El fallo de la Corte sobre la constitucionalidad de la Ley de Medios y sus consecuencias para el Grupo Clarín.
La mañana del 22 de septiembre de 1866, el generalísimo Bartolomé
Mitre –el infatuado comandante en jefe de las fuerzas de la Triple
Alianza– cometió el error más grande de su vida militar. Ordenó un
ataque frontal contra las trincheras paraguayas sin tomar siquiera la
precaución de tantear que tan pantanoso era el terreno donde se iban a
movilizar sus 18 mil soldados. A pocos minutos ya de la primera
avanzada, los infantes tomaron consciencia de que no iba a ser una tarea
fácil: sus piernas se hundían en el fango, lo que ralentizaba sus
movimientos y los convertía en blancos fijos para los tiradores
guaraníes. A Mitre no le importó: enceguecido por su delirio heroico
ordenó "atacar, atacar y atacar". La realidad pronto le demostró su
error. Los soldados invasores eran masacrados como moscas en la miel o
huían espantados del coto de caza. Pero Mitre, en vez de replegar sus
fuerzas y repensar su estrategia, volvió con su cantinela de "atacar
siempre" ante la mirada sorprendida del jefe brasileño Manuel Marqués de
Sousa, quien le advirtió: "Será la derrota más grave de esta guerra."
El general brasileño tenía razón. El empecinamiento y la obcecación
de Mitre le costó al Ejército de la Triple Alianza más de 10 mil
muertos en unas pocas horas y otros miles de heridos y mutilados. Poco
tiempo después, Mitre debió dejar la comandancia de las fuerzas de la
Triple Alianza, y él, que presuntuosamente había dicho "en 15 días al
cuartel, en un mes a campaña, en tres meses a la Asunción", debía volver
como jefe fracasado a la Buenos Aires desde donde gobernaba a la
Argentina. El desastre de Curupaytí hundió a Mitre en el descrédito
total y los que restaban de los líderes federales redoblaron su
oposición a la guerra brutal que se llevaba adelante contra el soberano
pueblo paraguayo.
La pregunta obvia que surge de este ejemplo histórico es la
siguiente: ¿Debe un jefe que llevó a sus soldados a la derrota renunciar
a su cargo? ¿O debe ser empecinado en su estrategia de "atacar, atacar y
atacar" sólo por una obcecación personal? Sin querer comparar las
situaciones, ¿Héctor Magnetto no llevó al Grupo Clarín a su propio
Curupaytí?
Hace pocos días escribí: "Clarín fue el diario que se apropió de
Papel Prensa despojando a la familia Graiver a cambio del apoyo político
y periodístico a la última dictadura militar. Por aquellos años, en sus
páginas los desaparecidos, los torturados, los asesinados eran "caídos
en enfrentamientos". En tiempos de la democracia, el poderoso grupo
mediático jaqueó a todo gobierno elegido por las mayorías: conspiró
contra el gobierno de Raúl Alfonsín, al que hirió de muerte en 1989, y
le impuso su agenda de intereses a los gobiernos de Carlos Menem,
Fernando de la Rúa, Eduardo Duhalde e incluso al propio Néstor Kirchner.
Complotando contra los gobiernos elegidos por las mayorías –incluso
de signos ideológicos diferentes–, amenazándolos con derribarlos con
"cuatro tapas seguidas", Clarín logró edificar su imperio mediático. Fue
la presidenta de la Nación Cristina Fernández de Kirchner quién rompió
absolutamente con esa ligazón perversa."
Se trata, claro, del Clarín de los grandes operadores políticos,
del Clarín del daño a la democracia, a las mayorías, del grupo que se
constituye a sí mismo como "dueño de la Argentina". Pero también hay
otro Clarín: el de los trabajadores, de los cientos de periodistas que
hacen su trabajo con dignidad –no me refiero a aquellos que firman las
supuestas investigaciones que no son otra cosa que operaciones
políticas– sino a los que hacen su trabajo lo mejor que pueden, hay un
Clarín del saber acumulado, del conocimiento de la técnica, el que
interpreta como pocos a la clase media argentina –no el que la manipula
según los intereses sectoriales–, el de los suplementos, algunos muy
dignos como la Revista Ñ, por ejemplo, el Clarín del periodismo como un
oficio honesto, aún con todas sus complejidades.
Durante décadas y décadas, estos "dos Clarines" se sobrevivieron
mutuamente. Pero en lo últimos años el enceguecimiento de su conducción
convirtió a Clarín en un ariete de su propia estrategia personal. Quebró
el pacto de lectura con su clientela, ya no operando sutilmente, sino
mintiéndole descaradamente; perdió la elegancia que lo caracterizaba y
se dedicó a realizar campañas sistemáticas de prensa con poca o nula
efectividad por lo burdas que resultaban; construyendo pseudo
investigaciones en las que los únicos indicios eran los deseos
imaginarios de quienes presentaban las notas tanto en TN como en Canal
13. Ya no se trató de pérdida de despretigio sino lisa y llanamente de
hundimiento de la credibilidad. Hoy, hasta el lector menos avispado sabe
que "Clarín Miente".
Nadie en su sano juicio puede pretender que en una sociedad las
voces oficialistas u opositoras se llamen a silencio. Nadie desea que
Clarín no haga periodismo opositor si ese es su deseo sectorial o su
estrategia o la convicción de sus accionistas.
Nadie quiere que una empresa periodística "desaparezca" y sus
trabajadores queden en la calle. Lo único que se exige sí es que se
ajuste a la ley, que respete la democracia, la voluntad de las mayorías.
A ningún argentino de bien, le simpatiza hoy la actitud de Clarín de no
respetar la ley. De convertirse en un reo. A ese capricho prepotente de
quien se cree con coronita para no respetar la ley se le opone el
mayoritario sentimiento de "a llorar a la Iglesia".
¿Magnetto envió 18 mil hombres contra las trincheras de Curupaytí y
perdió? Bueno, debería hacerse responsable de su estrategia política.
Eso piensan, incluso, alguno de los empresarios que hasta hace muy poco
tiempo lo respaldaban. Aferrarse a la táctica de "atacar, atacar y
atacar" va a sumir aún más en el descrédito a Clarín y en el desasosiego
a sus clientes. Es más, los demás conductores del grupo deberían tomar
nota en rojo de la soledad que empieza a rodearlos. Si sus principales
espadas son el trémulo y balbuceante Mauricio Macri y Elisa Carrió
–quien comenzó su carrera como Juana de Arco, devino en Juana La Loca y
hoy es prácticamente Annie Wilkes, la protagonista de la película
Misery– es que no les asiste demasiado la razón de su lucha.
En la cabeza de muchos de los integrantes del Grupo, posiblemente,
crean que cuando el kirchnerismo pase, Clarín quedará a la historia como
el gran adalid de la Prensa libre. Nada más alejado de la verdad. El
diario La Prensa, por ejemplo, no pudo evitar su decadencia luego del
gobierno de Juan Domingo Perón, por ejemplo. Y si continúa con su
actitud caprichosa trascenderá como el Grupo Yabrán. Después de todo, ya
lo dijo el propio Don Alfredo: "El poder es la impunidad."
¿Y qué impunidad mayor existe que la de desconocer un fallo completo de la mismísima Corte Suprema de Justicia?
Publicado en:
http://www.infonews.com/2013/11/03/politica-106823-el-curupayti-de-magnetto.php
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