derecho democrático a la comunicación y la libertad de expresión, y
como autoridad regulatoria del mercado para impedir la homogeneización
cultural y la supresión de voces en el discurso público desde posiciones
monopólicas. Es un dato muy fuerte, que elude el lugar común del
autoritarismo empresarial y recupera la lógica del bien común para la
vida institucional. El fallo ratifica definitivamente un rumbo (más
democracia, nunca menos) y marca un quiebre político y cultural
profundo: es la ruptura con la doctrina libremercadista que dominó la
escena del poder en los primeros dos tercios del último periodo
constitucional de gobierno, y nada menos que desde la perspectiva de los
Derechos Humanos que nuestra Constitución Nacional consagra, pelea
clave de la democratización social.
Conviene hacer un poco de historia: la nueva LSCA vino a remplazar
un decreto ley firmado por Videla y Martínez de Hoz, referencias claras
del terrorismo de Estado y la Doctrina de la Seguridad Nacional,
empeorado por los sucesivos gobiernos que aplicaron políticas
neoliberales en sincronía con la matriz socioeconómica impuesta a sangre
y fuego por la dictadura que asoló el país desde 1976 a 1983, pero cuyo
legado reorganizador se estiró conceptual y materialmente hasta el
presente, porque beneficiaba a los mismos sectores dominantes, en un
siglo y en el otro.
No es casual que el litigio que llegó a la Corte haya sido el del
Grupo Clarín SA. Se trata del grupo comunicacional que naturalizó los
valores propuestos por aquella dictadura y apoyó la profunda
reingeniería que esta llevó delante de modo criminal y masivo, también
en su periodo de democracia restringida y de baja intensidad posterior.
Clarín no fue el diario que denunció las violaciones de los Derechos
Humanos, en sus páginas no hay constancia de la masacre ni de los
masacradores, su rol precisamente fue invisibilizar el horror del
genocidio de toda una generación para volverlo discutible, algo
abominable. No acompañó a la dictadura, no fue un cómplice tácito:
integró la superestructura dominante de una época que se extendió hasta
ahora. Videla no les regala Papel Prensa. Junto a La Nación, Clarín le
exige al dictador que se la arrebate a la familia Graiver para
garantizar el manejo del relato. El papel, en los ’70, era como internet
hoy. Quien lo manejaba, administraba el flujo informativo. Decidía qué
decir y qué callar. En un tiempo de muertes planificadas, los diarios
decidieron construir el texto omisor de las acciones del Estado
terrorista. O peor aún, en un segundo tiempo: el texto justificador que
sostuvo la Teoría de los Dos Demonios. Papel Prensa, obtenido en los
camastros de tortura y la picana, es la base fundacional del monopolio
que le permitió a Clarín sacarle Radio Mitre a Alfonsín, Canal 13 a
Menem y el desarrollo de su cable, a De la Rúa más licencias, la Ley de
Bienes Culturales a Duhalde y a Kirchner la fusión de hecho de
Cablevisión y Multicanal, aunque nunca fue convalidada. Clarín hizo
negocios ejerciendo la tutela, cuando no la extorsión, sobre los tres
poderes del Estado constitucional. Porque Clarín era, hasta el fallo de
la Corte Suprema que convalidó la LSCA propuesta por el kirchnerismo, el
poder acumulado por la Argentina antidemocrática para restringir los
avances de la democracia sobre las herencias del proceso que reorganizó
el país en función de su objetivo primordial: renta para pocos y miseria
para muchos. Cuando Clarín decía que nadie les aguantaba tres tapas, en
realidad estaban exhibiendo su poder de fuego para mantener a raya a la
política que los molestaba a los dueños del poder y del dinero. A los
gobiernos constitucionales les llevó 25 años sacarse el miedo y romper
con la lógica asociativa perversa que les proponían Clarín y la
Asociación Empresaria Argentina. Néstor y Cristina Kirchner dieron el
paso iniciático, corrieron el límite de lo aceptado. El, cuando dijo que
Clarín estaba nervioso porque desde la Casa Rosada no respondían a sus
exigencias, algo inaudito para sus accionistas, tributarios del viejo
esquema de poder. Ella, enviando el proyecto de LSCA al Congreso de la
Nación y soportando no tres, sino 500 tapas en su contra, derrumbando un
mito. Ambos, impulsando la lucha contra la impunidad que exigían las
Madres, las Abuelas y los nietos recuperados.
