Publicado en TIEMPO ARGENTINO el 13 de Marzo de 2011
Por Hernán Brienza
Por Hernán Brienza
Periodista, escritor, politólogo.
"Cristina Fernández se ha colocado en otro lugar, un escalón en el cual no parecen desestabilizarla las campañas periodísticas, los ataques de la oposición, la maledicencia. "
Se producirá en 2011 la llegada de una etapa superior del kirchnerismo? ¿De qué se tratará la tan mentada profundización del modelo? Creo que sí. Que desde el inicio de las sesiones legislativas del 1 de marzo pasado hay una nueva etapa del proceso que comenzó hace casi ocho años. Se trata de una transformación muy sutil, es cierto, pero que vale la pena prestarle atención. En el discurso que ofreció Cristina Fernández el viernes en Huracán, frente a la purretada entusiasmada que le pedía reelección, hay varias claves para analizar. Pensemos, dentro de nuestro pobre alcance, con perspectiva histórica, el corazón del discurso de la presidenta: la próxima etapa de la política nacional estará marcada por la institucionalización del proceso nacional y popular que se producirá a través de la hegemonía cultural y valorativa.
Es sutil, imperceptible, quizás, para muchos, pero el autor de esta nota sospecha que la presidenta ha cambiado de paradigma en la forma de relacionarse con la sociedad y con la oposición. Como si el dolor la hubiera hecho madurar y concentrarse sobre lo sustantivo respecto de la política, pero también en un sentido más amplio, en su filosofía humanista. Cristina Fernández se ha colocado en otro lugar, un escalón en el cual no parecen desestabilizarla las campañas periodísticas, los ataques de la oposición, la maledicencia. Parece haber renunciado a cierto estilo confrontativo –que llegó a su culmen durante la pelea con los representantes de la Mesa de Enlace en 2008– y decidido colocarse en un lugar de sobria argumentación para responder los agravios, que en algunos casos son, francamente, incomprensiblemente impiadosos.
(Digresión 1: ¿Tendrían la hombría, algunos dueños de revistas y de diarios, de soportar con estoicismo las tapas canallescas que ellos mismos escriben contra la presidenta?)
Más allá de su propio proceso personal –del cual no estoy habilitado para hablar porque no lo conozco–, creo que hay un convencimiento de que en esta etapa política el que arremete pierde. Contrariamente a lo que piensan muchos, estos meses no son de crispación o enfrentamiento. Percibo en la sociedad –me refiero al vecino de a pie, al verdulero de la esquina, al kiosquero de mi barrio– una relativa calma, incluso en aquellos que no comparten el rumbo del kirchnerismo. Por eso es que las burlas de Ricardo Alfonsín, las estridencias de Elisa Carrió, o las tapas de Clarín –que se merecen integrar el anuario de la Revista Madriz, la contracara fascista y contrahecha de la genial Barcelona– ya no encuentran el eco que hallaban en años anteriores.
Pero me gustaría seguir desmadejando el concepto de “profundización del modelo nacional y popular”. Hace unas semanas escribí que ese proceso consta de dos aspectos diferentes: “el cuantitativo y el cualitativo. El primero está relacionado con la mejora de la distribución de la riqueza, el achicamiento de la brecha y la desigualdad social, la transferencia de recursos de un sector a otro de la producción –del campo a la industria o del sistema financiero a la tecnología de punta–, de los índices de desocupación, de ingreso, etcétera. El segundo está relacionado con aspectos que tienen que ver con cuestiones filosóficas e ideológicas, si se quiere: la dignidad de los trabajadores, el rol del Estado, los límites de la intervención en la economía, las formas de la hegemonía del frente nacional y popular, la circulación del poder de decisión”.
También en la nota “El empate hegemónico argentino”, sostuve que “es necesario proyectar la Argentina a 20 o 30 años, para transformar el modelo en un proyecto sustentable. Para eso parecería fundamental profundizar la batalla cultural –en términos valorativos, históricos, mediáticos y educativos–, establecer un pacto que permita encontrar un equilibrio duradero entre los distintos sectores productivos, y, claro, llevar adelante un megaplan que permita erradicar de una vez por todas la infraestructura de la pobreza y la indigencia. La Argentina, a través de su obra pública, no puede darse el lujo de seguir manteniendo a gran parte de su pueblo en condiciones miserables. Es decir, aun cuando no sean resueltos los problemas de desocupación y de distribución de la riqueza, aun cuando el salario de un trabajador no supere la línea de la pobreza, el Estado debe garantizarle –como dice en la Constitución– viviendas dignas con agua potable, gas natural y cloacas”.
Me cito a mí mismo no por vanidad, sino para reconocer que en mi análisis me faltaba afinar el lápiz. Mientras se proyectaban estratégicamente estos procesos, no preví una necesidad que el mismo modelo tiene y que la presidenta explicitó el viernes en Huracán: la profundización se hace no sólo con un afán transformador sino fundamentalmente con un espíritu institucionalizador.
No me refiero al discurso “institucionalista” vacío de aquellos que quieren perpetuar lo establecido, sino al afán creador de instituciones –orgánicas, simbólicas, legales, consuetudinarias, valorativas, culturales, políticas, de roles–. La profundización del modelo se producirá institucionalizando esa misma profundización, valga el galimatías. ¿Por qué? Sencillo, porque es la única posibilidad de evitar que en el futuro se pueda retroceder en los objetivos conquistados.
(Digresión 2: La institucionalización del primer peronismo, por ejemplo, forzó el artículo 14 bis que sancionó la patética Asamblea Constituyente votada por la Revolución Libertadora, la UCR del Pueblo y el Partido Socialista, entre otros).
La institucionalización requiere de un aumento de la racionalización burocrática, política y administrativa, y de un creciente profesionalismo político por parte de los militantes y los cuadros políticos que lleven adelante el proceso de profundización y transformación. Es por eso que el famoso trasvasamiento generacional exige a los jóvenes que ocupen espacios políticos, estudio, autoperfeccionamiento y una concepción política e ideológica capaz de revisar las tradiciones culturales que atraviesan nuestra historia. Es decir, la profundización se realizará con pasión militante pero también con perfeccionamiento individual y colectivo. El movimiento nacional y popular se consolidará no sólo en términos electorales, sino fundamentalmente históricos –hegemónicos– si tiene la posibilidad de “hacer felices” a los argentinos –en lenguaje macrista– pero, al mismo tiempo, lograr una estructura de cuadros y militantes que sean mejores que el resto. Si se produce finalmente esa transformación, el peronismo kirchnerista entrará en la etapa superior de su propia existencia.
Por todo lo demás, sostengo que ampliar el frente nacional y popular hacia sectores extrapartidarios también debería incluir el compromiso de todas las partes de evitar internas sin sentido dentro del propio peronismo y el movimiento obrero organizado.
por Hernán Brienza
COMENTARIO DE "MIRANDO HACIA ADENTRO":
La nota a la que hace referencia Hernán Brienza, "El empate hegemónico argentino", puede leerse en :
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