Este artículo es fruto de una circunstancia casual. Más allá de lo eventual, que refiere a un encuentro entre “Pacho” O’Donnell y Ernesto Laclau, tiene que ver con la necesaria combinación entre la solvencia intelectual y el compromiso con el tiempo que se vive. La Argentina cuenta con ocho años de continuidad y con el liderazgo de una mujer que combina inteligencia con sensibilidad. De modo que no es casual que Pacho y Laclau se junten gracias a su propia historia, al tiempo que vivimos y al papel de Cristina.
Quien escribe sentía el gusto de compartir un almuerzo, junto a otros periodistas, con Ernesto Laclau, que pasó unas semanas en Buenos Aires y, además de dictar varias conferencias, puso en marcha su proyecto de lanzar la publicación teórica Debates y Combates. Escucharlo a Laclau, aun en la sobremesa de un café, es navegar en el pensamiento profundo del marxismo crítico. Es, por ejemplo, tratar de entender por qué pone en cuestión el marxismo clásico e introduce la idea de la autonomía de la Política respecto de las bases económicas o, para decirlo en términos del materialismo histórico, del desarrollo de las fuerzas productivas. Escucharlo –así como leerlo– es intentar comprender por qué tiene lógica pensar los conflictos de intereses como algo –relativamente– ajeno a la objetivación de esos intereses. “Se ven los límites en la constitución de toda objetividad”, según sus propias palabras. Uno puede seguir sorbiendo el café y se encuentra con la importancia de ver el cuadro completo –y complejo– de los procesos sociales donde hay intereses contrapuestos. La presencia del antagonismo (de una clase o grupo social de intereses) impide desarrollar la plenitud de la identidad tanto de una clase como de la otra.
Laclau pone como ejemplo el clásico conflicto feudal entre terratenientes propietarios y campesinos. Cada uno de esos grupos opera de tal modo que le impide al otro su constitución plena. Allí, sostiene Laclau, es donde interviene la política. Hay política siempre y cuando el antagonismo entre los grupos sea el terreno a partir del cual se constituyen las identidades. Y este tipo de identidad antagónica significa que el orden objetivo de lo social no puede reducirse, simplificarse.
Es muy estimulante repensar la Argentina actual en términos de conflicto, de intereses antagónicos, porque es lo que le da sentido, en buena medida, a estos años de kirchnerismo. Es decir, sirve para entender por qué pasamos de una sociedad adocenada a los planes neoliberales y de políticos con un discurso tecnocrático, donde lo posible tenía sus límites en los planes contingentes del FMI, a otra sociedad de afirmación de valores propios, soberana. En esta sociedad que está en tránsito, los políticos que validan sus títulos son los que defienden y ponen en valor los intereses concretos del bloque social con intereses nacionales y que, además, aciertan en la comprensión de la identidad popular. Es decir, en los procesos complejos de subjetividad.
Laclau se mete con Marx y con Gramsci y con Lacan con la misma naturalidad con que revuelve el café. Hace cuatro décadas Eric Hobsbawm le echó un ojo por unos trabajos de investigación, y desde entonces vive en Londres y viaja por el mundo, tanto el real como el universitario. Hace unos seis años, la prensa socialdemócrata europea lo atendió a Laclau con bastante saña a raíz de la aparición de su libro La razón populista, en la que este intelectual desarrolla la conformación de sujetos políticos por fuera de los cánones liberales. La razón del encono quizá tenía más que ver con el rechazo visceral al concepto populismo, asociado a chavismo, petismo, ¡peronismo!, evismo y muchos de los ismos que ven como procesos en construcción, con liderazgos fuertes y capaces de salir de los cauces eurocentristas. Claro, en 2005, la intelectualidad europea no imaginó que la lava podía salir en Grecia o en Italia y que para tapar los procesos volcánicos lo primero que harían los supuestos líderes de esos países sería recurrir a economistas tecnócratas con la ilusión de negar el conflicto y las distintas identidades que entran en juego.