El Poder Judicial demoró un lustro más en darse ánimo para avanzar.
Pero lo hizo. Después del fallo, sus integrantes, que hace una semana
eran la reserva última de la república, reciben hoy, de parte de Clarín y
sus satélites, el mismo trato despiadado que el grupo prodigó en todos
estos años a los políticos insumisos a sus planes de eternización. No le
faltaba razón a Clarín cuando consideraba al Poder Judicial como un
aliado, claro. La otra gran pata que custodió el legado dictatorial
surgió de allí. Muchos de sus integrantes sostuvieron la pátina
pseudo-jurídica donde se asentó la impunidad de los ejecutores del
genocidio, hasta que las políticas de Memoria, Verdad y Justicia
derribaron esa protección. Muchos de sus integrantes también apoyaron la
matriz neoliberal, la cristalización de una Argentina dual,
convirtiendo el derecho empresario a hacer negocios en una especie de
derecho natural y al mercado en un dogma en sí mismo, idea darwiniana si
las hay. Por eso es tan importante el fallo de la Corte: porque retira
al Poder Judicial de la órbita de los grupos concentrados, lo sustrae
del influjo de los poderes fácticos y lo pone al servicio de una
sociedad madura, que vive en una democracia con 30 años de vigencia
ininterrumpida. Tal vez el frustrado proyecto para democratizar el Poder
Judicial comenzó así, en vez de abajo hacia arriba como proponía el
Ejecutivo, a la inversa, con esta sentencia cupular, que muy
probablemente derrame sus efectos sobre el resto de la judicatura más
conservadora. Es una chance, no una certeza. Sin embargo, todos somos
testigos de que lo imprevisto sucedió. Esto es vivir un cambio de época.
Héctor Magnetto está en problemas. La estabilidad de su sistema de
poder entró en crisis. Buena parte de la política y la propia Corte le
perdieron el miedo. Sus socios no toleran lo que el lenguaje frio de las
planillas contables les dice: el valor de las acciones del Grupo Clarín
SA ayer era uno, hoy es su sexta parte. El dispositivo armado desde
hace décadas para arrebatarles buenos negocios a los gobiernos mediante
el lobby público y privado, hoy les hace hacer malos negocios a sus
accionistas. Algo cambió. Lo siguieron en su última epopeya bélica:
tratar de desbancar a Cristina Kirchner antes de que la Corte se
pronunciara. Tuvo cuatro años, no pudo hacerlo. Se quedaron con la sexta
parte de lo mucho que tenían. Seguirán siendo poderosos, pero en una
escala que no le va a permitir hacer lo que hacía antes. Que sus
accionistas hayan decidido usar la pequeña hendija que dejó David
Martínez, su socio menor en Cablevisión, abierta en vísperas del 7D para
adecuarse a la ley, es una derrota para Magnetto comparable a la
rebelión que cualquier general sufre de sus coroneles, es como el
amotinamiento en un barco donde el timón del capitán se pone en debate.
Su estrategia de colisión frontal no dio resultado. El gobierno
democrático no se tiró a la banquina como esperaba. Se preguntará,
seguramente, en qué falló, dónde cometió el error. Una respuesta
posible: la Revolución Industrial suplantó el trabajo manual por la
mecanización, del mismo modo que la democracia vino a sepultar la
arbitrariedad de los poderes fácticos en la sociedad moderna. El cambio
de época es así. Produce ganadores y perdedores. Magnetto quedó abrazado
a un orden anacrónico antidemocrático. Su mirada del mundo se oxidó.
El interrogante sigue latente. Se trata de una persona inteligente.
