El viejo y nunca bien ponderado “dime de qué se habla y te diré qué se oculta” anda de esplendor por la Argentina política de estos días. Más específico, habría que citar al país mediático. Y si acaso –y con razón– se piensa al refranero de ese tipo como de vigencia eterna, apuntemos de todas maneras lo relativamente asombroso del vértigo que, al respecto, se observa en la coyuntura.
A la salida del 23 de octubre, aunque el trompazo ya efectivo fue el 14 de agosto, se redujeron notablemente los espacios para atacar al Gobierno mediante construcciones de prensa de gran monta. Fracasó todo lo que se suponía susceptible de pegar en la sensibilidad de vastos sectores medios de las grandes urbes. La debilidad de Cristina muerto el esposo; su incierta muñeca para timonear a la mafia de devaluados barones del conurbano bonaerense; la ausencia del piloto económico que ejercían Kirchner y su libretita diaria, con el imperativo de que hubiera un ministro preponderante en el área; las guarangadas de Guillermo Moreno; la fantochada del Indek; la prensa corporativa que se victimizó, cual si rigiera una dictadura que extrañan; el capitalismo de amigotes; la imagen esparcida de corrupción generalizada, no dieron resultado. Sea porque el todo o las porciones de esa estigmatización eran o son falsas, o fuere por la evidencia de que estaban y están al servicio de perforar al oficialismo sin otra pretensión que proteger negocios, la gente votó a Cristina y a lo que representa en forma demoledora. Ya habían quedado muy atrás las alucinaciones despertadas por la victoria macrista en Capital, con títulos y semblanzas que hablaban del kirchnerismo hundido. Pero esperaron no más que un par de días. El 54 por ciento sólo provocó inquina contra la fragmentación de las candidaturas anti K, que para los medios periodísticos opositores apenas consistió en eso y no en la ausencia completa de propuestas alternativas serias. Tampoco se detuvieron mucho que digamos en ese factor: enseguida hablaron de que producido el voto político faltaba saber cuál sería el económico. Un colega llegó a decirlo de modo literal.
Primero con las andanzas del tipo de cambio, se otorgaron el lujo de indicarle lo que debía hacer a una gestión recién reelecta por mayoría abrumadora. Fue con lo que más tiraron pero, tras las correcciones operativas del Gobierno, se quebraron. Después ingresó el serrucho a los subsidios estatales de servicios públicos y se vieron en figurillas para ponerse en contra de lo que reclaman hace años. Concluida, parcialmente, esa terapéutica que también naufraga, arrecian con Aerolíneas. Un primer dato es que muy bien no les va, si tienen que recurrir a un aspecto del funcionamiento estatal ajeno al interés de las mayorías. Quienes viajan en avión son un alfeñique numérico visto a gran escala social, y que los medios se emperren en demostrar lo contrario es otra cosa. El periodista no conoce demasiado del negocio aeronáutico; y lo que conoce no amerita para meterse en el escruto de si Mariano Recalde y compañía son el desastre administrativo que acusa la oposición. Pero lo más importante: uno ya tiene años y largos conocimientos acerca de las operaciones mediáticas. No mucho más de lo que está al alcance de cualquiera que sepa leer entrelíneas. Denigrar a la empresa aeronáutica del Estado no se relaciona con la presunta impericia de quienes la gestionan, sino con la necesidad de que retorne el fantasma de un Estado bobo, paquidérmico e incapaz de gestionar nada.
Sale el 54 por ciento, entra la cotización del dólar. Sale el dólar, entra el recorte a los subsidios. Salen los subsidios, entra el desmanejo en Aerolíneas Argentinas. Sale Aerolíneas... No es necesariamente fácil acertarle a lo próximo de la inmediatez mediática. A su urgencia por mostrar un país con complicaciones entre serias y graves, a falta de que algo, lo que sea, permita agujerear desde una oposición capaz de insistir con sus papelones y carencias. La convención radical. El estallido al parecer último de la Coalición Cívica, con expulsión de la tránsfuga permanente más Carrió de misa y banquete para conmemorar los diez años de la fuerza que destruyó y ahora, dicen, dedicada a armar un movimiento social extrapartidario. Binner guardado en lo que no sabe si serán gateras. Duhalde recluido en su quinta de San Vicente, con el dolor de haber sido y la convicción de que no volverá a ser jamás. Les queda Macri, pero por lo pronto el intendente porteño reposa en que su delfín Angelici gane las elecciones de Boca; en convencer sobre que el gobierno nacional le tira de golpe y porrazo la administración de los subtes, asistiéndole en eso alguna cuota de razonabilidad; en seguir gozando de la protección periodística que agiganta el golpe tarifario a la clase media y relega los aumentos de hasta el 300 por ciento en la tasa porteña de alumbrado, barrido y limpieza. No da para sorprenderse. Los medios de la hegemonía depreciada ya venían de ocultar a troche y moche que Macri es un procesado.
¿Qué debe esperarse, entonces, de la prensa angustiada por su necesidad de angustiar? Nada de aquello por lo que el kirchnerismo merece ser mejor interpelado. El asesinato de un militante del Mocase a manos de sicarios sojeros, sumando a una lista salvaje de aprietes e impunidad; lo que se denomina “criminalización de la protesta social”, que en buena medida es así apenas se aprecia la cantidad de gente judicializada por su lucha a favor de los desprotegidos, son mierdas de las que el Gobierno debe hacerse cargo a diferentes niveles. En algunos casos, marcando la responsabilidad de las gestiones provinciales (Formosa y Santiago del Estero a la cabeza, o en el podio). En otros, al menos, reconociendo esa problemática con el mismo fervor que se le escucha a la Presidenta cuando habla de las aristocracias gremiales, empresarias y sectoriales, boicoteadoras del país. Pero claro: el sufrimiento de indios y campesinos no da rating en la escala de horadación mediática. En todo caso paga mejor la discriminación de género, si es por las apetencias discursivo-culposas de una clase media a la que los lobos de la prensa opositora deben satisfacer con estrujes gorilas de impacto instantáneo. Así que, si es por pronosticar cómo habrán de gastárselas en lo inmediato, puede ser cómo hará Cristina para controlar a Moyano. Se recomienda en torno de eso la lectura del artículo firmado por Lucrecia Bullrich, en La Nación del viernes pasado. En realidad basta con el ingenio del título, de cuya semántica es probable que no se hayan percatado. “Cristina vs. Moyano: la guerra que (siempre) recién empieza.” El entre paréntesis del adverbio connota que esa contienda terrible entre la Presidenta y la CGT, o los sindicatos globalmente expresados, es algo de lo que se departe hace mucho tiempo sin que termine de concretarse jamás, aunque sea cierto que las relaciones del camionero con Casa Rosada atraviesan su peor momento. Podrá ser que continúen intimando con eso. O con algún otro episodio de “inseguridad”, que siempre pagan bien. O con las cifras del déficit fiscal y el superávit comercial, como para ver si las reservas aguantarán contra su certeza de que aguantan de sobra. O con hacerlo girar a Adrián Suar alrededor su propio eje, para contar lo bueno que es Magnetto, en los medios del grupo.
Valga Perogrullo, se puede estar seguro de que algo habrán de inventar u operar, semana a semana y hasta día por día. La clave no es acertarle a cuál cosa habrá de ser, sino saber que la cosa pasa por ahí. Una de las grandes cosas, por lo menos.
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