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jueves, 6 de octubre de 2011

Medios, ciudadanía y cultura popular, por María Graciela Rodríguez (para “Tiempo Argentino” del 06-10-11)

Los receptores

Publicado en TIEMPO ARGENTINO el 6 de Octubre de 2011

Por María Graciela Rodríguez

Docente. Fac. de Ciencias Sociales de la UBA.


Los medios son actores políticos de peso pleno: tienen intereses económicos, intentan influir en las agendas de gobierno, negocian con el poder.

Hace muchos años ya, Héctor Schmucler señalaba que, si bien desde variados supuestos teóricos, desde el inicio de los tiempos la gran pregunta de los estudios de comunicación se relacionan con el “campo de efectos” que estos producen. El fenómeno de las PASO se expuso como un elocuente escenario para volver a pensar esta “gran pregunta”: ¿cuánto influyen los medios en los receptores?
En general las respuestas han oscilado entre dos extremos: “mucho”, o “nada”. En ambos respuestas se establece entre los medios y los sujetos una relación de completa exterioridad: o bien los medios “hacen cosas” con unos sujetos totalmente ajenos respecto de la realidad cotidiana en la que viven; o bien a esos mismos sujetos no les pasa nada cuando leen diarios, miran la televisión o escuchan la radio. En verdad, la respuesta es más compleja, y requiere prestar atención a una zona generalmente desestimada del análisis que es el campo de significación en que los “mensajes” se consumen, o, como también señalara Schmucler, el “fondo de experiencias” de los consumidores. Un fondo de experiencias que está compuesto por diversas instancias de socialización: el paso por instituciones, la familia, las credenciales educativas, la zona de residencia, los consumos de ocio, los divertimentos, la clase económica. De modo que, ante la pregunta por lo que ocurrió hace poco con las PASO, que remite a la cuestión de los grados de influencia de los medios en las acciones de los sujetos, la respuesta hay que buscarla en la disputa de sentido que se da entre los discursos hegemónicos (mediáticos pero también de otras instituciones y el gubernamental), y el fondo de experiencias de los electores, que son también lectores, y que... oops... son también ciudadanos.
Por eso, la cuestión respecto del desfasaje relativo entre el discurso de las empresas de medios hegemónicas y la paliza electoral (que ha tenido a todos tan alertas), nos obliga a pensar varias cosas. La más obvia, que no hay equivalencia entre posición de clase y simpatía partidista, cosa que ya se sabía desde hace tiempo, pero que siempre viene bien volver a recordar. También que no existe equivalencia entre posición de sujeto y posición de lector, es decir que no hay lector plenamente identificable con un discurso mediático, cualquiera sea este (y en caso de haberlo, es un verdadero hallazgo, un dato único). Y además, tercero, que tampoco existe equivalencia entre el discurso de los políticos y la disposición hacia ese discurso de los ciudadanos. De hecho, los consensos que se generaron en los ’90 en la Argentina, que orientaban las opiniones hacia las privatizaciones y modificaciones estructurales del Estado, emergieron en un momento en que probablemente hubiera más equivalencias entre el sentido común de la ciudadanía y los modos en que, en la vida cotidiana, se vivían y experimentaban esas cuestiones. Las experiencias históricas ciudadanas relacionadas con eventos que habían sido vividos recientemente (en 1989, por ejemplo, la hiperinflación, los saqueos, la angustia cotidiana de la incertidumbre), se cruzaban con los discursos institucionales. Y es posible decir que este cruce permitió la construcción de un consenso que orientó las direcciones político-culturales hacia una reforma del Estado que parecía imprescindible. Pero los consensos, por definición, son inestables, provisorios y están en permanente riesgo.
Actualmente, los consensos son otros, y la experiencia contesta a los discursos desde otro lugar. Interesante sería analizar el fondo de experiencias que alimenta la situación iluminada por las PASO, porque seguramente en esta situación deben haber impactado tanto la AUH y el avance sobre los Derechos Humanos (dos expresiones entre otras de la estructura estatal que impacta en la esfera de la vida de todos los días), como también las aperturas discursivas (tibias pero aperturas al fin) de algunos medios gráficos, radiales y televisivos. Asimismo, impacta en los modos en que significan los mensajes la experiencia de participación política (especialmente a partir de la muerte de Néstor Kirchner); la endeblez (y/o la locurita también) de la oposición; la comparación, desde la experiencia, entre el momento de crisis de 2001-2002 y hoy; y también, claro, la prosperidad relativa (más allá de la evidencia de que hoy por hoy existe un contexto internacional favorable, pero eso a la experiencia cotidiana no le hace mucha mella). En fin, un montón de elementos que hacen al fondo de experiencias de los sujetos y que de algún modo “dialoga” con el discurso de los medios.
En ese sentido, un ingrediente que poco a poco se va agregando a este fondo de experiencias tiene que ver con la certeza cada vez más fuerte de que los medios son actores políticos de peso pleno: tienen intereses económicos, intentan influir en las agendas de gobierno, negocian con el poder. Que sus discursos no son “objetivos” ni transparentes, no importa su signo político, es algo de lo que posiblemente la ciudadanía esté siendo cada vez más consciente. Y saberlo, da más tranquilidad. Porque, entonces, la responsabilidad en la construcción de opiniones es parte también de los hombres y mujeres “comunes”. Si los medios definen el modo en que los procesos son representados, los sujetos pueden aceptar esas definiciones o contestarlas.
Por ende, es necesario tanto relativizar la cuestión del ejercicio de una supuesta dirección intelectual unívoca de los medios, como la de la “libertad” absoluta del receptor-elector. En primer lugar, porque la agenda no siempre la marcan los medios, a veces la marca el gobierno, a veces la intenta marcar y lo ningunean, a veces los medios la marcan y el gobierno se hace el distraído… La dirección es menos que lineal, va y viene. En segundo lugar, porque los múltiples escenarios cotidianos, institucionales, formales e informales, donde esa dirección intelectual es puesta en duda a través de miradas críticas, es algo que en general queda oculto por la tremenda capacidad de llegada de los discursos mediáticos. No obstante, nos sorprendería saber las modalidades de organización cognitivo-culturales de los sucesos que realizan diversos grupos sociales. Lo que intento decir es que esa supuesta dirección intelectual (que acaso simplemente goce de mayor visibilidad), está permanentemente acosada, contestada, parodiada, replicada incluso, aunque no lo veamos todos los días en la tapa de ningún diario.
En ese sentido, no hay que subestimar a la ciudadanía. Aún cuando su núcleo duro pertenece al mundo de lo popular, con todos los ingredientes de un gramsciano “conglomerado indigesto” donde conviven Tinellis, culos, tetas, pero también la AUH, la experiencia festiva de lo cívico y otros tantos etcétera. Popular. Pero no boluda.

Publicado en :

http://tiempo.elargentino.com/notas/medios-ciudadania-y-cultura-popular

1 comentario:

KOLINA COMUNA 8 dijo...

jejejeje
"populares pero no boludos"
es por eso que eduardito insiste en comparar la situación con el menemato
señalando que el pueblo se equivoca otra vez
que este gobierno lo coptó con espejos de colores y vamos derechito a estrellarnos


abrazo!