Me imagino que enviudar, para usted, ha de haber significado solamente dolor y desamparo. Es lo que inevitablemente sucede cuando se muere tu compañero/a de más de treinta años. Yo viví eso cuando era chico y vi llorar a mi madre la muerte de mi papá, casualmente otro 27 de octubre de hace muchos años. Ese dolor y ese desamparo sólo merecen respeto, no cuestionamientos.
Por eso me pareció absurdo conjeturar el fin de supuestas “tutelas despóticas”, cuando lo que me impresionaba eran precisamente el acuerdo de una pareja que la muerte rompía para siempre, el modo de resolver sus naturales forcejeos y el proceder siempre a dúo. Me irritaba ese machismo ramplón que suponía que usted, la Presidenta, era sometida a un supuesto “doble comando” por su marido. Y sobre todo me fastidiaba porque conozco gente que puede testimoniar la amorosa unidad en disenso que practicaron usted y Néstor. Y que a mí y a muchos argentinos nos pareció una experiencia original, interesante y valiosa.
Desde aquel día, sin embargo, los argentinos empezamos a escuchar a políticos y empresarios que lo recordaban mejor, casi bien. No hubo cámara industrial, bolsa de comercio, asociación de banqueros o líderes agrarios y ruralistas que no expresaran dolor (sincero o falso) por la pérdida de ese “lider indiscutible”, que “dejará una huella en la industria argentina”, que “tuvo una visión clara del valor de la producción” y demás... ¿Y entonces por qué le hicieron la vida imposible? ¿O no es cierto que le deseaban la muerte a diario, y no sólo la política? ¿No utilizaron a los partidos y sus dirigentes, en los medios masivos, para bombardear su prestigio y disminuir sus méritos, e incluso hicieron campañas internacionales para que diarios como el New York Times, El País de Madrid, La Vanguardia de Barcelona y otros medios de todo el mundo hablaran pestes de él y de su mujer, o sea usted?
Se me hace que fue por eso mismo, y como para contrarrestarlos, que por el velatorio en la Casa Rosada pasó un millón de personas llorosas, casi todos humildes y agradecidos y con carteles manuscritos que decían “gracias Néstor”, “gracias por acordarse de los pobres”, “gracias porque nos diste trabajo”, “gracias por sacarnos del pozo”, “gracias porque nos devolviste la dignidad a los humildes”, caray, yo vi todo eso, Cristina, lo vio el país entero en la tele. También en cada plaza de cada pueblo hubo multitudes llorando una congoja semejante.
Más allá de lo que se piense de él, tuvo razón Hugo Moyano al decir que “el trabajador es siempre agradecido”. Y yo mismo escuché a menudo, durante todo 2011, la frase: “Con Cristina recuperé mi dignidad de laburante”. No dudo que fue por eso que las mayorías votaron como votaron.
Previsiblemente, enseguida volvieron los lobbies, las protestas corporativas, los agravios y la manipulación del servilismo de periodistas con cara de póker pero corazón –si es que lo tienen– de casita robada. Y poco tiempo después del sepelio volvieron los ataques, a su investidura y a su persona.
Y ahora mismo estamos viendo, a finales de 2011, que proceden como en 2007. Entonces le pusieron “al campo” en contra; ahora buscan generar pánico con la cotización del dólar. Es lo que llamo neogolpismo. A falta de fuerza en las urnas, son capaces de cualquier cosa para que usted se vaya. Son incorregibles. Como dicen que dijo Borges de los peronistas, los incorregibles son ellos: cierta oposición y cierto periodismo.
“La viudez no explica todo. Los sentimientos sensibilizan, pero nadie elige un gobierno sólo para consolar a una viuda”, reconoció Morales Solá apenas pasadas las primarias y como reponiéndose de la sorpresa y mal disimulando una profunda decepción. Se consoló enseguida al decir que también “la marea pasó cuando pasó el menemismo”.
Es verdad que ningún estado civil es explicación suficiente para nada. Pero a mí me parece que hay cosas que no se dicen. Y sobre todo, no se piensan. Y eso va más allá de apoyos o condenas.
Por mi parte, como he dicho no sé ser incondicional, y, como la buena moza de la canción infantil, tampoco lo quiero ser. Al menos en política, y además no puedo, no me sale, de manera que tome esto que voy a declarar en este previsible final como una simple y honrada declaración de fe. Me hubiese gustado estar a su lado aquellos días en que usted estrenó su viudez con esa dignidad que impactó a la república. Hubiera querido estar junto a usted, o ahí cerca, para tomarle la mano como hace un amigo desinteresado, y habría hecho silencio simplemente haciéndole saber que podía contar conmigo. Y acaso le habría dicho, confianzudo, tranquila Cristina, todo un país la necesita y la vida no se acaba, apenas comienza otra etapa. Esas cosas que decimos en ese tipo de circunstancias.
