Piedra
libre para los carroñeros
Con qué poco ganó centralidad el marginado Jefe de
Gobierno porteño. Lo del círculo rojo puede ser una caracterización política de
su asesor, Jaime Durán Barba o tal vez un recuerdo de algún trabajo de
pre-escolar. Lo indudable es que logró agitar a más de una cabeza. Ni él
sabe explicar su metáfora. Cada día aporta una versión diferente, acorde a sus
limitaciones verbales. Enigmático es el nombre elegido: se marca con el
círculo rojo lo que es peligroso o desechable. Si es el centro de poder,
puede ser de hierro, de oro o de fuego. Si es una élite ilustrada, puede ser
blanca o celeste. ¿Pero rojo? No deja de llamar la atención esa imagen, que
también puede representar la mira que marca un objetivo a aniquilar. Como
sea, despertó las lucubraciones más descabelladas. Hasta se habló de un intento
destituyente con fecha y todo. Como aquel monólogo de Tato Bores de mediados de
la década del 60 en el que leía las invitaciones que le llegaban para marchas revolucionarias contra el
entonces presidente Arturo Illia. Una de ellas hasta incluía un pic-nic para
coronar el éxito. Si lo del círculo rojo se
le escapó o estaba en el libreto, ya no importa. Lo interesante es que instaló
un tema que incluye algo más que geometría.
El círculo es una figura hermética, sin aristas ni
fisuras que promete resguardar celosamente su interior. Vicioso o virtuoso,
tiene una continuidad que abruma, pues no tiene principio ni fin. Puede ser
celda, fortaleza o la manera más efectiva de rodear a una presa. Los grupos
que utilizan esa denominación sienten formar parte de una selección. Ahora
bien: Macri nos aportó el enigma del círculo sin haber pensado ninguna de estas
cosas. El Alcalde Amarillo tampoco aclaró si lo hacía como una señal de alarma
para el resto de la sociedad. Más pareció un desesperado llamado de atención
hacia los integrantes de ese núcleo selecto. Una especie de “no se olviden de mí que soy más fiel que el
tigrense”, con la mirada más puesta en el 2015 que en el hoy. O sí, si se
tienen en cuenta las distintas teorías conspirativas que circularon en estos días.
El dirigente Luis D’elía resultó el más paranoico.
En su cuenta de twitter advirtió que el Círculo Rojo se propone destituir a
CFK el 8 de noviembre, por chorra o
loca. Maximiliano Mei, uno de los organizadores de los cacerolazos
anteriores, aseguró que algo se está hablando del tema, pero en el sentido de
una gran manifestación de protesta y no de una alteración institucional. Por el
contrario, pidió que los kirchneristas “se
vayan tranquilos en paz en 2015, sin molestar a los demás”. Los demás, ¿serán los integrantes del
círculo? En 2015, ¿a dónde nos iremos los que simpatizamos con este gobierno?
Pero, como buen cacerolero, manipulado al extremo por la prensa carroñera, Mei aconsejó
que “dejen un país en orden y lo que se
llevan lo devuelvan antes de irse”. Interesante trabalenguas que
confirma la sospecha que inspira estos movimientos protestones. Si antes de
irse lo devuelven, entonces no se lo llevan. ¿Qué es lo que tienen que devolver
los kirchneristas? Esa república que añoran; ese simulacro democrático que
enriqueció a una minoría, los integrantes del círculo; ese statu quo que explotó
en 2001. Cuando se vayan los kirchneristas, el poder volverá a las manos de los
patricios que claman por la seguridad
jurídica, la libertad para especular con la moneda verde, la facilidad para
vaciar las arcas del Estado y el endeudamiento externo que después pagaremos
entre todos. Lo que tienen que devolver los kirchneristas son las AFJP, YPF
y el Fútbol, entre muchas otras cosas. Lo que tienen que devolver los
kirchneristas cuando se vayan es el país entendido como coto de caza para esos
saqueadores que integran el círculo rojo.
Los caceroleros, por supuesto, no pertenecen a esa
élite, pero resultan funcionales a sus perversos objetivos. Tanto como los
exponentes de la oposición que, de tan utilitarios, ya no se cuidan por las
contradicciones en las que incurren. Si en la campaña para las elecciones
primarias insistieron con la eliminación del impuesto al salario y la necesidad de gravar la renta financiera, cuando
tuvieron la posibilidad de transformar en acción sus consignas, se fueron al
mazo. No hay psiquiatras telepáticos para semejantes trastornos ideológicos
ni inexistentes síndromes revelados desde una pantalla envenenada. Los
diputados radicales, del FAP, peronistas disidentes, de la Coalición Cívica y
del PRO votaron en contra de lo que proponían en la campaña. Así, cualquier
electorado se desorienta. O los votantes de estas sinuosas agrupaciones son
tan caceroleros como sus dirigentes. Caceroleros porque sólo están en contra
de lo que se niegan a comprender, conocer y aceptar. Sólo están en contra y por
eso votan cualquier cosa para manifestarlo.
Los caceroleros están en contra y eligen dirigentes caceroleros que
también deben estar en contra. Individuos disconformes y desmemoriados que se
distribuyen por todo el país, pero su fuente de alimentación está en la CABA. Y
tanto, que están empachados de desprecio. “Si subimos el mínimo no imponible, está
mal. Si no lo subimos, también está mal. Si
lo hace Cristina, está mal. Si no lo hace, también. Este es un proyecto
razonable para no desfinanciar al Estado. Le pido a la oposición que sea
razonable”, concluyó la
diputada Juliana Di Tullio en medio del debate. “Si inyectamos más recursos en la economía, nos dicen que creamos
inflación –explicó el diputado Eric Calcagno sobre las excusas de los opositores compulsivos- Esta medida no sólo tiene fines recaudatorios,
sino redistributivos. Si dicen oportunismo, nosotros decimos oportunidad y una
política de gobierno”.
En realidad, la oposición al gobierno no es crítica,
sino criticona. Como matronas de barrio que se juntan en la vereda para
despellejar a las vecinas que no forman parte del grupo. Con o sin motivos,
desprecian, pero sobre todo, envidian. De tanto poner su destructiva mirada
en el blanco de sus dicterios, se olvidan de sí mismas. En el caso de los
opositores, la cosa es peor porque en sus manos está garantizar la
continuidad de la recuperación de nuestro tan maltratado país. Como
monigotes en oferta, tratan de atraer la mirada de ese núcleo selecto que
otrora manejaba todo y ahora, sólo un poco. Como garabatos de tiza en la
vereda, se desdibujan con las primeras gotas de lluvia y se transforman en
los caprichos que los patricios del círculo necesitan para recuperar el control.
Como espejismos en el desierto, engañan al caminante con la promesa de un sorbo
de agua fresca, pero sólo ofrecen la aspereza de la arena. Por ahora están
exultantes pues cumplieron con su nociva distracción. El círculo se refuerza
porque avizora el triunfo. En el voto de algunos confundidos está la
posibilidad de torcer el destino y arrebatar esa codiciada copa de tan
perversas zarpas. Todavía queda tiempo para pensarlo.
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