Karl Marx analizó en “El Capital” y otras obras las contradicciones del sistema capitalista. Postuló que esas contradicciones lo llevarían a la ruina. Y que ese proceso comenzaría lógicamente por los países centrales, porque en ellos el capitalismo había llegado más lejos. El capitalismo sería sucedido por el socialismo, nuevo modo de producción que, cuando lograra una plena igualdad política, social y económica entre las personas podría ser llamado comunismo.
Esta es, en un excesivamente rápido resumen, la teoría de Marx, un analista brillante del sistema capitalista.
Pero la práctica concreta fue distinta. La primera revolución exitosa se dio en Rusia, país que distaba mucho de ser uno de los países con un capitalismo más perfeccionado. La Rusia de 1917-18 apenas si había comenzado un tímido proceso de industrialización. El país dependía financieramente de Francia, e industrialmente de Inglaterra, Alemania y Francia. Las zonas asiáticas del Imperio eran coloniales y claramente “subdesarrolladas”.
Por eso muchos le dijeron a Lenin que la revolución no era posible en Rusia justamente por esto. Rusia, argumentaban debía primero ser plenamente capitalista, para luego plantearse la posibilidad de ser socialista.
Lenin no escuchó estos sesudos razonamientos. E hizo igual su revolución, con un notorio éxito : Rusia abandonó el capitalismo durante 70 años…
La revolución rusa no fue la excepción, sino la norma. Todos los países que hicieron en el siglo XX revoluciones socialistas eran países periféricos, tercermundistas, coloniales o semicoloniales.
China enlaza su revolución con la lucha contra la invasión japonesa, y sale gracias a la acción de Mao de medio siglo de dependencia semicolonial respecto a Europa, Japón y Estados Unidos.
Yugoslavia era un país periférico de Europa, arrasado por los vendavales de expansionismos varios, y eminentemente “balcánico”.
Vietnam hace su revolución mientras lucha por echar a los invasores japoneses y a potencias coloniales o neocoloniales como Francia y Estados Unidos.
Cuba, la Cuba de la Enmienda Platt, era una colonia norteamericana. Hace la revolución y se independiza, todo a la vez.
Nicaragua era “Patio Trasero” en su definición más plena.
En todos estos casos, la revolución fue acompañada de un proceso de liberación nacional, e incluso de una política que completó o concretó la organización estatal.
En todas estas revoluciones “socialistas”, “marxistas”, “comunistas”, el proceso de cambio social fue acompañado de un proceso de “liberación nacional”, de ruptura de lazos coloniales o semicoloniales, de cara tanto al exterior como al interior de esas sociedades. Fueron revoluciones “internacionalistas”. Y a la vez fueron revoluciones “nacionales”. Todas integraron ambos procesos, a su manera, y en distinta medida.
La izquierda argentina en particular y la latinoamericana en general (con escasas y honrosas excepciones como el peruano Mariátegui o el argentino Ugarte) adoleció y, en parte, aún adolece, de graves dificultades para comprender ese proceso, para advertir cómo en esas revoluciones socialistas lo “internacionalista” se fusionaba con aspectos casi “nacionalistas” que eran parte de un proceso de liberación nacional.
Las ideas socialistas y anarquistas llegaron a la Argentina con los inmigrantes europeos. Y, como los europeos tendían a concentrarse en algunas áreas muy definidas (Buenos Aires, Sur de Santa Fe con Rosario como eje) que se europeizaron profundamente, pudieron transplantar sus partidos europeos al ámbito americano sin ninguna adaptación.
El Partido Socialista de Juan B. Justo era un partido muy similar a los partidos análogos de Francia o Italia. Y alcanzó un gran desarrollo, por ejemplo en la década del ’30, en esas áreas casi europeas. Esta fuerza hacía en Argentina los mismos cuestionamientos sociales que hacían sus partidos hermanos europeos. Quizás por esto mismo nunca pudieron ingresar a la Argentina profunda, criolla, latinoamericana, ni entender sus problemas ; sus habitantes les resultaban “extranjeros”.
La izquierda pre-peronista asumió como propio todo el armado cultural e ideológico del Estado liberal de la Organización Nacional.
Ni socialistas ni comunistas cuestionaron al Modelo Agro-exportador , ni lo denunciaron como mecanismo de dominación neocolonial. Tampoco lo hicieron con el Estado europeizante que renegaba de todo aquello que oliera a “criollo”, a “latinoamericano”.
Socialistas y comunistas profesaban una admiración sin límites hacia figuras como Rivadavia y Sarmiento, íconos del liberalismo ; los veían como “progresistas”, por su anticlericalismo, su laicismo, y su oposición a los resabios “feudales”. Pero nunca comprendieron el rol de esos “progresistas” en la construcción de un orden neocolonial que ataba a Argentina al imperialismo británico.
