Un puñado de
intendentes peronistas bonaerenses volvió a expresar durante la semana que
Cristina Fernández es la única que está en condiciones de continuar el proyecto
iniciado en 2003 más allá del 2015. El politólogo "post-marxista"
Ernesto Laclau puso el sustento teórico, al afirmar que en las democracias no debería
haber trabas legales para que un presidente sea elegido indefinidamente, si la
mayoría lo quiere.
En el entorno
presidencial, dicen que Cristina Fernández no dice ni mú al respecto. Algunos
creen que, con 60 abriles recién cumplidos, dos períodos presidenciales a
cuestas y sin su compañero, no desea seguir en la Rosada otro mandato. El año
pasado dijo públicamente que, en realidad, no depende de ella. El ministro
Julio De Vido abonó esa idea, al señalar que la cuestión va más allá de lo que
Cristina Fernández desee. Sostuvo que la presidenta es la mejor candidata y
garante del modelo, por lo cual el oficialismo recaerá inevitablemente en
promover una reforma constitucional.
Es obvio que no se
trata sólo de un deseo: el intendente de Tigre, Sergio Massa, puede pretender
ser jefe de Estado o emperador, pero las normas no escritas de la política
indican que todavía le falta un escalón. Si bien ningún gobernador bonaerense
llegó a la presidencia por el voto popular, todavía le falta pasar por La Plata. En cambio, Daniel
Scioli ya cumplió y cuenta con curriculum habilitante. Son dos socios sin
contradicciones: provienen del peronismo, tienen un evidente sello conservador
y, fundamentalmente, poseen aspiraciones complementarias. Por eso se complacen
en aparecer públicamente juntos, frente al disgusto kirchnerista.
En torno del
gobernador, siempre ronda el fantasma de la traición. Scioli saca a aletear
esos espectros cuando se muestra con Massa, juega un picadito con Macri, se
reúne con Hugo Moyano o cuando trasciende su encuentro secreto con Julio Cobos,
que para el gobierno es precisamente la personificación misma de Judas. La
noticia del encuentro que se realizó en el bunker del gobernador en Vila La
Ñata, movió al ministro De Vido a pedir que dijeran de qué hablaron: si de
profundizar el modelo o de cambiarlo. Se sospecha lo segundo.
El núcleo duro del
kirchnerismo no se identifica ideológicamente con el gobernador. Es el
dirigente político con mayor intención de voto después de Cristina, pero tiene
un perfil conservador indigesto para buena parte del electorado kirchnerista.
Consciente de esa
desconfianza, Scioli realizó el jueves pasado un acto en La Plata para recordar nada
menos que el lanzamiento de la fórmula presidencial con Néstor Kirchner. En
medio de los cruces entre el ministro de Economía de la Nación, Hernán Lorenzino y
de su par bonaerense, Silvina Batakis, por la autorización para endeudarse para
pagar sueldos que reclama Scioli y el gobierno nacional deniega, el gobernador
envió mensajes conciliatorios. Reiteró su "lealtad para acompañar a la Presidenta" y
desatacó que "no son palabras, sino mi vida personal y política, que es
testimonio de ello". Advirtió empero que continuará tejiendo sin
limitaciones: "Hablamos con todos y somos amplios", disparó.
Scioli dijo el año
pasado que si Cristina es candidata, él no lo será, lo cual implica que si ella
no consigue la habilitación para postularse, él se lanzará por la presidencia.
Si el kircherismo lo bendice, será el candidato oficial y si Cristina elige a
otro, lo enfrentaría en internas abiertas del justicialismo, o incluso por
fuera de la estructura partidaria. La estrategia excluye sacar los pies del
plato antes de la elección de octubre, que es en definitiva la que ordenará el
tablero.
Con las miras en esa
elección, la presidenta no pierde ocasión en confrontar ideológicamente con la
contracara del modelo. Desde que Néstor Kirchner imaginaba una sociedad con dos
polos –uno de centroizquierda y otro centroderecha- al oficialismo no le viene
mal ubicar a la derecha en el adversario principal. El gobierno no se siente
cómodo cuando lo cuestionan desde el otro costado, pero se regodea
identificando a Mauricio Macri con el neoliberalismo que destruyó al país. Al
alcalde también le sienta bien ser la contracara ideológica del kirchenrismo.
La semana pasada aseguró suelto de cuerpo que volvería a privatizar la
televisación del fútbol que el gobierno nacional recuperó como entretenimiento
gratuito.
Coherenrte con la
defensa de intereses minoritarios y el endiosamiento del mercado, Macri juzgó
que el fútbol se organizaba "bien" sin la intervención de la política
y que si fuera presidente de la nación desmantelería el programa Fútbol para
Todos. Algunos de sus asesores se sorprendieron por semejante afirmación en un
año electoral, pero otros consideraron que el pelotazo iba dirigido a los
sectores conservadores, antipolíticos y antiestatales que ven en la
televisación gratuita del fútbol la más baja abyección del populismo
kirchnerista.
Macri no se privó de
desarrollar el falaz argumento de que los recursos que se gastan en las
trasmisiones gratuitas del fútbol podrían reducir la pobreza y a mejorar la
educación. Con el mismo criterio ramplón, sus críticos podrían sostener que los
recursos que se invierten en construir una vía para el metrobús sobre la
avenida más emblemática de Buenos Aires, y arriba de un subterráneo, podrían
ser aplicados a mejorar los destartalados edificios de escuelas y hospitales
porteños.
En realidad, el
gobierno nacional no dejó de aplicar políticas para reducir la pobreza o
incrementar el empleo, por el hecho de haber liberado a la pelota de fútbol de
un monopolio que obligaba a un abono para gozar en vivo y en directo de una
pasión popular. Tres millones y medio de hijos de desocupados reciben la
asignación universal y cinco millones de personas consiguieron trabajo desde 2003 a la fecha.
Macri actúa en
realidad como abogado del jugoso negocio que perdió del grupo Clarín, el cual
le garantiza al alcalde una piadosa cobertura mediática. Para un adorador del
mercado, es malo que el Estado intervenga en la actividad privada. Está en el
manual de cualquier liberal. El alcalde reivindica públicamente la teoría del
derrame, que constituyó el fundamento del modelo suicida de los 90. Se trata
del cuento que narra que si se libera a la economía de sus ataduras, se produce
un crecimiento que derrama inevitablemente prosperidad sobre todos los sectores
sociales. Ese experimento terminó con una cuarta parte de la mano de obra
activa desocupada e implosionó junto con el sistema político en 2001.
Días atrás, Macri
sostuvo que para controlar la inflación había que restringir la emisión
monetaria y terminar con el "despilfarro". En términos económicos, se
trató de un sincericidio tan claro como el que ahora cometió con la pelota, ya
que la restricción monetaria es la base de todos los ajustes ortodoxos. Y el
"despilfarro" son los planes sociales que el gobierno kirchnerista
sostiene para "los vagos que no quieren trabajar".
Con todo, estas
definiciones tienen un costado positivo: los electores van conociendo las ideas
de un hombre que aspira a gobernar la Argentina a partir del 2015. Sus propuestas,
constituyen ciertamente la contracara del modelo actual. Como en el fútbol, los
argentinos decidirán entre sintonizar un país para todos o para pocos.
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