Además, exitosa durante décadas. Los accionistas de Clarín le deben
todo lo que llegaron a ser, hasta que sucedió lo de la Corte: el mayor
conglomerado de medios de comunicación y derivados del país. Eso no lo
hace un incapaz, más bien dice de él lo contrario. Su modelo de
negocios, su método de injerencia en la vida política, su capacidad
articuladora de mensajes que gobernaban el estado de ánimo de la
sociedad, funcionó eficazmente mientras la herencia atemorizante de la
dictadura cumplía con el rol disciplinador de las posibilidades
democráticas. Ya no. ¿Por qué, entonces, no hizo un viraje antes del
fallo de la Corte? ¿Por qué no cedió a los pedidos de Marcela Noble para
que resigne la competencia a todo o nada contra el gobierno elegido por
la voluntad popular? Ocurre que Magnetto tiene un inconveniente que la
heredera del holding no tiene. Son dos palabras: Papel Prensa.
Para la causa judicial que investiga los delitos cometidos contra
los Graiver, Magnetto no necesita un bufete de buenos abogados, que
seguros los tiene y los puede pagar. Le hace falta, en realidad, toda la
artillería mediática, toda la capacidad monopólica de unificación
discursiva de su grupo, toda la fábrica de sentido trabajando en doble
turno para poder herir al kirchnerismo, sus símbolos, sus referentes y
las políticas de Derechos Humanos que impulsó en la última década. El
fallo de la Corte, además, empeoró su dramática encrucijada personal: es
una mala noticia advertir que la justicia se despabila de su antigua
docilidad, justo ahora que la documentación secreta y reservada de la
dictadura que empieza a hacerse pública aporta al expediente evidencia
incontrastable de que el viejo "acuerdo entre privados" no existió.
Magnetto quería Papel Prensa y la dictadura quería que Magnetto lo
obtuviera. En el medio están las detenciones ilegales, las torturas y el
terror que padecieron los Graiver. Es una situación muy delicada, desde
el punto de vista procesal.
El juez federal Julián Ercolini tiene toda la documentación en su
juzgado. Está el trabajo que hizo la Secretaría de Comercio Interior,
"Papel Prensa, la verdad"; ahora se suman las actas reservadas y
secretas de la Junta Militar cuyo hallazgo anunció el ministro Agustín
Rossi y toda esta información administrativa es complementaria de la
investigación periodística que Tiempo Argentino llevó adelante,
descubriendo que el general Oscar Bartolomé Gallino se reunía con Héctor
Magnetto y Bartolomé Mitre, directores de Clarín y La Nación, y luego
confeccionaba los interrogatorios que padecía Lidia Papaleo de Graiver,
ilegalmente detenida en un centro clandestino del Circuito Camps. Papel
Prensa fue un botín, como tantas otras empresas que la dictadura
arrebató a sus verdaderos dueños, en el marco de la represión ilegal y
su objetivo de diseñar un país a la medida de sus ambiciones.
La saga de notas impresionantes que publicó este diario en 2010,
con la firma de los periodistas Cynthia Ottaviano y Juan Alonso, permite
comprender la operatoria del Estado terrorista en alianza con los
medios de comunicación oficialistas del genocidio. Leerlas es adentrarse
en el futuro, una vez más.
Los documentos que Rossi hizo públicos vienen a probar
judicialmente lo que ya se había denunciado periodísticamente: que la
Junta Militar presionó primero y detuvo después a los integrantes de la
familia Graiver para despojarlos de Papel Prensa y en simultáneo
entregársela a Clarín y La Nación. Pero no fueron simples beneficiarios:
en el pedido de indagatoria a Magnetto y Mitre que la Secretaría de
Derechos Humanos de la Nación hizo hace tres años, se les asigna un rol
protagónico en el desapoderamiento. Las nuevas evidencias también le dan
la razón a Eduardo Luis Duhalde, el ya fallecido secretario que
presentó la histórica denuncia.
Hay más en los documentos que ahora se conocen y están bajo estudio
de Graciana Peñafort, directora de Jurídicos del Ministerio de Defensa,
además coautora de la LSCA e implacable defensora de la norma en las
audiencias ante la Corte. La dictadura genocida tenía un plan que se
extendía hasta 1998. Hablaba en ellos de una "nueva república". Allí
aparece el sustento doctrinario del terrorismo de Estado: el golpe fue
para cambiar la matriz productiva, licuar la soberanía cultural,
desnacionalizar la economía y acoplar a nuestro país a un nuevo orden
internacional, uno donde el capitalismo de rapiña era el triunfante y
definitivo vencedor en la historia de la humanidad. Está escrito en los
documentos, no es una especulación. No se trata ya de la interpretación
de los intelectuales que acompañaron el movimiento de Derechos Humanos,
que denunciaron el plan siniestro casi en soledad. Era el proyecto de
los Videla, de los Martínez de Hoz, de los Magnetto, de los Noble y de
los Mitre, entre otros apellidos asociados al "proceso de reorganización
nacional" que propuso y llevó a cabo un baño de sangre como pretendida
solución final al país que deseaban, que nació en los '70 pero se
terminó de configurar en los ‘'90.