Claro que eso hubiese sido poco, poquito, porque ahí empezaba para usted una etapa realmente chiva, fulera, dolorosa. Yo sé lo que es la ausencia de los que queremos. Perdí a mis padres cuando apenas pasaba de niño a adolescente. Y perdí, como usted y como casi todos en este país, algunos hermanos de militancia en los ’70. Sé entonces de esa soledad que usted ha de sentir ahora. La imagino sola, algunas noches, en su dormitorio y mirando o tocando el vacío que deja el compañero ausente. La puedo ver demaquillándose, o pintándose las uñas, o pasándose un cepillo por el pelo y constatando la brutal soledad que deja la muerte de quien amamos.
En esas circunstancias, cuando la imagino también suspirando o soltando el llanto para después recobrarse y al día siguiente, horas después, volver a la acción política, la gestión, las decisiones de estado, créame que no dejo de admirarla. A veces creo saber por qué no llora... Porque no quiere que la vean. Porque preside un país tremendamente machista, en el que los núcleos duros suelen ser precisamente las mujeres que se resisten a nuevos roles (no es dato menor señalar que entre sus votantes suele haber casi un 10% menos de mujeres que de varones). Claro que le sobra paño para seguir adelante, pero bien sabe que va a ser arduo. No quiere mostrar debilidades. Estoy seguro que eso es todo. Creo, bah...
Dice Sandra Russo que usted “no es la viuda que ya no puede seguir sola, ni la negadora que se recompone antes de tiempo, ni la llorona que no se anima al reto de la contingencia. No deja de llorar pero se anima”.
Me choca que la critiquen tanto y tan de mala leche, como cuando algunos bestialmente escriben o dicen “que se deje de llorar”, como si el dolor fuese tan manejable. En todo caso para ellos, cuyos sentimientos, si los tienen, han de ser bastante inferiores. Yo lo que sé y respeto es que usted se pasó el duelo de pie y gobernando, y lloró y llorará todas las veces que lo necesite, pero decidiendo, sosteniendo el timón. A mí me conmueve porque me parece sincera. Yo la vi quebrarse en Resistencia, cuando vino el 25 de Mayo. Y la vi hace poco por la tele, desde La Matanza, cuando confesó con la voz nuevamente quebrada: “No puedo dejar de acordarme de él. Es como si lo estuviera viendo. Tirándose de cabeza”.
Para un duelo también hace falta tiempo y recogimiento. Y usted no ha tenido nada de eso. Imagino que un día podrá hacerlo, en la soledad de su casa, con sus hijos. Cuando ya no sea presidenta.
Soy, obvio es decirlo, de los que creen en la sinceridad del dolor que se expresa cuando se quiebra una voz, cuando se le humedecen esos ojazos que usted tiene. Puedo sentir esa vibración que usted misma ha de sentir cuando las muchachadas le cantan esa preciosa canción, “Avanti morocha”, que le va tan bien que parece que Iván Noble la hubiese escrito propiamente para usted.
Pienso que es usted una persona multifacética y compleja, dicen que muy neurótica y peligrosísima cuando se enoja. Y bueno, a mí eso ni fu ni fa, como decía mi madre. Para mí alcanza, y basta y sobra, con que usted siga al volante como hasta ahora. Enderezando lo torcido, que no es poco. Y aguantando lo firme, que es el crédito mayor que le dan, le han vuelto a dar, millones de compatriotas.
Yo le aconsejo, si me permite, que cambie de ahora en más su relación con la prensa: no sea agradable con los que sólo admiten cholulos. No reprenda más a los periodistas que la atacan. No los va a cambiar. Simplemente ignórelos. Hable y acérquese a los periodistas más abiertos, como muchos del interior. No ponga límites en sus conferencias de prensa. No se esfuerce por ser simpática con los medios; sea seria y rigurosa. Y simplemente defina un día mensual para recibir a todos los medios y responda abiertamente, y para las preguntas o temas que no quiera abordar diga simplemente “sin comentarios” y listo.
También le diría que no haga caso de los que dicen que se ha ido demasiado lejos y demasiado de prisa. En política, usted lo sabe, siempre aparecen los que recomiendan prudencia, los que dicen que es necesario “bajar un cambio” y que ante todo hay que lograr acuerdos (por caso, con las mesas agrarias o los empresarios amigos del señor Magnetto). Son especialistas en proponer “racionalidad” y “prudencia” en el marco del respeto a la propiedad privada. Etc, etc... No digo que en ocasiones no sean necesarios la serenidad y el buen tino, desde luego, pero puedo asegurarle que cuando un pueblo no apoya con su voto los cambios que necesita, y se muestra apático o descreído, no es porque se ha ido demasiado lejos y rápido, sino porque la marcha es lenta y no se avanzó lo suficiente.
*Fragmento del último capítulo de Cartas a Cristina. Apuntes sobre el país que viene (Ediciones B).
Publicado en :
http://sur.infonews.com/notas/el-duelo-hecho-de-pie
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