Empresarios y política
Publicado en TIEMPO ARGENTINO el 1 de Marzo de 2011
Por Eduardo Anguita
Director de Miradas al Sur.
Demasiadas páginas escriben por estos días Clarín y La Nación destinadas a ver manos negras detrás de la implosión que sacude a la UIA. Ninguna de ellas está en la dirección de pensar que otros aires se afirman en la Argentina y en la región.
Trabajar de editor en La Nación debe ser una cosa excitante. Brinda la posibilidad, al menos, de deschavar los sentimientos gorilas. O, dicho de otro modo, de intentar deschavizar el mundo empresarial. El domingo pasado, sin rubor ninguno, el diario de los Mitre salió a despotricar contra la soberanía. Una entrevista al número uno de la aseguradora Allianz fue titulada así: “Lo que pasa con el reaseguro no ocurre ni siquiera en Venezuela”. Y el lector de Tiempo Argentino dirá: “¡Uy! ¿Qué pasa con los seguros?” La Nación lo aclara: la Superintendencia de Seguros de la Nación dispuso que las aseguradoras sólo podrán contratar reaseguros en empresas que estén instaladas en la Argentina y acrediten tener un capital mínimo. Es decir, ninguno de los fantasmas que uno pueda imaginar. No se trata de comer chicos como hacía Fidel Castro según Life, sino simplemente que la multinacional Allianz pueda buscar los reaseguros en el mercado estadounidense. En la entrevista, el mismo CEO en la Argentina, Edward Lange, explica que salió en el Boletín Oficial la resolución. El periodista del diario de los Mitre le pregunta cuál es el argumento. El californiano Lange lo dice sin pelos en la langue (con perdón del afrancesamiento): “Lo que quieren es evitar que todo ese flujo de dinero se vaya al extranjero.” ¡Bingo! El californiano Lange, de sonrisa y jopo relucientes, debe haber quedado feliz con la entrevista que sus operadores de prensa –y sus jugosos avisos comerciales– le pactaron con La Nación. Cabe preguntarse si sus lectores, que se supone viven en la Argentina, toman dimensión del atropello de Lange. Él mismo aclara después de cuánto está hablando. Según el CEO, el nuevo superintendente de Seguros, Francisco Durañona y Vedia, quiere que “de los 1500 millones de dólares que se van anualmente, hay que dejar algo en el país”. Así lo dice Lange, según lo habría dicho Durañona y Vedia. Queda preguntarse si los lectores de La Nación están tan colonizados como para creer que hay que estar en contra de “dejar algo en el país”. La última respuesta de la entrevista es así: “El mundo tiene un reaseguro igual que el que había acá hasta hace una semana. Esto no ocurre ni siquiera en Venezuela.” Seguramente el mundo que conciben algunos CEO por el cual una buena nota en La Nación desasegura al funcionario. Pero ese mundo, desde hace un tiempo, no funciona. Al menos en la Argentina. El californiano Lange quizá piensa que en la Argentina triunfa el discurso del rey, tal como en la californiana Los Ángeles se alzó con el Oscar la película homónima el mismo domingo en que él salió sonriente en La Nación.
UNIÓN ¿INDUSTRIAL? ARGENTINA. Techint, por muchos años, manejó con mano de acero la UIA. También lo hizo con algunas oficinas públicas; particularmente la Secretaría de Industria y hasta el Ministerio de Economía ponían más atención a los lineamientos que salían de la oficina de los Rocca que de la misma Casa Rosada. La crisis desatada en la conducción de la central empresarial es mucho más que una cuestión dirigencial. El país fue acumulando fuerzas en un rumbo, consolidando un modelo de desarrollo del mercado interno y, al compás, aparecieron nuevos actores. Uno de ellos, reapareció de sus propias cenizas. En efecto, las pequeñas y medianas empresas, y aun las grandes empresas de capital nacional, tienen un protagonismo creciente que tanto la UIA como AEA (la Asociación Empresaria Argentina, que nuclea exclusivamente a unos pocos grupos concentrados) pretenden desconocer.
