Es
casi un lugar común decir que la oposición en Argentina está
fragmentada y con liderazgos que no pueden superar el estadio de
fustigadores crónicos del kirchnerismo gobernante. Más difícil es
explicar por qué la vocación de poder del antikirchnerismo militante se
agota en tramitar un título dantesco en los medios hegemónicos, sin
disputar seriamente nada con el gobierno que tanto los exacerba. Es como
si sólo quisieran jugar a la batalla naval por los diarios, mientras
aguardan la próxima iniciativa oficial que –otra vez– va a dejarlos a la
zaga de lo que acontece por fuera del relato rapaz que contribuyen a
crear. Van de la impotencia al papelón, en realidad, a la espera de un
milagro que nunca sucede.
José Manuel de la Sota quiere ser presidente. Hace años que quiere y
no puede. Ahora se le ocurrió una genialidad: plantarse como emperador
mediterráneo y esperar que el país se vuelva "cordobesista" de la mañana
a la noche. Su anhelo es una fantasía. Que la gente tome fernet y
escuche cuarteto, no convierte a Córdoba en La Meca de ningún poder.
Hablar de renovación sentado a la mesa con Luis Barrionuevo es para que
Luis Juez haga chistes durante todo 2013. Clausurar las antenas de la
TDA (Televisión Digital Abierta) por presunto daño ambiental y, un mes
después de someter a medio millón de cordobeses al "apagón informativo"
más grande desde la recuperación democrática, recular vergonzosamente
como lo hizo esta semana, tampoco va a arrimarle votos extra. De la Sota
quiso justificar la chicana en el nacionalismo cordobesista
supuestamente agredido por el unitarismo camporista porteño. El
resultado: desde el 7D que el gobierno nacional no obtenía una victoria
tan clara en su política antimonopólica. Recordemos que el corte
caprichoso obligaba a los cordobeses –muchos de ellos, votantes de De la
Sota– a pagar a Cablevisión y Direct TV si querían ver televisión,
constituyendo un caso de censura y una lesión al derecho democrático a
la comunicación. El mandatario cordobés tuvo que ceder, finalmente, y
Martín Sabbatella, titular de la AFSCA y coordinador de todas las
agencias oficiales en esta pelea, coronó tres semanas de intensa gestión
con un rotundo triunfo judicial, pero sobre todo político. Es cierto,
nadie está exento del papelón, ese lugar común tan opositor. Pero si el
cordobés sueña de verdad con la Casa Rosada, debería cometer menos
errores que el resto de sus competidores. Esta no fue su semana, sin
dudas.
Tampoco quedaron bien parados los radicales y los disidentes del
peronismo en el Senado durante el debate por el acuerdo con Irán en el
caso AMIA, al que asistió el canciller Héctor Timerman. Primero porque
el oscurantismo que denunciaban con algo de paranoia y mucho de
sobreactuación quedó desarmado por una jornada legislativa de cinco
horas de duración, cristalina, didáctica y transmitida en vivo por todas
las señales de noticias. El jujeño Gerardo Morales arrancó bien arriba,
bastante exaltado, llamando "mentiroso" a Timerman. Lo salvó, en parte,
después Ernesto Sanz, que es tan radical como el otro pero con
educación. La oposición cuestionó que se le vaya a dar información a los
iraníes como paso previo a los interrogatorios, que hará en Teherán un
juez argentino según la ley argentina. La respuesta, una obviedad: el
imputado tiene derecho a saber de qué se lo acusa. También hubo críticas
porque los iraníes podían negarse a declarar: eso también está
contemplado en el derecho nacional. Es decir, no hay ningún beneficio
para los iraníes que tienen circulares rojas de Interpol, salvo los
mismos que tendría un ciudadano argentino en igual trance procesal. Sin
embargo, al día siguiente, Clarín y La Nación titularon con la "no
noticia" producida por una oposición papelonera, donde muchos son
abogados: "Los iraníes podrán negarse a declarar." Eso no lo dice el
gobierno, ni el acuerdo firmado con Irán: está en el Código Procesal
Penal de La Nación.
