24 de Septiembre de 2013 11:02
Por Manuel Gonzalo Casas.
Abogado, desde Friburgo, Alemania.
Obama espía.
Presentaba la ponencia junto al profesor Daniel Moeremans.
Él era mi puerta de ingreso, quién me había animado a hacerlo. Para
Daniel se trataba de una jornada más, no era su primera ni fue su
última. Para mí, en cambio, era descubrir otra cara del proceso de
reconocimiento del derecho, la posibilidad de percibir la gestación de
los libros, la humanización del pensamiento. Ese viaje a Lomas de Zamora
era vivenciar discusiones históricas que en esos encuentros habían
tenido lugar y que hoy sobrevuelan como leyendas con tintes heroicos en
favor de una u otra posición según quién la reproduzca.
Nosotros presentábamos una ponencia sobre el e-mail como medio de
prueba. Exponíamos en la comisión en la que el tema principal era el
derecho a la intimidad y las comunicaciones. Nos ocupamos del objeto del
caso Halabi, es decir, si los proveedores de telecomunicaciones debían
conservar los datos de las comunicaciones, y, en su caso, si estos
debían ser los de tráfico o los de contenido. Los datos de tráfico son
la fecha y hora de envío y de recepción de las comunicaciones. Los datos
de contenido, por su parte, son la información que transfieren ellas.
En el breve tiempo del que disponíamos defendimos el valor del correo
electrónico como proyección de la persona, su semejanza ontológica a las
comunicaciones tradicionales y la posibilidad de aplicación analógica
de sus normativas. En aquel entonces concluíamos que los proveedores de
internet debían conservar los datos de tráficos. Nuestra idea no logró
adhesión. Para Daniel no se trataba de gran cosa. Como jurista tenía
internalizada la mecánica de la discusión. Para mí era un fracaso. Ni
siquiera sentí que la postura era considerada minoritaria. Incluso pensé
que yo era una suerte de hereje de la intimidad. Con el tiempo se
volvió una anécdota personal que este año, en el que se realizan
nuevamente las jornadas, el caso Snowden y sus consecuencias en
Latinoamérica me recordó.
Las jornadas son esta semana en la Universidad de Buenos Aires. En
este encuentro ninguna comisión en particular tiene por tema el derecho a
la intimidad y las comunicaciones. Esta vez el tema las atraviesa a
todas. Es que sin derecho a la intimidad no hay derecho civil sobre el
cual hablar. Sin intimidad no hay persona, no hay dominio, no hay
responsabilidad del estado frente a los particulares. Sin intimidad todo
nuestro código se vuelve letra muerta. Es que en la intimidad germina
nuestra voluntad, fundamento de la democracia, en ella se asienta el
individuo, eje de la cosmovisión occidental. En la intimidad encuentra
su pivote, por tanto, no sólo el derecho civil, sino también todo el
estado de derecho.
A seis años de aquella participación, luego de que la Corte Suprema
de Justicia de la Nación confirmara la inconstitucionalidad de la norma
que obligaba a los proveedores de telecomunicaciones a conservar datos,
dudo de la ponencia. Pero de lo que sí estoy convencido es de que hoy
están en juego milenios de pensamientos y de luchas. Hoy está en riesgo
el derecho. Occidente debe replantearse cómo proteger su seguridad
interna y acceder, sin más, a los datos de contenido de las
comunicaciones no es opción. Elegir tal camino es no saber ponderar la
situación. La amenaza que los terroristas implicarían de destruir la
cultura de occidente la están concretando los amenazados, pues aquello
que pretende ser la prevención, termina siendo la enfermedad misma.
Manuel Gonzalo Casas
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