La interna de la UIA se disparó cuando el grupo llamado Industriales perfiló la candidatura de José Ignacio de Mendiguren –de buen diálogo con el gobierno y las pymes– para suceder al renunciado Héctor Méndez. La reacción no se hizo esperar. Héctor Magnetto y Paolo Rocca levantaron la candidatura de Adrián Kauf man Brea, vicepresidente de la Coordinadora de las Industrias de Productos Alimenticios (Copal) y mano derecha de Luis Pagani (Arcor), titular de AEA hasta que la misión recayó en Javier Campos, álter ego de los CEO de Clarín y Magnetto.
Hace unos seis meses, la UIA y AEA se encontraron ante la propuesta del empresario Javier Madanes Quintanilla que propuso “internas abiertas” en la UIA. Detrás de ese planteo se alinearon varias compañías que abandonaron AEA disconformes con la conducción del tándem Clarín-Techint. Entre otras, Telefónica, Petrobrás, Loma Negra y Sancor son algunas. En la misma dirección, se pusieron los empresarios de la lista Celeste y Blanca –como el titular de Fiat, Cristiano Ratazzi– que ven con buenos ojos la idea del número uno de Aluar. Incluso, preferirían una ruptura del acuerdo de alternancia antes que entregarle el poder a la dupla Clarín-Techint. En ese sector se agrupan pesos pesados del sector energético, textil y de la construcción. También varios bancos de capital nacional e intereses agropecuarios en disputa con las cámaras de la industria aceitera y de las exportadoras de cereales.
Es interesante ver cómo se coloca La Nación, tan respaldado por Techint. El domingo, en la sección Empresarios & Cia el diario de los Mitre se pregunta si el terremoto de la UIA se debe a “un gobierno desesperado por dividir el frente empresarial”. Demasiadas páginas escriben por estos días Clarín y La Nación destinadas a ver manos negras detrás de la implosión que sacude a esa central empresarial. Ninguna de ellas está en la dirección de pensar que otros aires se afirman en Argentina y en la región. La Nación sigue peleando por una devaluación pronunciada. Con mucha preocupación afirman que el precio del hierro está muy alto y que plantea un grave problema a la industria siderúrgica. La verdad es que si Techint publicara los tan favorables balances de los últimos años se desvanecería cualquier justificación a pretensiones devaluatorias. Cabe recordar que hace casi dos años, La Nación emprendió una cruzada antichavista acusando al gobierno bolivariano de querer expropiar Sidor, una empresa de Techint. Rocca pedía la participación de las autoridades argentinas para evitar el supuesto despojo y el diario de los Mitre se cansó de mostrar a Hugo Chávez como un enemigo del derecho a la propiedad privada. La puesta en escena terminó con el pago de casi 2 mil millones de dólares a Rocca. No se recuerda que La Nación haya puesto la lupa sobre el negociado que le permitió a Techint quedarse nada menos que con Somisa.
Hacia fines de los ’80, Somisa era la principal acería argentina y sus exportaciones casi triplicaban las de Techint. Tenía más de 11 mil trabajadores en su planta de San Nicolás, pero el plan de destrucción industrial puso a Somisa en la mira del desguace. Con el latiguillo de que era una empresa deficitaria, comenzó un proceso de destrucción que tuvo al frente de la empresa a Jorge Triacca, el sindicalista del gremio del plástico que se jactaba de sus relaciones con el genocida Emilio Massera. Conflictos varios llevaron a que Somisa, en un año, tuviera la mitad del personal. Detrás de Triacca llegó la liquidadora de Entel, María Julia Alsogaray. En un acto de industricidio claro, a finales de 1992, Techint quedó como único oferente en la licitación y pagó 140 millones de dólares en efectivo y el resto en papeles de la deuda pública completamente devaluados. Para completar el cuadro, el gobierno de Carlos Menem le dio a los Rocca todo el crédito de la banca pública para poder cubrir mucho más que esos 140 millones.
Esos supuestos líderes empresarios, que deberían dar cuentas ante la justicia de cómo armaban los lobbies y cómo pagaban a algunos políticos para tejer semejantes negociados, hoy se lamentan de que la UIA pasa por una crisis dirigencial. Desde ya, cuando Techint le birló Somisa a la Nación, tanto la UIA como La Nación saludaban la llegada de la iniciativa privada que podía terminar con la falta de eficiencia del Estado. Viejos tiempos que, por suerte, no volverán.
