Militancia y rasgo generacional
Publicado en TIEMPO ARGENTINO el 17 de Marzo de 2011
Por Demetrio Iramain
Publicado en TIEMPO ARGENTINO el 17 de Marzo de 2011
Por Demetrio Iramain
Director de Sueños Compartidos - Madres de Plaza de Mayo.
Felizmente, los pibes están siempre en otra cosa. El cambio es su estética. Su literatura está en la calle. El pueblo, su épica. Su nueva lírica: estudiar. Asisten a la Historia sin prejuicios.
Un columnista dominical juzga que cantar “Patria sí, colonia no” en la cancha de Huracán es regresar nostálgicos a una consigna arcaica. “Apolillada”, dictamina, terminante, para hacer rendir hasta el límite el concepto.
Otro, en el mismo diario, impugna la “juventud maravillosa K” por su “estilo gerencial vacío de todo heroísmo”. Picarón.
Hay más: en La Nación del domingo 13, un Grondona evidentemente desconcertado cita a Marx. “Karl”, lo llama Don Mariano, con la petulancia propia de su clase y en idioma anglosajón, como lo indica el riguroso manual de estilo del centenario diario del clan Mitre.
Naturalmente, siempre que la fracción social más poderosa siente crujir la estructura de sus privilegios, aúlla. Y recurre a inconsistencias de genotipo “las ideologías han muerto”. De ahí que califique de “viejo” y “demodé” al tsunami socio-histórico que pone en riesgo su dominación. “Se quedaron en el ’45”, habría dicho Menem.
El problema es otro, sin embargo.
La que arde de melancolía es esa derecha previsible y gutural, que añora volver a un tiempo que, inevitable, se escurre entre las manos. Como agua. Ayer nomás, con viento a favor, la diestra política solía presentarse versátil y amigable. Mansa y natural, como el correr de esa misma agua. Hoy, al revés. Que el ganador del máximo lauro de la literatura mundial rompa el chanchito y apele a la necedad y el panfleto para defender su reaccionario ideario político es indicativo de una delicada carencia argumental.
¿No será que el apolillado es el viejo liberalismo?
El reflujo popular de los ’90 motivó lecturas forzadas de las teorías del conflicto y la revolución. En nombre de la derrota del campo opuesto al del poder, se vendieron gordos libros de flacos aportes, que subsidió la globalización. Surgió entonces el difuso concepto de “imperio” para definir a la superburguesía planetaria, omnipresente e intangible, y se identificó como eventual sujeto de un cambio que sobrevendría nunca, a la informe “multitud”. Oscurantismo de izquierda, al fin y al cabo. De algún modo había que nombrar a los desocupados, desheredados por el capitalismo. Reunían una cifra impresionante, pero no alcanzaban mayoría. Estaban, pero no “eran”. Tenían el “para sí” mojado. El cuento neoliberal del “Fin de la Historia”, pero por otros medios. Se decía que el gran poder burgués del mundo se había diversificado en una red no identificable. Que la clase obrera ya no era tal, sino un número, sin identidad y sin sentido de pertenencia. Ni ideología, claro. Fin del trabajo + crisis del sujeto = adiós al sueño de una sociedad mejor.
Ahora, al dorso. La circunstancia histórica ha demostrado que el vago “imperio” tiene cuerpo y nombre. Fondo y forma. Hiela la mano de quien lo toca. Descubre al fin su verdadero rostro, el mismo de siempre, más viejo y más mañoso. Prepotente, no soporta que una nación soberana del ex patio de atrás le impida ingresar sin permiso armas y equipos de comunicación de alto rinde en espionaje, que bien podrían servir para lo de siempre: desestabilizar la región, como advirtió Evo Morales, mandatario de un país que alguna experiencia tiene sobre intervencionismo norteamericano, económico y del otro.
Que no sea delito para un juez, y sí constituya una infracción aduanera, ¿le quita verosimilitud, acaso?