Porque, a la hora de constatar el coeficiente deuda externa-PBI de algunos países centrales, algunos miran a la Argentina en búsqueda de una receta. No miran el minué que juegan los dirigentes políticos del gobierno argentino con intelectuales del porte de Bernardo Kliksberg, que viene trabajando en varios programas de investigación y capacitación de recursos humanos en temas claves como la inclusión y la responsabilidad social. En la misma dirección, está la relación con politólogos como Laclau. Son cuadros, son académicos consumados, son hombres del pensar y del hacer.
Así las cosas, Laclau me preguntó qué era de la vida de Pacho O’Donnell. Le dije que bien, que se lo veía con entusiasmo y que estaba cumpliendo un sueño nada despreciable: las últimas puntadas para sacar a luz un instituto en que participan muchos herederos y hacedores de la historia revisionista. Le pregunté si no lo había visto en este viaje y me contestó que nunca se había cruzado personalmente con Pacho. Propuse, entonces, el encuentro y decidí colarme. Sobre todo, porque además de una razón populista, Laclau y Pacho expresan una emoción culta. A una impostura distinguida suman un corazón al lado de los desposeídos. Laclau acababa de cumplir 75 y Pacho, en pocos días, cumplía 70. Los años dicen muy poco cuando las personas se ven convocadas por un proceso de cambio.
El café fue dos días después. El padre de Pacho, pediatra, había atendido más de una vez a Laclau. Además, uno de sus hermanos, Guillermo, también politólogo, había compartido colegio primario, el Argentina Modelo, lugar cajetilla por excelencia. Al rato, Pacho contaba que él también había ido al Modelo, pero que un bajón económico del padre lo había zambullido a un secundario del Estado. “Y eso me salvó.” Le dio calle, roce, le abrió ventanas. Laclau había combinado la formación universitaria con la izquierda nacional de Jorge Abelardo Ramos. Pacho, médico, psicoanalista, dramaturgo, diplomático, explicó que su aporte, en todo caso, era contar historias pero no teorizar. Y no sonaba mal la referencia. Pacho mencionó a su “maestro” en la historia, José María Rosa. Y, como su maestro, Pacho le dedicó a Juan Manuel de Rosas –“el maldito de la historia oficial”– textos para el debate y no para el culto dogmático a la personalidad del restaurador. Para confirmar dónde está orientado Pacho, basta ver que el Instituto Nacional de Revisionismo Histórico Argentino e Iberoamericano que está pariendo junto a otros historiadores se llama “Manuel Dorrego”, a quien le dedicó esa buena obra de teatro llamada Tentaciones, y que es un diálogo ficticio entre el caudillo federal cuando gobernaba Buenos Aires y el representante de la corona británica Lord Ponsomby.
Laclau contó la próxima aparición de la revista cuatrimestral Debates y combates, que lleva como nombre el título de un libro suyo. Se trata de un espacio de debate teórico, político y cultural en Iberoamérica (“a la manera de lo que es la New Left Review para el mundo anglosajón”).
Pacho y Laclau cruzaron teléfonos, correos electrónicos. A Laclau lo esperaba en la mesa de al lado una académica a la que le dirigía su tesis. Pacho volvía para su casa. En pocos días más se llevaba a cabo el segundo encuentro del instituto. El primero había sido en Navarro, donde fue fusilado Dorrego. Este segundo tenía como figura central a Artigas. Laclau había lanzado la idea de la revista en la Biblioteca Nacional. El instituto tenía como sede para su jornada la Universidad de Lanús, con participación notable y precedido por la entrega de un doctorado honoris causa a José Mujica, otro uruguayo que pelea por la Patria Grande.
Este café, esta hora de charla amable, es un eslabón más de una cadena de acontecimientos, donde el compromiso intelectual es también vital. Los desafíos de estos próximos cuatro años requieren múltiples perspectivas. No hay recetas. Seguramente habrá mucho que aprender. El compromiso de estos grandes, como Pacho y Laclau, sirve mucho. Del mismo modo que otros tantos, desde otros lugares y otros puntos de vista, como el mencionado Bernardo Kliksberg, Osvaldo Bayer, Horacio González o Norberto Galasso, por mencionar a algunos destacados, le dan sustento intelectual y moral a esta etapa de transformación de la Argentina.
Publicado en :
http://www.elargentino.com/nota-166880-Un-encuentro-con-Laclau-y-Pacho.html
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