Fue llamativo el cambio de postura de la AMIA y la DAIA. Dos
semanas antes habían apoyado a Timerman. Esta vez, con argumentos de la
política exterior israelí ("Irán no es un interlocutor confiable"),
llamaron a boicotear la política exterior argentina. El cruce por un
supuesto "tercer atentado" en ciernes denunciado por Guillermo Borger
quedó en el territorio de la metáfora. La irrupción en el recinto de
Laura Ginzberg, familiar de una de las víctimas del atentado, a
instancia de la senadora del FAP Norma Morandini, generó revuelo:
calificó el acuerdo como el "punto final" de la causa AMIA. Se pueden
decir, y de hecho se dijeron, muchas cosas para rebatir esa afirmación,
pero hay que admitir que Ginzberg sonó más convincente que las bancadas
opositoras en su intento por dinamitar el Memorándum. Ella cree de
verdad que todo esto no sirve. Está en su derecho, claro. Las otras
organizaciones de familiares, la 18J y Memoria Activa, en cambio,
apoyaron el entendimiento como un paso adelante para arrancar del
inmovilismo a la causa judicial que lleva casi 19 años sin detenidos. Al
oficialismo no le resultó difícil el trámite parlamentario. Los
senadores Marcelo Fuentes, Aníbal Fernández y Miguel Pichetto, espadas
legislativas que ni el radicalismo ni el bloque disidente del peronismo
tienen, acompañaron a Timerman con tenaz elocuencia. Al fin de cuentas,
hasta la AMIA y la DAIA reconocieron que Néstor y Cristina Kirchner
fueron los que más hicieron por esclarecer el atentado, ¿por qué ahora
habrían de proponer la impunidad definitiva? Esta semana, habrá que ver
cómo vota el ex presidente y actual senador Carlos Menem, imputado por
"encubrimiento" y desvío de la investigación junto a su ex jefe de la
SIDE, Hugo Anzorreguy y el ex titular de la DAIA, Rubén Beraja, en el
juicio conocido como AMIA 2, que ya fue elevado a su fase oral. Es una
de las paradojas del país en que vivimos.
Otra de las noticias políticas de la semana fue la revelación del
almuerzo no positivo entre Scioli y Cobos, registrado allá por
diciembre, en Villa La Ñata. Apenas estalló, en el entorno del ex
motonauta no sabían cómo minimizar el asunto. Hubo amagues de negarlo,
incluso. Pero Cobos pidió que le preguntaran, dio precisiones y dejó
expuesto a su amigo Scioli, a merced del kirchnerismo puro, que volvió a
cargar contra su aliado más difícil en territorio bonaerense. Cobos
sigue siendo Cobos, según se ve. Y Scioli, lo mismo. "Al final
–comentaba uno de sus colaboradores– hablan tanto de diálogo y se ponen
locos cuando Daniel habla con alguien. Él dice lo mismo en público que
en privado, vayan a Wikileaks y lo van a comprobar." Efectivamente,
Scioli es aburrido en cualquiera de las dos circunstancias. El problema
que no entiende o no quiere entender el sciolismo es que el manual de
usos y costumbres del kirchnerismo básico no incluye en el diálogo a los
que se fueron traicionando el proyecto a lo Judas. Y, en este caso, la
historia, además, le volvió a dar la razón al kirchnerismo duro: Cobos
hizo público lo que no debía hacer público.
Para finalizar, una reflexión sobre la solicitada de Francisco De
Narváez. "Ella o Vos", la tituló. Empieza diciendo que la Argentina está
dividida y que él, hombre sacrificado, tiene intención de representar a
una de las partes. El "Ella o Vos", en realidad, no es un proyecto
salvífico. No, nada de eso: lo que está planteando De Narváez es que
existe una parte "o" la otra; no las entiende a la vez, es decir, una
parte "y" la otra, aunque sean diferentes. Peor aun, De Narváez dice que
para que exista una parte, la otra parte debe desaparecer. Traducido:
para que "Vos" seas algo, "Ella" debe dejar de ser. El millonario que se
pasea por los canales dando cátedra sobre institucionalidad, se llevó
pluralismo a marzo, al 24 de marzo, para ser más exactos. Su concepto de
la convivencia o, incluso –para atenuarlo un poco–, el de la
tolerancia, expresa autoritarismo. Se trata del mismo candidato eterno a
algo que aparecía en pantalla hablando de la polarización K como algo
nefasto. Pero "Ella o Vos" es la campaña publicitaria más infame y
antidemocrática de los últimos años. Suprimir al otro para que uno sea
algo es la idea maliciosa que alentó el genocidio de los Videla y los
Martínez de Hoz. Y ya sabemos cómo terminó.
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