Moyano y el gobierno
Periodista.
Moyano reaccionó tras ser permanentemente hostigado por los medios que lo acusan de ‘mafioso’, más por la defensa de los intereses de los trabajadores, que por las mañas del viejo poder sindical.
Si alguien pensaba que el camino de Cristina Fernández hacia su reelección iba a ser un paseo -el conflicto desatado a partir de un impreciso e irregular pedido de informes de la justicia suiza que rozó al secretario general de la CGT- puso en duda esa plácida idea, consolidada luego del simbólico triunfo kirchnerista en Catamarca. Si bien Moyano recapacitó a tiempo, estuvo a punto de hacerle el juego a quienes permanentemente lo hostigan desde los medios más concentrados. De haberse cumplido el paro anunciado inicialmente para el lunes y la manifestación en el corazón político de la República, las dos protestas obreras se hubieran realizado un día después de la elección de Chubut, que aparece con final abierto. Si el candidato kirchnerista gana en el sur, los ecos de la protesta moyanista hubieran opacado el triunfo. Y si perdiera, la repercusión de la derrota se sumaría al ruido mediático para potenciar el mal humor social.
Pero en todo caso, la huelga y la manifestación podrían interpretarse como un reclamo al gobierno y no a los medios que forzaron la noticia de un exhorto judicial defectuoso y ambiguo.
Al igual que la estrategia utilizada con Daniel Scioli, los medios concentrados echan permanentemente leña al fuego para avivar las sospechas entre el gobierno y Moyano. El camionero no tiene modales que agradan a la clase media, se come las eses, no es el dirigente combativo que prefiere la izquierda, ni proviene del peronismo revolucionario como muchos funcionarios del gobierno. En los ’70, Moyano y esos dirigentes se enfrentaron incluso violentamente. Pero es el secretario general de la CGT, resistió las políticas neoliberales como no lo hicieron la mayoría de sus pares, y acompañó luego la recuperación económica nacional.
El líder camionero ha sido un aliado de hierro para el gobierno: presionó para mejorar los ingresos de sus representados, pero contuvo simultáneamente los reclamos para que no se desmadren. Desde la Cámara de Diputados, uno de sus hombres, Héctor Recalde, repuso leyes laborales derogadas por el menemismo e impulsa proyectos de cambio como el de reparto de las ganancias empresarias, que le ponen los pelos de punta a las corporaciones.
Moyano reaccionó tras ser permanentemente hostigado por los medios que lo acusan de “mafioso”, más por la defensa de los intereses de los trabajadores, que por las mañas del viejo poder sindical. En realidad, los empresarios se llevan mucho mejor con dirigentes a los que pueden corromper en las negociaciones salariales, que con los más firmes. A veces ni siquiera se cuestiona a determinado sindicalista, sino a los sindicatos en general, con un prejuicio antiobrero alimentado por las patronales. O meten a todos los sindicalistas en la misma bolsa, sin diferenciar entre alguien que apaña la superexplotación como Gerónimo “Momo” Venegas, otro acusado de mandar a reprimir trabajadores, como José Pedraza, y alguien que defiende su quinta sin piedad, pero respeta códigos gremiales básicos. A los gorilas les horroriza además el poder de un “negro peronista”, pero no cuestionan del mismo modo a las corporaciones que deciden la vida y obra de los argentinos sin que nadie jamás vote a sus ejecutivos. Moyano resistió el remate del Estado, la quiebra de la industria, el avance del desempleo y la exclusión promovida por “rubios” educados en universidades extranjeras.
Si utiliza métodos cuestionables, son los trabajadores los que deben elegir a sus dirigentes, mediante una participación sindical más activa. Es cierto que hay un marco que promueve la eternización de la burocracia sindical, pero modificarlo es tarea de los afiliados. Raúl Alfonsín cometió el error de intentar cambiar desde afuera del movimiento obrero las reglas del juego, con una ley sindical que pretendía democratizar el sindicalismo, a la vez que les quitaba la caja y les rebanaba poder a los jerarcas. Le fue mal y tuvo que retroceder hasta incorporar sindicalistas a su propio gobierno.
Moyano amenazó con un paro que hubieran disfrutado los mismos que lo acosan mediáticamente y que le hubiera complicado en cambio la vida a un gobierno con el cual –más allá de los recelos– ha recorrido un largo camino en la mejora de las condiciones de vida de los trabajadores. En todo caso, hubiese sido un triunfo de los que vienen sembrando cizaña. Los tironeos por colocar hombres propios en el futuro gobierno son naturales de la política y los trabajadores tienen derecho de construir poder político al igual que cualquier ciudadano.
Moyano había discutido con Néstor Kirchner porque supuso que el ex presidente limaba su poder en el PJ bonaerense. Los roces no son nuevos. Es natural que el líder cegetista quiera que un destacado diputado como Héctor Recalde acompañe a Cristina Fernández en la fórmula. Tan natural como que los transversales pretendan ese lugar para uno de los suyos y que los dirigentes del PJ tengan sus candidatos. En esos tironeos se reproducen en realidad las diferencias internas del kirchnerismo, una fuerza conducida por dirigentes con perfil centroizquierdista, pero que contiene versiones peronistas ortodoxas.
Por suerte las huestes sindicales no cedieron a la sospecha de que es el gobierno el que fomenta la persecución judicial o mediática de Moyano. Es muy difícil que algún allegado al gobierno haya operado el exhorto, porque nada ganarían con un conflicto gremial. Tampoco los trabajadores hubieran ganado algo con un paro que estimularía el mal humor social. La pulseada por incrementos salariales en torno al 30% cuando el gobierno plantea un techo del 25%, es mucho más legítima y productiva que un paro que no hubiera sido contra Clarín y La Nación, sino contra el gobierno, que realizó febriles gestiones para desmontarlo.
Kirchner tenía bien en claro el impacto de un paro de camioneros, cuando anudó una alianza con Moyano que lo privó del favor de sectores sindicales más afines ideológicamente. Recordaba, seguramente, la medida de fuerza de los camioneros que precedió a la caída de Salvador Allende en Chile. Por encima de algunas rispideces, la relación entre el gobierno y la CGT fue funcional a ambos, por lo que no parecía prudente una ruptura. Y mucho menos a siete meses de una elección general. Al gobierno le va tan bien en las encuestas, que los medios opositores vienen denunciando una campaña triunfalista que instaló que “Cristina ya ganó”.
En realidad, el humor que se percibe en las calles no es una “estrategia” triunfalista del gobierno, sino el producto de una gestión exitosa. El oficialismo no tiene medios de difusión poderosos como para instalar semejante consenso a contramano de lo que realmente ocurra. Cuando el kirchnerismo perdió la elección de 2009, no fue sólo por el efecto de una campaña de los medios opositores más concentrados. El cerrado consenso antigubernamental que se palpaba en 2009, se asentaba no sólo en el azote mediático, sino también en la pérdida de puestos de trabajo y en el bajón de actividad que produjo el impacto de la crisis internacional. Las acertadas políticas anticíclicas revirtieron la situación económica y el humor social. Las encuestas detectan hoy que Cristina Fernández podría ganar en primera vuelta con 40 puntos y más de diez sobre el segundo. Y no descartan que llegue incluso al 45% que le evitaría el ballottage. No se trata de triunfalismo, sino de una lectura desapasionada de los sondeos de opinión. Pero lo peor que puede hacer el kirchnerismo es creer que Cristina ya ganó. Porque de pronto, una decisión judicial adoptada en Suiza, o un cable originado en Tumbuctú y manipulado en la Argentina, puede complicar inesperadamente el patio.
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