La gravedad deriva, no de la calificación judicial del hecho, sino de la condición de potencia imperial del país que lo protagoniza. Nuestro escenario es tan intenso, sus disputas exhiben una forma tan visceral a veces, que permiten prever sin mayor esfuerzo qué dirá WikiLeaks dentro de unos años, cuando se filtren los cables diplomáticos sobre el incidente.
¿Qué es esta criatura –elucubra la derecha–, que identifica fácilmente a sus enemigos; que cita sin copiarse la Razón Social de las corporaciones que obturan el proyecto emancipatorio en ciernes; que apunta con claridad a Clarín, Techint, EE UU, los pooles de siembra? ¿De dónde salió, bajo qué piedra, cómo aprendió entre tanta orfandad simbólica y material a saber lo que quiere? Con la amorfa categoría “multitud”, ibídem. Ya no es la mera sumatoria de individualidades, una cantidad, “la gente”; ahora es un pueblo, cada vez más definido en su identidad y objetivos. No nació con el llanto a mares del 27 de octubre y posteriores; en todo caso habrá sido aquella su novedosa irrupción, pero su impetuoso caudal se había insinuado antes: Luna Park, River, las puertas de la CGT, y Ferro, sin contar el Bicentenario y los múltiples foros y marchas por la Ley de Medios.
De ahí que el discurso de la presidenta en Parque Patricios se haya dado de bruces con esas máximas ya superadas por la Historia. Apolilladas. Cristina marcó la necesidad de institucionalizar el cambio. De volverlo orgánico, no tan horizontal, porque es allí, en ese no-lugar, donde se diluyen las cargas y el compromiso. De hacerlo madurar con organización, no con vanidades de secta. Nada del infantilismo de las mil siglas y las eternas divisiones sin sintetizar en un proyecto común, sin lo cual será difícil enfrentar con posibilidades de éxito a un poder todavía vigoroso. Acción y gestión. Romanticismo y responsabilidad. “Protesta con propuesta”, al decir de las Madres. Salto cualitativo. “Etapa superior del kirchnerismo”, según Brienza.
Felizmente, los pibes están siempre en otra cosa. El cambio es su estética. Su literatura está en la calle. El pueblo, su épica. Su nueva lírica: estudiar. Asisten a la Historia sin prejuicios. Palpitan con ella, desde ella, sin manías de derrotado, ni miedo de vencido. Sueñan sin temor a ofender al poderoso. No golpean la puerta para entrar a la política. Su verbo: la contradicción y su superación siempre novedosa.
En jujeño: ¿Lo charlamo’? Una solución argentina al problema de los argentinos, pero esencialmente por sus jóvenes.
Para impugnarlos el poder los desmerece.
Ahora les dicen setentistas, apolillados, nostálgicos, con un gesto de burla en la voz. Pero bien que duelen.
Así también reputaron a quienes lucharon contra la impunidad, resistieron a Menem, y forjaron la rebelión de 2001.
Hace tres generaciones que las pasiones felices de los setenta habitan entre nosotros; qué bueno que ahora tengan eco en la Rosada. ¿Por qué no?
El poder sabe que los instrumentos con que cuenta el pueblo son cuantiosos: síntesis de viejas luchas, sus enseñanzas, y gestión del Estado.
¿Derrota?: las pelotas.
Por lo demás, no es nueva esta “retórica”, como le dicen, y tan mal no ha resultado.
¿Por qué creen que Néstor Kirchner asumió el 25 de mayo de 2003? ¿Por Calderón de la Barca, acaso, que murió el mismo día que subió Cámpora pero del año 1681? Vamos.
Ni la mejor novela del mundo empata el misterio de lo popular, incluidas sus expresiones políticas. No hay poesía, ni teoría, ni nada sin pueblo detrás.
Mientras el techo de un escritor es el Nobel, los pueblos no paran hasta la Historia. Su parto por los jóvenes trae futuros bajo el brazo.
Publicado en :
http://64.34.177.251/notas/los-setentistas-20
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