Después de 34 años de guerra fría, Estados
Unidos e Irán retomaron conversaciones diplomáticas. Desde la revolución
islámica del ’79 que esto no sucedía. La "reconciliación
Washington-Teherán" se convirtió en tapa de todos los diarios del mundo.
No es para menos. El sorprendente deshielo en las relaciones
bilaterales para tratar la controversia nuclear –en teoría– promete
distender una agenda conflictiva que año tras año alentaba a los
halcones con propuestas belicistas. Los presidentes Barack Obama y
Hassan Rohani, máximos representantes de dos naciones enemistadas y con
razones para la desconfianza, decidieron esta vez explorar una
posibilidad impensada: darle una oportunidad a la paz en Medio Oriente.
Es una noticia esperanzadora. Un paso decisivo, que entraña riesgos.
Como cruzar el Río Rubicón.
El tratamiento que el tema recibió en la prensa hegemónica local,
si se lo compara con el que recibió el esfuerzo diplomático argentino
con Irán por la causa AMIA, desnuda hasta qué punto el antikirchnerismo
obsesivo de sus lineamientos editoriales envilece el debate público con
un inútil oportunismo tribunero. Cuando Estados Unidos ensaya una
política aperturista con Rohani por la cuestión atómica, admiten estar
en presencia de un hecho "histórico". Si es la Argentina la que promueve
un acuerdo con Teherán para profundizar la pesquisa internacional por
el atentado del 18 de julio de 1994, todo es "polémico", "vergonzoso" y
hasta "diabólico".
En sus ediciones sabatinas, tanto Clarín como La Nación dedicaron
elogiosos comentarios al contacto iraní-estadounidense. El primero puso
ayer en tapa: "Histórico diálogo de EE.UU. con Irán después de 34 años",
bajo una volanta que decía "Conmoción mundial por el inesperado
contacto". El segundo, "Obama y Rohani ponen fin a 34 años de silencio
entre EE.UU. e Irán", y habló de "histórico diálogo" y llevó al
columnista del The New York Times, Roger Cohen, a su tapa con una
columna de opinión titulada "La mejor oportunidad de cambiar de juego".
En sus coberturas interiores, también pueden leerse frases como
"encuentros que cambiaron el mundo", "posibilita reconciliaciones",
"puede transformar el escenario" y "diplomacia de señales y gestos
elocuentes", entre otras igual de halagüeñas. Todo es positivo, no hay
críticas, no hay planteos de precipicio, no hay peligro de emboscada. Es
una realidad de terciopelo.
Sin embargo, cuando Cristina Kirchner impulsó el memorándum de
entendimiento con Teherán para indagar a los iraníes presuntamente
implicados en la voladura de la AMIA, el esfuerzo diplomático de los
cancilleres de ambos países recibió de estos mismos diarios una lluvia
de artillería verbal pesada. No hubo nada bueno, nada rescatable, aunque
el acuerdo tenía y tiene como propósito avanzar en la investigación de
un hecho criminal producido hace 19 años, que lleva una década de
parálisis judicial. Todas fueron espinas. Así se instaló la idea de un
"pacto", se habló de Irán como "Estado terrorista" y de la Argentina
como "cómplice", se denunció que todo era por el comercio bilateral y
hasta Héctor Timerman fue apuntado como traidor al pueblo judío víctima
de la Shoá.
Van algunos de los argumentos potenciados desde los títulos,
copetes y editoriales de Clarín y La Nación, son de notas tomadas al
azar, con la ayuda de Google: "Es una muy mala decisión", "es un
inexplicable pacto con Irán, que los amanuenses legisladores
kirchneristas convirtieron en ley y tratado internacional. No con
cualquiera, con el mismo Estado que se supone sospechoso del brutal
ataque", "hay dichos que solo siembran confusión", "es el fruto amargo
de la inexperiencia de los negociadores argentinos", "polémico
memorándum", "tiene letra chica, que huele por lo común a razones
ocultas y a veces hasta a negociados contrarios a la ética", "Genera
preguntas que no tienen respuesta", "significó una divisoria de aguas",
"¿Señor Timerman, usted aceptaría acordar con los genocidas del
proceso?", "critican en EEUU el giro de Cristina hacia Irán", "más
preocupación en EEUU por el memorándum con Irán", "el oficialismo mudó
la verdad y la justicia a Teherán", "Israel se expresó decepcionado por
el acuerdo", "fuerte rechazo opositor", "Laura Ginsberg: Van a votar el
punto final en el atentado a la AMIA", "el gobierno tergiversa las
grandes causas nacionales", "divide a la Argentina", "no se tomaron los
recaudos mínimos", "tan inconstitucional como inconveniente", "está
plagado de postulados jurídicos que atentan contra nuestra ley mayor",
"decadencia política detrás del escándalo", "en un país normal, Héctor
Timerman ya no sería canciller. Con entusiasmo, ha contribuido a
aislarnos del mundo y a incrementar la falta de credibilidad en la
Argentina", "Irán impone condiciones y encierra a Cristina", "es un
verso", "un nuevo engaño oficial", "es la diplomacia de la vergüenza",
"un acto político que no garantiza nada", "los riesgos de negociar con
un régimen apremiado", "traiciona la Justicia", "Macri cuestionó a
Cristina por la política con Irán: 'Yo he estado encontra de ese
acuerdo. Es una falta de respeto hacia los argentinos y especialmente a
la comunidad judía. Lo he sentido como un agravio, no entiendo por qué
insistir en algo que se ve que a los iraníes no les preocupa mucho, y
acá nos hace sentir muy mortificados'", "Carrió: Timerman ha entregado a
su pueblo. Cometió traición a la patria", "Gerardo Morales: nos pusimos
de rodillas ante Irán. El Gobierno se entregó, claudicaron".