Nunca entendieron que Argentina, a diferencia de Italia o Francia, era un país periférico, neocolonial, donde cualquier lucha “social” debía ser paralela a un combate por la “liberación nacional” y por la integración de las dos Argentinas :la estructura “europea” del Estado liberal , escenografía monumental pero frágil, y la otra, la base criolla y latinoamericana, a la que Scalabrini Ortiz llamaría años después “el subsuelo de la patria”.
Por eso, cuando comenzaron a principios del siglo XX las discusiones acerca de las necesidad de aplicar un proteccionismo económico, el socialismo se embanderó con el librecomercio en defensa de los “derechos de los consumidores”, sin entender que de lo que se hablaba era de medidas para lograr una mayor independencia económica, medidas “descolonizantes”.
Por eso, socialistas y comunistas se transformaron en el “ala izquierda” de esa Argentina europeísta y liberal, y fueron quedando cada vez más descolocados cuando esa gran estructura comenzó a hacer agua, a desmoronarse.
Esa Argentina liberal, europea y agroexportadora entró en crisis ya por el Centenario, con la conflictividad social que obligó a promulgar la Ley de Residencia, e instaurar el Estado de Sitio, y que se prolongó con las huelgas de la época de Yrigoyen.
Además, la Primera Guerra Mundial y en mucha mayor medida la crisis del ’30 estimularon cierto nivel de industrialización por sustitución de importaciones, proceso que se vio acompañado por un éxodo rural que hace entrar en contacto a las dos Argentinas : a la Argentina “europea” de las áreas portuarias y a la Argentina más latinoamericana del Interior.
Pero el elemento que dio el golpe de gracia a este Estado argentino liberal y europeizante vino del exterior, con los cambios que acompañaron al reemplazo de Inglaterra por Estados Unidos como poder dominante en el mundo.
Argentina se había especializado económicamente para ser “socio” de Inglaterra, para venderle carne, trigo, lana y cuero a cambio de sus bienes industriales, Cuando comienza el ascenso de Estados Unidos, nosotros no podemos redirigir nuestras exportaciones hacia el nuevo sol mundial, por la simple razón de que ellos eran productores de esos mismos bienes.
En esta Argentina surge el peronismo, emerge “el subsuelo de la patria sublevada”, como diría Raúl Scalabrini Ortiz, como si de una erupción volcánica se tratase. Es un movimiento que une todo aquello dejado afuera, ocultado, invisibilizado, por la “Organización Nacional”. Y levanta banderas de liberación nacional, que van, desde la integración de esas dos Argentinas que habían marchado paralelas, hasta el rechazo al vínculo neocolonial con Inglaterra y la resistencia a establecer un nuevo vínculo colonial con los Estados Unidos.
El lema “justicia social, independencia económica, soberanía política” hace clara referencia a estas cuestiones, a esta lucha por la liberación nacional y por definir una “Nueva Argentina”, alejada de aquella escenografía europeísta.
Y si bien el peronismo tenía contradicciones ideológicas muy fuertes (y las tiene hoy, y probablemente las seguirá teniendo) los partidos de izquierda se quedaron en el análisis de ese perfil ideológico y no lograron entender el carácter de “movimiento de liberación” que el peronismo asumía.
Entonces, rechazaron al peronismo, lo acusaron de nazi-fascismo, declararon audazmente que las masas obreras del 17 de Octubre eran multitudes de facinerosos y desclasados, y cerraron filas con las demás fuerzas de la Argentina europeísta : socialistas, comunistas, radicales, demoprogresistas y conservadores, clases medias y estancieros, todos unidos en la Unión Democrática, a la que apoyaban el Partido Comunista (es decir, la URSS) y la embajada de los Estados Unidos.
El peronismo, por supuesto, no está exento de sus contradicciones : cuando olvida su rol de movimiento de liberación nacional se transforma apenas en una fuerza de centro-derecha con rasgos populistas.
Pero, cuando recupera la memoria y pone en primer lugar la justicia social, la independencia económica y las soberanía política, mira hacia el otro lado y se da la mano con otras fuerzas, claramente de izquierda, que también priorizan la liberación nacional.
Este otro peronismo, seguramente el más genuino, el peronismo corrosivo, el peronismo disruptor, el que se remonta a Eva, y la Resistencia, el de Cooke y el Perón de discurso tercermundista, el de La Tendencia y el camporismo, el del Grupo de los 8, el Frente Grande y el MTA, conduce al kirchnerismo.
Cuando el peronismo retoma su tradición “revolucionaria”, ocupa concreta y efectivamente el rol de una fuerza de centroizquierda, que atrae a otras fuerzas afines de carácter no peronista.
La mayoría de la izquierda más tradicional, por el contrario, ha tenido demasiadas dificultades para vincular los cambios sociales con el proceso de liberación nacional.
Por eso el peronismo, pese a sus contradicciones, se ha transformado en el eje inevitable de cualquier proceso de cambio social en la Argentina. Lo fue. Lo es. Y, posiblemente, lo seguirá siendo por mucho tiempo …
Adrián Corbella, 20 de diciembre de 2011
adriancorbella.blogspot.com
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