por Thierry Meyssan (Voltairenet.org)
Los acontecimientos que
acabamos de vivir desde el 21 de agosto –el anuncio del bombardeo aliado
contra Siria y su rechazo por la Cámara de los Comunes británica– no
son una competencia entre grandes potencias coloniales sino que ilustran
la rebelión de los pueblos occidentales contra sus propios dirigentes.
Para Thierry Meyssan, los occidentales están ahora enfrentados a sus
propias contradicciones: explotar al resto del mundo imponiéndole su ley o tratar de vivir en paz bajo el reino de la Razón.
Como en una tragedia griega, los occidentales que anunciaban sus intenciones de bombardeo inminente contra Siria no han hecho nada y ahora se disputan entre sí. Como decía Eurípides: «Cuando los dioses quieren destruir a alguien, empiezan enloqueciéndolo».
De un lado, los líderes
de los Estados miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU:
Barack Obama, David Cameron y Francois Hollande; del otro lado, sus
propios pueblos. De un lado, la hybris (ὕϐρις), la arrogancia de las
últimas potencias coloniales; del otro lado, las Luces de la Razón.
Frente a ellos, los sirios, silenciosos y sufridos… y sus aliados, rusos
e iraníes, a la espera.
El drama que se está
desarrollando no es un enésimo episodio de la lucha por el control del
mundo sino un momento crucial como no se ha visto otro en la Historia
desde 1956 y la victoria de Nasser en el Canal de Suez.
En aquel momento, el Reino Unido, Francia e Israel tuvieron que
renunciar a su sueño colonial. Vendrían después las guerras de Argelia y
de Vietnam y el fin del apartheid en Sudáfrica, pero ya se había roto el impulso que había llevado a Occidente a dominar el mundo.
Aquel sueño recobró fuerza cuando George W. Bush emprendió la conquista de Irak. Ante el declive de su propia economía e impulsadas por la creencia en la desaparición próxima del crude oil,
las transnacionales estadounidenses utilizaron ejércitos aliados para
reconquistar el Oriente. Durante todo un año, una empresa privada, la
Autoridad Provisional de la Coalición, gobernó y saqueó Irak.
Aquel sueño continuó luego con Libia, Siria y Líbano, y después sería el
turno de Somalia y Sudán, antes de culminar en Irán, como reveló el
general Wesley Clark, ex comandante en jefe de la OTAN.
Pero la experiencia ya
vivida en Irak demostró que, aún exhausto después de los años de guerra
contra Irán y de largos años de sanciones internacionales, un pueblo
educado no puede ser colonizado. La diferencia de condición entre
los occidentales –capaces de leer y escribir y conocedores del uso de la
pólvora– y el resto del mundo ha dejado de existir. Hasta los pueblos
más ignorantes ven ahora la televisión y reflexionan en términos de
relaciones internacionales.
Y eso no puede dejar de
tener consecuencias: los pueblos occidentales no están sedientos de
sangre. Convencidos de su supuesta superioridad, se lanzaron a la
conquista del mundo… y regresaron lastimados. Así que hoy se niegan
a participar nuevamente en esa aventura criminal sólo por beneficiar a
los magnates de la industria. Ese es el significado del voto de
la Cámara de los Comunes en rechazo a la moción de David Cameron para
atacar Siria.
¿Tienen los pueblos
conciencia exacta de sus actos? Claro que no. Son pocos los
occidentales, europeos y estadounidenses, que han entendido cómo provocó
la OTAN la secesión de Bengazi y la disfrazó de revolución contra
Muammar el-Kadhafi antes de arrasar el país entero con un diluvio de bombas.
Son muy pocos los occidentales que han reconocido en la bandera del
Ejército Sirio Libre –verde, blanca y negra– la bandera de la época de
la colonización francesa. Pero todos saben que de eso se trata.
La estrategia de
comunicación de Downing Street y de la Casa Blanca es de una asombrosa
arrogancia. En su nota sobre la legalidad de la guerra, la oficina del
primer ministro británico afirma que el Reino Unido puede intervenir sin
mandato del Consejo de Seguridad de la ONU para impedir que se cometa
un crimen, a condición de que su intervención se realice exclusivamente
con ese objetivo y de que sea proporcional a la amenaza. Pero ¿cómo
impedir que un ejército utilice armas químicas? ¿Bombardeando el país?
La Casa Blanca, por su parte, divulgó una nota de sus servicios de inteligencia que aseguran tener «certeza»
sobre el uso de armas químicas por parte de Siria. ¿Fue necesario
gastar más de 50 000 millones de dólares para parir una teoría del
complot carente de la menor prueba tangible? En 2001 y 2003, la
acusación se convertía en ley. Colin Powell podía darse el lujo de
atacar Afganistán a cambio de una simple promesa de presentación
ulterior de pruebas de la participación de los talibanes en los
atentados del 11 de septiembre… y nunca presentarlas al Consejo de
Seguridad. Podía ponerlo a oír falsas grabaciones telefónicas
supuestamente interceptadas y agitar una cápsula con algo que él decía
que era ántrax antes de irse a arrasar Irak… y presentar después –en vez
de pruebas– sus excusas personales por aquellas mentiras. Pero hoy en
día Occidente se ve ante sus propias contradicciones entre partidarios
de la colonización y defensores de la Razón.
Lo que hoy está en juego
en Siria es nada menos que el porvenir del mundo. Los dirigentes de los
Estados occidentales, siempre en busca de ganancias y poder,
ya no logran explotar más a sus propios pueblos y dirigen sus ambiciones
hacia el exterior. Pero enfrentan la oposición de los representantes de
sus pueblos. Los franceses votarían sin dudas igual que los británicos…
si la Asamblea Nacional de Francia fuese llamada a pronunciarse. Lo
mismo puede suceder en Estados Unidos cuando se consulte al Congreso.
Mientras tanto, en lugar
de esforzarse por resolver sus problemas económicos internos,
Washington, Londres y París rivalizan en declaraciones grandilocuentes y
belicistas, devorándose entre sí sobre las ruinas de sus glorias
pasadas.
Publicado en:
http://comitesocialista.blogspot.com.ar/2013/09/las-luces-contra-el-colonialismo.html?spref=tw
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