Hoy no quedan dudas que si Gramsci viviera y fuese argentino, estaría acompañado el proceso político que comanda Cristina Fernández de Kirchner y que empezara Néstor Kirchner hace nueve años. ¿No quedan dudas? dirá algún filósofo de la izquierda trasnochada. Sí amigo, no queda ninguna duda. Comencemos.
Antonio Gramsci el gran intelectual marxista occidental del siglo XX, entendió con brillantez que en esta parte del mundo los ataques directos o “guerra de maniobra” que habían funcionado para terminar con la Rusia zarista, no tenían forma de volverse exitosos en una sociedad en donde el Estado no es solamente coerción (como lo era en la Rusia pre octubre del 17 y como lamentablemente lo fue también en la Rusia pos octubre del 17) sino también consentimiento. Era necesario entonces, realizar una profunda lucha ideológica en todas las instituciones del Estado que en Occidente están tan imbricadas con la sociedad civil, a diferencia de lo que pasaba en el Oriente, A esto lo llamo “guerra de posición”. Y aquí es necesario recordar que en términos marxistas clásicos, la ideología no es más que las ideas de la clase dominante, que en todas las épocas son dominantes.
Y entonces algunos se preguntaran qué tiene que ver esto con el Kirchnerismo. Diré absolutamente todo. Y es todo porque no hubo gobierno en la historia de nuestro país que haya decidido llevar adelante políticas tan puntillosamente gramscianas como este. ¿Hacia la revolución social? Quién sabe, aunque Cristina nunca lo haya dicho, empiezo a pensar que ese es el fin último.
Intentemos hacer una abstracción temporal de 100 años para comprender que el Estado del que hablaba Gramsci es también el mercado actual. Desde fines de los años 70 el paradigma liberal y no hay ningún secreto aquí, ha convertido a los Estados en simples garantes de los negocios financieros. Disminuyéndolos a su mínima expresión en todo lo que se refiera a políticas reparadoras de derechos y convirtiéndolos en simples firmas legitimadas del avance del mercado sobre la sociedad civil. Legitimadas en el sentido weberiano del Estado como monopolio de la fuerza. El gran triunfo del posmodernismo de derecha y neoliberal, fue el hecho de volver difusa la diferencia entre Estado y mercado, la globalización no fue más que la herramienta teórica y cultural para este triunfo
Comprendido esto, podemos empezar a vislumbrar nuestra hipótesis. Desde que el actual gobierno asumió el 25 de mayo del 2003, no ha hecho otra cosa que dar la pelea simbólica o ideológica, como ustedes prefieran, en cada una de las instituciones de ese Estado-mercado. La lista de ejemplos es larga pero englobándolos podemos decir que se ha posicionado contra la corporación militar, contra la corporación eclesiástica, contra la corporación agraria, contra la corporación mediática, contra la corporación financiera y si nos apuran, contra la corporación burocrática sindical. Lo ha hecho de forma gradual, eligiendo los tiempos, los momentos, acertando, equivocándose, avanzando retrocediendo, pero nunca abandonando la contienda. Nada más gramsciano que realizar la praxis política liberadora entendiendo la simbiosis absoluta que hay entre Estado y sociedad civil en Occidente. Nada más gramsciano que dejar de lado las ideas de la acción directa, del todo o nada con la que algunos aun insisten (aunque hayan fracasado profundamente). Y sobre todo nada más gramsciano que la formación de cuadros que den esa pelea posicional en todos los rincones de la sociedad. Si hacemos una metáfora rápida para ilustrar esto, podemos decir que si Néstor y Cristina son el partido encargados de la línea política estratégica del gobierno, los que estamos debajo de ellos (todos, desde los altos funcionarios hasta los militantes de base), nos hemos convertido en líderes con la tarea de agitación, de propagandización y construcción de fuerza política propia. Como diría el mismísimo Antonio Gramsci: “Es necesario un esfuerzo masivo de propaganda y agitación. Resulta necesario para el partido formar a sus miembros y elevar su nivel ideológico de una manera organizada (…) Es necesario que cada miembro del partido sea un elemento políticamente activo, un líder”
Por último es necesario aclarar que a este gramscianismo político, el Kirchnerismo le sumó las tradiciones nacionales y populares que sostienen que el estado debe ser constituido como garante y promotores de derechos sociales, políticos y económicos de los ciudadanos. El pobre Antonio, no tuvo la suerte de leer a Keynes ni observar el proceso político popular que cambió los destinos del nuestro país a partir del año 1946: el Peronismo. Sin embargo y para que este detalle encuadre en nuestro análisis, podríamos decir que esta nostalgia (que toma cuerpo de praxis política liberadora) nacional y popular que lleva adelante el Kirchnerismo, no sería mal vista por Gramsci, un pensador que no desestimaba los procesos folklóricos y tradicionales de las sociedades, siempre que estos nos sirvan para volver aun más conservadora a esas sociedades.
Antonio Gramsci dedicó toda su vida a estas cuestiones. Fue un intelectual orgánico del Partido Comunista Italiano y murió encerrado en las cárceles de Mussolini, quien comandaba aquella dictadura criminal que fue el fascismo. Toda su vida estuvo puesta en intentar cambiar la situación de opresión que vivía el pueblo italiano y en lograr que su país realice la tan ansiada por él, revolución social. Y aquí es necesario que nos repitamos. Ni Néstor en vida, ni Cristina, han hablado nunca de que el proyecto político que encabezan tenga como objetivo la revolución. Como si lo han hecho otros líderes populares latinoamericanos. Sin embargo el accionar político que llevan adelante parece finalmente desencadenarse hacía aquella utopía. Tal vez el hecho de nunca nombrar esa palabra que tantas veces en la historia fue bastardeada, es una nueva estrategia gramsciana de estos dos líderes excepcionales que han llegado para destrozar el status quo en nuestro país. Porque después de todo a las palabras se las lleva el viento, lo importante como bien sabía Gramsci es la práctica política.
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