Casi tres décadas más tarde, la Argentina es otra. El jefe de la
Fuerza Aérea le avisa al ministro de Defensa sobre la existencia de
estos papeles secretos, olvidados en una vieja oficina, entre trastos y
muebles en desuso. La Corte no acata la voluntad expresa e impresa de
Clarín para defender su oligopolio. Los socios minoritarios de la
empresa se rebelan al CEO belicoso. La democracia sale de su extensa
fase posibilista y se fortalece con un horizonte de profundización.
Esto también es el cambio de época. Solo había que animarse a verlo desde el futuro. «
La derecha no sabe leer
Hizo falta que la Corte Suprema se corriera con el fallo de la Ley
de Medios un centímetro al centro de lo permitido por el statu quo para
que todo el sistema político quedara a la derecha del kirchnerismo. Las
cosas que se leen, teñidas de una malicia y un macartismo perimido, no
se pueden creer. Ahora resulta que la ley que combatieron durante todo
este tiempo es buena, y que los malos son los que quieran aplicarla.
Primera conclusión: la derecha no sabe leer. De las casi 400 páginas del
fallo, solo tres párrafos en la fundamentación del voto de Enrique
Petracchi permiten sostener el embate que iniciaron contra la AFSCA y su
titular, Martín Sabbatella; el resto, es una argumentación eficaz en
sostener la autoridad regulatoria del Estado en el mercado audiovisual.
Pero, así y todo, leen mal. El propio Petracchi advierte en su voto que
su opinión sobre la independencia de la autoridad de aplicación no es
vinculante, porque no forma parte del litigio de fondo. En síntesis, la
oposición trabaja sobre algo que no existió en el expediente y es más
clarinista que Clarín SA, porque el grupo de Héctor Magnetto decidió
refunfuñando adecuarse a la ley que hay y no a la que fantasean sus
satélites desorientados. El caso de Gerardo Milman, del FAP, es grave.
Dice en público que la ley es inaplicable por inservible al mismo tiempo
que acepta un cargo creado por la misma ley, ahora que se queda sin su
diputación. Si fuera serio en sus alaridos republicanos, debería
renunciar y no quedarse a cobrar un sueldo de un organismo creado por
una ley en la que no creyó ni cree ni va a creer. ¿Desde qué convicción
reciente traiciona a sus convicciones previas? Por lo demás, el
macartismo desplegado por Sergio Massa, Clarín y Jorge Fontevecchia
merece un párrafo aparte. Criticar a Sabbatella por su paso adolescente
en el PC es hablar no tanto del kirchnerista Sabbatella sino del
infantilismo ideológico de sus actuales atacantes. La identidad
comunista tuvo en un siglo, 90 años de vida clandestina y persecución
criminal, en muchos casos con un alto grado de consecuencia política
militante, más allá de los resultados. El PC no siempre acertó en sus
lineamientos, es cierto, pero en una democracia nadie es menos por su
linaje ideológico original. Importan los hechos del presente. Ese tipo
de críticas hay que dejárselas a Pando, los nietos de Camps y la resaca
de la dictadura. De ese lado, y de ningún otro, se ponen solitos los que
hablan de Sabbatella como si fuera Satanás. Se quedaron en 1989.
Creyeron en Fukuyama. Se equivocaron. Eso duele. Si alguna vez
sostuvieron que la historia acababa, no pueden venir ahora a querer ser
protagonistas gramáticos de la historia que prosiguió pese a sus
pronósticos funestos. Son el pasado, se la tienen que bancar. Son la
derecha, aunque les duela, estéticamente e ideológicamente hablando.
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1 comentario:
MUY BUENO...GRACIAS POR LA RECOMENDACIÒN!!
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