El fin de semana comienza oficialmente la campaña
para las elecciones legislativas y debemos estar preparados para lo que se
venga. Todo, tanto lo bueno como lo
malo, será funcional a ella. Cada palabra, cada gesto, cada hecho, por
ínfimo que sea. Hasta el clima puede tener influencia en los resultados. Por
eso La Presidenta se pone nuevamente a los candidatos al hombro para tratar de
mejorar los diminutos números de las PASO. Injustamente diminutos, vale aclarar.
Como se ha dicho muchas veces en estos apuntes, hubo mucha ingratitud en gran parte del electorado al momento de
decidir su voto. Y un poco de confusión, también, que puede tener
diferentes orígenes. El mediático, en primer lugar. La tibieza de algunos
candidatos regionales, en segundo. La despreocupación de muchos votantes, como
siempre, podría pensarse como un tercer origen. O quizá como el primero. Lo que hace que esta década se considere
ganada es, esencialmente, el giro que ha tomado la concepción de la política.
Aunque no para todos, claro. Y ahí radica precisamente el problema. El desafío entonces es erradicar la idea de
que da igual lo que depositemos en las urnas. Por el contrario, de eso,
depende nuestro futuro.
Y no es exagerado plantearlo en estos términos.
Votar no es tirar tierra a un pozo, para no usar imágenes escatológicas.
Tampoco debe considerarse al acto electoral como un trámite molesto ni como una
competencia de originalidades. En este
momento de nuestra historia, votar significa profundizar o retroceder.
Profundizar este proyecto que, a pesar de los aullidos carroñeros, ha
transformado de manera inimaginable la vida en nuestro país. Retroceder es nada más que eso: volver
a las cínicas máscaras de gesto amable que pergeñaban nuestra ruina; revivir
los tiempos en que no había divisiones
porque todo lo decidían los que se creen los dueños; retornar a los días en que se distribuía la miseria y la soberanía se
pisoteaba. En aquel entonces, votar sí era un trámite porque el elegido
terminaba como un siervo del Poder Fáctico. O cómplice, en el peor de los
casos.
Los
candidatos del retroceso son los que prometen un futuro sin pasado, porque ese
futuro que prometen es el pasado que ocultan. También, los que se
escandalizan ante los conflictos. Cuando la pobreza crecía hasta niveles vergonzosos,
nada decían porque eso no era considerado conflicto. Del conflicto se habla cuando se tocan intereses, se liman privilegios,
se marcan algunos límites, no cuando la mayoría está desempleada, empobrecida,
humillada. Candidatos del retroceso que hablan de divisiones, quizá
realmente preocupados pero evidentemente embrollados. Pero, aunque resulta
incongruente, la tontería de Argen y
Tina puede haber socavado algunas seseras. Más allá de la irrespetuosa y
pueril partición del nombre de nuestro país, la idea de la división en la
sociedad parece asustar a muchos. La promesa de un idílico paraíso con 40
millones de sonrientes tomados de la mano, además de ser un imposible en
cualquier lugar del planeta, es el acta
de defunción de la política per se. Y, en consecuencia, un pasaje a los tiempos
oscuros.
Un punto de partida posible para esclarecer esta
cuestión puede estar en una de las definiciones que dio CFK durante la
entrevista concedida a la TV Pública. En uno de los tramos, La Presidenta
afirma que la política no debe interpretarse como “una cuestión de amigo o enemigo”, sino que se trata de “cuidar a los 40 millones de argentinos”
de sectores que, aunque en estos años “les
fue muy bien”, todavía “intentan quedarse
con la porción del león”. Un poco confuso es todo esto. ¿Amigos o enemigos
de quién?, cabría preguntarse. ¿De los
40 millones o de los que quieren quedarse con la porción del león? Entonces
se aclara más el panorama, porque sí existen enemigos: los que patean en contra no del kirchnerismo, sino de los 40 millones. O
un poco menos, porque los leoninos,
por desgracia, también se dicen
argentinos. Esos son los enemigos: los que priorizan sus mezquinas angurrias
individualistas sobre los intereses colectivos; los que ostentan privilegios en
detrimento de los derechos del resto; los
que no ven el momento de apoderarse de lo recuperado.
Una síntesis nos permitirá avanzar. Los que no
votaron al kirchnerismo en las PASO se pueden considerar prejuiciosos, ingratos
o confundidos, con un pequeño margen para Otros
que no resulta relevante. Los
prejuiciosos constituyen un electorado perdido desde siempre y para siempre.
En cambio, los ingratos y los confundidos pueden torcer favorablemente los
resultados. Ingratos porque no comprenden que, si están mejor es gracias a este
camino recorrido desde 2003 y no a pesar
de él. Confundidos porque se dejan extraviar por las cornetas agoreras de
las usinas de estiércol. Hay que
tener cuidado porque todas las amenazas destituyentes que comenzaron a
proliferar desde el 12 de agosto pueden convertirse en realidad en poco más de
un mes. No hay que dejarse engañar por
las sendas iluminadas y apacibles. Muchas veces, las luces pueden ser
brillitos y la paz, resignación y sometimiento.
Y entonces, aparecen los medios. Por acción o por
omisión, juegan un papel esencial. Por acción, ya sabemos. Desde hace un tiempo disparan pestilencias con formato periodístico,
mienten a cuatro manos y dibujan una realidad funesta. Con todos sus
recursos apuestan a generar desconfianza para desandar un camino. Gracias a su
(pre) potencia aturden con su voz a todo el país. Y aquí llega la omisión, la de los medios regionales, que en gran parte
son simples repetidoras de los medios capitalinos. Y con lo que generan sólo
buscan llenar un espacio. Un espacio de nada. Porque no resulta exagerado afirmar que un santafesino conoce más a los
candidatos de Buenos Aires que a los de su propia provincia. Claro, si los
medios que llegan a todo el país sólo se encargan de difundir las rencillas de
la CABA como si nos afectaran a todos. Los locales, en cambio, evitan, en lo
posible, hablar de política para no
enemistarse con los vecinos.
El resultado: la tibieza de los postulantes que,
por las dudas, guardan silencio. Especuladores
que no se definen para que sea más sencillo, en el futuro, cambiarse de bando.
Como la senadora Roxana Latorre que, después de haber conquistado su banca
elogiando a CFK, ahora sueña con Massa presidente y Reutemman vice. Oscilaciones que confunden y marean hasta
el vómito. Traiciones que deberían sancionarse. Variaciones de temporada
que no deberían tener espacio en la política en serio.
Por eso hay que estar atentos. Nada de lo que conquistamos es eterno si no lo defendemos. Sería una pena que un mono depilado nos haga
perder todo cuando no estamos siquiera a mitad de camino.
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