Miradas al Sur.Año 4. Edición número 187. Domingo 18 de diciembre de 2011
Por
Walter Goobar
Desde hace mucho tiempo, Hugo Moyano se ve a sí mismo como el equivalente argentino de Luiz Inácio Lula da Silva. En septiembre pasado, el líder de los camioneros y secretario general de la Confederación General del Trabajo (CGT), eligió el comienzo de los festejos por el 80º aniversario de la central obrera para verbalizar sus indisimuladas ambiciones presidenciales cuando aseguró: “Creemos que ha llegado la hora de los trabajadores (...) Así como hubo militares, empresarios, profesionales, deportistas... hasta cómicos han sido presidentes de la Nación, por qué no puede surgir (un jefe de Estado) de las filas de los trabajadores. Este es el desafío que tenemos”, remarcó.
Pese a que Moyano ha sido –hasta ahora– una pieza decisiva en el armado kirchnerista, nada más alejado del paciente modelo de construcción política de Lula –que fundó el PT y perdió tres elecciones antes de acceder a la presidencia–, que el autolanzamiento –enmascarado de reivindicación corporativa–, que formuló el camionero argentino. El exabrupto de Moyano obligó a la Presidenta a recordarle que ella era una trabajadora.
Antes, el camionero también había propuesto a Héctor Recalde como vicepresidente de la Nación y a Omar Plaini como vicegobernador bonaerense. Nada de eso cuajó ni remotamente. De allí en más, las gélidas relaciones entre Moyano y CFK fueron de mal en peor. Cuando aún no habían cesado los ecos del estruendoso “Avanti, Morocha”, la frontal Cristina definió que durante este nuevo mandato ha llegado la hora de efectuar cambios de suma importancia en el sistema político, remarcando su sincera voluntad democratizadora que incluye la decisión de marcarles el terreno a los poderosos caciques del conurbano y a ciertos dinosaurios sindicales, actuando contra los aspectos más groseros de sus redes clientelistas y sus abusos de poder. Cristina no dejó lugar a dudas cuando enfatizó que encabeza “un proyecto nacional, popular y democrático”. Esta avanzada de la Morocha, fue lo que desencadenó la presunta reacción defensiva del otro Morocho que consideró como agravios dirigidos contra su persona dos afirmaciones de la Presidenta en la ceremonia de asunción: “A ver si me entienden... No soy la Presidenta de las corporaciones” y “no voy a aceptar extorsiones”.
A diferencia de Moyano, que esta semana pegó un volantazo tratando de instalar una suerte de pulseada con el Gobierno, su referente brasileño –el componedor Lula–, siempre ha insistido en que “los problemas existen para que podamos resolverlos”. El ex presidente más popular de América latina es taxativo: “Aprendí a contar hasta diez, a pesar de tener sólo nueve dedos, para no cometer errores. Un error en cualquier otro gobierno es otro error, pero en el nuestro, no puede suceder”.
Sin embargo, hasta el líder más consagrado puede cometer un error de cálculo y convertir un desafío en una pelea desgastante. Moyano es un hombre que ve el mundo a partir de su experiencia concreta de vida, coherente, pero con incoherencias importantes; un hijo legítimo del capitalismo que aspira para los otros la movilidad social que consiguió para sí mismo. El líder de los camioneros creció mucho también en estos ocho años. Logró la mayoría de sus reclamos y amplió los espacios del movimiento gremial. Pero en lo político, el dirigente camionero creció a la sombra del kirchnerismo. La base social del moyanismo en los gremios es cristinista en lo político y si el desafío que propone el jefe de la CGT es contraponer esas dos lealtades estaría llevando esa disputa a un territorio donde en estos momentos el que tiene más que perder es él mismo.
En su inflamado discurso, Moyano no formuló críticas concretas a la política del Gobierno, sino que su reproche se centró en que el PJ es una cáscara vacía –algo que Cristina Fernández de Kirchner también podría suscribir–, porque en estos ocho años, el Frente para la Victoria ha sido la fuerza que tuvo más deserciones de diputados y senadores y la mayoría de esos casos provenían de las volátiles y precarias alianzas generadas en la interna del PJ.
Si el PJ era una cáscara vacía, como ahora afirma Moyano, fue porque el líder camionero –que era su titular–, no lo pudo poner en marcha. El camionero no se durmió al volante del PJ, sino que su relación con los intendentes de la provincia siempre fue tensa por las presiones relacionadas con el recogido de la basura.
Moyano pensó que ser titular del PJ bonaerense era equivalente a ser titular de un sindicato, donde tendría el poder total en el armado de listas. Esa expectativa se desvaneció porque no fue el PJ, sino la Presidenta la que distribuyó la cuota de poder.
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http://sur.infonews.com/notas/la-ambicion-de-ser-lula
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