Publicado en TIEMPO ARGENTINO el 1 de Marzo de 2011
Por Eduardo Anguita
Director de Miradas al Sur.
Demasiadas páginas escriben por estos días Clarín y La Nación destinadas a ver manos negras detrás de la implosión que sacude a la UIA. Ninguna de ellas está en la dirección de pensar que otros aires se afirman en la Argentina y en la región.
Trabajar de editor en La Nación debe ser una cosa excitante. Brinda la posibilidad, al menos, de deschavar los sentimientos gorilas. O, dicho de otro modo, de intentar deschavizar el mundo empresarial. El domingo pasado, sin rubor ninguno, el diario de los Mitre salió a despotricar contra la soberanía. Una entrevista al número uno de la aseguradora Allianz fue titulada así: “Lo que pasa con el reaseguro no ocurre ni siquiera en Venezuela”. Y el lector de Tiempo Argentino dirá: “¡Uy! ¿Qué pasa con los seguros?” La Nación lo aclara: la Superintendencia de Seguros de la Nación dispuso que las aseguradoras sólo podrán contratar reaseguros en empresas que estén instaladas en la Argentina y acrediten tener un capital mínimo. Es decir, ninguno de los fantasmas que uno pueda imaginar. No se trata de comer chicos como hacía Fidel Castro según Life, sino simplemente que la multinacional Allianz pueda buscar los reaseguros en el mercado estadounidense. En la entrevista, el mismo CEO en la Argentina, Edward Lange, explica que salió en el Boletín Oficial la resolución. El periodista del diario de los Mitre le pregunta cuál es el argumento. El californiano Lange lo dice sin pelos en la langue (con perdón del afrancesamiento): “Lo que quieren es evitar que todo ese flujo de dinero se vaya al extranjero.” ¡Bingo! El californiano Lange, de sonrisa y jopo relucientes, debe haber quedado feliz con la entrevista que sus operadores de prensa –y sus jugosos avisos comerciales– le pactaron con La Nación. Cabe preguntarse si sus lectores, que se supone viven en la Argentina, toman dimensión del atropello de Lange. Él mismo aclara después de cuánto está hablando. Según el CEO, el nuevo superintendente de Seguros, Francisco Durañona y Vedia, quiere que “de los 1500 millones de dólares que se van anualmente, hay que dejar algo en el país”. Así lo dice Lange, según lo habría dicho Durañona y Vedia. Queda preguntarse si los lectores de La Nación están tan colonizados como para creer que hay que estar en contra de “dejar algo en el país”. La última respuesta de la entrevista es así: “El mundo tiene un reaseguro igual que el que había acá hasta hace una semana. Esto no ocurre ni siquiera en Venezuela.” Seguramente el mundo que conciben algunos CEO por el cual una buena nota en La Nación desasegura al funcionario. Pero ese mundo, desde hace un tiempo, no funciona. Al menos en la Argentina. El californiano Lange quizá piensa que en la Argentina triunfa el discurso del rey, tal como en la californiana Los Ángeles se alzó con el Oscar la película homónima el mismo domingo en que él salió sonriente en La Nación.
UNIÓN ¿INDUSTRIAL? ARGENTINA. Techint, por muchos años, manejó con mano de acero la UIA. También lo hizo con algunas oficinas públicas; particularmente la Secretaría de Industria y hasta el Ministerio de Economía ponían más atención a los lineamientos que salían de la oficina de los Rocca que de la misma Casa Rosada. La crisis desatada en la conducción de la central empresarial es mucho más que una cuestión dirigencial. El país fue acumulando fuerzas en un rumbo, consolidando un modelo de desarrollo del mercado interno y, al compás, aparecieron nuevos actores. Uno de ellos, reapareció de sus propias cenizas. En efecto, las pequeñas y medianas empresas, y aun las grandes empresas de capital nacional, tienen un protagonismo creciente que tanto la UIA como AEA (la Asociación Empresaria Argentina, que nuclea exclusivamente a unos pocos grupos concentrados) pretenden desconocer.