Esto, por lo bajo. Se dijeron cosas aún peores. Pero la idea de
esta nota no es confirmar cuál es el grado de antikirchnerismo que
destilan Clarín y La Nación y los opositores que orbitan alrededor de
sus enfoques, sino desmalezar y rescatar por indispensable un modo
racional, menos histérico, menos insuflado de paranoiquismo, más
nacional en su perspectiva, para analizar e informar a la sociedad sobre
las decisiones que nuestro país toma en un contexto global cambiante
donde en muchos casos las certezas de ayer se volvieron incógnitas del
presente.
No ayuda a nadie que Timerman, el canciller argentino, haya sido
presentado como un "sonderkommando" –así se llamaba el cuerpo de judíos
que llevaba engañados a otros judíos a los hornos crematorios en los
campos de concentración nazi– en medio del debate por el memorándum.
Habla muy mal de los que hablan mal de él, no de Timerman, claro. Pero
que el rol del ministro de Relaciones Exteriores en una negociación
diplomática, como la que lleva el de Obama ahora adelante, haya sido
asociada a una abyecta práctica de alguien que lleva a su propio pueblo
al cadalso, es para reflexionar sobre las consecuencias en el debate
público de las retóricas envenenadas habilitadas por los medios
concentrados.
¿Qué dirían sobre Cristina Kirchner si se sentara a tomar mate con
David Rockefeller, como hizo el ex guerrillero Pepe Mujica? Por la
concesión de Vaca Muerta a Chevrón, los que callaron el saqueo de Repsol
a cambio de pauta publicitaria, por poco la trataron de cipaya. De
compartir bombilla con Rockefeller, otra que el escándalo de las calzas.
A propósito, un comentario al margen: el día que Cristina inauguró el
Centro de Ensayos de Alta Tecnología en el INVAP y la puesta en marcha
del satélite Ar-Sat 1, el diario de Magnetto decidió titular esa noticia
con un textual de Cristina: "El gas que nos falta es el que se vendió a
Chile a precio irrisorio". ¿Y el satélite? La tecnología que va a usar
es nacional y en América hay sólo dos países que la desarrollaron y la
controlan, Argentina y Estados Unidos. Pero para Clarín nos falta algo,
gas. Quizá sea cierto, pero lo anterior también es verdad y merece algún
título. Argentina va a poder lanzar un satélite propio al espacio, es
un logro de nuestros científicos. Volvamos a Irán.
Es plausible que Barack Obama levante el teléfono y hable con su
par iraní para detener una escalada bélica y no para lanzar la bomba,
sea cual fuere la opinión que se tenga sobre los Estados Unidos y sobre
el régimen islámico que gobierna en Teherán. La paz es un bien preciado.
Cualquier esfuerzo diplomático que evite la guerra, es reivindicable.
También lo es que Argentina intente un acuerdo con Irán para destrabar
la causa AMIA en procura de justicia, otro bien preciado. En ambos
casos, además, ni Estados Unidos ni Argentina resignan sus reclamos
originales. Washington ya dijo que no permitirá que Teherán use la
energía nuclear con fines militares y Argentina no bajó las cédulas
rojas de Interpol sobre los sospechosos iraníes que pretende indagar. Lo
que cambió es el instrumento para alcanzar los objetivos previos.
Es más, en este nuevo escenario, en el que Irán también está
poniendo su parte, la Argentina pidió a los Estados Unidos que el
memorándum por AMIA se incluya en el debate y el canciller iraní volvió a
reunirse con el argentino para hablar del asunto. El escepticismo es
grande, claro que sí. Los familiares de las víctimas de la AMIA llevan
19 años pidiendo justicia. Están hartos de la impunidad y el manoseo.
Pero por ahora hay una pequeña grieta y lo único reprobable para los
funcionarios argentinos sería no tratar de ensancharla.
Aunque la negativa al acuerdo siempre sea respetable desde la
lógica de los principios que levantan algunos familiares, es cierto que
refuerza lo que hay y lo que hay es muy poco. En cambio, si la crítica
proviene de los medios concentrados en pelea abierta con el gobierno
democrático, los que alaban a Barack Obama por lo mismo que castigan a
Cristina Kirchner, todo indica que el camino diplomático que comenzó a
transitarse en marzo para saldar con Memoria, Verdad y Justicia una
herida lacerante como la de AMIA es la que mejor comprende el mundo
complejo, multipolar y sumamente inestable que nos toca vivir. Donde a
veces no queda otra que cruzar el Rubicón y ver qué había detrás de
nuestros propios prejuicios.
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