La interna de la UIA se disparó cuando el grupo llamado Industriales perfiló la candidatura de José Ignacio de Mendiguren –de buen diálogo con el gobierno y las pymes– para suceder al renunciado Héctor Méndez. La reacción no se hizo esperar. Héctor Magnetto y Paolo Rocca levantaron la candidatura de Adrián Kauf man Brea, vicepresidente de la Coordinadora de las Industrias de Productos Alimenticios (Copal) y mano derecha de Luis Pagani (Arcor), titular de AEA hasta que la misión recayó en Javier Campos, álter ego de los CEO de Clarín y Magnetto.
Hace unos seis meses, la UIA y AEA se encontraron ante la propuesta del empresario Javier Madanes Quintanilla que propuso “internas abiertas” en la UIA. Detrás de ese planteo se alinearon varias compañías que abandonaron AEA disconformes con la conducción del tándem Clarín-Techint. Entre otras, Telefónica, Petrobrás, Loma Negra y Sancor son algunas. En la misma dirección, se pusieron los empresarios de la lista Celeste y Blanca –como el titular de Fiat, Cristiano Ratazzi– que ven con buenos ojos la idea del número uno de Aluar. Incluso, preferirían una ruptura del acuerdo de alternancia antes que entregarle el poder a la dupla Clarín-Techint. En ese sector se agrupan pesos pesados del sector energético, textil y de la construcción. También varios bancos de capital nacional e intereses agropecuarios en disputa con las cámaras de la industria aceitera y de las exportadoras de cereales.
Es interesante ver cómo se coloca La Nación, tan respaldado por Techint. El domingo, en la sección Empresarios & Cia el diario de los Mitre se pregunta si el terremoto de la UIA se debe a “un gobierno desesperado por dividir el frente empresarial”. Demasiadas páginas escriben por estos días Clarín y La Nación destinadas a ver manos negras detrás de la implosión que sacude a esa central empresarial. Ninguna de ellas está en la dirección de pensar que otros aires se afirman en Argentina y en la región. La Nación sigue peleando por una devaluación pronunciada. Con mucha preocupación afirman que el precio del hierro está muy alto y que plantea un grave problema a la industria siderúrgica. La verdad es que si Techint publicara los tan favorables balances de los últimos años se desvanecería cualquier justificación a pretensiones devaluatorias. Cabe recordar que hace casi dos años, La Nación emprendió una cruzada antichavista acusando al gobierno bolivariano de querer expropiar Sidor, una empresa de Techint. Rocca pedía la participación de las autoridades argentinas para evitar el supuesto despojo y el diario de los Mitre se cansó de mostrar a Hugo Chávez como un enemigo del derecho a la propiedad privada. La puesta en escena terminó con el pago de casi 2 mil millones de dólares a Rocca. No se recuerda que La Nación haya puesto la lupa sobre el negociado que le permitió a Techint quedarse nada menos que con Somisa.
Hacia fines de los ’80, Somisa era la principal acería argentina y sus exportaciones casi triplicaban las de Techint. Tenía más de 11 mil trabajadores en su planta de San Nicolás, pero el plan de destrucción industrial puso a Somisa en la mira del desguace. Con el latiguillo de que era una empresa deficitaria, comenzó un proceso de destrucción que tuvo al frente de la empresa a Jorge Triacca, el sindicalista del gremio del plástico que se jactaba de sus relaciones con el genocida Emilio Massera. Conflictos varios llevaron a que Somisa, en un año, tuviera la mitad del personal. Detrás de Triacca llegó la liquidadora de Entel, María Julia Alsogaray. En un acto de industricidio claro, a finales de 1992, Techint quedó como único oferente en la licitación y pagó 140 millones de dólares en efectivo y el resto en papeles de la deuda pública completamente devaluados. Para completar el cuadro, el gobierno de Carlos Menem le dio a los Rocca todo el crédito de la banca pública para poder cubrir mucho más que esos 140 millones.
Esos supuestos líderes empresarios, que deberían dar cuentas ante la justicia de cómo armaban los lobbies y cómo pagaban a algunos políticos para tejer semejantes negociados, hoy se lamentan de que la UIA pasa por una crisis dirigencial. Desde ya, cuando Techint le birló Somisa a la Nación, tanto la UIA como La Nación saludaban la llegada de la iniciativa privada que podía terminar con la falta de eficiencia del Estado. Viejos tiempos que, por suerte, no volverán.
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